miércoles, octubre 16, 2019

Ese temor a la muerte

No deja de ser razonable
ese temor que todos
o casi todos
tenemos ante la idea de la muerte.
Digo idea no porque ella
no sea algo real, tanto como ineludible,
sino porque aunque todos hacia ella vamos
no la hemos experimentado todavía
y sólo podemos imaginarla.
No deja de ser razonable,
porque vivimos intentando
darle un sentido a todo
lo que hacemos y lo que somos
y la muerte vendrá a borrar todo sentido
posible para arrojarnos inclemente
al mar oscuro de la nada.
Y sin embargo
no deja de ser paradójico
ese temor que todos
o casi todos
sentimos hacia esa muerte
tan inapelable como extraña.
Después de todo
la muerte nos empuja hacia un vacío
que nos espanta por desconocido
pero todos venimos de la nada
que antecede a nuestras vidas.
Vamos hacia el mismo lugar
desde el cual llegamos.
Somos en definitiva apenas eso:
algo que sucede en un breve espacio
de tiempo que llamamos vida
flanqueado antes y después
por dos eternidades de no ser.

sábado, octubre 12, 2019

Sueño 191012

Sentí algo así como un par de gotas de lluvia, primero una y al rato otra; pero supe que no era lluvia, sino otra cosa. Acaso un par de pedruzcos, caídos de quién sabe adónde. Apenas un rato antes un auto blanco había caído adentro de una zanja que no debía estar en ese lugar, como si el suelo se hubiese abierto para tragárselo, congregando a una gran cantidad de curiosos que se habían acercado para observar el percance. Sentí entonces un ruido a mis espaldas. O acaso algo que enrareció de repente el aire o el ambiente. Me di vuelta y te toqué, para que vos también lo hicieras y pudieses ver el portento. En la vereda de enfrente un edificio, que en realidad era más bien una estructura abandonada a medio camino convertida luego en una tapera enorme, concluida a los ponchazos con materiales rejuntados aquí y allá por sus moradores, que vaya uno a saber cómo habían terminado viviendo allí, estaba temblando. De ahí habían venido las pequeñas piedras que había sentido caer unos segundos antes. Los balcones del edificio, terminados con unas paredes de ladrillo precarias, armadas con toda evidencia así nomás, sin siquiera una capa de revoque, se sacudían y se resquebrajaban. Enseguida comprendí que la estructura iba a derrumbarse, algo que efectivamente sucedió apenas unos segundos más tarde. Mientras veía colapsar las losas y las paredes, me apresuré a cubrirte con mi cuerpo, para que nada de lo que pudiera salir despedido de aquel colapso pudiera golpearte y hacerte daño. Te cubrí como pude, con los ojos cerrados, hasta que sentí que la nube de polvo y piedras se había disipado. Cuando volví a abrir los ojos estábamos en un sótano, felizmente ilesos. Salimos de ahí subiendo una escalera de material que daba a la calle. Presentí que el escenario que nos esperaba afuera podía llegar a ser dantesco, con gente atrapada, tanto viva como muerta, entre los escombros. Dijiste algo que no recuerdo mientras subíamos los escalones. Yo te respondí que no sería el último derrumbe del cual íbamos a ser testigos. Sin embargo, sentí que en tanto estuviésemos juntos nada malo podría pasarnos a nosotros.