viernes, abril 29, 2016

Identidades

Hablando de temas vinculados a la cordura y la locura, alguien me envía un mensaje que alude a aquel pasaje en el cual don Alonso Quijano, más conocido como don Quijote, asegura, literalmente:

"Yo sé quién soy." 

No obstante lo cual, todos lo sabemos, Quijano estaba más loco que una cabra. Vale decir, más loco que una cabra loca.

¿Y en mi propio caso? ¿Tengo tan por cierto quién soy yo, en definitiva, o soy también como don Quijano? La primera respuesta que viene a mi mente entonces es la que sigue, y bien podría decirse que es menos ingeniosa que cierta:

"Yo también sé quién soy: soy alguien que sabe que no está plenamente seguro de quién diablos sea."

jueves, abril 28, 2016

Indicio de cordura

Escribir poemas
acerca de la locura
a las cuatro de la madrugada
en medio de la oscuridad y el silencio
cuando todo el mundo duerme
después de haber despertado
de una pesadilla horrible
acaso eso sea el único
indicio de lucidez
de coherencia
de cierta sabiduría
o escueta señal de cordura
de la cual puedo jactarme.

Sueño 164028

La puerta de metal
Yo la golpeaba mientras gritaba
mientras gritaba / gritaba
porque otra cosa no podía hacer
así son los hospicios
gritaba y golpeaba la puerta de metal
indefenso y pequeño
y desgarraba yo mismo mis ropas
como si en verdad quisiera arrancar
mi piel mis ojos mi alma
la culpa de Edipo de Orestes de todos
y el espanto de que nadie entendiera
y que en el fondo nada de eso importase.

Recuerdo que le decía a mi padre
mientras lloraba desesperado:
Yo debería estar enseñando
a todos estos que me mandan
que aseguran que están para cuidarme
pero lo único que quieren es
que permanezca callado y quieto,
y él me miraba y asentía
y me decía que así es
que así son los hospicios.

Despertar entonces jadeando
los ojos enrojecidos
las mejillas mojadas
el alma plena de angustia
no fue más que un sueño
en el reloj no son las cuatro
y querer volver a dormir
y no poder / sentir el miedo
mirar el televisor colgado en la pared
para distraerme
para olvidar la pesadilla
y ver allí otra vez
en la pantalla encendida
el cielo cerrado del hospicio
las paredes infranqueables
la puerta de metal
y golpearla / golpearla
y rasgar mis vestiduras
y gritar, de nuevo.

martes, abril 19, 2016

La materialidad del vinilo


Un artículo publicado por BBC News (Sylent vinyl: Buying records without a record player, 14 de abril de 2016) da cuenta de un curioso fenómeno: en un contexto donde predomina el consumo de música en diferentes formatos digitales, incluso sin soporte físico, el mercado del disco de vinilo parece volver a fructificar. Las ventas del último año crecieron un 60% respecto del anterior, alcanzando niveles que no se veían desde la década de 1980.

Pienso entonces en el ritual que significaba, en otro tiempo, la compra de un vinilo, la cuidadosa elección del disco, presuponer sonidos a partir del arte de tapa, llevar nuestra flamante adquisición a casa, retirar el disco de su funda, ponerlo con cuidado en la bandeja, disponerse a escuchar la música contenida en ese curioso objeto, delicado, negro, redondo, perfecto. Colocar finalmente la aguja del tocadiscos en el inicio del surco, y después simplemente dejarse llevar por los sonidos allí guardados, hasta el preciso momento en que la púa concluya su danza, su mágico recorrido.

Sin embargo, la información del artículo entra en un punto en contradicción con toda esta mitología: al parecer la mitad de los compradores de vinilos jamás escuchan sus discos. En muchos casos los mantienen cerrados, y hay quienes incluso carecen de una bandeja en la cual poder tocarlos. ¿Será acaso una cuestión fetichista, entonces? ¿Un gesto vinculado a la nostalgia? ¿Un afán coleccionista? Una cuestión es cierta: no importa qué tan bien suene un archivo de música guardado en un pendrive o en el disco rígido de una computadora: hay allí una materialidad ausente que pone de relieve un defecto. Es cierto que la naturaleza de la música radica en ser escuchada; pero el hecho de tener en nuestras manos un objeto que corporice esos sonidos, que los contenga, supone un plus que la convierte en algo más.

Yo tengo mucha música digitalizada. Más de la que puedo llegar a escuchar, tal vez, en lo que me resta de vida. Sin embargo, sigo reconociendo la magia de un buen disco. Así como existe el "libro objeto", cuyo valor se ubica más allá del contenido del texto que encierra para extenderse sobre su materialidad, del mismo modo sucede con la música. Y acaso también con las personas, aunque esto último a veces no lo tengamos tan en cuenta.

lunes, abril 18, 2016

Sueño 160418

Llueve.
Es de noche y llueve.
Y yo acabo de soñar de nuevo con vos,
que estaba otra vez con vos
que, sin embargo,
ahora mismo estás con otro,
durmiendo con otro,
abrazada a otro,
jadeando con otro,
ajena con otro.

Soñé que estabas de nuevo conmigo,
que íbamos a ese lugar
que tanto nos gustaba a ambos,
que llegábamos hasta la orilla del lago
y era de noche,
y las aguas mansas
reflejaban maravillosa la luna,
y un rumor como de cascada,
de agua corriendo clara y pura
entre las piedras,
nos recibía,
y entonces me mirabas,
nos mirábamos,
y comprendíamos el absurdo
de estar separados,
vos lejos de mí,
lejos yo de vos.
Y entonces, claro,
ante la evidencia del absurdo
y sin decirnos mucho,
de hecho nada,
nuestros pasos otra vez se reunían.

Pero entonces despertar
despertar / despertar...
A veces las pesadillas comienzan
en el preciso momento
en que uno comprende
que estaba soñando.
Ahora mismo es de noche.
Y llueve. Y vos no estás.

Soledades

Cada persona en el mundo está sola.
Quienes pese a ello son felices, es porque no saben,
porque no toman conciencia de la abrumadora
soledad que pende sobre sus cabezas.
De vez en cuando, dos de estos seres solitarios
se ponen de acuerdo para hacer parte del camino juntos.
Creen que así estarán menos solos; pero no,
todo es apenas un espejismo estéril.
Nadie podrá jamás ocupar el lugar del otro,
sentir por otra persona dolor, esperanza o alegría.
Vivimos en medio de una ilusión:
la de estar compartiendo todas estas cosas.
Es verdad que cuando alguno hiere a alguien más
ese contacto se convierte en algo real,
tan real como una herida.
Pero incluso así, nada sabe quien hiere
del dolor que siente aquel que ha sufrido su herida.


viernes, abril 15, 2016

Noches y días iguales

I
Cuando todos los días son iguales
idénticos, indistinguibles uno del otro
cuando las horas transcurren
vanas, sin que nada suceda
y así una vez y otra vez y otra...
dormir a tu lado le da
un sentido al sinsentido
abre un paréntesis en medio
de la nada y me convierte
por un rato al menos
otra vez en alguien.
En el calor de tu cuerpo
yo vuelvo a tener
un refugio, algo
parecido a un hogar.

II
Tarde o temprano
me despierto
angustiado
y es noche cerrada
idéntica a otras noches
y estoy solo de nuevo.
Los días transcurren en vano
pero invariablemente
estoy más viejo.

lunes, abril 04, 2016

Digno tratamiento

Hijo de puta.
Pero no. Leelo de nuevo
prestando atención al detalle.
La I no debe ser una I cualquiera,
sino que debe estar bien acentuada,
quebrar el silencio con violencia,
y la Jota debe arrastrarse como
si fuesen varias y no solamente una.
El "de" puede apenas murmurarse,
no deja de ser sino un puente que
nos lleva a la Pe, muy importante,
pues hay que sentirla en los labios,
sopesarla bien, precisamente,
para que luego resuene la U,
de un modo profundo,
anticipando el restallido de
la Te, como un latigazo
de la lengua nacido
justo detrás de los dientes.

Algunas personas eligen
prolongar ad libitum la U
y/o después la A
para darle más énfasis al insulto.
Cuestión de sensibilidades y estilos.
Yo creo que se equivocan al
desestimar el rigor consonántico.
De todos modos, lo importante
es el sentimiento que
se ponga en juego al decirlo.

En paralelo a esta degustación
cabrá considerar a quién
es dirigido el insulto
y tomar los recaudos del caso
según se trate de un comerciante,
un policía, un ladrón,
un abogado, un político,
el presidente de la nación,
algún estafador de otra laya
o si el insultado ha sido uno
y en tal caso revisar por quién
y por cuáles razones,
que nadie está libre de culpas
ni de ser merecedor
de tan digno tratamiento,
pero podremos al menos revisar
nuestra conducta y corregirla,
cosa que un verdadero hijo de puta
difícilmente será capaz de hacer.

domingo, abril 03, 2016

Sueño 160403

Había un campo de tréboles. Eso lo recuerdo perfectamente. Era un campo muy mullido, y yo corría y saltaba feliz, en aquella pradera, como si absolutamente nada más importara. Y acaso jamás un sueño haya sido tan cierto. Yo estaba descalzo, y todavía tengo presente la sensación maravillosa de mis pies pisando aquellos tréboles. Cómo había llegado hasta allí, eso no lo recuerdo con exactitud. El orden de este sueño es un tanto confuso. Sé que había estado antes en una especie de ritual de iniciación, en el cual había tenido que bailar alrededor de unas piezas de madera dispuestas en el piso. En teoría eso ayudaría a ver o imaginar una dimensión alternativa del mundo, cosas que usualmente permanecen opacas, invisibles. En determinado momento comprendí que ya no estaba en aquel lugar, que de alguna manera me había ido. Quienes seguían estando allí, de seguro creerían que yo permanecía inmóvil por estar meditando, o acaso dormido. Pero lo cierto es que yo no estaba ya en ese lugar. Pensé que estaba bien dejar que se engañaran. Y también decidí que no iba a regresar. Entonces miré a mi alrededor. Allí estaba, en el campo de tréboles. Había cerca un lago, y supe que no estaba demasiado lejos del sitio en el cual mi cuerpo permanecía en trance.

Fue entonces cuando se me ocurrió que sería interesante poder verme desde afuera de mí mismo, ver mi cuerpo como si fuese ajeno, el de alguien más, y entonces tuve una duda: ¿sería yo ahora un cuerpo tangible, como antes? ¿O sería más bien una especie de espíritu incorpóreo? Decidí hacer una prueba sencilla: saludé a unas personas que pasaban cerca, que respondieron a mi saludo, con lo cual supe que yo era un cuerpo encarnado. Podían verme, podían escucharme, me respondían. Hice esta misma prueba un par de veces más, con el mismo resultado. Finalmente decidí ir hacia donde todavía estaba mi cuerpo dormido, para poder verme desde afuera de mí. El camino entonces comenzó a ser irregular: ya no estaba más el campo de tréboles, sino que pisaba ahora una tierra mal cuidada,  ríspida, con mucho barro. De todos modos seguí adelante.

No recuerdo bien qué sucedió después. Me encontré con algunas personas a las que conocía de alguna parte y me entretuve en otras cuestiones. Lo cierto es que más tarde, después de otros episodios que rememoro muy vagamente, recordé de repente mi objetivo: debía regresar al lugar del principio, allí donde había comenzado mi sueño, para poder encontrarme a mí mismo, con mi cuerpo en trance, y ver qué sucedía cuando estuviese allí, ante mí mismo, visto desde ese yo desdoblado a través del cual experimentaba ahora el mundo. Sin embargo, cuando llegué al lugar en cuestión, en el cual se suponía que debía estar todavía mi propio cuerpo en letargo, ya no había nadie. Al parecer había transcurrido un tiempo importante, aunque no hubiese manera de saber cuánto, y ya todos se habían ido. En ese momento me dije: "Resulta que ahora estoy aquí, pero en alguna otra parte hay un cuerpo que también es mío, aunque no sea yo, pero soy yo, y necesito encontrarme." En ese momento desperté. Pero de algún modo comprendí que mi sueño hizo alusión a una búsqueda que continúa más allá del universo onírico.

viernes, abril 01, 2016

Un poema - Círculos

Los círculos son hermosos
porque son perfectos:
absolutamente regulares y predecibles
ni un solo punto fuera de su sitio.
Pero para que un círculo sea perfecto
-vale decir, para que sea un círculo-
es necesario que esa línea
esa circunferencia
ese arco que se repliega sobre sí mismo
como un ouroboros magnífico
no quede librado a ningún vacío
que no haya ni un solo punto ausente
pues no es lo mismo un círculo
que una línea curva
que comienza y termina
se diría casi que con vulgaridad.
Pues bien, para que este círculo cierre
es indispensable tu presencia.
Si no estás, la armonía es imperfecta:
un círculo cromático sin amarillos,
una escala pentatónica de cuatro notas,
el yin sin el yan,
un amor incompleto
donde uno sí pero el otro no,
un apetito absurdo
que no cesa.