viernes, agosto 24, 2018

Fotografías y encuadres


Observo mi foto una vez más. Mi foto por partida doble, porque fui yo quien la tomó, y es mi rostro lo que la fotografía muestra. En realidad muestra a la persona que fui en el momento en que la foto fue tomada. Cosa curiosa lo de la temporalidad de la fotografía: siempre que hay una foto aparecen implicados el presente y un pasado. Ahí estoy yo, siendo mirado desde un presente tal como fui visto a través del lente de una cámara en ese tiempo pasado. Un yo dividido, o acaso multiplicado, como en un complejo juego de espejos y simultaneidades relativas. Allí está el yo que fui, siendo observado desde un hoy que para quien mira a cámara era una abstracción, como lo sigue siendo para nosotros cualquier futuro que, por definición, aún no haya llegado. Allí está el yo que fui, mirando a cámara, acaso sin sospechar que esa foto se convertiría con el tiempo en algo tan especial. Quizás algo sospeché; pero si de verdad hubiese sabido, me hubiese ocupado de darle a mi cara una expresión diferente, más interesante, más digna de quedar fijada en el tiempo. Pero no lo supe. Por lo general ese es el problema: no solemos saber las cosas en el momento en que deberíamos ser plenamente concientes de ellas.

Es curioso: las fotografías son importantes por lo que muestran, como resulta razonable, pero también pueden serlo por lo que ocultan, por lo que queda afuera del encuadre. En este caso, el protagonista de la foto aparento ser yo. Pero se trata solamente de eso: de una apariencia. Porque en realidad estamos hablando de un fragmento de una fotografía más extensa. Vuelvo a mirarme. Noto que no sonrío. Aunque tampoco aparento estar triste. No alcanzo a descifrar cuál es la expresión que podría transmitirme el rostro que veo si no supiese que es el mío. Tal vez porque no logro despegarme de las sensaciones, todavía presentes, que tuve al momento de tomar la imagen. Detrás de mí se alcanzan a ver las ramas desnudas de un árbol de Plaza Irlanda. También parte de algunas otras copas, por el contrario, frondosas, de un par de ejemplares perennifolios. Me causa gracia el término, de pretensiones académicas; pero es así como se dice. Puede verse además una columna de alumbrado, y un poco más atrás, si uno presta suficiente atención, la esquina de un edificio, donde seguramente otras gentes, con otras preocupaciones, otros pensamientos, otras historias, estarían viviendo sus vidas, tan ajenos ellos a mí como yo a ellos. Recuerdo que era una tarde particularmente gris, de bastante frío, y amenazaba llover de un momento a otro. El cielo que alcanza a verse lo testimonia.

Se trata de una foto ciertamente especial para mí. Pero entonces, de nuevo: su importancia no radica tanto en lo que se ve, como en lo que no alcanza a verse. Porque en realidad, vuelvo a decirlo, si esta foto se hubiese dejado completa no me mostraría solamente a mí. Y entonces la metáfora, porque lo cierto es que la otra persona aparece ausente. Ausente en este recorte de mi fotografía, pero también ya definitivamente en el mundo. Y sin embargo está a mi lado. En la fotografía, quiero decir, si uno la viese completa. ¿Cabría tal vez pensar que de igual manera podría estarlo en el mundo, invisible pero presente? Es imposible verificarlo. ¿Será verdad eso que dicen, que existe un cielo místico al cual van a parar las almas de quienes mueren? Definitivamente es una idea que suena demasiado extraña para mí. Pero no más extraña que la hipótesis que asegura que la muerte supone sencillamente el desvanecimiento de quienes somos en la más absoluta nada.

Así las cosas, la foto, editada de esta manera, cumple el objetivo de recordarme a mí mismo estas posibilidades. La idea es que me diga que tal vez (nótese que he escrito "tal vez"; no más que eso, aunque tampoco menos), así como no se ve a simple vista que en la fotografía en realidad no estoy solo (...que la persona fotografiada no estaba sola en el momento de haberse hecho la toma), acaso algo similar podría suceder asimismo en la realidad el mundo.

Finalmente, esta foto del que fui aparece montada arriba de otra fotografía. En esta segunda imagen no se ve a nadie. Es tan solo un sector de campo, con algunas hojas y un par de troncos en primer plano, fotografiado el conjunto durante una tarde de copiosa lluvia. En la fotografía no aparece nadie, pero también en este caso la verdadera importancia de la foto no tiene que ver con lo que se ve, sino con lo que está presente del otro lado del lente. Es la fotografía de un momento, de una situación, de una compañía, de un nacimiento, de una esperanza, de algunas promesas. Solamente quienes estuvieron allí pueden comprender lo que no aparece en la foto. Y para quien estuvo, tal vez sea cierto que una imagen vale más que mil palabras. Y es por eso que ambas fotografías aparecen juntas en un preciso momento, en un presente que ya es pasado, y sin embargo persiste.

miércoles, agosto 22, 2018

Alienaciones

I.
Me mirás con extrañeza
como si estuvieses detrás de un espejo,
como si razonablemente aguardaras
que de mi boca saliesen palabras
que viniesen a explicar algo,
que echasen un poco de claridad
sobre una situación imprevista.
Pero no. Se terminó mi verborragia.
Este soy yo detrás de mi silencio.
Soy yo, intentando decir cosas
que simplemente no pueden ser dichas
pues solo puede decirse lo que se conoce
y el mundo entero se ha convertido de pronto
en una dimensión hostil e incomprensible.

II.
Inmóvil como un gato
como un gato inmóvil
que pacientemente acecha
como si fuese un ratón
a la ineludible muerte
acechador acechado
así estoy yo
atento
vacío
pendiente de una ventana
mientras sospecho que
la muerte llegará
a través de la puerta
a mis espaldas
y sin embargo
no consigo voltearme
permanezco inmóvil
y sencillamente aguardo
lo inevitable.

III.
Qué sucede que se me han
escapado las palabras y las horas.
Dónde se ha ido el niño que fui,
el padre que iba a ser, el hijo,
los primeros besos, los amores,
las esperanzas de un futuro elusivo
que no llegó a ser y sin embargo
ya no es futuro, pero tampoco
pasado, presente, ni nada.

IV.
Henos aquí.
En este momento somos.
Menudo descubrimiento:
es evidente que somos.
De lo contario ni siquiera
podríamos estar diciendo esto.
Y sin embargo el dilema es otro:
no se trata de ser o no ser
sino de intuir qué cosa somos,
de dónde es que venimos,
y hacia dónde vamos
o con qué propósito.
Todos esos interrogantes
tantas veces vanamente repetidos
para los cuales no existe respuesta.
Es posible que no seamos más
que algo que viene de la nada
y se dirige hacia otra nada.
Apenas ese mientras tanto.

V.
Que la noche dure,
que dure la noche,
que extienda su manto
de quietud y silencio
sobre el alma dormida del mundo
al menos para que yo pueda
seguir escribiendo palabras.

martes, agosto 07, 2018

Reflexiones

Leo: "Cada quien es el último testigo de cosas, hombres, vivencias, que desaparecerán ineludiblemente con él, pues después ya no habrá nadie más que los retenga en lo real. Un pasado que ya no sea recordado no existe. De este modo la realidad se desliza fuera de la realidad. Y sin embargo no se puede decir que el desierto crezca, pues surge nueva realidad allí donde la antigua se escurre y desaparece sin remedio."

Pienso que esto último no me sirve de consuelo. Y también que sólo necesita consuelo quien espera algo diferente de que le es posible alcanzar. De modo que simplemente soy tonto. Además de ignorante. Hombres fáusticos, eso somos. Me pregunto si serlo -o si hacerme tantas preguntas- estará inscripto en nuestra naturaleza. O si será posible hallar otros rumbos.

Hay una nube en el cielo.
Una hermosa nube
que se recorta con nitidez
en el fondo de un cielo límpido.
A los pocos minutos se desvanece.
La nube persiste en mi recuerdo un tiempo,
algunas horas, algunos años.
Finalmente también el recuerdo se desvanece.

¿Cuál habrá sido el sentido de la existencia de aquella nube, que curiosamente no llegó a plantearse nunca el sentido de su propia existencia? Y si yo no hubiese levantado la vista al cielo aquella tarde, y nadie más la hubiese visto... ¿la nube así y todo hubiese existido? ¿Hay manera de saberlo? Acaso hubiese habido de todos modos nube. Pero no sentido, ni tampoco preguntas, ni recuerdos, ni palabras.


jueves, agosto 02, 2018

Fugacidades

No existe Dios.
Quizás haya muerto,
o tal vez nunca existió,
o acaso decidió dejarnos
librados a nuestra suerte.
El asunto es que no hay Dios,
y por ende tampoco un sentido,
excepto aquel que logremos
proporcionarnos nosotros mismos.
Nosotros, inventores de los dioses,
los sentidos, la moral y las leyes,
todo ello tan falaz y fugaz
como nosotros mismos,
y sin embargo.
El amor y la poesía nos desmienten,
por más que también efímera sea
la frágil naturaleza de estas cosas.
Una melodía suena en alguna parte.
Es la Meditación de Thaïs, de Massenet.
Pero ya es apenas su recuerdo.
Fugacidades. Instantes inasibles.
Y sin embargo somos tan reales.
Eso somos: apenas un mientras tanto.