jueves, febrero 20, 2020

Sueño 200215 - Ascensores y fantasmas


Otra vez sueño con ascensores. Y esta vez con cierto sesgo lúcido, aunque esto sea una verdad a medias; porque fue allí mismo  ̶ en el sueño ̶  que le dije al sujeto del traje gris que no se preocupara demasiado, que a mí todo el tiempo me sucede esto de no llevarme bien con los elevadores (¿por qué será siempre ascensor, elevador, y jamás descensor, si el dispositivo en cuestión tanto sirve para subir como para bajar?). Quiero decir: no dije que siempre me da por soñar con ascensores que no se comportan del modo en que uno esperaría, sino que no me llevaba bien con ellos, como si fuese un dato cierto del mundo real, y no de la dimensión onírica; no sé si se comprenderá con exactitud la diferencia.

Eramos tres hombres esperando el ascensor. (En este caso el término es estrictamente correcto, dado que vamos a trasladarnos de una planta baja a un cuarto piso). Entramos, puertas que se abren y se cierran, botones que se oprimen, la cabina comienza a moverse; hasta aquí todo conforme a como uno podría esperar que sucediera. A diferencia de todos los otros sueños con ascensores que he tenido, quien rompe el eje de la normalidad en este caso no será la máquina, sino yo mismo:

 ̶ Es curioso  ̶ le digo de repente a uno de los sujetos que me acompañaban, aunque a ninguno de ellos en particular ̶ . Es posible que en realidad ahora mismo usted esté solo en este ascensor, y que nosotros dos seamos algo así como fantasmas. Acaso ni siquiera estemos aquí realmente.

Los dos hombre me miraron extrañados, como seguramente se debería mirar a una persona que en un ascensor hace un comentario semejante a dos desconocidos. Recuerdo haberles dado mentalmente la razón por observarme de tal manera.

Cuarto piso. Las puertas se abren. Uno de los hombres desciende, visiblemente aliviado. Dos permanecemos dentro de la cabina: el sujeto del traje gris, que ahora lleva un curioso bombín en una de sus manos, como si hubiese salido de un cuadro de Magritte, y yo.

 ̶ Me equivoqué al marcar; yo tenía que ir al quinto piso  ̶ dice el hombre,  aunque también puede que esto lo haya dicho yo.

 ̶ Será un viaje breve  ̶ comento entonces ̶ . Hay apenas un piso de diferencia; no deberíamos demorar demasiado en llegar.

Un botón vuelve a ser oprimido en el panel del ascensor, que sin embargo, con sus puertas ya cerradas, se empecina en no moverse, como si buscara desmentir mis últimas palabras.

 ̶ No se preocupe demasiado por este inconveniente. A mí me sucede todo el tiempo esto de no llevarme bien con los elevadores.

Ahora son muchos los botones que se oprimen, nerviosamente, sin más lógica que la esperanza de que alguno haga algo, lo que sea. Finalmente el ascensor retoma su marcha ascendente, respetando en este caso la coherencia del lenguaje. Sin embargo, el trayecto del cuarto piso al quinto se eterniza. El ascensor se mueve, pero parece no alcanzar nunca su destino. Percibo miedo en el rostro del hombre del saco gris, que vuelve a oprimir botones de un modo caótico, sin obtener esta vez ningún cambio visible.

No recuerdo con exactitud qué sucedió después de eso. Conservo la vaga imagen de una pared interminable, visible a través de la puerta del ascensor, moviéndose ya sin acomodarse a ninguna regla, y sin llegar jamás a un destino. Me pregunto ahora si en verdad no estaría aquel hombre totalmente solo en aquella cabina. O si no sería él un fantasma, y yo el único que realmente se encontraba allí. Más tarde, cuando finalmente me despierte, quizás escriba mis impresiones, para llegar a la conclusión de que tal vez ninguno de los dos estaba en realidad allí, en esa máquina descontrolada, ferozmente anárquica. También pienso que acaso el hombre del bombín esté ahora mismo escribiendo su propia versión de los hechos.

Los pies en la tierra

Permitirnos soñar.
O mantener los pies en la tierra.
Menuda disyuntiva...
A quien sueña puede que se lo acuse
de estar en las nubes, de volar en vano
entre fantasías ilusorias e inasibles.
"Lo concreto está aquí abajo", le dicen.
"Deberías hacer como nosotros,
que acostumbramos tener los pies
bien plantados en la tierra".

Bien dicho: los pies en la tierra.
Las plantas bellas, descalzas, mezcladas
con el verde frescor de la hierba
y ese leve polvo, del cual venimos
y hacia el cual vamos, que se adhiere
sin malicia, como parte de nuestra
humilde y mortal naturaleza.
Es un modo de estar en el mundo,
sin lugar a dudas, y hasta es posible
que no deje de ser un modo bello.

Pero también está con los pies en la tierra
aquel que camina en el pantano,
hundido hasta los talones en el fangal
húmedo y resbaladizo que de a ratos
pareciera convertirse en una garra
que nos retiene e impide avanzar.
¿Qué será mejor, entonces?
¿Caminar, correr, volar, arrastrarse?
Sinceramente no lo sé.

Quién acusaría al jilguero
de no tener sus pies en la tierra,
o al corcel de no mantenerlos en el aire.
Nosotros somos un poco corcel, un poco jilguero
y nos vamos moviendo por el mundo
como nos sale, siempre intentando.
Acaso soñemos nuestros pies en tierra,
o con pies convertidos en barro,
mientras alguien nos susurra
que quizás lo mejor sería
dejar de escribir banalidades.


martes, febrero 04, 2020

Insomnio 03:30

Para quién escribo.
Para qué escribo.
Con qué fin, con qué propósito.
Escribo como si fuese un exorcismo.
Intento a un mismo tiempo
Espantar a mis fantasmas,
Convencerme de que existo,
Gritar y que alguien escuche
Como si en eso hubiese alguna esperanza.
Son las tres y media de la madrugada.
Afuera sopla un viento de tormenta
Al mismo tiempo que no se mueve un alma,
Curiosa mezcla de calma y tempestad.
Sin embargo, no hay afuera,
Todo es parte de un mismo misterio.
Desearía que el tiempo se detuviera.
Pero el tiempo es implacable.

domingo, febrero 02, 2020

Sueño 02202020 - Pesadillas

Que la pesadilla sea
una caja llena de cenizas
que más que cenizas parecen
una arenisca sucia, podrida,
mezclada con basura
y con infames gusanos.
O la desesperada angustia
de la mujer que pretende
rescatar algo de esos restos;
que pareciera querer forzarme
a mezclar mis manos con las suyas
en la repulsiva tarea de revolver
en aquella triste carroña.
La mandíbula apretada hasta el dolor
como si reventándome las muelas
las cosas pudiesen ser diferentes.
No quiero recordarte así.
La verdadera pesadilla, inevitable,
es despertarme y volver a saber
que ya no estás entre nosotros
así como solías estarlo.

sábado, febrero 01, 2020

Aceptarse

Hasta que un día te decís 
si no sería razonable considerar
que más allá de los muchos errores
que cometiste en todos estos años,
y más allá de los fracasos
que podrías cargar sobre tu espalda
como una pesada mochila,
también hay de seguro en tu haber
algún que otro acierto importante.
Que en todo caso los errores y fracasos,
más allá de la consabida enseñanza
que siempre aporta toda experiencia,
vienen a confirmar lo sospechado:
que al fin y al cabo uno es
simplemente un ser humano,
con todas sus miserias,
sus desaciertos,
sus maravillas,
sus fragilidades
y sus contradicciones.
Vienen a confirmar también
que uno ha vivido
 y sigue viviendo todavía.
Darse cuenta de estas cosas,
y aceptarse con el ánimo
de seguir creciendo cada día
acaso sea precisamente
uno de los aciertos
que uno podría anotar
en su lista del haber.