jueves, agosto 10, 2023

Sueño 230808 - Flashback

Cuando salí de la habitación era de noche y estaba otra vez en aquel departamento, el de mi infancia. Tenía ganas de tomar agua, pero primero quise ubicar dónde estaban los integrantes de la familia. Frente a mí, apenas a un par de pasos de distancia, un breve pasillo me conducía hasta la puerta casi cerrada de la habitación de mis padres. Se alcanzaba a ver un ligero resplandor, pero el silencio me hizo suponer que del otro lado todos dormían. Algo curioso: no pensé en mamá y papá. Pensé en hermana, que habría vuelto tarde de algún baile, y supuse que estaría durmiendo ahí con mamá, que habría ido a buscarla. El calendario me desmiente: del otro lado debían estar mamá y papá; pero de todos modos no avancé, sino que fui hacia mi derecha, por el otro pasillo, que conducía a la puerta que daba a la cocina. Supongo que todavía quería tomar un poco de agua. Pero al llegar me llamó la atención la puerta entreabierta, la que daba al balcón. De noche, esa puerta siempre quedaba cerrada. Había algo que no era normal. Me acerqué a mirar, pensando que tal vez encontraría a mamá levantada; pero no. Empujé la puerta, que daba al balcón, a la noche, a la llovizna, casi lluvia, que caía en silencio. Salí, descalzo, vestido apenas con un calzoncillo, y sentí la humedad sobre las cerámicas que, a pesar del nocturno blanco y negro, supe rojas. Rojo ladrillo, rojo inocente. Aquel balcón tenía forma de ele: la parte más larga sobre Avenida Rivadavia, la más corta sobre la calle Emilio Mitre. Por un instante volví a pensar en lo inusual de la puerta abierta e imaginé la posibilidad de un ladrón. Me aventuré, de todos modos, para chequear que no hubiese nadie escondido en el sector del balcón que no podía ver, por estar del otro lado, dando vuelta la esquina. Noté que había olvidado ponerme los lentes, porque de a ratos veía borroso, pero de todos modos continué mi exploración. La luz de la noche ayudaba. No; por suerte no había nadie allí, acechando. Únicamente estaban la noche callada y la lluvia. Pensé en regresar sobre mis pasos, para avisar a mis padres; que ellos vieran si sucedía algo anormal, si había algún problema. Pero en ese momento algo me hizo cambiar de idea. Abrí los brazos debajo del agua que caía desde el cielo, copiando un gesto antiguo, que acaso hice alguna vez, hace ya mucho tiempo, o quizás imagino haber hecho, y me sentí bien. Sentí las gotas cayendo, suaves y cálidas, sobre mi piel. Sentí la planta de mis pies desnudos sobre las cerámicas mojadas, y me sentí bien. Me arrodillé en la cerámica y me dejé resbalar sobre el piso empapado, que me aceptó con cordialidad. Me tiré de panza sobre esas cerámicas, mojadas, cálidas, añoradas, y me sentí feliz. De niño me gustaba jugar a tapar la rejilla de ese balcón, que dejaba ir el agua por las tuberías, trece pisos hacia abajo, con una bolsa o algún trapo. Al rato se formaba una especie de modesta pileta, en la que yo jugaba a resbalar. La noche era cálida y luminosa, aunque lloviera, y yo era de nuevo feliz, sintiendo mi cuerpo, en aquel balcón, como cuando era chico, como cuando no necesitaba usar anteojos y tenía toda la vida por delante, todos esos años que se me hacían tontamente infinitos, ingenuamente inacabables. Disfruté por un instante de aquel regreso, a ese balcón, a esa felicidad simple del juego, a ese sentir el cuerpo niño sobre las baldosas mojadas y cálidas, sabiendo que pertenecían a un tiempo pasado y lejano. Entonces desperté. O por lo menos creí haber despertado. Y sentí tu piel, suave, cálida, contra la mía. Y fui feliz todavía un rato más, por tenerte. Dos modos diferentes y distantes de la felicidad, de la inocencia, de la calma. Creo que lloré un poco antes de volver a quedarme dormido, mientras acariciaba tu espalda desnuda. Uno a veces llora no de tristeza, sino de emoción, de añoranza, de pura fragilidad.

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