¿En dónde vemos las cosas que vemos durante los sueños? Si tenemos los ojos cerrados, ¿cómo es posible que veamos?
No estoy seguro de dónde estaba, ni qué estaba haciendo exactamente. Sé que había intentado abrir torpemente una caja con tornillos, arandelas y otras chucherías de ferretería y que un montón de tachuelas se habían desparramado por el piso. Me di cuenta de que la persona que estaba conmigo, un viejo amigo de la infancia, de quien hacía un tiempo me había distanciado, estaba descalzo. Le advertí que tuviese cuidado y me apresuré a recoger todo, para que no pudiera lastimarse. Lo hice de manera automática, sin pensarlo, y recién luego comprendí que ese gesto tenía algo de reconciliatorio. Presentí que del otro lado había una disposición similar. Percibí su sorpresa, su conformidad, su agradecimiento. Sin embargo, esto duró poco. Ese que había sido mi amigo, para después alejarse; ese que acababa de mostrar alguna señal de beneplácito ante la proximidad del fin de un conflicto, comenzó a revolver unas cajas que encontró a mano, con una evidente actitud despectiva. Le pedí que fuese cuidadoso, que esas cosas eran mías. Cuando arrojó a un costado, sin precaución ninguna, una herramienta que había tomado, que estuvo a punto de impactar contra unos equipos de trabajo, me sacó de mis casillas. Me levanté de manera ruda, lo levanté como si fuese un muñeco, medio de los pelos, con bastante fuerza, y lo arrastré hasta arrojarlo fuera de la casa.
Aquella no era mi casa. Me di cuenta al salir. Aunque sí era el lugar correcto, en el cual me correspondía estar. Me recibió un día soleado. Por entre los pilares en los que se asentaba la construcción alcancé a ver un agua clara. Trepé por una suerte de escalera formada por unas lajas, descalzo como estaba, para poder ver mejor el lugar. Era un lago de aguas limpias, que reflejaban el cielo y el verde de la vegetación. Me arrojé sin dudarlo y de inmediato pude verme a mí mismo, nadando. Vi mi propio rostro, mis ojos abiertos debajo del agua verdosa, tranquilo, en absoluta calma. Tuve la sensación de ya haber estado anteriormente en aquel mismo espacio. Volví a verme, entonces, debajo del agua, desde fuera de mí mismo.
Eventualmente supe que estaba soñando y todas las imágenes se retiraron velozmente. De pronto ganaron espacio el silencio y la oscuridad de la noche. Comprendí que estaba acostado en mi cama. Que muy cerca, apenas a unos centímetros de mi cuerpo, dormía mi mujer. Delante de mis ojos vi la pared. Una pared oscura, interminable, que se extendía en medio de la noche. Una tenue luz me permía distinguir sus grietas blancas... Supe que mis ojos estaban cerrados. Sin embargo, veía la pared con total nitidez. ¿En dónde vemos las cosas que vemos durante los sueños?, me pregunté. Porque evidentemente no las vemos con nuestros ojos. Me quedé pensando un rato en eso. Después llegó otra pregunta: ¿Y adónde están las cosas que vemos en nuestros sueños? Porque yo estaba allí, en mi cama, junto a mi mujer, pero esa pared negra, con sus grietas blancas, estaba en otro lado. Mientras pensaba en esto, las grietas comenzaron a moverse, como si fuesen protagonistas de una animación extraordinaria. Pude ver cómo empezaban a formar recuadros con inscripciones, que de pronto evolucionaban con gran rapidez frente a mis ojos, cerrados. Me pregunté qué dirían todas aquellas palabras, elusivas, enigmáticas, escritas de hecho en alguna parte, indescifrables para mí, que no alcanzaba a leerlas, pero convencido de que guardaban historias antiguas, viejas preguntas, todo tipo de insospechados secretos y revelaciones.
Tarde o temprano debo haber despertado del todo, o quizás me haya vuelto a dormir, para sumirme en algún otro sueño que ya no recuerdo. Subsisten, sin embargo, ahora a plena luz del día, las preguntas y los misterios. ¿Adónde está esa pared? ¿Qué dicen todas aquellas palabras?
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