miércoles, marzo 23, 2022

Sueño 220321 - La máquina de proyectar música

Los conejos habían tenido armas para combatir contra sus enemigos mortales, los arcanos. Unos y otros habían coexistido como personajes de un mundo de fantasía, hecho quizás de Legos, o dibujados con colores vivos sobre algunas paredes, pero esto ahora ya era parte del pasado. Allí habían quedado las armas de unos y otros, abandonadas, y ese cuchillo habría servido para mutilar, y aquel otro objeto contundente para machacar. Pero yo detengo mi atención en un implemento en particular: un juego de tres cables, rematado cada uno de ellos en una punta metálica, similar a los terminales de un tester, conectados a su vez a una pequeña caja negra que cabría perfectamente en la palma de una mano. Si uno apoya las tres puntas de metal sobre la frente de una persona, puede conocer su pensamiento.

Es evidente que ese dispositivo habría sido por demás útil en un conflicto: ningún prisionero podría haber guardado un secreto, ningún infiltrado hubiese podido permanecer mucho tiempo sin ser descubierto. Yo imagino, sin embargo, otros usos posibles para semejante ingenio. Si ese aparato es capaz de leer y luego transcodificar lo que piensa una persona, acaso pueda también servir para proyectar otros contenidos de la mente. Apoyo las puntas de metal sobre mi propia frente y me concentro. Pienso en un sonido. Lo pienso con tal esmero que finalmente lo escucho. Pero no se trata de mi imaginación: el dispositivo está realizando su trabajo. Ese sonido que imagino en mi cabeza suena de verdad en el espacio en el cual me encuentro. Pienso entonces en un acorde, en una melodía, en un coro, en una orquestación. Increíblemente, funciona. Eso que hasta un instante atrás estaba sólo dentro de mi cabeza, de repente comienza a escucharse fuera de ella. Mi padre (pero no es en realidad mi padre, sino el famoso director Michael Tilson Thomas) se asombra ante el prodigio, comprende de inmediato lo que está sucediendo, y entonces acompaña con sus gestos, dirige, alienta. Lo maravilloso sucede: alcanza con imaginar la música, con pensarla, para que la música verdaderamente suene.

Cuerdas, metales, voces, percusión... Eventualmente la música termina, y yo quedo agotado, pero feliz. Intuyo que a partir de ahora acaso me será posible expresar lo mucho que llevo encerrado dentro de mí, o al menos quizás una parte. De pronto imagino que tal vez el dispositivo también será capaz de traducir en sonidos lo que piensen las personas mudas, o dejarnos entrever con qué colores o formas sueñan las personas ciegas que jamás han visto la luz. Pienso entonces que todos somos un poco ciegos y bastante mudos, inclusive a pesar de nosotros mismos. Me digo que acaso esta máquina nos permita entender un poco mejor a nuestros semejantes. Por supuesto, todo esto no es más que una fabulosa utopía onírica, y al final despierto. La realidad es que no hay manera de colocar fuera de nosotros los sonidos que imaginamos, los colores que inventamos, los sentimientos que nos inundan, los sueños que pergeñamos. A lo sumo podemos intentar ponerlos por escrito para que algún alma buena los interprete. Eso es lo que hago ahora mismo: volcarme en palabras. Para que algún día acaso alguien me lea y me haga existir de nuevo por un rato.