
Fue un 12 de octubre de 1492. Colón llegaba a las Américas con sus tres carabelas. Durante muchos años en las escuelas se enseñó la postal, más pintoresca que histórica, del genovés rodilla en tierra, su estandarte en alto, la mirada puesta en el cielo, como agradeciendo a su dios único que hubiese puesto fin a la intrépida travesía, justo antes de que sus hombres, hartos ya de tanta navegación, se amotinaran. Quién sabe cuál hubiese sido el destino de América de haber exigido aquellos hombres un improbable regreso a Puerto de Palos, agotadas ya las provisiones, las esperanzas y las paciencias.
Durante todos esos años acompañamos el viaje oteando el horizonte desde el puesto de vigía de la Pinta, justo a Rodrigo de Triana, para gritar
"Tierra a la vista". Curiosa paradoja identitaria, hablábamos de Europa como el Viejo Mundo, llamándonos al mismo tiempo americanos, cuando los verdaderos americanos, dueños hasta entonces de estas tierras, de la misma edad que Europa, veían llegar desde las costas a los invasores del mundo nuevo, hasta entonces desconocido, confundiéndolos con dioses. Poco tiempo les llevará comprender su terrible error.
El 12 de octubre sirvió como excusa para más de un acto escolar. Niños vestidos como Colón, carabelas de cartón y papel glasé metalizado. La historia se repite, y ahora es como padre que tengo que asistir a uno más de esos actos. Alguien habla allí de un "encuentro de culturas". Yo me pregunto si se trata de ingenuidad, de pura ignorancia o de simple imbecilidad. Porque el mismo que habla de ese pretendido encuentro también defiende el reconocimiento de otras culturas y, colmo de los colmos, termina invocando a un dios que a los americanos originales sólo les trajo muerte y devastación.
¿Cómo es posible, me pregunto, que ese dios que supuestamente propone que todos sus hijos son iguales ante su mirada haya servido para justificar la salvaje destrucción de miles y miles de vidas a través de la esclavitud y el martirio? La respuesta es simple: los invasores ni siquiera estaban dispuestos a ver en los nativos americanos algo parecido a seres humanos. La pretendida imposición de un dios falso, y no porque Cristo lo sea, sino porque nada de cristiana tenía la prédica aquella, sólo buscaba justificar los saqueos y el exterminio.
Jamás hubo un encuentro de culturas. Sí hubo, en cambio, aniquilación. Me imagino a ese hombre que habló de encuentro de culturas, que invoca al dios de los invasores para fundamentar su imaginaria identidad americana, viendo arrasada su casa, asesinada su gente, vilipendiada su cultura, siendo él mismo esclavizado. ¿Hablaría todavía de "un encuentro de culturas" si le hubiese tocado a él ser la víctima, en lugar de ser el heredero de los victimarios?