viernes, agosto 18, 2023

Para un cuaderno de apuntes sociales

 Quizás podríamos definir el amor, sencillamente, como ese profundo sentimiento que uno tiene hacia aquella persona que nos hace sentir dignos de ser amados. A veces -tristes veces- sucede que alguien busca sentir ese merecimiento, sin lograrlo. Esa forma del desencuentro es una experiencia penosa, pues socava el valor que buscamos en nosotros mismos a través de la mirada del otro. No amamos al otro, tanto como a su mirada benevolente, esa que nos categoriza como valiosos. Sin embargo, también amamos. Es decir, le devolvemos al otro su mirada benefactora, piadosa, que salva, en nuestra propia generosa mirada, esperando la reciprocidad. Porque, lo sepamos o no, esa es la condición para que el tácito contrato subsista a lo largo del tiempo. Cuando la devolución no tiene lugar, por el motivo que fuera, el amor se convierte en angustia. 

Pero el amor no es más que un caso, quizás el más especial, el más evidente. Hablamos no sólo del amor de pareja, sino también del amor parental, de la amistad profunda, de la admiración mutua. Del mismo modo, podemos afirmar que las cosas que nos gustan suelen ser aquellas que nos hacen sentir identificados con las personas con las que deseamos mezclamos y confundirnos. Esas personas a las que también les gusta lo mismo que a nosotros. Esto no significa que el amor o el gusto no sean auténticos, o que los sostengamos por mera impostura. El punto es que su raíz es siempre especular, identificatoria en relación s un otro, metonímica. 

Adoptamos y defendemos el gusto por algo, cualquier cosa que sea, como un elemento que sirve de catalizador identitario. Por eso cuando alguien ataca lo que nos gusta, sentimos que nos está atascando a nosotros. Lo dicho aplica también para las ideas, para los discursos y para las creencias, sean religiosas, económicas o políticas. En un juego de palabras podríamos decir que nos gusta que nos guste lo mismo que a esas personas con quien nos gustaría identificarnos y ser identificados. Por eso usamos nuestros gustos como bandera, como una serie de etiquetas que nos colocan de inmediato dentro de determinados círculos sociales y afuera de otros. 

Lo mismo que con los gustos, las ideas, las creencias, sucede con el amor. Pero de un modo más trascendente: somos eso que el ser amado ve en nosotros. Ahí donde con relativa facilidad podemos desentendernos de la opinión que cualquier persona tenga sobre nosotros, no logramos hacer esto con aquel a quien amamos. Hay un poder en el ser amado que lo hace diferente de los demás. Por supuesto, siempre podemos recurrir a esa herramienta de ingeniería social que es la seducción. Pero aquí los resultados son mucho más determinantes. Cuando todo funciona, en reciprocidad para ambos, se genera una comunión simbólica que, enhorabuena, nos rescata ilusoriamente de la soledad y de la muerte. Eso es el amor.

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