lunes, diciembre 23, 2019

Ese temor a la muerte II

¿Por qué será que le tememos a la muerte?
¿Será por lo que tiene de desconocida e inevitable?
¿Será por lo que tiene de futura e inflexible?
¿O porque nadie jamás regresó de allí
para revelarnos de qué se trata
esa inconcebible nada?

O será por la triste decadencia
que nos arrastra velozmente hacia ella
sin posibilidad ninguna de
volver hacia atrás,
a ese pasado prometedor en el cual
de haber sabido
hubiésemos hecho
con el diario del lunes a mano
tantas cosas de un modo diferente.

Acaso todo se resuma en el temor
de que todo esto que somos
en definitiva carezca de
cualquier significado o sentido.
Si en verdad estamos destinados
a disolvernos en la nada
entonces para qué.
Y sin embargo
cuando te observo dormir a mi lado
mi no querer morir es la rebeldía
de saber que algún día
este amor me será arrebatado.

Pero mientras tanto

jueves, diciembre 12, 2019

Sueño 191212

Diecisiete meses más tarde soñé con vos. Después de mucho desearlo, finalmente te soñé, y fue como suceden siempre estas cosas: inesperadamente. Y como sucede a menudo, no fue lo que yo esperaba. No hubo epifanías ni mensajes reveladores. Y sí una molesta sensación de enojo. Porque simplemente volvías a casa, como si nada hubiese sucedido. Sin ninguna explicación, como cuando te peleabas como mamá y desaparecías durante varios días, y después regresabas, y había que hacer de cuenta que nada había pasado. Perdoname el tono de reproche, te juro que está más allá de mi intención, pero fue una sensación parecida, una suerte de desagradable reminiscencia, que no deja de ser injusta. Pero ya se sabe, uno no puede manejar las cosas que siente mientras sueña. Y después la extrañeza, por supuesto, si vos estabas muerto, y hasta se me pasó por la cabeza la posibilidad de que tal vez no lo supieras, y cómo iba a ser yo, precisamente yo, quien te lo dijera. Recuerdo además otra faceta de mi enojo: estabas allí, como si nada hubiese pasado, pero yo sabía que te ibas a ir de vuelta. Y me parecía injusto tener que atravesar el dolor de perderte otra vez. Pero ahora, despierto, sé que de ser ello posible eligiría pasar mil veces por la pena de perderte con tal de poder volver a verte una vez más. Me desperté llorando, no podía ser de otra manera. Pero en el fondo sé que ese hombre que soñé no eras vos. Que fue solamente un sueño extraño. Yo te voy a seguir esperando.

lunes, diciembre 09, 2019

Cocteau 2: El testamento de Orfeo


El poeta
      -dice Cocteau-
                es un inválido dormido,
desprovisto de brazos y piernas,
que sueña que gesticula y corre.
Es alguien que recurre a una lengua
que no está ni viva ni muerta,
que pocas personas hablan
y aun menos personas comprenden.
Alguien que busca a sus compatriotas
a través del exhibicionismo
de mostrar el alma desnuda
en medio de un mundo de ciegos.

Y allí va Cocteau, navegando un mar desierto
poblado de inexplicables apariciones
que no son reales ni mucho menos falsas,
malgastando su tiempo en sus esfuerzos por ser,
que son precisamente aquello que
le dificulta la tarea cotidiana de vivir,
a él lo mismo que a todos nosotros.

Que nos acusen de inocencia
cuando nos toque comparecer ante
el inevitable tribunal invisible.
Que se nos señale por atentar contra la
posibilidad de los crímenes que no cometimos
pudiendo ser culpables de todos ellos
en lugar de serlo apenas de unos pocos.

Que nos acusen de pretender resucitar
situaciones muertas, o de reinventar
memorias y mundos inexistentes
dando apariencia de realidad
a aquello que nos desborda
a través de las palabras
y también de los silencios.

Existe un conocimiento del alma
por el cual los hombres se preocupan poco.
Por eso la poesía es indispensable
aunque nadie sepa muy bien para qué.
Estas palabras son parte de ese sinsentido.

sábado, diciembre 07, 2019

Cocteau 1: Le sang d'un poète












Todo poema es un escudo de armas
que resulta necesario descifrar,
escribe Jean Cocteau en el principio
de su film "La sangre de un poeta" (1932).
Surrealismo puro y maravilloso, por cierto,
con pinturas, estatuas, pigmaliones y espejos.

A mí se me ocurrre que acaso
Cocteau debería haber escrito:
...un escudo de armas que reclama
al impensado lector que lo descifre.
Incluso cuando sea improbable
que tal reclamo llegue a ser complacido,
pues ya se sabe que jamás un poema
habrá de ser leído con los matices
que ingenuamente su creador desearía.
Siempre el lector hará su lectura,
tomando posesión de esos sueños ajenos
y sumando al escudo sus propios blasones.

Luego Cocteau continúa:
Cuánta sangre, cuántas lágrimas,
a cambio de estas hachas, estas mordazas,
estos unicornios, estas antorchas,
estas torres, estos martillos,
estos sembradíos de estrellas,
estos campos de cielo.

Y noto entonces que jamás he escrito nada
acerca de hachas, antorchas o unicornios
aunque es probable que sí de mordazas y torres
y también de estrellas y campos en el cielo.

Pero aquí sigue Cocteau:
Libre de elegir los rostros, las formas,
los gestos, los tonos, los hechos,
los lugares que lo complacen,
(el poeta) compone con ellos
un documento realista de sucesos irreales.
El músico subrayará los sonidos y los silencios.

Y yo me digo que de eso se trata
y de ninguna otra cosa,
y añado a mi propio escudo de armas
otro blasón que en vano, seguramente,
reclamará ser descifrado.

Al destruir una estatua se corre el riesgo
de convertirse uno mismo en una de ellas,
advierte más tarde Cocteau.
Pero esta advertencia será vana,
al menos para mí, por el momento,
hasta tanto alcance a descifrarla.

miércoles, octubre 16, 2019

Ese temor a la muerte

No deja de ser razonable
ese temor que todos
o casi todos
tenemos ante la idea de la muerte.
Digo idea no porque ella
no sea algo real, tanto como ineludible,
sino porque aunque todos hacia ella vamos
no la hemos experimentado todavía
y sólo podemos imaginarla.
No deja de ser razonable,
porque vivimos intentando
darle un sentido a todo
lo que hacemos y lo que somos
y la muerte vendrá a borrar todo sentido
posible para arrojarnos inclemente
al mar oscuro de la nada.
Y sin embargo
no deja de ser paradójico
ese temor que todos
o casi todos
sentimos hacia esa muerte
tan inapelable como extraña.
Después de todo
la muerte nos empuja hacia un vacío
que nos espanta por desconocido
pero todos venimos de la nada
que antecede a nuestras vidas.
Vamos hacia el mismo lugar
desde el cual llegamos.
Somos en definitiva apenas eso:
algo que sucede en un breve espacio
de tiempo que llamamos vida
flanqueado antes y después
por dos eternidades de no ser.

sábado, octubre 12, 2019

Sueño 191012

Sentí algo así como un par de gotas de lluvia, primero una y al rato otra; pero supe que no era lluvia, sino otra cosa. Acaso un par de pedruzcos, caídos de quién sabe adónde. Apenas un rato antes un auto blanco había caído adentro de una zanja que no debía estar en ese lugar, como si el suelo se hubiese abierto para tragárselo, congregando a una gran cantidad de curiosos que se habían acercado para observar el percance. Sentí entonces un ruido a mis espaldas. O acaso algo que enrareció de repente el aire o el ambiente. Me di vuelta y te toqué, para que vos también lo hicieras y pudieses ver el portento. En la vereda de enfrente un edificio, que en realidad era más bien una estructura abandonada a medio camino convertida luego en una tapera enorme, concluida a los ponchazos con materiales rejuntados aquí y allá por sus moradores, que vaya uno a saber cómo habían terminado viviendo allí, estaba temblando. De ahí habían venido las pequeñas piedras que había sentido caer unos segundos antes. Los balcones del edificio, terminados con unas paredes de ladrillo precarias, armadas con toda evidencia así nomás, sin siquiera una capa de revoque, se sacudían y se resquebrajaban. Enseguida comprendí que la estructura iba a derrumbarse, algo que efectivamente sucedió apenas unos segundos más tarde. Mientras veía colapsar las losas y las paredes, me apresuré a cubrirte con mi cuerpo, para que nada de lo que pudiera salir despedido de aquel colapso pudiera golpearte y hacerte daño. Te cubrí como pude, con los ojos cerrados, hasta que sentí que la nube de polvo y piedras se había disipado. Cuando volví a abrir los ojos estábamos en un sótano, felizmente ilesos. Salimos de ahí subiendo una escalera de material que daba a la calle. Presentí que el escenario que nos esperaba afuera podía llegar a ser dantesco, con gente atrapada, tanto viva como muerta, entre los escombros. Dijiste algo que no recuerdo mientras subíamos los escalones. Yo te respondí que no sería el último derrumbe del cual íbamos a ser testigos. Sin embargo, sentí que en tanto estuviésemos juntos nada malo podría pasarnos a nosotros. 

miércoles, septiembre 11, 2019

Sueño 190907

Habíamos ido a cenar, y después fuimos al cine. ¿O acaso había sido un recital? No lo recuerdo. Supongo que tampoco importa demasiado, que lo importante era haber pasado un rato juntos. Lo cierto es que ahora estamos aquí, uno al lado del otro, mirando los dos eso que bien podría ser un plano, o bien una enorme maqueta de una zona rural, pendiente encima nuestro, como fijada al techo, mientras nosotros observamos desde la cama, y señalamos aquí y allá con un brazo hacia arriba, mientras con el otro nos abrazamos. De repente me pregunto si de verdad eso es una maqueta. Y si de verdad está arriba de nosotros. Me da entonces un ligero vértigo, porque entiendo que en realidad no estamos acostados, sino volando, y que eso no es una maqueta, sino la tierra, vista desde lo alto. Y me agarro más fuerte de vos, para no caerme, o para que no te caigas, y se siente lindo el calor de tu cuerpo, el abrazo, el abrigo de las nubes, y nos reímos. Te señalo entonces allí abajo, aunque tal vez sea arriba, pero eso ya no importa, un círculo en medio del verde y te pregunto si se trata de una pileta o de un estanque. Me decís que sin los anteojos no ves bien, y te reís, y nos reímos. Y no existe nada más allá de este abrazo y esta magia. Y mientras este abrazo subsista, ya sea que estemos dormidos o despiertos, todo, absolutamente todo, resulta posible.

jueves, agosto 29, 2019

Sueño 190828 - La biblioteca infinita

Sueño. Estoy en una biblioteca. Voy mirando y eligiendo libros, un poco al azar. Aunque pensándolo bien es probable que en verdad el azar no exista en estas cosas. Como no sabemos qué hay realmente detrás de algunas cuestiones, solemos hablar de azar; pero en definitiva esto no es más que un decir, un gesto automático que nos remite a la comodidad de no tener que profundizar demasiado. Volvamos mejor a los libros. Hay varios ejemplares que me llaman la atención. Reconozco por ejemplo un volumen con poemas de Oliverio Girondo, aunque presiento que en realidad debe tratarse de su obra completa. También intuyo una Estética de la desaparición, de Paul Virilio. Paso mis manos por las tapas nuevas, lustrosas, ligera e inexplicablemente húmedas. Por suerte, esta humedad no parece hacerle daño al papel. Agarro ahora uno de los libros (¿al azar?) y lo abro en cualquier parte. Descubro en su interior una combinación de fotografías en blanco y negro con textos breves. En este momento es cuando me doy cuenta de que estoy soñando.

Por alguna razón no es posible leer en sueños. Uno puede adivinar títulos, autores o sentidos genéricos; pero la decodificación de un texto escrito es una tarea improbable. Las fotografías, en el caso de mi libro, de este libro que tengo ahora mismo entre mis manos, son perfectamente visibles, con corte a página completa y una buena calidad de impresión; pero las letras, blancas sobre fondo oscuro, muy a pesar del buen tamaño tipográfico, se resisten. Siempre la palabra escrita se resiste a ser leída en los sueños. Me digo que es una verdadera lástima. Porque de no suceder esto podría encerrarme en esta biblioteca a leer, un ejemplar cada día, o acaso más, mientras afuera, en el mundo real, el tiempo se detiene. Una posibilidad magnífica, que cancelaría la tragedia de una vida demasiado breve para tantas bibliotecas, como escribió alguna vez Julio Cortázar en Rayuela. Por un instante la idea me parece maravillosa, pero de inmediato me gana la decepción: por mucho que lo intente, no es posible leer en sueños.

Más tarde, cuando ya esté despierto, seguramente arriesgaré algunas posibilidades que intenten dar respuesta a por qué sucede esto. Pensaré, por ejemplo, que tal vez la mente no logra resolver la contradicción que media entre la libertad pura del inconsciente, lanzado al juego de sus fantasías más profundas, y las cotas propias de la lógica analítica indispensable para llevar una serie de grafemas convencionales al terreno del sentido. O tal vez, para no caer en una mirada tan tecnicista, sospeche que la mente de quien sueña únicamente puede elaborar contenidos que ya residan en su inconsciente, con lo cual sería imposible soñar libros que no conozcamos con antelación. De ser así la fabulosa biblioteca onírica quedaría limitada a variaciones de los libros que ya hemos leído, sumados a aquellos otros que -con mejor o peor estilo- podamos concebir durante el sueño, escritores soñantes. Tantas veces hemos soñado magníficas ideas, que se disipan irremediablemente al despertar... ¿No sería fantástico escribir esas ideas, mientras estamos en esta biblioteca, para poder leerlas después, cuando volvamos a estar despiertos? Pero vayamos más lejos. Especulemos también con otras ideas. Por ejemplo, ¿no será posible conectarnos durante el sueño con lo que estén soñando otras personas?

Sueño lúcido. Sé que estoy soñando. Tengo este libro abierto entre mis manos y no consigo leerlo. Y comprendo que esto sucede así, precisamente, porque se trata de un sueño. Me frustro. Busco alternativas. Entonces me doy cuenta de que no todo es sueño: en el mundo real, si es que las categorías de real y de imaginario tienen todavía algún sustento, te siento acostada a mi lado, tibia, tranquila, cercana. Supongo que también dormís. Quiero entonces mostrarte el libro que todavía sostengo, pedirte que lo agarres, que lo tengas vos y me lo devuelvas más tarde, para poder leerlo cuando ya esté despierto. No se me pasa por la cabeza la idea de que el libro pudiese no ser real. Tampoco que en verdad vos pudieras no estar allí conmigo afuera del sueño. Que seas también vos, esta sensación que tengo de vos, parte de mi fantasía. Veo el libro en mis manos, a vos te siento... No tengo demasiadas incertidumbres y la idea de que puedas meterte en mi sueño no me parece en absoluto descabellada. Sin embargo, algo de todo esto al final me causa gracia, y me río. Pero me río de verdad. Vos me escuchás, te despertás a medias y me decís algo. También yo me escucho reír, y por un momento me olvido del libro, que desaparece. ¿Era ese libro de verdad o era ciento por ciento un producto de mi imaginación? ¿Existirá en alguna parte ese volumen soñado? ¿Podré volver a tenerlo entre mis manos de nuevo si vuelvo a dormirme? Los laberintos de los sueños son muy extraños y misteriosos. Resulta demasiado fácil extraviarse en ellos. Es verdad que bien podría uno soñar ser Icaro y sobrevolar los muros, pero habrá que tener presente el triste final que tuvo aquel intrépido.

Sigo durmiendo. Y tal vez soñando. ¿No seremos acaso también vos y yo apenas parte del sueño de alguien más? ¿Cómo saberlo? Recuerdo de pronto algo que alguna vez escribió Descartes, que si alguien  duerme y sueña, los sentimientos que deriven de ese sueño, por más que lo soñado no sea real, serán inevitablemente ciertos. La angustia de quien sueña algo triste, el miedo de quien tiene una pesadilla, pertenecen a un mismo tiempo al mundo de lo onírico y al de lo real.

Así me paseo entre la dimensión de la fantasía y la de la realidad, jugando a intentar distinguir la frontera que delimita una de la otra, aquel libro, esta piel, y me resulta extraño no poder unir ambas cosas, esto que veo mientras sueño, y esto otro que siento, que intuyo que llega a mí desde un lugar más lúcido. Aunque no estoy seguro de qué sea más o menos lúcido. Pero sé que me resulta abrumador estar en esta biblioteca infinita, tener todos estos libros al alcance de la mano, y acaso también todo el tiempo del mundo para leerlos, y que no me sea dado develar los misterios que estos libros albergan, por no poder leerlos. Curiosamente no se me ocurre que quizás ninguno de estos libros tenga escrito algo que no pueda conocer de otras maneras. ¿Cómo podría yo mismo, que soy el autor de mi sueño, proyectar en estas páginas cualquier contenido proveniente de una mente distinta de la mía, la de Girondo, la de Virilio o la de cualquier otro? Excepto, claro está, que en los sueños no haya sino una gran mente universal, de la cual todos vengamos a formar parte. La idea no resulta descabellada, después de todo. Pero no puedo decir más, porque de pronto me despierto.

miércoles, julio 31, 2019

Cercanías y distancias

Es curiosa la memoria. Nos conectamos muchas veces a través de ella con la lejanía de un recuerdo... Esta expresión acaso tenga demasiada pretensión poética. Lo que pretendo decir es que, aunque parezca una paradoja, la memoria remite tanto a una cercanía como a una distancia. Esos recuerdos que tenemos, o quizás creemos tener, nos remiten a cosas lejanas en el tiempo, pero tal vez no son en verdad más que construcciones que hacemos. No es verdad que recordemos aquellas vacaciones que hicimos junto a nuestros padres cuando teníamos cinco años. Lo que recordamos es una foto tomada en aquella ocasión, y algunas cosas que nos contaron, y el resto lo inventamos. Cercanía y distancia, entonces. Y ni siquiera es necesario que nos remontemos tanto en el tiempo. Ni siquiera son del todo auténticos los recuerdos que nos remiten a las cosas que han sucedido hace diez años atrás. O acaso incluso ayer mismo.

Hablando de recuerdos, creo recordar haber escuchado decir que Mark Twain alguna vez dijo que los días más importantes en la vida de una persona son aquel en el cual nace y aquel otro en que finalmente descubre el para qué. No me consta que Twain haya dicho esto. De hecho dudo de mi propio recuerdo al respecto. Pero de haberlo dicho me parece que el hombre está condenado a no alcanzar jamás el referido descubrimiento. Eso sí: acaso puede creer que lo ha alcanzado. Como quien cree recordar algo que tal vez no sea más que una impostura, una falsa conciencia, una idea que nos permite sentirnos un poco mejor con nosotros mismos, haciéndonos creer que somos dueños de nuestra propia identidad, de nuestro propósito o de nuestra historia, aunque no sea cierto.

lunes, julio 22, 2019

Palabras sobre nada

No quiero ser nada.
Me asusta la idea
de ser nada.
Aunque no puedo ser nada
mientras estoy diciendo esto.
Y sin embargo,
todo parece indicar que
inconmovible
la nada aguarda allá adelante.

¿Y antes de esto? ¿Qué éramos?
Ni el pasado ni el futuro
nos ofrecen respuesta.
Acaso no seamos más que
un mientras tanto rodeado por
una eternidad de nada antes
y una nada interminable después.
Y sin embargo.

Hay demasiadas preguntas,
y demasiadas pocas respuestas,
y demasiada nada en torno de todo.

Es curioso...
Pero cuando seamos nada,
nada tendrá la menor importancia.
Nada importará en absoluto.
Pero nos aferramos de tal modo
a este enorme misterio que somos
o que creemos ser
que no podemos concebir
ninguna cosa
desde ningún lugar
que no seamos nosotros mismos.


jueves, julio 18, 2019

Palabras sin destino

Siento pena, siento dolor, siento miedo,
pero por sobre todas las cosas
me invade el desconcierto.
No comprendo por qué
desde hace un año
no estás más,
cómo es que no logro
encontrarte en ninguna parte.
No faltan quienes pretenden,
con buena intención y palabras
repetidas una y mil veces,
explicarme lo que ocurre,
como si yo no lo supiera.
Pero no quiero comprender,
no lo acepto, no me conformo,
no me puedo resignar.
Hace un año ya...
Un año desde aquel último gesto
de tomar tu mano entre las mías
sin saber si llegabas a sentirlo;
un año desde aquellas últimas palabras
dichas por mí en medio del silencio
de aquella última noche
en que acaso intuí era una despedida
y que no sé si llegaste a escuchar.
Un año desde que aquella puerta
se cerró detrás de mi espada,
y sería, en efecto, la última vez.
La última vez de todo.
Te extraño tanto, papá.
Y lo digo en voz alta, y lo escribo,
y lo que más me duele es saber
que no tengo manera de
hacerte llegar estas palabras.


sábado, junio 29, 2019

Ciudades

Podría ser en Roma,
O en París, o acaso en Praga.
Este mismo amanecer.
Este mismo resplandor entrando
de manera tenue por una ventana.
Podría ser cualquiera de esas ciudades
o quizás Dublin, Hamburgo, Brujas,
e inclusive Buenos Aires.
Sabremos qué hay detrás de las cortinas
que cubren las ventanas más tarde,
cuando salgamos a caminar en busca
del Café de la Paix, o del Parque Minnewater.
Pero hasta entonces el mundo es esto,
esta tenue luz, este silencio,
el roce de las sábanas sobre la piel,
y el calor de tu cuerpo desnudo
acurrucado junto al mío.
Podría ser cualquier ciudad del mundo,
pero no hay un lugar en el universo
en el cual yo prefiera estar
más que en este preciso espacio
en el cual los dos estamos ahora mismo,
ni ningún amanecer más hermoso
que aquel que me encuentre a tu lado.

jueves, junio 27, 2019

Sueño 190627

El tren había llegado enseguida, pero después se había empecinado en quedarse detenido en la estación. Conmigo estaban Jéssica (edad indefinida), Daniela, y acaso también alguien más a quien no recuerdo. Sí tengo presente, en cambio, que salí del vagón para caminar un poco. O tal vez porque quería estar un rato solo. Solía tener esa necesidad entonces, de alejarme un poco de los demás, incluso tratándose de mi esposa y nuestra hija, y en ocasiones me pasa todavía con el resto de la gente. Lo cierto es que estaba fuera del tren cuando la formación cerró sus puertas y arrancó sin previo aviso. Me insulté por lo bajo, reprochándome mi descuido, pero por suerte el tren siguiente se encontraba ya a la vista, y esta vez no habría ninguna demora antes de que continuara su camino. Me acomodé apoyado contra uno de los laterales del vagón, y seguramente me habré perdido en intrascendencias.

De repente me sorprendí preguntándome en dónde había dejado la bicicleta. ¿Había subido al tren con ella? Estaba casi seguro que sí, pero allí no estaba. Con extraña tranquilidad dí por sentado que ya estaría en manos de alguna otra persona, cuando sonó mi celular. Era Daniela, para preguntarme -su tono de voz me hizo saber de inmediato que estaba muy molesta conmigo- adónde estaba. En situaciones tales solía ser común -acaso lo sigue siendo- que yo tomara la situación de un modo distraído, de manera que con toda naturalidad expliqué que me había tomado el tren siguiente, y que seguramente estaríamos cerca. Para mi sorpresa, Daniela me dijo que ellas ya habían llegado a Once. Cosa curiosa, porque mi tren todavía no había entrado a Liniers. ¿En qué momento se había instalado entre nosotros tanta distancia?

- Cuando llegues fijate, porque está tu papá acá esperándote; necesita la bicicleta -escuché que me decía la voz de Daniela del otro lado del teléfono. Siempre me molestó ese tono, que me hacía saber que yo me encontraba en falta, incluso sin decirlo. Y jamás supe cómo enfrentarlo. Ese fue parte de nuestro desencuentro. Podría haberle dicho que la bicicleta ya no estaba, pero no lo hice. Sin embargo, por una vez no fue para ocultar mi falla, el inexcusable descuido de haber extraviado el rodado, de ni siquiera saber si había subido o no con él al tren o recordar en dónde lo había dejado.

- Decile por favor que me espere -respondí. A decir verdad, la bicicleta ahora era lo de menos. Lo que me importaba era la oportunidad de volver a ver a mi papá.

Desperté antes. Por alguna razón siempre despierto antes. Me resulta muy difícil soñar con mi viejo, después de su muerte. Y por más que intenté volver a dormirme, ya no logré hacerlo.

martes, junio 25, 2019

Aunque parezca un juego de palabras, no soñar nada es muy diferente a soñar con la nada

Anoche soñé una vez más con la nada.
Si me preguntaras cómo es esto
probablemente te diría que
es algo difícil de explicar.
Es como tener de repente la certeza
de que después de la muerte
nos espera exactamente eso:
ni más ni menos que la nada misma.
Un final absoluto y definitivo.
Se me ocurre decir que también absurdo.
Ni alma, ni dioses, ni trascendencia, ni espíritu,
y por supuesto, entonces, tampoco un sentido.
Es como si una angustia sin forma
se te metiese de pronto en el alma...
Nada de lo que hagas podrá salvarte.
Aunque por otra parte, también tuve una idea:
Si nada hay después, tampoco hay reglas.
Cualquier cosa que queramos hacer es lícita
puesto que estamos vivos, ni antes, ni después.
Tal vez el único sentido posible esté en el ahora.


sábado, junio 08, 2019

Sábado 17:59

Se está haciendo de noche otra vez
y una vez más me enfrento
a esta extraña inquietud
que de pronto comprendo
se parece demasiado al miedo.
Será por eso -me digo de repente-
que suelo sacarle fotos al horizonte
cuando desde el ventanal de mi casa
veo cómo el sol se va escondiendo
y la luz y el calor de la tarde
le ceden paso de a poco a la oscuridad.
Saco fotos para tratar de entender,
o para pretender que soy valiente.
Pero eso es mentira.
Cuando ya sea entrada la noche,
acaso mi inquietud cambie de forma,
y tal vez será el amanecer
lo que me inquiete más tarde.
Es el cambio inevitable de las cosas
lo que me angustia.
Incluso cuando mañana
amanecerá y atardecerá de nuevo.
Pero nosotros ya no seremos los mismos.

sábado, junio 01, 2019

Un diálogo inadecuado

- Decime... ¿A vos no te pasa que a veces te dan ganas de decir cosas inadecuadas?

- ¿Cosas inadecuadas?... ¿Inadecuadas cómo?

- Inadecuadas como esta pregunta que acabo de hacer, precisamente. Pero es nada más un ejemplo. Pienso que tal vez sea algo así como el deseo de hacer una prueba. Decir cosas para ver cómo suenan en el momento preciso de ponerlas en palabras. O para ver qué sucede entonces. Incluso cuando tal vez uno en realidad no desea que suceda nada en particular. O mejor dicho... ¿Una doble negación vendría a ser algo así como una afirmación? ¿O es más bien todo lo contrario?

- Sinceramente... no tengo la menor idea de qué me estás queriendo decir con todo esto.

- Lo lamento. Te aseguro que intento ser lo más claro que puedo. Lo que ocurre es que... Bueno, ya ves. De esto es de lo que hablo. Supongo que a vos no te sucede, entonces. De lo contrario no te sorprenderías tanto. Se trata simplemente de esto: de unas ganas imperiosas, como una compulsión, de decir -o escribir- cosas que suelen estar completamente fuera de lugar, o bien pasar por incomprensibles. Y fijate que a la larga lo incomprensible también resulta inadecuado.

- Debe haber cosas inadecuadas que no sean incomprensibles, supongo.

- Quién sabe. Puede ser que al decirlas parezcan comprensibles, pero que en verdad no lo sean.

- ¿Y qué hacés ante ese deseo, cuando se presenta?

- Algunas veces me dejo llevar. En otras ocasiones me gana el silencio. O acaso sea yo quien gana. Supongo que no hay manera de saberlo con exactitud. Y que no debería estar diciendo todo esto.

domingo, mayo 26, 2019

Sueño 190525

No sé de dónde salieron las dos medias de toalla que yo llevaba en la mano, tan parecidas pero al mismo tiempo tan diferentes que me hicieron dudar de si realmente se correspondían o no a un mismo par. Tampoco sé por qué estaban húmedas --en realidad empapadas. Sin pensarlo demasiado decidí hacer con ellas un bollo que terminé guardando en un bolsillo, no sin antes estrujarlas, para escurrir un poco el agua, discretamente, sin que mamá se diese cuenta.

Creo que ella subió las escaleras primero. Era una casa antigua, y claramente estaban preparando una reunión. Lo delataba la cantidad de bandejas y platos que habían sido dispuestos en varias mesas, en los distintos ambientes, a la espera de los comensales. El Tolo fue la primera persona con la que me crucé al llegar. Me llamó la atención encontrarlo allí, sabiendo que había muerto muchos años atrás. También había una niña muy pequeña que me miró con una inquietante familiaridad. Yo no supe quién era, aunque más tarde --una vez que desperté-- acaso lo intuí.  Recuerdo que la chiquita estaba sentada muy cerca del borde de la escalera, y yo me apresuré a apartarla, pues pensé que corría el riesgo de caer al vacío. Me llamó la atención que nadie más le diera importancia al asunto, como si en realidad a la pequeña nada pudiera sucederle.

También se encontraba allí mi abuela, algo molesta, pues al parecer se había empeñado en preparar una salsa casera que no le terminaba de salir como quería. De todos modos me saludó con afecto, pero me llamó la atención verla tan joven. La tercera persona a la que reconocí fue a Irma, la hija de Miguel y madre de Claudia --de quien estuve enamorado de chico, cuando todavía no sabía lo que significaba estar enamorado. Pero ni Claudia ni Miguel estaban allí. Supongo ahora que, por circunstancias diferentes ella y él, todavía no habrían llegado.

También Irma se veía extrañamente joven, y se lo dije. Ella sonrió, pero no hizo ningún comentario. De pronto comencé a sospechar que algo no del todo normal estaba sucediendo. Le pregunté entonces si acaso también yo me veía rejuvenecido en esa casa. Me respondió que no, y enseguida pude verificar por mí mismo que me decía la verdad, al asomarme a un espejo que colgaba en una de las paredes de aquella sala. Yo estaba como siempre. O mejor dicho: estaba tal como se suponía que debía verme con mis años.

Fue en ese momento cuando se me ocurrió preguntar la fecha. Me costó conseguir una respuesta. Primero me dieron la referencia de un día de la semana, sinceramente no recuerdo cuál, porque eso en verdad no me interesaba. Luego logré que me diesen un número de día, y casi al mismo tiempo un mes. Tampoco recuerdo qué me dijeron entonces, pero sí el hecho de que absolutamente nadie me ofreció una respuesta que me permitiese saber en qué año estábamos. En este momento me pregunto si acaso los allí presentes se hubiesen podido poner o no de acuerdo entre ellos en ese detalle. Quizás se trataba de una reunión por fuera del tiempo.

Lo cierto es que me comencé a poner cada vez más nervioso. En ese momento la veo a mi mamá y me escucho a mí mismo diciéndole: "Tenemos que irnos ya mismo. Acá nada de lo que vemos es lo que se supone que debe ser".

Entonces me desperté. Ahora que recuerdo mi sueño, ya despierto, noto que entre los presentes también estaba un viejo compañero de la escuela. No voy a nombrarlo. Hace tiempo que no sé nada de él. Ni siquiera sé si todavía está vivo o si ya habrá muerto.

sábado, mayo 18, 2019

Tierras Santas

Cruzo por el medio de Plaza Once. Un hombre vocifera y gesticula, teniendo como público a un perro vagabundo y tres o cuatro personas que lo escuchan a una distancia prudencial. El hombre grita algo acerca de Dios, y habla también del pueblo de Israel, al cual se refiere como el pueblo elegido. De pronto me descubro pensando en aquellas tristes geografías. En Israel, pero también Palestina, Siria, Líbano y otras tierras aledañas. Me digo entonces que una de las demostraciones más cabales de que los dioses concebidos por los hombres son falaces, es que las así llamadas Tierras Santas son históricamente páramos asolados por la tragedia humana. Lo que uno estaría tentado a llamar, paradójicamente, lugares dejados de lado por la mano de Dios.


lunes, mayo 13, 2019

Entresueño 190512 - Summinia

No podría decir porqué, pero de repente me encontré pensando en Las ciudades invisibles, ese delicioso libro escrito por Italo Calvino, en el cual el autor describe una serie de ciudades imaginarias, algunas de ellas aledañas a lo imposible, cada una de ellas identificada con un nombre de mujer. Quise entonces hablarte un poco acerca de esa obra, contarte alguno de sus capítulos. Más tarde supe que en realidad me había quedado dormido, y que soñé tanto el capítulo en cuestión como mi relato. Es siempre curioso ese discreto límite que separa la vigilia del sueño, y viceversa.

Lo cierto es que soñé que te contaba acerca de Summinia, la ciudad de los espejos. Todas las mujeres de Summinia tienen un espejo mágico que les pertenece. Cuando en Summinia una mujer se enamora de un hombre, lo lleva hasta ese espejo y se acomoda junto a él delante de la plateada superficie para verse reflejada allí en su compañía. Al observar en ese espejo su propio reflejo junto al del hombre elegido, cada mujer de Summinia puede saber con absoluta certeza si ese varón es realmente el marido que habrá de permanecer junto a ella durante el resto de su vida.

Una vez concretada la unión, en aquellos casos en que el dictamen del espejo ha sido favorable, esa mujer y ese hombre permanecen juntos, y viven felices. Todos los días, de un modo casi religioso, por la mañana y por la noche, apenas después de levantarse y antes de irse de nuevo a dormir, la pareja se expone ante el espejo y las mujeres corroboran que todo siga perfectamente bien.

Pero conforme el tiempo transcurre, y el hombre se aproxima al día de su muerte, las mujeres de Summinia también logran ver esto en sus espejos mágicos. Lo que ellas hacen entonces es romper ese espejo en pedazos. Luego escogen una de las astillas, que será utilizada en un último ritual, durante el cual la mujer seccionará con gran delicadeza alguna vena del hombre, que se entregará mansamente a las manos de su amada, para no tener que atravesar la penosa circunstancia de quien está condenado a morir de otro modo. El recurso no deja de ser ingenioso, puesto que de esta manera se termina cumpliendo siempre la profecía de los espejos.

Esto es lo que yo soñé.
Probablemente no signifique absolutamente nada.



Sueño 190511 - Una leona

Me despierto. Siento el abrazo de mi mujer, que todavía duerme a mis espaldas. Nos gusta dormir así, abrazados. A veces yo la abrazo a ella, y otras veces, como ahora, es ella quien me abraza a mí. Abro levemente los ojos. Veo entonces el césped, más allá una hermosa casa, también una piscina que espera. No hay ni una sola persona a la vista. Absolutamente nadie más, excepto una leona que también duerme, o por lo menos descansa, con la cabeza apoyada en el piso al lado de donde estamos. Sin mover el cuerpo, nada más estirando mi brazo, le acaricio entonces la cabeza y la leona gruñe satisfecha, como si fuese un gato enorme y macizo.

De repente me digo que todo esto tiene el aspecto de no ser real. Pienso que acaso se trate de algo parecido a una película; pero incluso en tal caso -me digo- alguien tiene que haberla filmado: esa mano que acaricia la enorme cabeza felina tiene que ser de alguien, de un modo u otro. Y yo siento que es mía. Pero hay algo definitivamente extraño en toda la escena. Además hay como una pátina que le otorga a todo lo que veo una profundidad de colores incorrecta.

Mis párpados se abren y se cierran con pesadez. Y entonces me doy cuenta: tengo como dos pares de párpados superpuestos, como si fuesen dos capas de lo mismo. Si abro la primera de las capas, allí está el césped, la piscina, la leona... Pero entonces me esfuerzo, y logro abrir la segunda capa, y entonces veo la pared del dormitorio, la cómoda, el espejo apoyado arriba, que refleja las primeras luces del día. El abrazo cálido y reconfortante de mi mujer continúa allí, haga lo que haga.

Vuelvo entonces al jardín, con su piscina y su césped. Ahora me doy cuenta: aquí el contraste de las imágenes es diferente. Comprendo que se trata de la dimensión de los sueños. Decido hacer entonces un experimento: le ordeno a mi brazo que se mueva, de manera que mi mano pase por delante de mis ojos, que están cerrados. Porque ahora comprendo que durante todo este tiempo mi cabeza ha permanecido inmóvil, apoyada sobre la almohada. Increíblemente sucede que sí, que logro ver mi mano.

Esta comprobación me hace largar una risotada. Mi mujer me escucha y murmura algo que no alcanzo a entender, pero que con facilidad adivino como un "qué pasa, de qué te reís". Giro entonces sobre mí mismo -al fin hago que mi cuerpo entero se mueva- y ella copia mi movimiento, como si fuésemos dos osos que intercambian perezosa y amorosamente los roles del abrazador y el abrazado.

Una vez acomodados en nuestra nueva posición, le cuento mi descubrimiento: que tenemos como dos pares de párpados; que el primero nos permite ver el mundo de los sueños, y el segundo abre las ventanas al mundo real. Que he movido mi brazo en el mundo real para comprobar si era capaz de verlo en sueños, y que efectivamente había logrado verlo, y que por eso había largado mi carcajada.

Pero ella me responde que no. Que está despierta desde hace un rato largo, y que yo no me he movido en absoluto antes de girar, y que tampoco me he reído. Que ambas cosas las debo haber soñado.

Reconozco que esta revelación me causa un poco de frustración. Y que de inmediato pienso en volver a darme vuelta, girando una vez más sobre mí mismo, solamente para verificar que del lado opuesto de la habitación, ahora a mis espaldas, de verdad haya una cómoda, y encima un espejo capaz de reflejar las primeras luces del día. Pues de hecho acabo de darme cuenta de que todavía es noche cerrada.

domingo, mayo 12, 2019

Haber estado

¿Fue realmente una casualidad? ¿Una simple coincidencia? ¿De verdad sabiendo que el Teatro 25 de Mayo quedaba apenas a unas cuadras de allí me desorienté, para terminar pasando justo por la puerta del geriátrico en el cual estuviste internado? ¿O habrá sido a propósito, para ver qué me pasaba, qué cosas sentía, o tal vez creyendo en algún punto que quizás pasando por allí podía llegar a volver a verte una vez más, fantasma de un fantasma entre otros fantasmas, todavía vivos pero que simplemente esperan? No lo sé. No quiero saberlo.

Geriátrico. La palabra me enoja. Quisiera evitarla, utilizar tal vez algún eufemismo. Pero al mismo tiempo debo enfrentarla. Es necesario hacernos cargo. Y además, ¿qué otra cosa podríamos haber hecho? Te imagino, cuando todavía eras vos, recomendándome que no la dejara a mamá sola, que tomara las decisiones correctas, que... ¿Cuándo fue exactamente que dejaste de ser vos? Aquella última noche, por ejemplo, en la clínica, cuando tomé tus manos entre las mías por última vez y te hablé al oído, sin saber qué decirte, ¿acaso no eras vos quien estaba allí?

Son demasiadas preguntas. Que no tienen ni tendrán respuesta. Pero sí puedo decirte algo, papá. Que de un modo u otro lo cierto es que hoy volví a pasar por allí, por la puerta de ese lugar en el cual vos jamás hubieses querido estar, y de nuevo lloré. Lloré de extrañarte, de bronca, de impotencia. Pero al mismo tiempo supe, como una fugaz revelación, que después de todo soy afortunado al llevar este dolor conmigo. Que muchísimo peor sería poder pasar por esas mismas calles y no saber que allí estuviste, o qué sentiste, o cómo era tu mirada en aquellos días. Duele pensar en todo eso. Pero mucho más debería doler no haber tenido tiempo, o ganas, o coraje, y no haber estado allí, a tu lado, como pude, como cada uno de quienes estuvimos pudo, pero ahí. Hoy esos recuerdos me hacen daño, pero mucho más daño me haría, incluso cuando no lo supiera, no tener hoy estas heridas por no haber estado.

Perdoname que te escriba estas cosas, viejo. Es que te extraño tanto. Y lo más horrible es que no tengo ningún lugar al cual poder ir a decírtelo. Por eso es que escribo, torpemente, estas palabras acá.

viernes, marzo 01, 2019

Sueño 190228

Cincuenta pisos. Los edificios altos pueden ser fascinantes. Mentalmente calculo cuánto tardaría alcanzar el suelo una persona que cayera desde lo más alto. Cuando era chico me divertía a veces arrojando cosas al vacío desde el último piso del edificio en el cual vivía. Trece pisos. Me resultaba extraña esa sensación de libertad ante las cosas que de repente dejaban de tener el sustento de un suelo que las retuviese en su sitio, aun cuando esa libertad las condenara a la inevitable caída. El tiempo que demoraba cualquiera de esos objetos en tocar el suelo, desde el piso trece en caída libre, incluso duplicado, sería menor a la mitad del tiempo que llevaría la caída desde un piso cincuenta.

Llamé el ascensor, para descender hasta la planta baja y retirarme de ese edificio. Desde que tengo memoria sueño con ascensores, que por lo general no se comportan como deberían, o al menos no de la manera en que uno esperaría que lo hagan. El de este sueño tardó bastante en venir. O acaso sucedió que debí llamarlo varias veces, porque llegaba mientras yo estaba distraído, y de inmediato se iba a otro piso, seguramente llamado por alguien más. Focalicé mi atención. Y esta vez, cuando el ascensor llegó, abrí la puerta.

El interior de la cabina tenía el aspecto de un pequeño patio. El piso, ligeramente inclinado hacia afuera, me dio la sensación de una losa que estuviese a punto de desprenderse. Lo único que daba la pauta de que se trataba auténticamente de un ascensor era la botonera, que aguardaba que yo oprimiese el botón con el número cero. Lo hice, pero sin soltar el picaporte de la puerta que había cerrado tras de mí. Tenía la sensación de que si ese piso se desprendía, al menos tendría algo de lo cual asirme. Comprendí que mi impulso no tenía sentido, si pretendía que el ascensor se pusiera en marcha, de manera que solté el picaporte y de inmediato se cerró una segunda puerta, deslizándose de derecha a izquierda. El ascensor comenzó a moverse y yo tuve la sensación de estar cayendo de espaldas. "Probablemente se deba a la inclinación del piso", me dije. Y me dejé estar, buscando algo de alivio en la idea de que cada vez estaba más cerca de llegar a la planta baja.

En ese momento hice un movimiento descuidado, que derivó en que el ascensor se desplazara y golpeara contra una de las guías, para luego detenerse. A juzgar por el aspecto descuidado de las chapas, completamente oxidadas y repletas de graffitis, ese ascensor no había recibido mantenimiento en muchos años. Pensé que las atracciones de un parque de diversiones abandonado podrían tener un aspecto bastante parecido, además de ser igualmente peligrosas. Volví a oprimir la tecla del cero, rogando que funcionara, y luego me quedé muy quieto, para evitar más percances.

Finalmente llegué a la planta baja. Pero la puerta, en lugar de abrirse delante de mí, se abrió varios metros más allá, en el otro extremo del ascensor. Con mucha dificultad, porque el piso en forma de cuña y repleto de cosas dificultaba mi desplazamiento, intenté llegar, temiendo que en cualquier momento alguna persona llamase el ascensor, con lo cual yo volvería a subir quién sabe hasta dónde y con qué dudoso destino. Alcancé a poner el pie contra la puerta justo en el momento en el cual ésta intentaba cerrarse, y pude bajar.

Es curioso el momento en el cual uno despierta de un sueño. No abrí los ojos. Ningún sonido vino a arrancarme del sueño. Simplemente salí del ascensor y comprendí que estaba en la cama, inmovil, con la cabeza apoyada en la almohada. Moví mi mano. cuando te toqué supe que todo estaba bien. Sin saber cómo, alcancé a decir dos palabras: "te quiero", fue lo que dije. Creo que me dí vuelta hasta rodear tu cintura con mi brazo. Ni siquiera se me ocurrió que tal vez continuaba soñando, un sueño dentro de otro sueño. Pero después de todo, ¿no será precisamente eso la vida?

domingo, febrero 17, 2019

Un viaje

Cae lentamente el sol sobre la playa, mientras en la boca se disipa el dejo de un gusto a sal, los restos de un mar se secan sobre la piel y se disuelven las últimas horas de un viaje irrepetible. Pasan también las páginas de un libro, mientras lamentamos no haber llevado papel para escribir también nosotros, hasta que de pronto nos detenemos en una cita a Flaubert que dice: "Alcanza con que miremos demasiado fijo una cosa para que comience a resultarnos interesante". Me digo que podrá ser Flaubert, con todo lo que ello implique, pero que yo lo hubiese planteado de un modo acaso más poético. "Alcanza con que miremos con suficiente atención una cosa para que comencemos a encontrarnos en ella nosotros mismos", por ejemplo. Cierro entonces el libro, y allí está todavía el sol, y allí está todavía el mar -menos los restos que se han secado ya sobre mi piel-, y están también los granos de arena, y un pájaro que cruza de repente el cielo, y yo intento observar atentamente cada detalle, mientras emprendo el regreso, y pienso en vos, y también en mí, y en tantas cosas. De pronto quiero regresar a casa. Y mi casa hoy es donde estén tus ojos, esos que me ayudan a ver.

miércoles, febrero 06, 2019

Solados 3

Las mismas baldosas,
las mismas paredes,
Las mismas escaleras,
hasta hay caras anónimas
que resultan familiares,
recorriendo los mismos pasillos,
y todo parece ser otra vez lo mismo.
Pero no.
No, porque hay ausencias
que son irreparables.
No, porque hay imágenes
que no pueden borrarse
y miradas y contactos
que ya no podrán repetirse,
por más que la vida siga.
Y así seguirá, todavía otro tiempo,
hasta el preciso momento en que.

sábado, febrero 02, 2019

Pity, una película

Acabo de ver una película reveladora. Se trata de un film titulado Pity, del director griego Babis Makridis. La película comienza mostrándonos a un hombre visiblemente apesadumbrado. Se trata del esposo de una mujer que se encuentra en coma después de haber sufrido un accidente. El hombre, padre de un hijo adolescente, recibe la compasión de la gente que lo rodea, mientras espera el llamado del hospital que le anuncie el fatal desenlace. Un día el temido llamado finalmente llega, dando pie a una escena notable, musicalizada con el Lacrimosa de la Misa de Requiem de Mozart. Sin embargo, pronto se descubre un giro inesperado: la mujer no ha fallecido, sino despertado del coma.

A partir de este momento la historia da un vuelco. Se hace evidente que la inesperada recuperación de la mujer, lejos de representar una buena noticia, termina operando de modo contrario: desprovisto de una excusa que lo haga merecedor de la compasión de los demás, el protagonista de esta historia se ve compelido a inventar o incluso generar nuevas tragedias, que de un modo u otro reaviven aquella mirada misericordiosa.

La caricatura es feroz. Porque de repente me lleva a pensar en varias personas que conozco, que en definitiva actúan de un modo parecido. Pero en el fondo se trata de otra cosa. En el fondo sé que también he estado en ese lugar. Y sé que siempre existe el riesgo de volver a caer en ese sitio. Entonces lo escribo; escribo estas palabras para permanecer alerta. Porque me lo merezco.

Sin título

El mundo en ocasiones es tan bello
que dan ganas de llorar.
La incomprensible vastedad del cielo
o de los mares, o un ave que vuela,
o una simple hoja balanceándose
en la punta de una rama
movida por el viento.
Cualquiera de esas imágenes
es digna de conmovernos
hasta las lágrimas.

Algunas veces el mundo es tan bello...
Pero no. En verdad el mundo no es bello.
El mundo ni siquiera es mundo
sin una mirada que lo convierta en eso.
En la soledad del desierto,
allí donde no hay ni un alma,
no existe belleza ninguna.
Es nuestra mirada la que crea
la belleza del mundo, al atestiguarla.

Entonces, ¿para quién escribo
todas estas palabras?
¿Lo hago acaso para mí mismo
o para vos, alma callada?
Para dar testimonio de tu vida
y que vos le des belleza a la mía.

martes, enero 29, 2019

Sin título

Y si ésta fuese por ventura
la última noche que me tocara vivir,
¿valdría de algo lamentarme?
¿No sería acaso preferible
pasar esas fugaces horas admirando
la vastedad del cielo plagado de relámpagos
o el insondable misterio de tu espalda?
No sé si esta será o no
mi última noche en el mundo.
Pero por si acaso lo fuese,
más valdrá no desperdiciarla
cargándola con vanos lamentos.

lunes, enero 21, 2019

Orden

El impulso de hacer un poco de orden, actividad necesaria y tantas veces postergada. Y por qué será que cuesta tanto ordenar, me pregunto. Tal vez porque supone poner en juego numerosas decisiones, comenzando por el clasificar (siempre hay lo que escapa a cualquier clasificación) y siguiendo por el revisar la utilidad y mejor destino de cada cosa. Por aquí hay de todo un poco: ropas viejas, propias y heredadas, cajas, discos, bolsas, papeles; sobre todo muchos papeles. Superadas las resistencias iniciales -por cierto poderosas- me descubro haciendo una suerte de categorización general de aquello que tengo por delante para evaluar y eventualmente descartar. Presumo que mi analista me diría que estar relatando este proceso, esta intelectualización y puesta en palabras que además pretende responder al por qué de la dificultad, es un último y desesperado intento por postergar el momento de decidir deshacerme de todo aquello que sobra. Lo siento mucho. Pero cómo podría saber qué cosas sobran sin reflexionar primero sobre qué significa que algo sobre. En ciertos casos me resulta imperioso intelectualizar, racionalizar las cosas, comprenderlas, para poder luego darles un cauce.

Así las cosas, he podido distinguir entre por lo menos tres categorías de objetos pasibles de ser descartados. Está, por empezar, todo lo que integra el clásico conjunto de "esto podría llegar a servir en algún momento". Momento improbable, de más está decirlo, que según los corolarios a la ley de Murphy no se presentará sino hasta después de que haya tirado el objeto en cuestión, al margen de qué se trate. Así y todo resulta en un punto sencillo despedirme de estas cosas, amparado quizás en la idea de que eso que a nosotros hoy no nos sirve acaso le pueda servir a alguien más. Dejar pasar las cosas, dejarlas irse, para que quizás alguien más las aproveche.

Hay una segunda categoría, en alguna medida relacionada con la anterior, que es la de aquellos papeles, libros, revistas, discos, películas, que acaso tengan o no cosas importantes para decirnos, no lo sabemos. Necesitamos tener tiempo para revisarlos, para leerlos, verlos, escucharlos... Puede que se trate de algo valioso, pero es menester detenernos sobre ellos para evaluarlo con rigor, y de este modo el proceso del orden se detendría. Entonces ponemos estas cosas de lado, hasta que tengamos tiempo, y seguimos con algo más. Aunque entonces no deja de ser otro modo de postergar. Y esto nos molesta. Pero por otra parte hay en el fondo algo más grave que nos angustia todavía más, y es que sabemos, por mucho que no queramos admitirlo, que el tiempo es demasiado breve, y que por muchos años más que vivamos no habrá tiempo suficiente para sacar el debido provecho de tantos libros, tantas palabras, tanta músicas, tanto de todo. Nos consolamos, aquí también, diciéndonos que si nosotros nos vamos, acaso quedarán esas bibliotecas para que alguien más las aproveche. Aunque sepamos que no es sino un intento vano por quedarnos tranquilos.

Pero hemos reconocido aún una tercera categoría, acaso la más difícil de enfrentar. Y esa que nos pone ante todo aquello que podríamos definir genéricamente como recuerdos. Souvenirs de lo más diversos, de un tiempo que por definición ya no es más. Son cosas que en rigor ya no son útiles, ni para nosotros ni para nadie más, pero que de alguna manera nos conectan con un pasado. Con nuestro propio pasado, aunque de un modo u otro todo pasado nos trae hasta nosotros. Y nos preguntamos para qué queremos conservar estos recuerdos, que no siempre nos llevan a momentos alegres o divertidos, sino que muchas veces, por el contrario, nos arrastran de las narices hasta lo más penoso de nosotros mismos. La respuesta a esta pregunta me resulta incierta. Por una parte creo que tiene que ver con una suerte de testimonio: esos recuerdos nos recuerdan, valga la redundancia, que hemos vivido. Por si alguna vez no somos capaces de recordarlo por nuestra propia cuenta. Esos objetos son huellas, marcas que nos revelan. Y sin embargo, esos que fuimos, esos que -es verdad- nos traen hasta lo que somos, ya no existen más. Hoy somos esto otro, personas distintas, que pueden añorar, o arrepentirse, de lo hecho y de lo evitado, de tantas cobardías y tantas insensateces, etcétera, etcétera.

He aquí el doble peligro: si nos desprendemos de todo eso, puede que el día de mañana, cuando necesitemos recordar o comprender cómo diablos hemos llegado hasta algún punto, no tengamos manera de hacerlo, pues nuestros rastros habrán sido borrados y no tendremos de dónde agarrarnos (más allá de la imaginación, que siempre es útil en estos casos) para reconstruir nuestra historia. Pero por otra parte, lo cierto es que lo que somos auténticamente no tiene que ver con nuestra historia, sino siempre e inevitablemente con nuestro presente. Somos lo que somos en este preciso momento, recordemos o no nuestros pasos. Imaginar un pasado, tanto como especular con el futuro, son maneras de no comprometernos con lo único real que tenemos, que es nuestro momento presente. Y en este sentido estos souvenirs de un tiempo pasado no hacen más que privarnos de la posibilidad de ser plenamente nosotros hoy. Pero entonces, ¿para qué escribir todas estas palabras? ¿No son acaso estas palabras la raíz de un futuro recuerdo, el de esta tarde de orden -o de desorden- y de toma de decisiones sobre qué descartar definitivamente o no? No tengo respuesta para estas preguntas. Las dejaré anotadas por aquí, por si el día de mañana acierto a poder darles una respuesta más clara.

miércoles, enero 16, 2019

Sueño 190115

"La ternura adolescente pronto será reclamada por esta matanza... (¿o era holocausto?...) hecha de... (¿sangre... almas... fuego?...)."

Me asomé al borde de aquella construcción y algo me llamó la atención en el cielo. Eran unas formas extrañas, que aparecían y desaparecían a lo lejos sobre un fondo de nubes rojizas, como símbolos que quisieran decir alguna cosa. Recuerdo nítidamente dos líneas rectas paralelas negras, que se disolvían de arriba hacia abajo antes de aparecer de nuevo. Y luego unas enormes letras de color rojo rubí, que formaban palabras que yo intentaba memorizar. Para no olvidarme, intentaba escribirlas en un papel. Pero no resulta fácil leer o escribir en sueños.

Todo había comenzado en algún lugar de Rusia, o acaso fuera algún otro país del Este europeo, en algún momento de la primera mitad del siglo pasado, a juzgar por las palabras que escuchaba y las vestimentas de las personas que alcanzaba a ver, todo en un cinematográfico blanco y negro. Me encontraba en medio de una especie de redada. Recuerdo gente actuando con violencia, hombres, mujeres y niños empujados contra una pared, gritos en un idioma que no comprendía. Yo lo veía todo desde los ojos de un cuerpo que no era el mío. Y supe que en cuanto alguien se dirigiera a mí, imposibilitado como estaba para dar explicaciones, sería también blanco de aquella furia. Especulé con la posibilidad de responder con señas, indicando una fingida mudez, pero de inmediato imaginé que eso no funcionaria. De pronto veo a un hombre vistiendo un uniforme con una inscripción en inglés. Corro tras esa persona, y al alcanzarla intento comunicarme con él, y en una media lengua torpe le explico que yo no soy de allí, y que en realidad hablo español.

El soldado me responde con rudeza, pero al menos no me agrede. En cambio me ordena que busque algo en un cúmulo de tierra cercano. Algo valioso, aunque yo no entiendo muy bien qué sea. Pero de algún modo lo encuentro, lo desentierro, y eso me salva la vida. Luego aparece una caricatura. Que a partir de lo que acaba de suceder se aboca a buscar otras cosas. Pero en este caso la misión que recibe es mucho más difícil, porque hay que hallar algo enterrado, y nuevamente no sabemos qué es, pero ahora tampoco dónde podremos encontrarlo. Con un extraño bulldozer, la caricatura comienza a excavar, y lo hará durante años, pero en vano, dando vueltas en redondo con su máquina. Más tarde alguien me dirá que a pesar de todo está haciendo un buen trabajo, pues los serbios, cuando se juntan y se emborrachan, en lugar de ponerse a pelear y a dispararse entre ellos, como solían hacerlo, se dedican a mirar por televisión esa caricatura que los divierte tanto.

Como se ve, por momentos las cosas parecen o tener ni pies ni cabeza. O tal vez su sentido se nos escapa. Ahora un automóvil se cruza con el nuestro. Quieren que les indiquemos cómo llegar al aeropuerto... Intento orientarme, pero vos, siempre mejor ubicada que yo, les respondés primero. El hombre del otro auto se muestra muy impaciente y quiere que apures tus indicaciones. La mujer que va con él habla por teléfono y de pronto dice que ya no importa, que el tío ya llegó, y que además está enfermo. "Todo mal", pienso para mis adentros. "Se enferma en el viaje, no lo va a buscar nadie al aeropuerto... Seguro que después tendrá que pagar la comida para todos." Los chicos del matrimonio también se han bajado del auto y deambulan por ahí. Nadie parece saber muy bien qué es lo que esperan... Tampoco es claro qué es lo que estamos haciendo nosotros en ese lugar. Me pongo a caminar, entonces, buscando cómo salir de aquel sitio. Y así es como llego al borde de aquella construcción, desde donde me pongo a mirar el cielo.

Intento ahora escribir aquella frase en un papel, para no olvidar lo que dice. Me cuesta hacer andar la lapicera, pero también darle forma a las letras. "La ternura adolescente pronto será reclamada por esta matanza..." ¿La palabra era matanza y o era holocausto?... Me resulta muy difícil retener los términos. Hecha de... ¿sangre?... ¿De almas?... ¿De fuego?... De todos modos comprendo que la frase en cuestión habla de la vida, de todos y cada uno de nosotros, hasta ayer mismo jóvenes, y sin embargo llamados invariablemente a morir. Lloro.

Cuando me despierto, Laura está allí. Se estira y me sonríe, y se da vuelta para que la abrace. En realidad no estoy del todo seguro de haber despertado del todo, porque en ese momento se me hace presente otra frase, que parece resonar en mi cabeza: "No dejes de quererme. Por favor, no dejes de quererme, que en tanto vos me quieras la vida seguirá teniendo un sentido."

lunes, enero 14, 2019

Ventanas sin cortinas

Puede que Dios sea Alguien que hace cosas. O puede que, como cree y dice Savater, no sea más que una forma de suspirar y exclamar humanamente ante las tribulaciones de este mundo. No hay manera de saberlo con seguridad. Y por ende tampoco hay manera de saber con certeza cuál sea el sentido de la vida. Si es que acaso tiene alguno, por supuesto. Sin embargo, no puedo dejar de preguntarme por estos asuntos. Es como dice Alberto Caeiro en su Metafísica : "Para mí pensar en esto es cerrar los ojos y no pensar. Es correr las cortinas de mi ventana (esa que no tiene cortinas)".


martes, enero 08, 2019

Sueño 190108

"Dos cosas, antes de irme: No dejes de lavarte los dientes... Y tené presente la inexorabilidad de la vida." Esto dijo mi mamá, antes de dar media vuelta e irse. Y yo no supe si se refería al inevitable paso del tiempo y la caducidad de mi vida, la de su propia existencia, o acaso a ambas cosas. Lo cierto es que cualquiera de estas posibilidades, certeras e ineludibles, me lastimaron el alma.

Pero la historia no comienza allí, sino en una farmacia en la cual una chica lee unas publicidades ante un pequeño grabador, como si estuviese en un estudio, mientras la mujer que atiende el negocio la observa con impaciencia. Creo que conozco a la chica. La mujer impaciente habla fuerte, acercándose adrede al diminuto grabador, y así estropea lo que la jovencita está grabando, como queriendo dejar en claro que ese no es un buen lugar para hacer su trabajo de radio. Me río y me pongo a bromear con la frustrada locutora, hasta que llega mi amigo Fernando y me comenta algo acerca del trabajo.

Estoy ahora en mi viejo espacio laboral, justamente, aunque todo es extraño. Hay una piscina, por ejemplo, en la cual los empleados pueden  nadar si no hace frío. Escucho a la gente hablar de cosas que no comprendo. Sí entiendo que estoy desempleado, que necesito conseguir algo para hacer, y me angustia la idea de no lograrlo. De pronto recuerdo que la chica que nos acompaña es directora de una radio. Me llama la atención no haberme percatado antes. Pero Fernando me indica entonces que no comente nada, y yo le hago caso. Me doy cuenta de que sí, me angustia no tener trabajo, pero también me desasosiega recordar lo que sufrí cuando dilapidé mis horas en un empleo que no me gustaba en absoluto. Pienso entonces en la brevedad del tiempo que corre, que estoy envejeciendo, y me pregunto qué es lo que hice hasta este momento de mi vida. Me pongo mal. Entonces me despierto.

La sensación es opresiva. Me siento en el borde de la cama y comienzo a vestirme. Me estoy poniendo los pantalones cuando entra mi mamá, con una taza de leche caliente. Le pido que haga silencio, pues Laura duerme a mi lado. Entonces ella me deja la taza y va a retirarse. Y es aquí, antes de dar media vuelta para después desaparecer, cuando me advierte: "Dos cosas antes de irme: No dejes de lavarte los dientes... Y tené presente la inexorabilidad de la vida."

Entonces comprendo que aun estoy dormido. Y me despierto, y ahí está  Laura, durmiendo a mi lado, y me pongo a llorar desconsoladamente, por la fugacidad de la vida, por mi papá que ya no está, por mi mamá que ya está grande, por el propio tiempo cada vez más escaso, y Laura me acaricia la cabeza y me consuela, cuando me despierto otra vez. Y sí, ahí está Laura, que todavía duerme ajena a todas mis experiencias oniricas, y se estira cuando siente que yo me muevo a su lado, y me pregunta si estoy bien, porque nota mi respiración agitada, y después se acurruca, y yo la abrazo. Pero sinceramente dudo si al fin estoy despierto o si continúo dormido. Instintivamente giro mi cabeza hacia la mesa de luz, donde acaso debería haber una pequeña taza con leche caliente. No está, pero eso no significa demasiado. Ya se sabe que en los sueños las cosas aparecen y desaparecen caprichosamente.

Me acerco al cuerpo tibio de Laura y lloro durante un rato, sin saber muy bien por qué razón, o sin querer saberlo, hasta que me quedo dormido de nuevo; si es que realmente he despertado en algún momento, claro está.

jueves, enero 03, 2019

El mismo nombre, otras personas

Veo al pasar algo en Facebook. Me llama la atención ver escrito mi nombre. No el mío, en realidad, sino el de alguien que ha sido llamado como yo, siendo otro, pero alcanza para que la curiosidad haga que me detenga a leer. Dice:

«La primera vez que lo conocí me dio un libro de retórica. He escrito bien: “la primera vez que lo conocí”, porque lo conocí muchas veces, sin llegar a conocerlo del todo cada vez. Germán era uno un día, otro un otro día —eso sin contar las noches— y uno no sabía a veces con cuál quedarse. La última vez que lo conocí, hace tan sólo unos meses, también me dio un libro, esta vez sobre filosofía del lenguaje. Era un buen libro, como todos los que, de una forma u otra, me dio a leer.»

Nada sé acerca de ese Germán. Bastante poco sé, de por sí, acerca de éste que esto escribe y transcribe. Pero me gusta esa idea de no ser nunca dos veces la misma persona. En realidad sucede todo el tiempo: no somos los mismos que fuimos hace un año atrás, ni tampoco los mismos que fuimos ayer, ni hace dos horas atrás. Darnos cuenta de la ocurrencia de estos cambios, y hacer algo a partir de ello, eso sí ya es otra historia.

martes, enero 01, 2019

Inicios de año

Durante los últimos días de cada año, y los primeros días del año siguiente, solemos manifestar nuestros deseos, con fórmulas del tipo "ojalá que en este nuevo año..." o similares. No digo que eso esté mal. Pero me pregunto qué pasaría si en lugar de simplemente desear, cada uno de nosotros se comprometiese consigo mismo a cambiar, a ser más cuidadoso, más responsable, más respetuoso, más reflexivo, si nos decidiéramos a ser más solidarios, a estar más atentos, a votar mejor, a hacer mejor lo que sea que hagamos, a querer y cuidar más a nuestros afectos. Yo al menos he decidido no desear nada para el 2019. Pero me gustaría intentar ser un poco mejor cada día, y renovar este voto en cada uno de mis amaneceres.