sábado, julio 31, 2010

Medir el tiempo

Los relojes ejercen una particular atracción sobre algunas personas. Es como si esos mecanismos, capaces de medir el paso del tiempo, encerraran alguna especie de magia o de insospechable secreto.

Antiguamente el paso del tiempo se medía por la posición de los astros en el cielo. No es casual, en este sentido, que justo a las 12 del mediodía las agujas de un reloj colocado en posición vertical señalen, precisamente, hacia el sol en su cénit. Más tarde aparecieron los relojes: de arena, de agua, de sol... Los primeros relojes estaban relacionados directamente con el paso del tiempo en el seno de la misma naturaleza. Mucho antes de que a alguien se le ocurriese hablar de la existencia de un "reloj biológico".

Más tarde aparecieron las agujas, trazando con su paso lento una circunferencia que de a poco, y sin que nos diésemos cuenta, nos fue encerrando. Por cierto, los primeros relojes de aguja sólo tenían una, que señalaba la hora. De alguna manera los tiempos eran más lentos, por más que una hora durara entonces lo mismo que hoy. Luego aparecerán el minutero, el segundero, el cronómetro, y todo el mundo comenzará a correr, incluso sin saber muy bien por qué razón ni hacia dónde.

Pero, ¿será definitivamente cierto que una hora dura siempre 60 minutos? Ya Albert Einstein señaló, en algún momento, que el tiempo se comporta a veces de maneras extrañas. Pero también es extraño que 60 minutos sean una hora, 60 segundos un minuto, y que para calcular las fracciones menores al segundo debamos pasar del sistema sexagesimal al decimal, y contar hasta 10 décimas o 100 centésimas para obtener una unidad.

Será por esto que David Chanson, un relojero suizo, propone una nueva manera de medir el tiempo, con una jornada que tenga 20 horas de 100 minutos cada una, en lugar de las 24 de 60 actuales. Dentro de este sistema, cada minuto tendría 100 segundos. Y todo sería mucho más coherente.

Se construyeron algunos relojes que adoptaron esta novedosa manera de medir el tiempo, se vendieron incluso unos cuantos, sobre todo entre coleccionistas de rarezas, pero en definitiva la propuesta no prosperó, por lo menos hasta ahora. Es que la idea tiene su lógica, pero la pragmática que resulta propia de la costumbre es mucho más fuerte. El hombre, se sabe, es un animal de costumbres. Y a nadie le divierte demasiado la idea de ir por el mundo preguntando la hora y no sabiendo si eso que le dicen como respuesta corresponde a un sistema o a otro, y mucho menos pensar en tener que reprogramar todo lo que ya está programado sólo para resolver un entuerto que después de todo tiene un arraigo histórico.

Así las cosas, el tiempo sigue pasando. Como un peso, como una liberación, como una expectativa, como una amenaza, indiferente por completo al modo en que cada uno de nosotros decida medirlo.

miércoles, julio 28, 2010

Hay que ser realmente boludo para



Boludo/a: Dícese de la persona que tiene pocas luces y obra en consecuencia.

A punto de tirar una vieja revista, por esa triste necesidad que a veces tenemos de hacer lugar y poner un poco de orden, me detengo en una columna que más o menos dice:

"Nada es más importante que una boludez. Por una boludez te rajan del trabajo, te meten en cana, te quedás, te casás, decís lo que hubiese sido conveniente callar, callás lo que hubiese sido conveniente decir. En síntesis: por una boludez terminás haciendo muchas boludeces, lo cual en su conjunto se vuelve algo importante. Mucho más si tenemos en cuenta que nuestras existencias están compuestas por un 99% de boludeces."

Rápido repaso entonces del amplísimo catálogo que uno, inevitablemente, carga sobre sus espaldas, con algunas de las incontables boludeces que se han cometido a lo largo de los años, y la evidencia de la flexibilidad de esta palabra, tan argentina ella, para abarcar todo un abanico de posibilidades, que van desde la ingenuidad a la inconsciencia, de la falta de tacto al despropósito.

Y después, ya sobre el final de la columna en cuestión, una suerte de apología de la boludez, que tal es de hecho el título del artículo:

"Por eso, defendamos la boludez como algo importante, algo necesario, para no andar quedando como esos jodidos tipos que creen estar haciendo todo el tiempo cosas importantes, cuando en realidad lo único que hacen son puras boludeces."

Me llama aquí de nuevo la atención la enorme ambigüedad de la palabra, que significa claramente dos cosas diferentes, e incluso antagónicas, en una misma frase; un sentido cuando es puesta al comienzo de la oración, y otro completamente distinto en su final. Una vez comprendido lo cual, resulta posible tomar plena conciencia del verdadero peso de esta sentencia.

¿Cuáles son las cosas verdaderamente importantes? ¿Y qué tan importantes son, por el contrario, esas otras cosas que uno aprende a medida que va creciendo y que se acomodan a un deber ser que muchas veces ignora el sentido de esto que es la vida? No hay boludo más importante que ese que cree estar haciendo cosas que merecen ser tomadas en serio, me digo entonces. Y lo dejo anotado aquí, con el convencimiento de que finalmente el mero acto de dejar constancia de esta verdad no tiene la menor relevancia.

domingo, julio 25, 2010

Qué hacer con un poema

Escribir un poema es cosa relativamente fácil. Alcanza con tener a mano unas cuantas palabras sueltas, y combinarlas luego a través de una repentina brisa inspiradora. ¿Quién no ha escrito alguna vez algún poema? ¿Quién no se ha dejado llevar, para bien o para mal, por la tentación de jugar con las palabras? Finalmente, nadie podrá venir a impugnar qué cosa sea o deje de ser un poema. Y siempre será posible hacer oídos sordos a las críticas de quienes pretendan decirnos que nos falta talento. Bien sabemos que siempre habrá poetas menos talentosos. Y que además la poesía tiene, por lo general, el beneficio de ser inimputable.

El verdadero dilema, cuando de poemas se trata, es qué hacer con ellos después de que han sido escritos. Buenos o malos, inspirados o modestamente mediocres, los poemas, una vez que han sido concluidos, nos interpelan, nos reclaman; se quedan como a la espera de que hagamos algo con ellos. Pero, ¿qué cabría hacer? ¿Compilarlos en un libro que nadie leerá? ¿Publicarlos en un blog? ¿Recitarlos a viva voz parados en una esquina, o en el banco en alguna plaza? Finalmente, el poeta no suele saber siquiera para qué ha escrito eso, con qué fin se ha tomado el trabajo de hilar esas palabras que antes, previo a aquella brisa repentina, se encontraban en el mundo sueltas e inocentes, ajenas a toda intención. ¡Pero si hasta los propios destinatarios de los poemas que se escriben, cuando el poeta los ha escrito pensando en alguien en particular, suelen desentenderse de estas cosas!...

Algo de todo esto se debe haber planteado, seguramente, el poeta estadounidense Craig Czury (n. 1951), cuando ensayó alternativas como ésta:

Escriba un poema.
Póngalo en un sobre.
Diríjalo a Usted Mismo.
Estampíllelo y échelo al buzón.
Cuando el cartero se lo entregue
anote en el sobre:
DEVOLVER AL REMITENTE.


O si no, esta otra:

Escriba un poema sobre la superficie de un barrilete.
Remóntelo todo lo alto que pueda.
Pídale luego a algún curioso
que lo sostenga por un minuto nada más,
que usted debe ir al baño con urgencia,
que volverá inmediatamente.
No regrese nunca.


Lindo, ¿no?...

(En el primer comentario a esta entrada, algunas otras posibilidades.)

jueves, julio 22, 2010

Una leyenda oriental

“Había en Bagdad un mercader que envió a su criado al mercado a comprar provisiones. Al rato el criado regresó, pálido y tembloroso, y dijo: Señor, cuando estaba en la plaza del mercado una mujer entre la multitud me hizo una mueca y cuando me volví pude ver que era la Muerte. Por eso quiero que me prestes tu caballo, para irme de la ciudad y escapar así de mi destino, pues sospecho que es a mí a quien la Muerte está buscando. Me iré para Samarra y acaso allí la Muerte no me encontrará. El mercader le prestó su caballo, el sirviente montó en él, le clavó las espuelas en los flancos y huyó a todo galope. Después el mercader fue hacia la plaza y efectivamente encontró entre la muchedumbre a la Muerte, a quien le preguntó: ¿Tú amenazaste a mi criado cuando lo viste esta mañana? No fue un gesto de amenaza, le contestó la Muerte, sino de sorpresa. Me asombró verlo aquí en Bagdad, pues tengo una cita con él esta noche, pero en Samarra."


Copio y pego esta leyenda tal como la encontré en Internet. Vuelvo a leerla, muchos años después de haberla conocido por primera vez, y me digo que definitivamente no creo en nada parecido a un destino que de alguna manera nos haya sido asignado de antemano.

Sin embargo, sí estoy convencido de que, para bien y para mal, vamos por la vida caminando como a ciegas, sin sospechar siquiera que cada gesto que hacemos tiene sus inevitables consecuencias. Y claro está, sin que tengamos la menor idea de cuáles consecuencias se ligan a cada uno de esos simples gestos.

martes, julio 20, 2010

Brutalmente naif...


El papel apareció pegado días atrás en el trabajo. No sé quién haya sido el responsable, ni qué habrá pensado en el momento de dejarlo ahí, agarrado con cinta adhesiva del lado de adentro de una puerta, luciendo una frase que Quino le hizo decir alguna vez a Miguelito, uno de los amigos de Mafalda. Acaso se haya tratado de un gesto sin mayores pretensiones... Pero me dejó pensando. Pensando en esas cosas en las cuales uno no debería detenerse demasiado a pensar, porque en cuanto te lo ponés a pensar demasiado...

"Trabajar para ganarse la vida está bien, pero... ¿Por qué esa vida que uno se gana trabajando tiene que desperdiciarla trabajando para ganarse la vida?"
(Es la particularidad del humor de Quino. Con una frase aparentemente inocente, puesta encima en boca de un niño, se manifiesta una verdad tan brutal.)

sábado, julio 17, 2010

Palabras

El diario Clarín de hoy publica una entrevista a Pedro Luis Barcia, presidente de la Academia Argentina de Letras. Allí habla, entre otras cosas, de las groserías verbales, y sostiene que no le preocupan, excepto cuando se hacen demasiado frecuentes. En tales casos reconoce que lo censuraría, pero no tanto en defensa de las buenas costumbres como de la propia puteada: "Porque la puteada es un bien de la lengua que se debe preservar para momentos contundentes. Y no hay que pervertirla ni banalizarla, como se hizo con la palabra boludo, que inicialmente tuvo un valor descalificativo y hoy no tiene nada." Luego reconoce que, en cambio, la palabra pelotudo ha mantenido un peso específico natural. Seguramente por la particular sonoridad de la letra p, hubiese señalado el Negro Fontanarrosa...

Pero lo que hoy más quiero rescatar de esta entrevista aparece recién en el último párrafo. El periodista pregunta: ¿Es cierto que la gente se entiende cuando habla? Y Pedro Luis Barcia responde:

"La gente se entiende menos de lo que cree porque maneja palabras grandes. La palabra grande, al serlo, tiene mucha cavidad y todo el mundo pone algo distinto adentro. Como en la palabra amor, usada para acostarse con alguien. La intención con que la mujer la recibe es sentimental, y el hombre le pone carga erótica. Ahí se produce el malentendido. Por eso es difícil llegar a acuerdos finales."

viernes, julio 16, 2010

De ninguna manera...

No necesitamos todo lo que la publicidad quiere vendernos.
Dios no escribió ningún dogma; los hombres lo hicieron.
Aunque respetes la opinión de los demás, 2 + 2 no es 5.
Dos hombres no son matrimonio, aunque una ley diga lo contrario.
El reggaeton no es música, no me jodas.
Escuchá Mozart y después contame.

jueves, julio 15, 2010

Contra Natura

En cierto lejano rincón del planeta acaba de aprobarse una curiosa normativa, que alegremente decreta que a partir de la puesta en vigencia de la norma los caballos que así lo deseen podrán volar como si fuesen aves. La iniciativa tuvo su buen fundamento: habida cuenta de que una gran cantidad de especies pueden volar, pues lo hacen las palomas, las cotorras, los canarios y los halcones, algunos caballos comenzaron a declarar que se los discriminaba, cuando se les decía que ellos no podrían jamás hacer lo mismo. Los animales legisladores decidieron entonces que dado que todos las especies nacen con similares derechos, nada debería impedirle a un caballo volar, si éste así decidía hacerlo, y así es como idearon una normativa especial, que algunos bautizaron Ley de las igualdades, que claramente manifestaba que todos los animales tenían los mismos derechos, y que un caballo podría volar si así lo deseaba. Finalmente la normativa quedó aprobada, tras una extensa sesión legislativa que se extendió hasta muy tarde, en medio de los vítores de unos y los abucheos de otros.

Hoy el caballo amaneció celebrando la buena nueva. Se sintió finalmente libre, vencidos todos los prejuicios de esos otros animales que, por no tener él alas, pretendían limitarlo diciéndole que jamás podría volar como un gorrión, como una gaviota, como un pato silvestre, como un cóndor de los Andes. Todos los animales somos iguales, pensaba el caballo. Y ahora, amparada su opinión por un preclaro precepto legislativo, ya no cabía duda al respecto.

Así fue como el caballo trotó primero, corrió después, liberada su alma del peso de los prejuicios ajenos, acuñados a lo largo de tanto tiempo, y finalmente se lanzó, a toda velocidad, hacia el precipicio, creyendo acaso el alazán que la simple letra de la norma lo había convertido en un par del mitológico Pegaso. Su enorme y pesado cuerpo pareció flotar en el aire por un instante, pero después, perdido definitivamente el suelo, y mientras a falta de alas sacudía el caballo desesperadamente sus patas...


(La moraleja es evidente: no hay ley que pueda ser válida o tener sentido cuando se vulnera al mismo tiempo otra ley, superior ésta, que no es la ley de los hombres, ni la de ningún dios, sino la ley de la naturaleza: los caballos no pueden volar, y allí la única ley que se impone es la de la gravedad.)

miércoles, julio 14, 2010

Dos extremos torcidos del Derecho


Al mismo tiempo que en Irán, Sakineh Mohammadi Ashtiani, una mujer de 43 años, madre de dos hijos, se enfrenta a una muerte inminente por lapidación, después de que un tribunal la declarase culpable de haber mantenido una relación amorosa prohibida, por lo cual recibió además un castigo público consistente en 99 latigazos, muy lejos de allí, en la ciudad de Buenos Aires, el Congreso de la Nación debate una ley que pretende habilitar el derecho de contraer matrimonio a personas de un mismo sexo.

El Código Penal de Irán señala que el adulterio es un crimen y prevé un castigo de 100 latigazos para los hombres y mujeres que no hayan contraído matrimonio (aunque por lo general sólo las mujeres reciben semejante castigo) y la lapidación para quienes se hayan casado. Los casos de adulterio son probados por la confesión del propio acusado o por simple testimonio de cuatro testigos. Se trata de una aberración jurídica, sin duda alguna. Ninguna ley puede indicarle a una persona cómo debe sentir respecto de otra, no puede imponer amor, ni deseo, ni prohibir que se sientan o manifiesten estas expresiones, que son propias de la naturaleza humana.

Y sin embargo, con el matrimonio puesto como elemento en común, la coincidencia viene a demostrar una vez más que los extremos finalmente se tocan: tanto en Irán como en Buenos Aires se están sosteniendo sendas aberraciones jurídicas. Una por desconocer el derecho básico a sentir y perseguir el afecto por parte de los seres humanos, y la otra por pretender que es discriminar el hecho de defender una ley natural, esa que determina que solamente un hombre y una mujer puedan unirse para concretar el único fin real que puede justificar la existencia misma del matrimonio; esto es, ser un marco propicio para la reproducción de la especie humana.

Todas las personas tienen los mismos derechos.
Pero no todo es igual.

domingo, julio 11, 2010

El diablo en la boca: Visiones



Desde que tengo el piano pienso: definitivamente yo no soy un músico. No sé leer música, no sé dónde queda la tecla del Si bemol, ni puedo armar un acorde, como no sea de un modo intuitivo. Entonces, ¿qué es eso que pasa cuando me siento frente al instrumento y surgen sonidos, más o menos ordenados? Es música, creo. Mala música, seguramente. Aunque no creo que peor que otros esperpentos que algunos llaman música y que a mí, al menos, me hacen sentir que en comparación una topadora o de un martillo neumático pueden llegar a ser instrumentos melodiosos.

Como no sé leer música, ni tampoco me atrevo a intentar sacar canciones de oído, las cosas que toco en mi piano son una constante improvisación. Y no me pidan que vuelva a tocar tal o cual pasaje, más o menos inspirado, porque me resultaría imposible hacerlo. ¿Adónde van todos esos sonidos, entonces? Son nada más que presente, un presente fugaz, que se disuelve en el mismo momento de concretarse. Arte curioso, la música: sólo existe mientras dura. Como bien decía Heidegger en su "Arte y poesía", incluso las partituras de las obras más destacadas de un Beethoven se acumulan como papas en una bodega cuando nadie las toca. La música está en otra parte, en ese instante fugaz que huye permanentemente de nosotros. Interesante metáfora de lo que es la misma vida.

Tal vez por eso es que me gustó esta pieza que muestra parte de una improvisación del grupo El diablo en la boca. Es un momento fugaz, rescatado de la nada. De esa nada que es el tiempo, que siempre se nos escurre entre los dedos de la mano. Los sonidos son aquí como las nubes que corren en el cielo: jamás volverán a repetirse exactamente igual, no volverán nunca a ser las mismas. Tampoco nosotros, en el momento de mirar el cielo, o en el instante de escuchar estas Visiones.

sábado, julio 10, 2010

O no existe mientras la miro a ella


..."Mientras recorría una vez, y otra, y una más, la capilla, siguiendo por su orden los tres ciclos, me sorprendí con un pensamiento que todavía ahora no consigo desdoblar y examinar. Más que un pensamiento, fue un anhelo: poder dormir una noche allí dentro, en medio de la capilla, despertar antes del amanecer, y ver surgir de la oscuridad, poco a poco, como fantasmas, los grupos procesionales, los gestos,los rostros, aquel color azul de miniatura que es sin duda un secreto de Giotto, porque no existe en otro pintor. O no existe mientras lo miro a él."

Así habla H. (¿Héctor, Horacio, Hugo?...), el personaje sin nombre del "Manual de pintura y caligrafía" escrito por Saramago, haciendo referencia a la Capella degli Scrovegni, en la ciudad de Venecia, y a las obras de Giotto que allí se conservan.

Pero me queda latiendo la frase final, y me digo que Saramago bien podría haber estado hablando de otras cosas. Del amanecer al lado de una mujer deseada, por ejemplo. Que en el fondo es simple lograr que las cosas del mundo desaparezcan, que dejen de existir, con sólo tener al alcance de la vista, y de la boca, y de las manos, aquello en cuya contemplación uno pueda embelesarse.

Termina así este fragmento, y con ello el capítulo: "Nadie crea que existe en mí una vocación religiosa que se denunciara de este modo. Se trata más bien, y muy terrenalmente, de querer saber cómo puede nacer un mundo." Y yo me digo que también esto podría aplicarse, y de qué manera, al despertar junto a la mujer que se desea. O se podría escribir, en general, ante el deseo de todo aquello que al fin y al cabo se estima poco menos que inalcanzable.

sábado, julio 03, 2010

Dar un paso al frente


"Pueden darse todos los pasos hasta el borde del precipicio, pero a partir de ahí la caída será inevitable, desamparada, mortal."
No sé por qué razón, pero la frase me impacta, sobremanera. Pertenece al "Manual de pintura y caligrafía", uno de los pocos libros de José Saramago a los cuales sorprendió la muerte de su autor sin que yo hubiese completado su lectura. Todavía no sé qué sucederá con sus personajes. Todavía no conozco qué podré decir de esta obra, ni qué cosas me habrá dejado, una vez que termine su lectura. Por ahora es solamente esta frase, que volveré a copiar enseguida, para que el eventual lector de estas líneas no se olvide tan pronto de ella, ni deba ir de nuevo al principio de esta anotación para releerla, y aquí queda claro que es cierto que el lector a menudo se mimetiza con aquello que lee, a veces a través de un personaje, y otras mediante un estilo, y sin duda eso colabora con todas estas acotaciones y con que ahora por fin se repita aquí la frase en cuestión, en vez de dejar simplemente que el lector de estas palabras regrese, si así deseara hacerlo, al principio: "Pueden darse todos los pasos hasta el borde del precipicio, pero a partir de ahí la caída será inevitable, desamparada, mortal."

Preguntémonos ahora, de nuevo, qué es lo que tiene esta frase para provocar un impacto tan notorio en quien hace un rato la ha leído, que es claro que hablo aquí de quien escribe estas líneas, por más que acaso otras personas hayan tenido una sensación similar. Cualquiera sea el caso, no lo sabemos. Quizás tenga que ver con una reminiscencia de aquel viejo chiste en el cual, estando los personajes al borde del precipicio, alguien dice: "Antes estábamos mal, pero ahora vamos a dar un paso al frente". Insisto: podemos conjeturar mucho, que en realidad no conoceremos el verdadero motivo. Pero digo que no lo sabemos, y en realidad bien sé que estoy mintiendo. No porque sepa algo que no diga, sino porque sé que podría saberlo, si quisiera. La respuesta está ahí, casi al alcance de la mano. Para conocer esta respuesta, sólo debería atreverme a dar un paso al frente. Un paso más. Si no lo hago, es porque sé muy bien que la respuesta está precisamente allí donde apenas un paso más puede significar la caída, mortal, desamparada, inevitable, hacia el fondo del abismo.