"He perdido mis certidumbres, he conservado mis ilusiones." (Jorge Semprún)
- Te digo que no tenés permitido estar acá. Retirate.
De manera que no era broma. Quien me hablaba, de manera cortante, casi agresiva, era un ordenanza. En una de sus manos sostenía el trapeador con el cual acababa de repasar el piso. Su mal modo me molestó y decidí ponerlo en su lugar.
- Perdoname ¿qué radio es ésta?
La pregunta era capciosa, pues en realidad yo solamente esperaba que el hombre aquel confirmara lo que ya sabía. O mejor dicho: lo que yo suponía. "La Clásica", era la respuesta que esperaba; pero no fueron precisamente esas palabras las que salieron de su boca cuando por fin respondió, sino otras dos.
- La Rock.
Pensé que había escuchado mal. Le hice repetir la respuesta, para asegurarme, pero el resultado continuó siendo el mismo:
- Esta es la oficina de La Rock -insistió.
En ese momento recordé que hacía un tiempo nos habían mudado a un sótano ("a un sótano miserable", pensé), por lo cual era verdad: aquel no era más mi lugar de trabajo. El ordenanza me miraba ahora en silencio pero desafiante, empoderado, esperando que yo, de manera obediente, me retirase del lugar. Me dieron ganas de decirle que, fuese o no esa mi oficina, yo sabía lo suficiente, tanto de rock como de música clásica, como para estar trabajando allí. Pero en lugar de eso dije, con una lentitud que intuí que a aquel hombre le resultaría exasperante:
- Es cierto que en el momento de entrar a este lugar, el espacio me ha parecido familiar, pero al mismo tiempo también lo noté muy distinto a como yo lo recordaba...
Por un instante fijé mi atención en unos pequeños arbustos que adornaban la estancia, prolijamente alineados, podados con un brutal corte recto. Nunca nadie nos hubiese dedicado semejante detalle a nosotros. En ese momento entró a la oficina un empleado que, sin dirigirme siquiera una mirada, como si yo hubiese sido invisible, se sentó en uno de los escritorios y se puso a trabajar. O quizás a pretender que trabajaba.
- ...Y es cierto también que ahora recuerdo que hace un tiempo nos mudaron a una oficina del sótano. De manera que es verdad: no tengo nada que hacer aquí. Tampoco vine para hablar contigo, aunque quizás eso te pese. De manera que ya me voy.
Dije estas palabras al mismo tiempo que daba media vuelta y comenzaba a enfilar mi cuerpo hacia la puerta de salida. Pero entonces me detuve y con voz calma, pero al mismo tiempo fuerte y decidida, saboreando cada una de las sílabas, añadí:
- ...Y andate a la reputa madre que te parió.
El ordenanza y el empleado se miraron. No estaban seguros de a quién de los dos había sido dirigido el insulto, y eso los confundía. Yo extendí mis brazos, como si hubiesen sido las alas de un avión, y caminé rumbo a la salida, con un paso acompasado que bien podría haber sido de baile, sintiéndome extraordinariamente satisfecho. Supe en mi sueño que ya no iba a ir a la oficina del sótano. No tenía idea de qué iría a suceder a partir de ese momento, pero entendí que por fin me sentía liberado.
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