domingo, febrero 23, 2025

Sueño 250222

Me desperté sobresaltado, pensando que una cucaracha caminaba por mi hombro. Fue una falsa alarma, por fortuna, y pronto volví a dormir. Pero la impresión perduró , y enseguida en mi sueño pude ver que una cucaracha andaba, efectivamente, por el piso. Recuerdo haberme dicho: "Ahí estás, entonces era cierto". Después, por un momento, la perdí de vista. Me distraje observando unas hormigas en la base de un árbol. Me llamó la atención notar que estaban inusualmente activas. Entonces volví a ver la cucaracha: las hormigas la habían rodeado y la atacaban. A pesar de la notable diferencia de tamaño, el número y la ferocidad inclinaba la lucha a favor de los insectos más pequeños de manera fatal. Pronto descubrí que aquella cucaracha no era la única víctima del ataque furibundo de las hormigas: otras cucarachas y lo que parecía haber sido un ratón también yacían bajo el caótico ir y venir de los insectos, acompañado de un frenético morder y arrancar y arrastrar. Pero lo más dramático estaba unos metros más allá: la boca de un túnel que se abría en la tierra, rematado por un hervidero de hormigas, enloquecidas, endemoniadas. Pensé que podrían acabar fácilmente con cualquier persona que se atreviese a acercarse demasiado. Entraban y salían de un agujero que adiviné gigantesco, extendiéndose debajo de los edificios que estaban apenas más allá. De repente intuí el socavón, el colapso inminente de las galerías interminables, milenarias, sobre las cuales alguien había tenido la mala idea de montar aquellos edificios. Me alarmé al ver que una mujer echaba agua con una manguera sobre las hormigas, ahogando a algunas, pero acelerando al mismo tiempo el derrumbe, que supe inevitable. Me acerqué para advertirla del peligro, pero no logré que me entendiera. Ella estaba detrás de un vidrio, y además tenía unos auriculares puestos, que no atinó a quitarse en ningún momento, a pesar de haber notado que yo le hablaba. El único que escuchó mis advertencias fue un niño, que estaba ahí cerca, junto con su madre, a quien miró con preocupación, para luego preguntarle si el edificio iba a derrumbarse y si acaso ellos iban a morir. La madre siguió con lo suyo, sin responderle. Creo que no atinó ni a mirarlo siquiera. Yo comencé a alejarme, resignado a no haber sido escuchado. Pero me fui hablando en voz alta, diciéndole al niño, o quizás a mí mismo: "Tarde o temprano todos nos vamos a morir. Es algo inevitable. Lo importante es lo que hagamos mientras tanto". Después me puse también yo mis propios auriculares y comencé a escuchar música. Dí vuelta la esquina y seguí caminando. No volví la vista atrás.

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