miércoles, julio 12, 2023

Kundera, la música y los aplausos

Leo que murió Milan Kundera. Sin dudas uno de mis escritores favoritos. Alguien publica en sus redes sociales este fragmento, tomado de su obra "Los testamentos traicionados": 

"En los conciertos de jazz se aplaude. Aplaudir quiere decir: te he escuchado atentamente y ahora te manifiesto mi estima. La llamada música rock cambia la situación. Hecho importante: en los conciertos de rock no se aplaude. Sería casi un sacrilegio aplaudir y dar así a entender la distancia crítica entre el que toca y el que escucha; en ellos, no se está para juzgar y apreciar, sino para entregarse a la música, para gritar junto con los músicos, para confundirse con ellos; en ellos, se busca la identificación, no el placer; la efusión, no la felicidad. En ellos uno se extasía: el ritmo se marca con fuerza y regularidad, los motivos melódicos son cortos e incesantemente repetidos, no hay contrastes dinámicos, todo es fortísimo, el canto prefiere los registros más agudos y recuerda el grito".

Me quedo pensando en lo que sucede en la música clásica, donde el aplauso ha sido formalizado. El entendido sabe dónde y cuándo se debe aplaudir, y mira con un malicioso desdén o incluso chista a quien, por ignorancia de las reglas o por dejarse llevar, aplaude donde las normas dicen que no se debe. En un concierto, al finalizar el primer Allegro, por ejemplo. En cambio, en una ópera no parece ilícito aplaudir al finalizar el aria famosa de soprano o de tenor. Doble moral, que le dicen. Cosa curiosa, muchas veces es ese mismo entendido que antes chistó al aplaudidor impertinente quien, en su afán por demostrar que sabe que, ahora sí, la obra ha terminado y debe aplaudirse, se anticipa y asesina el mágico silencio que hubiese debido quedar suspendido durante unos segundos luego de la última nota, del último acorde de la obra, ese que todavía pertenece a la música y le da alma.

A mí me gusta escuchar. Por eso me doy cuenta de que a veces la música reclama el aplauso, y otras veces el silencio. En ocasiones es difícil compartir un espacio musical con otras personas, porque cada uno escucha desde su propia perspectiva, desde su propia sensibilidad, aun desde sus propios prejuicios. También están quienes, curiosamente, no escuchan. Han ido a un concierto, a un recital, pero la música no parece llegar más allá de sus oídos. A veces, el hecho de compartir un espacio y tiempo musical con otro, tiene un encanto que resignifica la experiencia. Otras veces la cosa no fluye, y uno se descubre deseando haberse quedado en casa, escuchando música en la comodidad de un buen disco y equipo de audio. Cuando la cosa no fluye, puede ser por falta de ánimo, por impericia del artista, y a veces por culpa de esos que no escuchan, ya sea que pontifiquen en vano o que no sepan cuándo la música reclama silencio. La sordera puede tener distintos matices. Algunas pseudomúsicas, como el reggaetón, así lo demuestran.

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