jueves, enero 06, 2022

Sueño 220105 - TKARPEMGIO

"He perdido mis certidumbres, he conservado mis ilusiones." (Jorge Semprún)
El edificio era enorme, laberíntico, kafkiano. Como kafkiano también era el hecho mismo de estar allí, sin un objetivo claro, sin otro propósito más que cumplir con un horario, el ingreso pautado a las nueve, la salida a las seis de la tarde, y en el mientras tanto, en el lapso de tiempo que mediaba entre esos dos puntos de referencia, nada más un transcurrir, que debía ser ocupado en un hacer de cuenta que se hacía algo, por más que el piloto automático estuviese conectado y las cosas funcionaran por inercia, de un modo mínimo y mediocre, pero más o menos seguro.

Sin embargo, no era una sensación de seguridad lo que me habitaba, sino de insatisfacción. Yo me sabía capaz de hacer cosas mucho más interesantes y mejores. Que sin embargo a nadie parecían interesarle. Una desesperación informe me llevó a cuestionarme ese estado de estancamiento. Me pregunté qué podía intentar alguien como yo para hacer algo diferente, algo creativo, que tuviese para alguien algún valor, por mínimo que fuera. Un repentino y renovado entusiasmo me impulsó escaleras arriba, hacia donde estaba mi oficina. La puerta de acceso estaba al final del pasillo, interminable, pero por fin llegué e ingresé a la sala, iluminada, espaciosa, vacía. Me incomodó darme cuenta de que no lograba discernir cuál de todos era el escritorio que me correspondía, con mi computadora. ¿Cómo podía ser eso posible? Por algún motivo también me llamó la atención el piso, recién trapeado.

- Vos no podés estar acá.

Pensé que se trataba de una broma. La voz había sonado a mis espaldas. Me di vuelta, pero la persona que había hablado se encontraba a contraluz y no lograba distinguir sus facciones. Le sonreí, como queriendo hacerle ver que aceptaba la chanza.

- Te digo que no tenés permitido estar acá. Retirate.

De manera que no era broma. Quien me hablaba, de manera cortante, casi agresiva, era un ordenanza. En una de sus manos sostenía el trapeador con el cual acababa de repasar el piso. Su mal modo me molestó y decidí ponerlo en su lugar.

- Perdoname ¿qué radio es ésta?

La pregunta era capciosa, pues en realidad yo solamente esperaba que el hombre aquel confirmara lo que ya sabía. O mejor dicho: lo que yo suponía. "La Clásica", era la respuesta que esperaba; pero no fueron precisamente esas palabras las que salieron de su boca cuando por fin respondió, sino otras dos.  

- La Rock.

Pensé que había escuchado mal. Le hice repetir la respuesta, para asegurarme, pero el resultado continuó siendo el mismo:

- Esta es la oficina de La Rock -insistió.

En ese momento recordé que hacía un tiempo nos habían mudado a un sótano ("a un sótano miserable", pensé), por lo cual era verdad: aquel no era más mi lugar de trabajo. El ordenanza me miraba ahora en silencio pero desafiante, empoderado, esperando que yo, de manera obediente, me retirase del lugar. Me dieron ganas de decirle que, fuese o no esa mi oficina, yo sabía lo suficiente, tanto de rock como de música clásica, como para estar trabajando allí. Pero en lugar de eso dije, con una lentitud que intuí que a aquel hombre le resultaría exasperante:

- Es cierto que en el momento de entrar a este lugar, el espacio me ha parecido familiar, pero al mismo tiempo también lo noté muy distinto a como yo lo recordaba...

Por un instante fijé mi atención en unos pequeños arbustos que adornaban la estancia, prolijamente alineados, podados con un brutal corte recto. Nunca nadie nos hubiese dedicado semejante detalle a nosotros. En ese momento entró a la oficina un empleado que, sin dirigirme siquiera una mirada, como si yo hubiese sido invisible, se sentó en uno de los escritorios y se puso a trabajar. O quizás a pretender que trabajaba.

- ...Y es cierto también que ahora recuerdo que hace un tiempo nos mudaron a una oficina del sótano. De manera que es verdad: no tengo nada que hacer aquí. Tampoco vine para hablar contigo, aunque quizás eso te pese. De manera que ya me voy.

Dije estas palabras al mismo tiempo que daba media vuelta y comenzaba a enfilar mi cuerpo hacia la puerta de salida. Pero entonces me detuve y con voz calma, pero al mismo tiempo fuerte y decidida, saboreando cada una de las sílabas, añadí:

- ...Y andate a la reputa madre que te parió.

El ordenanza y el empleado se miraron. No estaban seguros de a quién de los dos había sido dirigido el insulto, y eso los confundía. Yo extendí mis brazos, como si hubiesen sido las alas de un avión, y caminé rumbo a la salida, con un paso acompasado que bien podría haber sido de baile, sintiéndome extraordinariamente satisfecho. Supe en mi sueño que ya no iba a ir a la oficina del sótano. No tenía idea de qué iría a suceder a partir de ese momento, pero entendí que por fin me sentía liberado.