domingo, diciembre 10, 2023

El arte, entre la incomprensión y la intolerancia

Ayer volví a escuchar, después de mucho tiempo, el álbum Jazz from Hell de Frank Zappa. Un disco que compré de oferta hace muchos años, cuando todavía no escuchaba jazz. Lo compré sin saber qué era lo que estaba comprando, y lo conservé con la duda de si su música me había gustado o no. Escuchando de nuevo ese disco me puse a pensar, precisamente, en los diferentes sentidos posibles de la palabra música. En que no siempre es posible encontrar el sentido que encierra una estructura expresiva, musical o de cualquier otro tipo. Lo evidente para unos, puede ser invisible para otros.

Hace unos días se volvió a ofrecer en el Teatro Colón la ópera La ciudad ausente, de Gerardo Gandini, sobre un texto de Ricardo Piglia. Resurgieron los previsibles debates acerca del valor de las expresiones artísticas disrruptivas. Unos que las defienden, otros que las desfenestran. Entiendo a quienes sostienen una decidida preferencia por lo conocido por sobre lo nuevo. Reconocer tiene su encanto. Hay además diferentes líneas de evolución de las formas estéticas y expresivas. Unas llevan adelante una exploración más cercana a la tendencia estética de su época, y otras son más rupturistas, más de choque. Las primeras están destinadas al conjunto de la sociedad de la época; las segundas a un núcleo inevitablemente cerrado. 

Hay quienes se preguntan cómo es posible que compositores como John Cage, Luciano Berio, Mauricio Kagel, Karlheinz Stockhausen, Morton Feldman, Iannis Xenakis y tantos otros sean todavía resistidos. La respuesta es simple: los nombrados mayormente escribían música para los músicos o para los intelectuales, y no para el público en general. El comentario no pretende ser despectivo: Friedrich Nietzche se jactaba de escribir para unos pocos iluminados. Algo de eso hay en la obra de los artistas nombrados, y está muy bien que así sea. Pero no le pidamos al mundo que aprecie sus obras. A mí me tienta explorar cada tanto ese tipo de arte. Lo hago con el convencimiento de que no debo ir a buscar allí lo mismo que puedo encontrar en Bach, en Mozart, en Beethoven. Voy a buscar la ruptura. A sabiendas de que existen también las rupturas aparentes, que no pasan de ser una mera pose. Es solamente una explicación posible: no todo el arte tiene los mismos objetivos, y por tanto tampoco los mismos destinatarios. 

Por poner un ejemplo: hay una distancia enorme, a pesar de tratarse en ambos casos de líneas rupturistas, entre Los Beatles de Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band y Los Beatles de Revolution 9, que de no haber sido incluida en el Álbum Blanco hubiese corrido la misma suerte que Two Virgins y el resto de la música experimental de Lennon-Ono: muchos ni siquiera conocen la existencia de estas obras, alejadas no solamente del canon de la época, sino también de una sensibilidad que las haga comprensibles a un público más amplio.

Pero aquí entramos al nudo de la cuestión: una cosa es que una expresión nos resulte ajena o incluso incomprensible, y otra muy diferente su rechazo a través de la denigración. Llama la atención que gente supuestamente formada declare que La ciudad ausente es música sin sentido, o una muestra cabal de falta de talento, en lugar de limitarse a decir "a mí no me gusta" o "a mí no me llega". Es como si un hispanohablante, al escuchar una conversación en alemán, chino, ruso o yiddish, ante la incomprensión de lo que escucha exclamara indignado: "¡Eso no es un idioma, no tiene ningún sentido!"

Llama la atención, y es además una alarma. Porque en ese gesto simple, aparentemente inocente, anida un germen de totalitarismo que también se ve expresado en otras esferas de lo lo social y lo político. Las pruebas están a la vista. Ya sucedió en otros momentos, tanto aquí como en otros rincones del mundo. El virulento rechazo que sufrió en su momento Astor Piazzolla por supuestamente atentar contra las raíces del tango hoy puede ser vista como una anécdota. El Entartete Kunst de la Alemania nazi es parte de la más oscura historia contemporánea. ¿Hay tanta distancia entre un ejemplo y otro?

"El abuso del sinsentido en el arte constituye la manera más eficaz tanto de presumir talento como de disimular su carencia", escribió alguien en una red social asociada al Teatro Colón, con más elocuencia que argumentos. Y muchos lo aplaudieron. Mi opinión, en cambio, es que cuando algo no se comprende, no hay mejor manera de proteger la propia autoestima que afirmar que aquello que no se ha comprendido carece de sentido. Pero de nuevo: discutir esto en torno de una ópera de Gandini no pasa, al fin y al cabo, de ser algo así como un paso de comedia. Lo severo es que el mismo paso marcial pesa sobre la organización imaginaria y política de nuestra sociedad. Ahí es donde las cosas se complican gravemente.


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