domingo, marzo 24, 2024

24 de Marzo: Nunca más.

Cuando las voces claman que fueron 30.000
lo que en realidad están diciendo es que
el horror resulta incontable. 

Cuando alguien porfía afirmando que no
que de ninguna manera fueron tantos
y centra su atención en las cifras
en vez de condenar el espanto
lo que en realidad está diciendo
es que para algunas gentes la vida
carece de dignidad y valor. 

Verdad. Memoria. Justicia.
Nunca más.



lunes, marzo 04, 2024

Babel, títulos leídos a medias y la imposibilidad de la promesa


El artículo está ilustrado con una imagen de Babel. Escribo esto y me pregunto cómo es que resulta posible reconocer en una imagen, en apenas un golpe de vista, una ciudad que probablemente jamás haya existido más allá de lo legendario. Observo la imagen de Babel y alcanzo a leer la parte final del título, que dice: "... o la imposibilidad de la promesa". No llego a ver/leer las primeras palabras. El golpe de vista me lleva a quedarme con ese final. Hago clic en el enlace y comprendo que he llegado a la reseña de un libro. La reseña ha sido escrita por una colega y seguro que su lectura será de interés. Pero me niego a leerla todavía, porque Babel y la imposibilidad de una promesa parecen generar ideas propias en mi cabeza, que no quiero que se mezclen (todavía) con otras.

La multiplicación de los lenguajes, promovida por Dios para que los hombres ya no pudiesen comprenderse entre sí, fue equivalente, en la leyenda de Babel, a la anulación de todo lenguaje. Los hombres perdieron la capacidad de intercambiar ideas y eso les impidió seguir adelante con la construcción de la mítica torre, que se pretendía erigir tal alta como para alcanzar los cielos. Cómo no dudar de la historia, si después se inventarían los traductores digitales, los aviones y las naves espaciales. O Dios cambió de idea y dejó de molestarle la posibilidad de que el hombre llegase a las alturas, o solo necesitaba tiempo para ocultarse, como cuando contábamos hasta veinte al jugar a las escondidas, o todo no fue más que un bonito cuento para que el bicho humano se quedase piola y humilde en el valle de lágrimas que le tocó en suerte. Allí todavía estamos, después de todo.

Lo cierto es que me quedo pensando en la imposibilidad de la promesa. En el hecho de que toda promesa dependa de la palabra, y ante la ausencia de esta última (léase la idea de "ausencia" como abarcativa de un vaciamiento, de una depreciación, de una deformación en serie, etcétera), la primera se torna inviable. Por otra parte, toda promesa presupone un tiempo futuro, en el cual dicha promesa debería cumplirse. Al disolverse la promesa, también ese porvenir queda disuelto en un mar de incertidumbre.

De repente recuerdo un disco: Adiós Sui Generis. En cierto pasaje de aquel registro en vivo, que marcó la despedida del dúo que integraban Charly García y Nito Mestre, allá por septiembre de 1975, el público chifla, no se sabe por qué. Entonces alguien se acerca al micrófono y dice (promete, a futuro): "Bueno, no se quejen chicos... Ya vendrán tiempos mejores". Casi cincuenta años más tarde, los tiempos mejores prometidos parecen no haber llegado. Y el tiempo se acaba. Sorpresa: hemos sido estafados. Crisis de la palabra, crisis de la promesa, crisis de la esperanza. Porque parece demasiado ingenuo seguir esperando. En cuanto a la posibilidad de creer, creamos. Uno siempre cree en algo. Pero ya no más en las promesas: los Reyes Magos eran los padres. 

En realidad las promesas son posibles. El problema es que también son inviables. La promesa ya no supone ningún tipo de garantía, y todos lo sabemos. ¿En qué podría fundamentarse la promesa cuando  la palabra con la cual se formula está en crisis? ¿Cómo colocar un contenido allí, en ese representante inconsistente, caprichoso, que tanto podría querer decir una cosa como otra, según quién y cuándo la interprete? Las pruebas están a la vista de quien desee verlas: hablar de democracia, de justicia, de libertad, de amor, supone recurrir a contenedores lingüísticos que, en definitiva, podrían contener prácticamente cualquier cosa. Por lo tanto, ya no son capaces de contener nada. Cuando cualquier sentido resulta válido, resulta un sinsentido pretender que haya un sentido real para las cosas.

"¡Viva la libertad, carajo!", vocifera un energúmeno cualquiera, blandiendo una motosierra en el aire, emulando a Jedediah Sawyer, el personaje de aquella famosa película clase B titulada The Texas Chain Saw Massacre. La escena, tragicómica, es coreada por miles de fanáticos. Fanáticos que votan. "One lunatic, one vote", digamos. O sea, no es la primera vez que suceden estas cosas. Basta con pensar en  los discursos y las promesas que llevaron al triunfo del nacionalsocialismo en la Alemania de 1932, por solo poner un ejemplo posible. El énfasis no está puesto en lo que se dice, sino en cómo. No en la razón de la palabra, sino en la emoción con la cual se carga. Mayormente, una emoción representada por un enojo o una indignación desbordantes. ¿Qué significan, en estos contextos, palabras como libertad o democracia? El huevo de la serpiente surge también ahí, en el borramiento del sentido de las palabras. La claridad aparente de unos es la oscuridad auténtica de los otros, de esos que no se dan cuenta de su equivocación, etcétera. No es un mal que no existiera en otras épocas, es verdad. Pero el asunto se ha potenciado notablemente en nuestro tiempo. 

Como si fuese el efecto de una pandemia viral, la cuestión es que hablar ha perdido buena parte de su propósito originario, que era el facilitar el que pudiésemos comprendernos. Hablar, seguimos hablando, por supuesto que sí. Pero se trata de una verborragia sin un contenido real, como aquel chimpancé que describía Wassily Kandinsky, capaz de tomar un periódico y hacer la mímica de estar leyendo, pero cuya realidad no va más allá del puro gesto. Porque -ya lo hemos dicho- la palabra ha sido vaciada. Libertad, lámpara, limón, león, caspa, casta, basta... Haga el lector la prueba: basta con repetir una o varias palabras obsesivamente  en voz alta para que se convierta en puro sonido, para que pierda significado. ¿No es acaso eso lo que venimos haciendo desde hace años en nuestras culturas hipercomunicadas, radio, televisión, redes sociales mediante? Cada quien pone dentro del significante que escoja, llámese palabra o meme, lo que se le venga en gana, y pareciera importar muy poco que ese sentido, elegido caprichosamente, coincida o no con el que otros hayan puesto en ese mismo lugar. Un diálogo de sordos, digamos. En este contexto, cada quien podrá seguir con absoluta facilidad y felicidad por el camino de creer aquello que haya deseado creer. Porque en esta Babel rediviva, sin esperanzas ni tiempo, las contradicciones no tienen lugar. 

El asunto del tiempo. Si las promesas están hechas de palabras, y las palabras hoy ya no tienen sustento, el otro desvanecimiento que tiene lugar es el del tiempo. La memoria desaparece, junto con las expectativas. Nuestros esfuerzos y desvelos terminan siendo parecidos a los de Sísifo: nos afanamos por subir una enorme roca por la ladera de una montaña, solo para que ésta se desbarranque al llegar a la cima. Tras lo cual volvemos a repetir nuestro vano trabajo, una y otra vez. El sinsentido cíclico Esto es Babel: un conglomerado de representaciones meméticas, vacías, sin pasado ni futuro. Un montón de personas escupiendo la palabra libertad, por mencionar apenas una entre tantas otras posibles, sin que importe en absoluto su significado. Esta es la lógica del meme: esgrimimos significantes cuyo sentido de ser no es la transmisión de un contenido, de una idea, sino su mera multiplicación viral, ciega y bruta. Y en el fondo nos encanta que así sea. Porque sin promesas, ni memoria, ni futuro, en cierto modo también somos inimputables, del mismo modo que un niño que delega toda su responsabilidad en alguien más.

Otra música está sonando ahora. Somos flores en los tachos de basura, cantaban los Sex Pistols. Cuando no hay un sentido firme en el lenguaje, en las palabras, en lo que se dice, cuando no hay ideas que circulen, sino solamente significantes ligados de manera brutal a emociones desencajadas, desencanto, frustración, no hay expectativa posible de una promesa válida. Tampoco historia, ciertamente, porque la memoria también se transmite a través de palabras. Ni pasado, ni futuro, entonces. Y cuando no hay futuro, ¿cómo podría haber pecado? 

Es como si estuviese escuchando ahora mismo a John Lydon cantando:

God save the lion
His fascist regime
It made you a moron
A potential H-bomb

God save the lion
He ain't no human being
There is no future
In Argentine's dreaming