
Excepcionalmente, un descenso a los infiernos puede ser, después de todo, una experiencia agradable. Pude comprobarlo anoche, magnífica oportunidad, la de acompañar diciendo los textos de La Divina Comedia escogidos por Franz Liszt para complementar la versión para dos pianos, coro femenino y recitante de su Sinfonía Dante, obra de la cual yo sólo conocía su versión para orquesta. En los dos pianos, los maestros italianos Vittorio Bresciani y Francesco Nicolosi; sobre el final, el broche dorado aportado por el Coral Hungaria, dirigido por Sylvia Leidemann.
Acompañando la música, las imágenes proyectadas desde la cabecera de la sala ocupaban toda la extensión de la pared que hace las veces de fondo de escenario en la sala Piazzolla del Teatro Argentino de La Plata. Entre ellas el terrible cuadro pintado por Delacroix, que describe la visita de Virgilio y Dante al averno. En este caso fue el poema de Victor Hugo titulado Après une lecture du Dante el texto que sirvió de preámbulo a la Sonata Dante, transcripta para dos pianos por Bresciani. La descripción musical de Liszt, la maestría de los intérpretes, la potencia increíble de los dos pianos, la imagen de Delacroix, los textos de Dante y de Hugo, y ser parte de todo eso, fue en verdad emocionante.
La del Argentino fue la segunda función; la previa había sido la noche anterior en la sala del Teatro Avenida. Apagados los aplausos, pasado el momento de los saludos, siempre tan cordiales, queda el recuerdo, el sabor de la experiencia, y la reflexión acerca de la inmortalidad de la obra de arte. Liszt, Dante, Victor Hugo, Delacroix, reviven una y otra vez, siempre vigentes, cada vez que un mortal se aproxima a sus respectivas artes, reunidas en este caso todas ellas en un mismo escenario.
¿Y el infierno?... ¿Será real o, por el contrario, un mero producto de la imaginación del hombre? (Pero cuando un hombre sufre, ese sufrimiento es real, incluso cuando aquello que lo produce sea imaginado.)
"Cuando el poeta describe el infierno, describe su vida." Así comienza el poema de Victor Hugo, y en esta simple frase se oculta la gran verdad: cada uno de nosotros construye cielos e infiernos. Los propios a veces; y en ocasiones los de los demás. Torpes arquitectos, sin embargo, las elaboraciones celestes no han solido ser nuestra especialidad. El averno, en cambio, jamás ha exigido dimensiones precisas ni formas armoniosas. Tal vez no tenga que ver entonces tanto con una cuestión de gustos, como de habilidades.
En el infierno vislumbrado por Victor Hugo pueden hallarse las visiones, los sueños, las quimeras, amores heridos... También el hambre, la miseria, la ambición, la venganza, el orgullo, la avaricia y la lujuria. La vileza y el miedo, la traición, y finalmente el odio. Le confiesa Victor Hugo al Dante que sí, que así es verdaderamente la vida, "y su camino lleno de obstáculos, envueltos en pesada niebla". Pero el poema termina haciendo referencia al otro poeta, al de la frente calma y los ojos llenos de luz...
"Es Virgilio, sereno, que nos dice: Continuemos."
Y es que incluso en medio del infierno siempre hay que continuar, siempre adelante, en procura de aquello que pueda redimirnos.