viernes, enero 29, 2010


"No esperes para ser feliz"...

No siempre hubo Hi-Fi y compact discs. Hubo un tiempo de canciones viejas, muchas veces mal grabadas, y cuando uno escuchaba esas canciones lo hacía en algún modesto tocadiscos, o en algún obsoleto pasacassettes de mala calidad, y todo sonaba entonces tan distorsionado que por momentos era imposible comprender lo que decía la letra de aquellos temas. Y cuando uno se ponía a cantar, inevitablemente aparecían los baches, que se rellenaban como se podía y sobre la marcha, poniendo palabras propias allí donde el autor seguramente había pensado otras distintas.

De repente estoy seguro: la letra de aquella vieja canción no dice ni nunca dijo esto de "No esperes para ser feliz". El autor escribió en ese lugar otra cosa, algo que yo nunca pude escuchar con claridad. Pero a fuerza de haber cantado de chico esta letra, seguramente apócrifa, seguramente equivocada, cuando hoy a la distancia me descubro tarareando de nuevo esa melodía, aparece de nuevo ese texto inventado por mí. Y me digo entonces que es una suerte que haya existido esa época de canciones viejas, mal grabadas y peor reproducidas. Porque de pronto comprendo que la canción en cuestión no es propiamente mía, pero tampoco de su autor, y al mismo tiempo nos pertenece de alguna manera a ambos.

Y hoy ya sé que esa canción seguro dice otra cosa. Pero no puede ser porque sí que ya entonces, y hace tanto tiempo, algo me llevara a cambiar la letra, en lugar de buscar el modo de desentrañar cuál era el texto real, el que imaginó el autor, y no este oyente. Y tampoco puede ser porque sí que hoy de pronto me ponga a tararear sin darme cuenta de nuevo aquella canción, y lo vuelva a hacer con la letra así transformada. Ni puede ser porque sí que la letra inventada por mí haya sido esta, y no otra.

"No esperes para ser feliz." Algo tiene que tener esta frase, en el marco de esta música, incluso cuando su autor no lo sepa, incluso cuando él haya escrito otra cosa. Esta canción también es mía, y me dice algo que debo aprender a escuchar...

Escuchemos. Y no malgastes el momento.
Carpe diem, como decían los antiguos y sabios latinos.

lunes, enero 11, 2010

Efímero

Vaya uno a saber por qué razón, al fin y al cabo presumible, esta mañana me desperté pensando en las efémeras, esos pequeños insectos, también conocidos como polillas sin boca, que deben su nombre al hecho de disponer de una vida brevísima, limitada apenas a unas pocas horas. De allí el nombre de este insecto, pariente cercano de las mariposas, que en verdad deberíamos llamar efemeróptero, término que deriva de la palabra "efímero".

Dado que la naturaleza ha previsto una vida tan breve para este animal, el mismo carece de boca. De hecho, no posee un aparato digestivo, pues no es necesario que se alimente. Ni siquiera es conveniente que lo haga: su tiempo es precioso. No debe perderlo buscando alimentos. Sólo debe dedicarse a volar, encontrar pronto una pareja, aparearse y depositar sus huevecillos en algún lugar húmedo y cercano. Con esto estará cumplida su misión vital. Luego el día terminará, y con él la existencia de este admirable insecto.

He escrito admirable. Y en cierto sentido es cierto: nos admira lo efímero de este animal. Nos espanta el aparente sinsentido de su efímera existencia. Y sin embargo, como escribió alguien en alguna otra ocasión, "Nosotros, que tenemos estómago y más de un día por delante, a la vista de Dios tal vez duremos apenas un poquito más que la inquietante efémera."

¿Cuál será la escala que utilizaremos para calificar el lapso de vida de este insecto como efímero? Porque, en efecto, ¿no es acaso también efímera nuestra vida? Tal vez todo esté puesto en relación a los objetivos que se planteen. Claro está, la efémera no tiene tiempo de reflexionar demasiado. No puede construir una cultura, preocuparse por obtener bienes materiales, por tener buena casa, auto, trabajo, patria, familia.

Pero más allá de esto, tal vez sea justo preguntarnos: ¿será esta mariposa feliz en algún instante de su brevísima vida? ¿Será acaso esa vida en algún punto más satisfactoria que la nuestra? ¿Será la efémera sabia, por quedar fuera del marco de aquel dicho que asegura que "quien tiene boca se equivoca"? ¿Habrá en ella algún instante de conciencia que haga referencia a su propia naturaleza? Lo más probable es que no. Somos nosotros quienes reflexionamos sobre la efemeróptera. Y no hay reciprocidad alguna: ella no reflexiona sobre nosotros, ni seguramente tampoco sobre sí misma.