Lo cierto es que soñé que te contaba acerca de Summinia, la ciudad de los espejos. Todas las mujeres de Summinia tienen un espejo mágico que les pertenece. Cuando en Summinia una mujer se enamora de un hombre, lo lleva hasta ese espejo y se acomoda junto a él delante de la plateada superficie para verse reflejada allí en su compañía. Al observar en ese espejo su propio reflejo junto al del hombre elegido, cada mujer de Summinia puede saber con absoluta certeza si ese varón es realmente el marido que habrá de permanecer junto a ella durante el resto de su vida.
Una vez concretada la unión, en aquellos casos en que el dictamen del espejo ha sido favorable, esa mujer y ese hombre permanecen juntos, y viven felices. Todos los días, de un modo casi religioso, por la mañana y por la noche, apenas después de levantarse y antes de irse de nuevo a dormir, la pareja se expone ante el espejo y las mujeres corroboran que todo siga perfectamente bien.
Pero conforme el tiempo transcurre, y el hombre se aproxima al día de su muerte, las mujeres de Summinia también logran ver esto en sus espejos mágicos. Lo que ellas hacen entonces es romper ese espejo en pedazos. Luego escogen una de las astillas, que será utilizada en un último ritual, durante el cual la mujer seccionará con gran delicadeza alguna vena del hombre, que se entregará mansamente a las manos de su amada, para no tener que atravesar la penosa circunstancia de quien está condenado a morir de otro modo. El recurso no deja de ser ingenioso, puesto que de esta manera se termina cumpliendo siempre la profecía de los espejos.
Esto es lo que yo soñé.
Probablemente no signifique absolutamente nada.
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