jueves, octubre 27, 2016

Presencia

Mis ojos hurgaron una noche en tu mirada
buscando reflejos de su propia soledad y desamparo.
Encontraron allí, sin embargo, paz y ternura
y una hermosa luz de esperanza.
Cuando hoy me miro en los espejos
descubro en mis ojos el reflejo de los tuyos.
Estás aquí conmigo, aunque no estés en estas horas.


martes, octubre 25, 2016

Escaleras

Hay escaleras que suben,
hay escaleras que bajan...
En realidad las escaleras nunca
van a ninguna parte,
ellas están siempre quietas
y aguardan pacientes.
Son las personas las que deciden
si ascienden o si descienden
o si se detienen en alguno
de sus muchos peldaños
viendo el mundo desde allí,
a menudo convencidas
triste y falsamente
de que no hay otras
perspectivas posibles,
otras luces, otros colores.


lunes, octubre 24, 2016

Deseos - El día después

Lo de pedir tres deseos, al momento de soplar las velas sobre la torta de cumpleaños, es una práctica anclada seguramente en viejas tradiciones, pero sin nada real que la sustente. Lo pude comprobar ayer. Ante la duda, quise ser prudente: mi primer deseo fue que se me otorgara la sabiduría, para poder desear algo que realmente valiese la pena con los restantes. Pero como supuse que ese primer deseo solamente se cumpliría después de que las velas en cuestión fuesen apagadas, mi segundo deseo fue poder postergar el tercero para el día de hoy, cuando en teoría ya sería suficientemente sabio. No ha sido así. Me siento igual de ignorante que ayer. Apenas un día más viejo. De todos modos, como me queda ese tercer deseo pendiente, elijo desear que las personas que a lo largo de estos 50 años me hicieron bien, las que me acompañaron, las que me acompañan, las que atesoro en mi corazón, aquellas con las cuales no fui justo, aquellas que intentaron ser justos conmigo, que todas ellas sean felices. Es mi regalo. Nunca se sabe: acaso de los tres deseos este último sí se haga realidad. Ojalá así sea.

domingo, octubre 23, 2016

Sin cuenta

Sin cuenta. Uno puede mirar hacia atrás, o bien hacia adelante. También es posible dirigir la mirada hacia los costados, o hacia abajo, concentrando la atención de manera exclusiva en el lugar preciso en el cual se está parado, sin ver ninguna otra cosa más allá de los propios pies. O también puede uno mirar hacia adentro. Para hacer esto último hay diferentes alternativas. Uno puede cerrar los ojos  e intentar escuchar el sonido del corazón, por ejemplo. O puede acostarse con la espalda contra el suelo, dejando los ojos abiertos, y prestar atención a lo único que hay arriba, que es el cielo. A mí de chico me gustaba tirarme así en el piso, y jugaba a imaginar que de pronto la ley de gravedad se invertía, y las cosas comenzaban a caerse hacia arriba, y esa sola idea me producía una especie de intolerable vértigo, pleno de escalofríos. Me daba y me sigue dando, porque hay miedos de los cuales uno no se recupera. Cuando hoy intento mirar hacia adentro, en ocasiones lo hago con los ojos cerrados, como cuando se besa a alguien. Aunque también puede uno besar con los ojos abiertos, es verdad, y entonces otra vez el vértigo, aunque sea un vértigo hermoso. Pero eso ya es otra historia.

Sin cuenta... Y sin embargo: son más de 18.250 días, unas 438.000 horas, más de 26 millones de minutos. Pero nada de esto dice demasiado, en realidad. Habría que contar además cuántas fiebres, cuántas lluvias, cuántos días de sol, cuántos desayunos compartidos, cuántos en soledad, cuántos libros, cuántos discos, cuántos logros, cuántos intentos frustrados, cuántos sueños que quedaron marcados como a fuego en la memoria, cuántos que se olvidaron incluso antes de despertar, cuántas noches de insomnio, cuántos amores, cuántos besos, cuántos orgasmos, cuántas de tantas y tantas cosas, cada una de ellas con sus secretos valores y significados. La cuestión es que uno puede tomarse el trabajo de mirar y de contar, de hacer un recuento de las cosas que han pasado, de los muchos errores cometidos, de los eventuales aciertos en los cuales de seguro también se incurrió. Y también puede uno especular con el devenir del tiempo y estimar cuántos han de ser los días que todavía faltan. Aunque en el fondo de poco y nada sirva todo esto, porque ni el pasado ni el futuro existen fuera de la memoria o de nuestras ideas. Nada más tenemos la inasible fugacidad del momento presente. Pero entonces vuela un colibrí, y parece algo casi mágico, porque el pequeño pájaro es capaz de detenerse en medio de su vuelo, y esto es apenas una ilusión, porque el tiempo continúa transcurriendo, pero es también una metáfora que nos habla del presente, de ese mirar hacia adentro que te decía antes, tal vez con los ojos abiertos. Vértigo, entonces, el de las alas del colibrí, el de la ilusión del momento que se detiene, tal como lo pretendía Fausto, para que podamos valorarlo debidamente. El momento de la ansiada redención también, por qué no, a través de la conciencia de que la vida y la muerte existen, más allá de que sepamos o no qué significan, pero que más allá de ellas también está el instante en el cual las cosas prosiguen y suceden.