domingo, diciembre 24, 2023

Sueño 231224

Cruzamos la calle por cualquier lado, de manera precipitada. Éramos tres: dos hombres y una mujer. Uno de los hombres era yo. No tiene sentido indagar sobre quiénes eran las otras dos personas, porque en los sueños las identidades son laxas y cada uno puede ser muchos y distintos al mismo tiempo. En definitiva, todos los personajes de nuestros sueños no son más que diferentes expresiones de nosotros mismos. Todos somos uno mismo, ni más ni menos. 

Alguien mencionó un artículo que afirmaba que el cuerpo de un ser humano toleraba hasta un diez por ciento de café en sangre. Alguien más puso en duda este dato. Otro recordó un informe similar, pero relativo al litio (en realidad debió decir iodo), y mencionó el error de un médico, que de no haber sido advertido a tiempo bien pudo causar la muerte de cierto paciente. 

Ese paciente era mi padre, que entonces se puso serio y señaló que tenía algo que decir. Que yo (o ella) ya lo sabía, pero que ahora debía compartirlo con ella (o conmigo). Que ese litio (ese iodo) que le habían aplicado lo estaba carcomiendo por dentro. Que estaba enfermo y condenado. Que allí había comenzado su primera muerte. 

Entonces recordé que mi papá estaba internado. Pero no recordé, por el contrario, que él ya había fallecido tiempo atrás. Por eso me desesperó la idea de que durante todos esos meses él se hubiera quedado solo y abandonado en una cama de hospital, sin que nadie lo visitara o se ocupara de él. Supongo que fue la urgencia lo que me despertó, mientras hiperventilaba. Entonces sí, recordé que ya no. Que papá ya no está con nosotros. Que así es como se mezclan los tiempos y las ideas en los sueños. Y entonces ya no supe si lloraba por aquel padre que había sido olvidado en el sueño, o por aquel otro que ya no está para ser visitado en la vida. O por la evidencia de que al fin y al cabo todos moriremos solos. O por lo frágiles que somos. O por saber que fui el último en tomar la mano todavía tibia de mi padre, y el último en susurrarle un montón de palabras al oído, mientras me preguntaba si era capaz de escucharme, de sentirme, de intuirme, y sin saber que a la mañana siguiente, en esta misma cama en la que anoche soñé que él todavía vivía, iba a despertarme el llamado que me avisaba que, irremediablemente, él ya se había ido.

Más tarde volví a soñar. Soñé que recibía un mensaje de texto en mi celular, de un número desconocido, en el cual mi padre me decía que no me preocupara, que estaba bien, que incluso en ese otro lado de la vida que es la muerte él seguía recordándome.

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