
Antiguamente el paso del tiempo se medía por la posición de los astros en el cielo. No es casual, en este sentido, que justo a las 12 del mediodía las agujas de un reloj colocado en posición vertical señalen, precisamente, hacia el sol en su cénit. Más tarde aparecieron los relojes: de arena, de agua, de sol... Los primeros relojes estaban relacionados directamente con el paso del tiempo en el seno de la misma naturaleza. Mucho antes de que a alguien se le ocurriese hablar de la existencia de un "reloj biológico".
Más tarde aparecieron las agujas, trazando con su paso lento una circunferencia que de a poco, y sin que nos diésemos cuenta, nos fue encerrando. Por cierto, los primeros relojes de aguja sólo tenían una, que señalaba la hora. De alguna manera los tiempos eran más lentos, por más que una hora durara entonces lo mismo que hoy. Luego aparecerán el minutero, el segundero, el cronómetro, y todo el mundo comenzará a correr, incluso sin saber muy bien por qué razón ni hacia dónde.
Pero, ¿será definitivamente cierto que una hora dura siempre 60 minutos? Ya Albert Einstein señaló, en algún momento, que el tiempo se comporta a veces de maneras extrañas. Pero también es extraño que 60 minutos sean una hora, 60 segundos un minuto, y que para calcular las fracciones menores al segundo debamos pasar del sistema sexagesimal al decimal, y contar hasta 10 décimas o 100 centésimas para obtener una unidad.
Será por esto que David Chanson, un relojero suizo, propone una nueva manera de medir el tiempo, con una jornada que tenga 20 horas de 100 minutos cada una, en lugar de las 24 de 60 actuales. Dentro de este sistema, cada minuto tendría 100 segundos. Y todo sería mucho más coherente.
Se construyeron algunos relojes que adoptaron esta novedosa manera de medir el tiempo, se vendieron incluso unos cuantos, sobre todo entre coleccionistas de rarezas, pero en definitiva la propuesta no prosperó, por lo menos hasta ahora. Es que la idea tiene su lógica, pero la pragmática que resulta propia de la costumbre es mucho más fuerte. El hombre, se sabe, es un animal de costumbres. Y a nadie le divierte demasiado la idea de ir por el mundo preguntando la hora y no sabiendo si eso que le dicen como respuesta corresponde a un sistema o a otro, y mucho menos pensar en tener que reprogramar todo lo que ya está programado sólo para resolver un entuerto que después de todo tiene un arraigo histórico.
Así las cosas, el tiempo sigue pasando. Como un peso, como una liberación, como una expectativa, como una amenaza, indiferente por completo al modo en que cada uno de nosotros decida medirlo.