Esta mañana leí algo que me trajo a la memoria la famosa metáfora del escarabajo que proponía Ludwig Wittgenstein (1889-1951). La idea es algo extraña, pero bastante ilustrativa. Se trata de imaginar que en el momento de nacer cada quien recibe una caja, que es absolutamente personal e intransferible. Todas las personas tienen su propia caja, pero nadie puede ver lo que hay en las cajas ajenas. Solamente tenemos acceso al contenido de nuestra propia caja.
Pues bien: adentro de nuestra caja hay una especie de escarabajo. Podríamos suponer que las cajas de otras personas también contienen lo mismo, pero no hay manera de estar seguros. Entonces, decimos a viva voz, para que todos nos escuchen: "Adentro de mi caja hay un escarabajo". Resulta que muchos afirman tener en sus cajas eso mismo, un escarabajo. Pero las descripciones son ambiguas. Si nos dejamos llevar por las mismas, podría tratarse de otra clase de insecto, o de objetos parecidos a un escarabajo. Incluso esa gente podría estar intentando engañarnos, y no haber nada dentro de esas cajas. No hay modo de saberlo.
Así las cosas, a lo sumo podríamos tal vez ponernos de acuerdo para ir por la vida diciendo que todos tenemos una caja personal que contiene un escarabajo. Pero en tal caso esta palabra tendrá un sentido particular. Significará, en realidad, "el contenido de la caja de cada persona". Sea lo que sea, en concreto, ese contenido.
Para entender adónde apunta Wittgenstein con esto, pensemos en qué sucede si cambiamos ese escarabajo ideal por las palabras dolor, amor, justicia, belleza, esperanza. La única manera de anclar estos términos a un sentido concreto es a través de nuestra propia experiencia, por más que luego convengamos, tal como lo hicimos antes con escarabajo, darles un sentido común, acordado con los demás, para más o menos entender qué queremos decir con cada una de esas palabras. Pero será siempre eso: un más o menos. Porque no hay forma de saber exactamente lo que siente o experimenta una persona sino siendo esa persona.
Entonces, estas palabras remiten a un mismo tiempo tanto a algo que no puede conocer nadie más que uno mismo, como a una idea socialmente aceptada en cuanto a un sentido convencional. De esta manera, el lenguaje siempre es una construcción colectiva, un arte social. Podríamos preguntarnos si la conciencia que tenemos en relación a ese escarabajo, ese dolor, ese amor, etcétera, no dependerá en alguna medida del hecho de que exista la palabra que nombra esas realidades, a la manera de un acto social que es comprensible en tanto resulta comunicable.
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