domingo, diciembre 24, 2006

Culpa y redención



(Música: Clara Schumann, Allegretto del Trío en sol menor Op. 17)


Todos somos culpables por algo.
No hay hombre ni mujer en el mundo
que no sea responsable de algún crimen.
Somos culpables por lo que decimos
y por cada cosa que callamos;
culpables por nuestras derrotas
pero también por nuestros triunfos,
que suelen suponer la derrota de alguien.

Somos culpables por nuestras necedades,
por nuestras cegueras y nuestras falsedades.
Culpables por nuestras ambiciones
y también por nuestros conformismos.
Y somos asimismo culpables
-acaso más que ninguna otra cosa-
por todo aquello en lo cual pretendemos
no tener culpa ninguna.

En efecto, somos culpables
por cada uno de nuestros miedos,
por cada una de nuestras renuncias,
y por nuestras pretendidas y falsas inocencias.
Como si alguien se llamara a sí mismo honesto
por nunca haberse vendido,
cuando la realidad es que jamás nadie
le ofreció servirse de una prebenda.

Somos culpables.
Y lo único capaz de redimirnos es la belleza.
Es por eso que te busco.
Es por eso que te invoco.
Es por eso que te necesito.
La mía es una búsqueda urgente,
en cierto modo indispensable
y al fin y al cabo inocente.

lunes, diciembre 18, 2006

La pureza vs. la fuerza...







Adoramus te, Christe,
et benedicimus tibi.
Quia per sanguinem
tuum pretiosum
redemisti mundum.
Miserere nobis.




Cuando volví después a su casa me dijo:
- ¿Sabes quién es el más grande de los músicos?
- Pues, no... -le contesté-. Quizás Beethoven...
- No -me dijo ella-. Ven a escucharlo.

Había conseguido algunos discos de Monteverdi; madrigales; y me los puso. Protesté, diciendo que sí, que me gustaba mucho Monteverdi, pero no más que Beethoven.

A ella Beethoven le empezaba a gustar menos que en su juventud. En los tiempos previos a la guerra, parecía preferir a Monteverdi, Bach, Mozart, el canto gregoriano. Desconfiaba cada vez más de la fuerza, incluso en el arte. Muchas veces discutimos respecto de Wagner. Me decía que después de haber escuchado a Wagner tenía la impresión de haber recibido una serie de bastonazos.

También en las artes plásticas sus gustos parecían haber evolucionado de manera semejante. Siempre le había gustado Miguel Angel, pero después le llegaron a gustar tanto, o más, pintores como Giotto, Masaccio, Leonardo, Giorgione. Cada vez más prefería la pureza a la fuerza."

Quien escribe las líneas de más arriba es Simone Petrement, compañera de estudios y amiga de la pensadora francesa Simone Weil, que es a quien en definitiva hace alusión el fragmento. Curiosamente, mi hallazgo de este breve relato coincidió, con unas pocas horas de diferencia, con la recepción, desde Italia, de un hermoso disco con piezas de Monteverdi y Frescobaldi a cargo del ensamble Musica della Corte, que dirige un viejo conocido mío, Eduardo Notrica. Fue esta casualidad la que me llevó a querer reunir ambos elementos en este comentario.

Si en el mundo del arte el lugar preponderante debería ser ocupado por la pureza o la fuerza, es algo sobre lo cual no tengo aún una opinión establecida. No creo estar dispuesto, al menos todavía, a renunciar a Wagner ni a Beethoven, en favor de otras expresiones. No creo, de hecho, en esta clase de exclusiones. Pero reconozco que en estas últimas horas encontré, en estas músicas de Monteverdi, tan bellamente interpretadas, un exquisito bálsamo, que no me canso de escuchar una y otra vez. Por algún motivo, en estos últimos días, la paz y la pureza me resultan cosas tan cercanas y necesarias. Mucho más que la fuerza, mucho más que la razón.

miércoles, diciembre 13, 2006

Las alas del deseo



Esta mañana, al leer la anotación simple de una bella amiga en su blog, recordé de pronto este pasaje, tomado de la película "Las alas del deseo" del cineasta alemán Win Wenders. Es el diálogo entre dos ángeles, dedicados a llevar un registro de los momentos simples de los humanos. Momentos simples que, sin embargo, los ángeles sabiamente rescatan, porque saben que son ellos los que constituyen, en definitiva, la verdadera humanidad de las mortales criaturas. Una humanidad que pronto será el objeto del deseo de uno de estos dos ángeles, cansado de vivir una existencia idealmente eterna, pero carente de poesía.


Salida del sol: 7:22 / Puesta del sol: 16:28
Salida de la luna: 19:04 / Puesta de la luna...
Nivel del agua en el Havel y el Spree...
Hace 20 años se estrelló un caza soviético cerca de Spandau, en el lago Stossen. Hace 50 años, fueron las olimpíadas. Hace 200 años Blachard sobrevoló la ciudad en un globo aerostático.

¿Y hoy?

En el lago de Lilienthal alguien aminoró el paso y miró a sus espaldas, hacia el vacío. En la oficina de correos, alguien quería acabar para siempre. Pegó sellos especiales en sus cartas de despedida, uno en cada una, y luego en Mariannenplatz habló con un soldado americano, en inglés, por primera vez desde que terminó el colegio, y lo hizo con soltura. En Plotzensee, un preso, antes de tirarse de cabeza contra el muro, dijo: “Ahora”. En el subterráneo, el conductor, en lugar del nombre de la estación, gritó de pronto: “Tierra de fuego”. En Rehbergen, un anciano leía La Odisea a un niño. Y el pequeño oyente, que había dejado de parpadear... Y tú, ¿tienes algo que contar?

Una viandante, que cerró el paraguas en medio de la lluvia, y se dejó empapar. Un colegial, que describía a su profesor cómo crece el helecho de la tierra, y el profesor sorprendido. Una ciega, que palpó su reloj al sentir mi presencia...

Es maravilloso vivir sólo en espíritu día tras día, para la eternidad. Atestiguar sólo lo espiritual de la gente. Pero a veces me hastía mi existencia de espíritu. Ya no quisiera este flotar eterno, quisiera sentir un peso que anulara en mí lo ilimitado y me atara a la tierra. Poder, a cada paso, a cada golpe de viento, decir “ahora”, “ahora” y “ahora”. Y no más desde siempre y para siempre. Tomar el asiento libre en una partida de cartas. Ser saludado, aunque sólo fuese con un gesto.

Siempre que hemos participado, ha sido sólo en apariencia. Nos hemos dejado dislocar la cadera en peleas nocturnas, en apariencia. Hemos capturado un pez, en apariencia. Nos hemos sentado a las mesas, hemos bebido y hemos comido, en apariencia. Nos hicimos asar corderos y servir vino, allá en las tiendas del desierto, siempre en apariencia. No pido engendrar un niño o plantar un árbol, pero ya sería algo, de vuelta a casa tras un largo día, dar de comer al gato como Philip Marlowe. Tener fiebre, tener los dedos negros de leer el periódico, fascinarse no sólo por el espíritu sino, al fin, por una comida, por la curva de una nuca, por una oreja... ¡Mentir como respirar! Sentir, al andar, que mi esqueleto anda conmigo. Intuir, por fin, en lugar de saberlo todo. Poder decir “Ay” y “Oh” y “Ah” y “Ja”... en lugar de “Sí” y “Amén”.

Alguna vez poder fascinarse por el mal. Andando entre los viandantes, atraer a todos los demonios de la tierra y al fin expulsarlos al aire.
¡Ser un salvaje!

O sentir al fin lo que es quitarse los zapatos debajo de la mesa y estirar los dedos del pie así, descalzo...

El goce de alzar la cabeza hacia la luz, al aire libre, el goce de los colores iluminados por el sol, en los ojos de las personas.

Dejar que las cosas ocurran...

domingo, diciembre 10, 2006

Algo de música: Esteban Colucci



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Esteban Colucci es otro de los artistas que, vaya uno a saber por qué motivo, han decidido confiar en un servidor la confección de la gráfica de sus discos. Si el agradecimiento por semejante deferencia no fuese motivo suficiente para presentar aquí una breve muestra de su material, Esteban es además un excelente músico, inquieto y particularmente personal en la elección de su repertorio.

Lo que se puede escuchar aquí es una breve selección del material que integra su CD "Contrastes", integrada por el movimiento final de Eclogues, el opus 206 del italiano Mario Castelnuovo Tedesco (1895-1968) y pegado, como si de una misma composición se tratara, dos de las cuatro piezas para clarinete y guitarra que componen la obra titulada Ctri Kusy, del compositor Stepan Rak.

Si Castelnuovo Tedesco es un compositor que aún no ha sido reconocido en la medida justa de sus méritos, Stepan Rak constituye un hallazgo. Es poco y nada lo que se sabe de los orígenes de este músico, nacido en 1945, en fecha imprecisa. Fue encontrado entre las ruinas de una casa bombardeada en Chust, un pequeño prueblo de Ucrania. Unos soldados soviéticos se apiadaron de él, lo subieron a su tanque y lo trasladaron hasta Praga donde quedó al cuidado de un médico ruso primero, para luego ser criado por una gitana. Su música, en todo caso, parece el reflejo de alguno de los misterios que hacen a su particular historia.

Los músicos que acompañan a Esteban en estas pistas son Gabriela Galván en flauta y Liliana Segal en clarinete.

viernes, diciembre 08, 2006

Invocación imaginaria















Yo no sé qué sucedió.
Pero esta mañana
(me parece recordarlo, al menos)
había un arriba y un abajo.
Y ahora, de repente me doy cuenta,
que de algún modo misterioso alguien
ha logrado hacer desaparecer el suelo
y todo lo que queda son nubes.

Entre las nubes escucho una voz.
Es una voz de mujer que me dice:
“¡Cruzaremos todo el mar!”
Y enseguida me saluda: “¡Hola!...”
Yo miro a mi alrededor y no hay nadie.
Pero mi torpeza es evidente:
hay cosas que no pueden verse
si no es con los ojos del alma.

Hoy la jornada es extraña.
Es día de magia y de duendes.
De bellas hadas y desnudas ninfas.
Solamente así se explica
que alguien le haya robado
a todas las calles sus nombres,
y que se haya torcido
el destino de algunos hombres.

martes, diciembre 05, 2006

De memorias y fantasmas




Los fantasmas existen. Ya no me quedan demasiadas dudas al respecto. Y no sólo eso, sino que además podemos verlos fácilmente. Basta con que tomemos cualquier fotografía lo suficientemente antigua como para garantizarnos que quienes aparecen en ella retratados ya no están en el mundo de los vivos. Nuestras propias fotos se convertirán, llegado su momento, en las marcas innegables de otros fantasmas que hoy todavía insisten en permanecer vivos. Por suerte, y que así siga siendo todavía por más tiempo.

Pero hay fotos y fotos. Esta que me enviaron hace algunos días por mail desde Francia, fruto de una serie de curiosas coincidencias, tiene algo muy particular. Los hombres de la foto llevan mi mismo apellido. Quien está sentado es mi biseabuelo, Adolphe Georges Serain (1868-1924), casado con Marie Chagnier, que aparece sentada a su lado. De pie, sus cuatro hijos: Louise Léonie (1898-1983), Georges Amédé (1900-1928), Mathilde Madeleine (1902-1989) y Raoul (1905-1938).

El último de los nombrados, el joven Raúl, que es quien aparece parado en medio de sus hermanas, era mi abuelo. Nunca lo conocí. Ni siquiera lo llegó a conocer mi padre, Raúl Jorge, que era apenas una criatura cuando su padre, mi abuelo, decidió poner fin a su vida ingiriendo un mortífero veneno. Tenía nada más que treinta y tres años. Siete menos de los que yo tengo en el momento de escribir estas líneas.

Es la primera vez que veo una fotografía de mi abuelo. No sabía que tuviese hermanos. Ni mucho menos que sus hermanas se hubiesen casado y tenido a su vez hijos, con un apellido que ya no es el mío, pero que de todos modos vienen a nutrir mi genealogía. Por alguna razón, vinculada de seguro al temor de abrir sin desearlo antiguas heridas, jamás pregunté nada. Ni a mi padre, ni a mi abuela. Ninguno de los dos dijo nunca nada al respecto. Hoy mi abuela ya no está, y a mi padre le respeto el silencio.

Mas no es la genealogía lo que me interesa, al menos en este momento. Sino el rostro inquietante de este fantasma, que mira a la cámara, esperando ser retratado, sin saber que tantos años más tarde, cuando él ya no pertenezca al mundo de los vivos, el hijo de su hijo lo estará observando, descubriendo con inquietud en la fotografía los rasgos de su propio padre, y quién sabe acaso también los suyos propios.

Las preguntas se amontonan, entonces. Un doloroso porqué que tantas veces antes habrá sido elevado por mi padre. Pero que en esta ocasión se propone como un porqué piadoso. Sólo Dios sabe, si es que acaso existe Dios, qué cosas pudieron pasar por el alma y la mente de ese hombre, que lo llevaron a tomar una determinación tan trágica, dejando solos a su esposa y a su hijo. Son preguntas para las cuales no existen respuestas. Sólo una historia oscura, a la cual me tienta, sin embargo, pedirle que vuelque algo de luz sobre algunas cosas del presente.

Es claro y evidente que esta anotación es personal. No hay aquí nada que pueda ser compartido con un lector que no conozca a quien escribe. Y sin embargo tiene que ver con uno de los comentarios que recibí en una de mis anotaciones anteriores. Allí alguien declara su deseo de ver fotos de fantasmas. Pues bien, he aquí una. Claro, cada persona tiene sus propios fantasmas, y yo me he encontrado aquí con algunos de ellos. Si esta foto hubiese llegado a mis manos hace algunos años, acaso hubiese podido conocer a Mathilde Madeleine o a Louise Léonie. No sé aún cuál sea cuál. Me atraen los rasgos de la dama vestida de oscuro. Una joven misteriosa, que curiosamente ha sido mi tía abuela. Extraño contacto éste que hoy establezco con ella, a través de los inconmensurables mares del tiempo.

Pronto me encontraré con una de las hijas de una de estas dos damas, y también con Mirta, que ha sido una de sus nietas. Seguramente no podrán darme las respuestas que busco. Pero esta foto ya es bastante por el momento. Las historias, por más oscuras que sean, tienen también sus luces. Y yo cuento con este cuadro familiar como guía. Como constancia de que el tiempo es implacable. Y la vida tan frágil y paradójica.

sábado, noviembre 18, 2006

Algo de música: Diana Baroni




Hay canciones que uno ha escuchado tantas veces, y en tantas versiones, que nos parece que no será posible hallar alternativas nuevas que nos sorprendan. El de "María Lando", de Chabuca Granda, era uno de esos casos. Y escribo "era", porque contradiciendo aquella impresión llegó a nuestras manos este disco de Diana Baroni, titulado Nuevos cantares del Perú, recientemente editado por el sello rosarino Blue Art Records.

Es extraño el caso de Diana Baroni. La encontramos tocando su flauta travesera barroca en conciertos de música antigua, en discos con obras de Johannes Mattheson (1681-1764) y Johann Sebastian Bach, elogiados por la revista Le Monde de la Musique. Como antigüista integró el ensamble Café Zimmermann, y fue invitada del Ensemble Elyma, Das Kleine Konzert y Les Musiciens du Louvre-Grenoble, pero en el Centro de Experimentación del Teatro Colón se abocó al repertorio académico contemporáneo. La primera vez que dejó su rol de flautista y se decidió a cantar, lo hizo para ponerle la voz a canciones del vanguardista John Cage (1912-1992). En su disco Son de los diablos se ocupó de rastrear rasgos africanos en la música peruana. Y en este flamante Nuevos cantares del Perú su atención y su canto se centran en las canciones de Chabuca Granda.

Pero además está lo arriba señalado: el hecho de que a pesar de que uno ha escuchado tantas veces, y en tantas lecturas distintas, una canción como "María Lando", de todos modos se sorprende al descubrirla en esta bella versión para cuarteto de cuerdas, interpretada por Elías Gurevich y Grace Medina en violines, Benjamín Bru en viola y Marcelo Bru en violoncello, que nos recuerda que la cantante viene de un ambiente académico dentro del cual hay, sin embargo, gente como la nombrada que también se anima a otras posibilidades.

Esta amplitud de criterios nos habla de un modo particular de comprender el arte musical. Más allá de que la música contemporánea, la antigua y el folklore latinoamericano tengan cosas en común, como puede ser el espacio de improvisación que le queda reservado al artista y el hecho de los tres territorios aún ofrecen mucho por explorar. Este modo particular de comprender la música se vincula con una ruptura de fronteras que tal vez jamás deberían haber estado allí. Así nos lo dice Diana: "Yo creo que no mezclamos ciertos lenguajes musicales a causa de los prejuicios. Creo que la coherencia se inventa; se crea y se cree." Y también explica: "Tanto a través de mi canto como de mi instrumento, lo esencial para mí reside en la posibilidad de comunicar a través de la música."

La música es ante todo esto: una forma de comunicación. Más allá queda la cuestión, tan a menudo vacía, de las clasificaciones y los géneros. Y esto es algo que no puede explicarse con razones, sino que sólo puede entenderse desde la emoción. Que es eso que surge, por ejemplo, cuando uno toca una tecla play y escucha nuevamente la voz que canta, y al cantar nos acerca de nuevo esos textos que dicen...

"La madrugada estalla como una estatua,
como una estatua de alas que se dispersan por la ciudad.
Y el mediodía canta capana de agua,
campana de agua de oro que nos prohíbe la soledad..."

miércoles, noviembre 15, 2006

El sueño de cualquier historiador


El Museo Roca, ubicado en Vicente López 2220 en la Ciudad de Buenos Aires, es la sede del Instituto de Investigaciones Históricas, perteneciente a la Secretaría de Cultura de la Nación. Su misión es "propender al desarrollo de proyectos y programas para el conocimiento y difusión de la historia contemporánea", según queda expresado en la propia página web de la institución.

Por si no fuese suficiente, allí mismo se amplía la definición, y queda escrito que el museo "es un Centro de Estudios que se ocupa de historia contemporánea y en especial de aquella parte de la misma iniciada en 1874", y también que su misión es "ser un centro de referencia, calidad y excelencia que propenda al entendimiento, comprensión y asimilación de los complejos hechos, acontecimientos y fenómenos político-económico-sociales y culturales de la Historia Argentina Moderna y Contemporánea". Vale decir: más claro echale agua.

Por eso es que en un primer momento me llamó poderosamente la atención la temática de una actividad extraordinaria que tomó por sede al Museo Roca, durante este mes de noviembre de 2006. Se trata de la muestra titulada “Imágenes de lo oculto", que se anuncia a sí misma como una "Exposición de espiritismo, esoterismo y lo paranormal”.

Ampliando esta información, la gacetilla de difusión correspondiente destaca: "La exposición presenta reproducciones fotográficas de fantasmas, espectros y apariciones (genuinos y fraudulentos) en combinación con una muestra de libros antiguos sobre la temática y una colección de instrumentos para contactar con espíritus. La muestra incluye un ciclo de conferencias, proyecciones de cine (video-debate) y mesas redondas a cargo de historiadores, psicólogos, urbanistas y otros profesionales y expertos, quienes expondrán las diferentes posturas en relación al fenómeno aparicional."

Algo que merece ser destacado es que la temática no parece versar de manera exclusiva sobre lo relativo a las distintas imaginerías que despierta el tema de lo fantasmagórico, que de por sí daría para un muy interesante debate, sino que se incluye también material genuino, con reproducciones fotográficas de fantasmas, espectros y apariciones de verdad. Vale decir, que la cosa va muy en serio, aunque a más de uno se le pueda ocurrir tomarlo a broma.

Y naturalmente uno se pregunta qué es lo que puede llegar a tener que ver todo esto de los fantasmas con el conocimiento y difusión de la historia contemporánea (y qué es esto de la historia contemporánea, si uno tenía entendido que lo contemporáneo es el presente, pero este ya es un tema para otra anotación). Pero a poco de reflexionar un poco, la respuesta surge evidente.

¿Qué otra cosa podría pedir un historiador, y encontrar mayor satisfacción en ello, que poder conectarse, sesión de espiritismo mediante, con los verdaderos protagonistas de la historia, muertos hace décadas en algunos casos, y siglos enteros en otros, y tener así de primera mano las declaraciones que puedan realizar estos fantasmas, sin intermediarios que tergiversen la realidad histórica de los acontecimientos sucedidos? ¿Podría concebirse un modo más efectivo de documentar los hechos del pasado y escribir una nueva y definitiva Historia?

Queda evidenciado una vez más, como dice mi amigo Pancho Ibáñez, que todo tiene que ver con todo.

jueves, noviembre 02, 2006

Hasta pronto, Teatro Colón

¿A quien pertenece el Teatro Colón? No nos preguntamos sobre cuestiones administrativas ni sindicales, sino artísticas. Los operómanos quisieran que la sala se utilizara exclusivamente para funciones de ópera (y si les insistimos un poco, acaso también para ballet), en tanto otros pretenden que el Teatro se convierta en una sala multifunción. ¿Quién tiene mayores derechos?

El Teatro Colón es una de las salas con mejor acústica en todo el mundo, además de ser todo un símbolo cultural. Más allá de la lírica, escuchar allí una orquesta, un ensamble de cámara, una obra para piano, resulta una experiencia particularmente agradable. ¿Y debe ser siempre música clásica?... Manolo Juarez grabó no hace mucho un excelente disco en el piano del Teatro; es música folclórica, magníficamente realzada por el contexto. Negarle el Colón sólo por no ser música clásica hubiese sido, en este caso, una verdadera tontería. Además de una pena.

Ahora, en el lapso de menos de un mes, hemos podido ver y escuchar a Luis Alberto Spinetta con la Orquesta Académica del Teatro, y anoche a Mercedes Sosa con la Orquesta Estable. Admitamos que a Spinetta, buen músico popular, el Colón le quedó inmensamente grande. En todo caso el mérito fue para los integrantes de la orquesta, que con este concierto buscaron sentar una posición: "Esto también es música", parecían decir. Pero el caso de la Negra Sosa fue diferente. Incluso utilizando una moderada amplificación, que desvirtuó la acústica natural de la sala (no quedaba otro remedio), logró imponer su presencia sobre el escenario.

Mercedes es una gran cantante, y las marcas que los años pueden haber dejado sobre su voz, se compensa con el arte que sólo quienes han vivido pueden ofrecer. Hay sabiduría en su modo de cantar y de decir, algo que de muy pocos artistas se puede decir con justicia. Y aunque a los operómanos esto pueda molestarlos, su presencia en el Colón fue merecida. Como un justo homenaje. Y para la sana satisfacción de su público. Y es que no cabe considerar aquí aspectos técnicos. Porque el purismo musical encuentra su límite en la poiesis propia del verdadero arte, ese que se ubica más allá de la cuestión de los géneros.

Fue la última función en el Teatro Colón hasta su reapertura, que tendrá lugar en mayo de 2008. Ahora comienzan las polémicas obras de renovación y remodelación. Y como dijo uno de los músicos de la orquesta, el día de la reapertura, cuando se puedan escuchar los resultados sobre la acústica de la sala, en caso de que ella no se haya visto alterada en nada, allí será el momento de festejar.

jueves, octubre 26, 2006

El infierno tan temido


Excepcionalmente, un descenso a los infiernos puede ser, después de todo, una experiencia agradable. Pude comprobarlo anoche, magnífica oportunidad, la de acompañar diciendo los textos de La Divina Comedia escogidos por Franz Liszt para complementar la versión para dos pianos, coro femenino y recitante de su Sinfonía Dante, obra de la cual yo sólo conocía su versión para orquesta. En los dos pianos, los maestros italianos Vittorio Bresciani y Francesco Nicolosi; sobre el final, el broche dorado aportado por el Coral Hungaria, dirigido por Sylvia Leidemann.

Acompañando la música, las imágenes proyectadas desde la cabecera de la sala ocupaban toda la extensión de la pared que hace las veces de fondo de escenario en la sala Piazzolla del Teatro Argentino de La Plata. Entre ellas el terrible cuadro pintado por Delacroix, que describe la visita de Virgilio y Dante al averno. En este caso fue el poema de Victor Hugo titulado Après une lecture du Dante el texto que sirvió de preámbulo a la Sonata Dante, transcripta para dos pianos por Bresciani. La descripción musical de Liszt, la maestría de los intérpretes, la potencia increíble de los dos pianos, la imagen de Delacroix, los textos de Dante y de Hugo, y ser parte de todo eso, fue en verdad emocionante.

La del Argentino fue la segunda función; la previa había sido la noche anterior en la sala del Teatro Avenida. Apagados los aplausos, pasado el momento de los saludos, siempre tan cordiales, queda el recuerdo, el sabor de la experiencia, y la reflexión acerca de la inmortalidad de la obra de arte. Liszt, Dante, Victor Hugo, Delacroix, reviven una y otra vez, siempre vigentes, cada vez que un mortal se aproxima a sus respectivas artes, reunidas en este caso todas ellas en un mismo escenario.

¿Y el infierno?... ¿Será real o, por el contrario, un mero producto de la imaginación del hombre? (Pero cuando un hombre sufre, ese sufrimiento es real, incluso cuando aquello que lo produce sea imaginado.)

"Cuando el poeta describe el infierno, describe su vida." Así comienza el poema de Victor Hugo, y en esta simple frase se oculta la gran verdad: cada uno de nosotros construye cielos e infiernos. Los propios a veces; y en ocasiones los de los demás. Torpes arquitectos, sin embargo, las elaboraciones celestes no han solido ser nuestra especialidad. El averno, en cambio, jamás ha exigido dimensiones precisas ni formas armoniosas. Tal vez no tenga que ver entonces tanto con una cuestión de gustos, como de habilidades.

En el infierno vislumbrado por Victor Hugo pueden hallarse las visiones, los sueños, las quimeras, amores heridos... También el hambre, la miseria, la ambición, la venganza, el orgullo, la avaricia y la lujuria. La vileza y el miedo, la traición, y finalmente el odio. Le confiesa Victor Hugo al Dante que sí, que así es verdaderamente la vida, "y su camino lleno de obstáculos, envueltos en pesada niebla". Pero el poema termina haciendo referencia al otro poeta, al de la frente calma y los ojos llenos de luz...

"Es Virgilio, sereno, que nos dice: Continuemos."

Y es que incluso en medio del infierno siempre hay que continuar, siempre adelante, en procura de aquello que pueda redimirnos.

lunes, octubre 23, 2006

23-10-1966 / 23-10-2006

Hoy otra vez Lanzarote. Me refiero a los Cuadernos de Lanzarote, de José Saramago. Esto es algo que sucede a veces con algunos nombres propios: les otorgamos cierta relación de familiaridad, los acomodamos como algo próximo a nosotros mismos, y desde allí los decimos y sentimos casi como algo propio. Y si no escribí directamente José, omitiendo directamente el apellido del autor, es porque Josés hay muchos, desde el padre de Jesús a José de San Martín; desde el presidente del grupo de radios para el cual trabajo ahora, hasta el ascensorista (un verdadero personaje, eterno borrachín de un metro sesenta, más parecido a un duende de pantano que a un hombre) del edificio en el cual trabajaba hace unos años, para una radio que hoy ya no existe.

Hoy otra vez Lanzarote, entonces, y por partida doble. Yo creo que Saramago jamás debe haber pensado que estos dos fragmentos que yo estoy a punto de vincular pudieran relacionarse de algún modo; pero es cierto que uno escribe, y quien se adueña del sentido de las palabras es siempre otra persona. Por un lado, hablando entre otras cosas de su congénito pesimismo, Saramago menciona al final de la anotación realizada un 16 de noviembre que él nunca fue un niño alegre. Antes de siquiera proponérmelo, me veo enfrentado entonces a la pregunta, subrepticia pero inexcusable, de si alguna vez fui yo un niño feliz. (Noto ahora que no me pregunté por la alegría, sino directamente por la felicidad.) Y lo cierto es que me sorprende no tener una respuesta inmediata. Es como que lo tengo que pensar un poco; o mejor, hacer un poco de memoria, como si no se tratara de mí mismo, sino de otra persona, alguien de quien me han contado algunas cosas, hace ya bastante tiempo atrás.

Me digo finalmente que no fui un niño triste, aunque sí es probable que bastante melancólico, al menos hasta donde puedo recordar. ¿Pero son éstas realmente mis memorias? ¿O se trata sólo del recuerdo de una historia que yo mismo me he contado alguna vez? ¿Desde cuándo es que se instaló esta bruma que confunde los contornos cuando miro hacia atrás? ¿Y cuándo fue que comencé a hablar de mi infancia así, en pasado, por otra parte? Quiero decir... es evidente que ya no soy un niño, pero no logro establecer cuándo fue que crucé la frontera que separa la infancia de la adolescencia, o más tarde la barrera de la adultez. ¿Cuál será -o habrá sido- la frontera que una vez atravesada dejó atrás la juventud? ¿Cuándo es que dejamos de crecer para comenzar a envejecer?

De vuelta a Saramago. Varios días antes de la referida anotación, el 17 de octubre de ese mismo año, el escritor deja asentadas en su libro algunas consideraciones sobre el cumpleaños de un allegado. Reconozco que no tengo idea de quién sea “Javier”, a quien se menciona en esas líneas, pero el hombre en cuestión ha cumplido sus cuarenta y un años, y Saramago deja entonces anotadas las líneas de un poema escrito cuando él mismo acababa de cumplir esa edad. Así como las transcribe Saramago en su libro, hago yo lo propio aquí:

Quince mil días secos que han pasado,
Quince mil ocasiones que se perdieron,
Quince mil soles inútiles que nacieron,
Hora a hora contados
En este solemne, pero grotesco gesto
De dar cuerda a relojes inventados
Para buscar, en los años que olvidaron,
La paciencia de ir viviendo el resto.

No puedo resistir la tentación de buscar una calculadora (no tengo ganas de hacer el esfuerzo de calcularlo mentalmente, a pesar de la facilidad de la empresa), y enseguida verifico que los 365 días de un año multiplicados por 40 dan 14600 días, lo cual con un año más, y los correspondientes bisiestos, prácticamente alcanza la cifra de quince mil acusada en el poema. Pienso entonces que en realidad estas líneas las debería estar escribiendo yo dentro de un año, cuando esos mismos quince mil días estén ya sobre mis espaldas, como una mochila que uno carga sin darse cuenta de que alguien ha ido colocando, muy de a poco, para que el efecto pase desapercibido, gramo tras gramo, una carga que de repente se nota más difícil de llevar. Pero la ocasión es propicia, pues precisamente hoy el contador llega a los 40. Cifra inquietante, por cierto. Todo cambia, aunque nada haya cambiado.

Por suerte Saramago retoma su poema con otros treinta años de distancia, lo cual abre un paréntesis temporal interesante, aunque no me atrevo a calificarlo de generoso, pues de todos modos no alcanza para disimular el hecho de que esta mochila ya no está tan liviana como solía estarlo en otros tiempos. Y si no espero a octubre del año próximo, es porque el poema fue releído esta mañana, y porque por una vez he preferido anticiparme al momento. Quince mil amaneceres. Dicho de esta manera, resulta un número difícilmente concebible. Y sin embargo, aunque no están todavía en mi mochila, no pasará mucho más tiempo antes de que estén allí presentes, inevitablemente puntuales.

Quince mil oportunidades. Cuántas de ellas tristemente perdidas, seguramente. Por fortuna, no de todas ellas podría decirse con justicia lo mismo. De aquí en más, me recomiendo a mí mismo tener siempre presente lo mucho que nos falta todavía por aprender.

domingo, octubre 22, 2006

Minichillo: Pra dizer adeus





Nació en Buenos Aires, en 1940. No me dan ganas de consignar que fue el baterista más destacado de la escena del jazz de Buenos Aires. No porque no lo haya sido, sino porque él mismo dijo en alguna ocasión: "Mi vida dentro de la música no estuvo marcada sólo por el jazz. A los seis años temblaba con Pugliese y Atahualpa Yupanqui, y a los 12 conocí la partitura de A fuego lento de Salgán y aún recuerdo que me puse colorado del entusiasmo. Recién después supe del jazz, y las cosas se orientaron para este lado." También amaba la música de Chopin, y de hecho su último disco fue un álbum con piezas para piano solo, compuestas por él.

Por lo general los audios que figuran en este blog son subidos con el conocimiento y la respectiva autorización de los artistas involucrados. No tanto porque el titular de este blog crea demasiado en esas cuestiones de los derechos de la propiedad intelectual, sino para evitar complicaciones con quienes sí consideran tales cuestiones.

Pero esta mañana leí algunos de los mensajes recibidos en mi casilla de correo y me enteré de la muerte de Norberto Minichillo. Entonces no puedo dejar de ofrecer aquí mi humilde homenaje. Y el único modo que encuentro de hacerlo es a través de su música. Si alguien involucrado directamente con los derechos de esta canción se siente tocado, de inmediato la retiraré de este espacio. Mientras tanto, es mi manera de decirle adiós a este gran músico.

El título de esta canción, que nos permite escuchar una vez más no sólo la percusión, sino también la increíble voz de Norberto, se titula, precisamente, "Pra dizer adeus"... Aunque el adiós a un artista siempre sea un hasta siempre.

martes, octubre 17, 2006

Canciones solitarias


¿Por qué será que determinadas músicas nos gustan? ¿Por qué nos atraen, del modo en que lo hacen? ¿Será porque ellas coinciden con nuestra particular idiosincracia? ¿O será, por el contrario, que las músicas que escuchamos a lo largo de nuestras vidas van modelando de a poco, y sin que nosotros mismos lo notemos, nuestro individual modo de ser, nuestra manera de sentir y de vincularnos con el mundo? Este es el interrogante que se plantea el escritor británico Nick Hornby en el fragmento que sigue, tomado de su novela "Alta fidelidad". El melancólico protagonista, dueño de un negocio de venta de discos de vinilo, un poco por gusto, otro poco por deformación profesional, ha escuchado algunas canciones infinidad de veces. ¿No habrán sido ellas las responsables, al menos en parte, de que hoy él sea quien es?...

Algunas de mis canciones preferidas: Only Love Can Break Your Heart, de Neil Young; Last Night I Dreamed That Somebody Loved Me, de los Smiths; Call Me, de Aretha Franklin; I Don´t Wan´t to Talk About It, de quien sea. Y luego, Love Hurts, When Love Breaks Down y How Can You Mend a Broken Heart; y también The Speed of Sound of Loneliness y She´s Gone, y I Just Dont´t Know What to Do with Myself, y qué sé yo. Hay canciones de éstas que he escuchado por término medio al menos una vez por semana (trescientas veces el primer mes, y después de vez en cuando), desde que tenía dieciséis, diecinueve o veintiún años. ¿Cómo no va a dejarte eso magullado por algún sitio? ¿Cómo no te va a convertir eso en una persona fácilmente rompible en mil trocitos, cuanto tu primer amor se va al garete? ¿Qué fue primero: la música o la tristeza? ¿Me dio por escuchar música porque estaba triste? ¿O es que estaba triste porque escuchaba música? ¿No te convierten todos esos discos en una persona de tendencia melancólica?"

Hay quien se preocupa, y mucho, de que los niños pequeños jueguen con armas de fuego, de que los adolescentes vean videos en los que la violencia es moneda corriente; nos da miedo que esa especie de cultura de la violencia termine por tragárselos como si tal cosa. A nadie le preocupa en cambio que los niños escuchen miles, literalmente miles de canciones que tratan siempre de corazones destrozados, de rechazos y abandonos, de dolor, tristeza, pérdida. Las personas más desgraciadas que yo he conocido, románticamente hablando, son las que tienen un desarrollado gusto por la música pop. Y no sé si la música pop es la causante de esta infelicidad, pero sí tengo muy claro que han escuchado esas canciones infelices desde hace más tiempo del que llevan viviendo una vida más o menos infeliz. Así de claro."

martes, octubre 10, 2006

Algo de música: Zo'loka? Trío





- Pero!... Vo'zoloka?...

- Vo'te creé que la música é para jugá?



Y sí, hay quienes piensan que con la música no se puede jugar. Y por otro lado están los que cada tanto tienen a bien recordarnos que sí, que jugar con la música es posible y necesario. No por nada ha de ser que tanto en inglés (to play) como en francés (jouer) coinciden los verbos utilizados para dar cuenta de las acciones que son propias del mundo lúdico y el musical. En español, en cambio, el verbo jugar aparece más ligado a la faz teatral, y así es como los actores juegan los roles que les han tocado en suerte, mientras los músicos se ponen su traje de personas serias. No todos, por supuesto.

El Zo'loka Trío? está integrado por Victoria Zotalis en la voz, Juan Manuel Costa en violoncello y Marcelo Katz en piano, responsable además de los (des)arreglos y la dirección musical del conjunto. El disco "Yo nunca te ví", el primero que edita el trío, nos acerca un buen puñado de clásicos del jazz, como Night and Day de Cole Porter, All of me, Tenderly o Sweet Georgia Brown, entre otros. Pero todas las versiones son particularísimas, juegan en los extremos del género, y no pueden ser descriptas con palabras. Es necesario escuchar. Luego, podrá gustar o no. Difícilmente pasará indiferente.

Personalmente, me reí mucho escuchando este disco. Son bromas musicales, al mejor estilo de un Mozart o un Ernesto Acher, por nombrar dos referentes bien distantes el uno del otro. El primero, en Una broma musical, identificada en el catálogo Köchel con el número 522, compone una divertidísima obra maestra a partir de la elaboración de todo un catálogo de errores típicos de los compositores menos inspirados. El segundo, en su disco "Juegos", se da el lujo de mezclar, en lo que titula 40 choclos, el primer movimiento de la Sinfonía Nº 40 de Mozart con el tango El choclo de Villoldo. Algún día mostraremos en este blog alguna de esas (re)creaciones, con el debido permiso de Ernesto.

Con el debido permiso de los Zo'loka?, comparto con ustedes la particularísima versión del trío de un clásico como Fly me to the moon. Uno puede escuchar primero, si la tiene a mano, la versión cantada por Frank Sinatra, nada más que para convalidar que se trata de la misma canción. Y luego disfrutar con la voz de Victoria, acompañada por momentos por un cello catatónico y un piano decididamente desquiciado. Y sin embargo, en su conjunto, la versión no tiene desperdicio. Vale la pena conseguir el disco y escucharlo completo.

lunes, septiembre 25, 2006

Miradas sobre el mundo

02PaolaBenitez

No es lo mismo ser un marginal que un marginado. Lo que ambos tienen en común es que uno y otro se mueven de algún modo por fuera del mundo. Claro está, hablamos de ese mundo del cual formamos parte como integrantes de una hegemonía. No existe de hecho un margen, una periferia, sin un lugar central desde el cual se observe. Ambas zonas se definen recíprocamente. Y no son estancas: hegemónicos en determinadas cuestiones, también podemos quedar al margen en otras.

No hay duda: es preferible ser marginal y no marginado. En el marginal hay una cuota de elección que no existe en el segundo. Y la posibilidad de cambiar de condición mediante un simple acto de voluntad. En el caso del marginado, en cambio, su lugar es el resultado de una imposición. Es la mirada de quienes se ubican dentro del artefacto hegemónico, que tal vez él desearía para sí, lo que lo deja en un lugar apartado del mundo. Sin embargo, más allá de las categorías, estas personas poseen una dignidad y una identidad propias. Y también tienen su mirada.

“¿Qué ves? ¿Qué ves cuando me ves?”, pregunta una canción del grupo Divididos. La respuesta no es banal, porque en esas miradas, en las de quienes están en el margen, tanto como en las nuestras, hay un poder. ¿Tenemos miedo de ver? ¿Y de ser vistos? Estas preguntas tienen que ver con el trabajo del Grupo Contraluz, integrado por jóvenes que viven en el interior de Ciudad Oculta, uno de los sectores más pobres que puedan encontrarse -si se busca un poco- en la Ciudad de Buenos Aires.

El verdadero nombre de este conjunto precario de viviendas es Barrio General Belgrano. Pero pasó a llamarse Ciudad Oculta a partir del momento en que el gobierno militar de 1978 decidió levantar un paredón para ocultar el barrio de la vista de los visitantes extranjeros, durante el Mundial de Fútbol. Los habitantes de Ciudad Oculta conviven con la pobreza, el hacinamiento y la inseguridad, sin acceso a la educación, a un buen empleo ni a servicios de salud. La condena de la marginación tiene que ver con esa lógica de un adentro y un afuera, que una vez instalada es tan dificultoso quebrar.

Y entonces aparece de nuevo el tema de la mirada. El Grupo Contraluz está formado por estudiantes de fotografía, que luchan contra el ocultamiento mostrando y mostrándose. La última exhibición del grupo se titula "Hay camino", y es un recorrido con la mirada por el barrio, los afectos, el mundo más próximo y cotidiano de quienes allí viven, incursionando al mismo tiempo en la fantasía o el ensueño. Estas imágenes hablan. Nos hablan del otro, tanto como de nosotros mismos. Sólo hay que estar dispuestos a escuchar. O a mirar.

Algunos ejemplos del trabajo del Grupo Contraluz:
Foto 1 - Foto 2 - Foto 3 - Foto 4 - Foto 5
Foto 6 - Foto 7 - Foto 8 - Foto 9 - Foto 10

Hasta mediados de octubre estas fotos pueden verse en el Espacio Fotográfico del Teatro de la Ribera, Av. Pedro de Mendoza 1821, de martes a domingo de 10 a 20 y los lunes 10 a 16, con entrada libre.

Para mayor ilustración, algunas fotografías de Ciudad Oculta pueden ser vistas a través de este vínculo.

martes, septiembre 19, 2006

Algo de música: Robert Schumann (1810-1856)


















¿Por qué es este disco, y no otro, el primer audio en subir a este blog? Las razones podrían ser muchas, pero se resumen en estas dos: Primero, porque se trata del primer disco cuya gráfica me fue encomendada al momento de planificar este espacio. Segundo, porque esta mañana, cuando me levanté y decidí probar de subir un archivo de audio al blog, tuve ganas de escuchar Schumann, y no otra cosa. Curiosamente, no podría decir que Robert Schumann sea mi compositor favorito. Pero no hay duda de que es el arquetipo del compositor romántico, con su personalidad dual, por no decir múltiple, manifestada en sus dos alter ego, Florestan y Eusebius. Con su historia de amor con Clara Schumann. Con su historia de amor, de locura y de muerte, quiero decir. De muerte en un hospicio, como tenía que ser, tratándose de un ideal romántico, y esos últimos días en los que escuchaba voces de quién sabe qué fantasmas, ciento cincuenta años atrás en el tiempo. Es un ideal romántico del cual conviene prevenirse, por supuesto. Pero vale la pena rescatar la pasión que toda esa carga romántica logró poner en su música. Es mucho lo que se desprende de este tema y dos primeras variaciones de los Estudios Sinfónicos Op. 13 del compositor. Estudios Sinfónicos sin orquesta, sólo el piano y la pasión del músico, y la de quien escuche con atención. Creo que aquí se ve con claridad a qué se refería el pintor (también romántico) Caspar David Friedrich al decir que "Toda obra de arte auténtica es alumbrada en una hora mística, mucha veces a pesar del propio artista, bajo el impulso íntimo de su corazón". Como muestra, he incluido nada más que diez minutos de la obra. Que por supuesto vale la pena escuchar entera. La interpretación de Elisabeth Fiocca tiene todo lo necesario para que aquello que Schumann necesitó manifestar al componer este trabajo llegue hasta nosotros. Pero nada más cabe decir al respecto, porque como bien escribió Goethe, "donde acaba la palabra, comienza la música". ¿Tienen diez minutos? Cierren los ojos y escuchen...

domingo, septiembre 10, 2006

Septiembre 11


Todavía recuerdo, de la época en que yo era chico, que el 11 de septiembre se celebraba el Día del Maestro. En realidad todavía se sigue celebrando. Pero desde hace cinco años a esta parte el 11 de septiembre tiene además otras connotaciones, de carácter trágico, que hacen muy difícil que el Día del Maestro recupere alguna vez su inocencia. El 11 de septiembre del año 2001 la gente en todo el mundo suspendía sus actividades para observar incrédula, a través de las pantallas de sus televisores, cómo dos aviones de pasajeros eran secuestrados y estrellados contra las torres del World Trade Center, en el corazón de Nueva York, causando la muerte de casi 3000 personas. Aquella tragedia, como consecuencia de la ceguera de los hombres, fue sólo el punto de partida para que luego se produjeran otras tantas muertes, en otros rincones del mundo, tal vez menos impactantes desde el punto de vista mediático, pero no por eso menos dramáticas. Y lo trágico no tiene que ver tanto con la muerte de inocentes, pues todos estamos destinados a morir tarde o temprano, sino con el hecho de que un puñado de seres humanos haya logrado actualizar una vez más aquella triste definición de Thomas Hobbes que asegura que el hombre es el lobo del hombre.

Sin embargo, estos dos sucesos (el Día del Maestro, el atentado contra las Torres Gemelas en Nueva York...) también pueden ser vinculados. Tal vez la coincidencia de fechas debería servir para que nos cuestionásemos una vez más, pero esta vez seriamente, el verdadero sentido de la docencia. Porque como alguien dijo alguna vez, es probable que nos estén sobrando profesionales, ya sea que hablemos de arquitectos, ingenieros, médicos o abogados. Y que aquello que verdaderamente nos esté haciendo falta, en nuestra sociedad y en el mundo, sean buenas personas. Entonces el buen maestro no será tanto aquel que vista un guardapolvo, o conozca a la perfección las técnicas pedagógicas adecuadas para llevar adelante el trabajo en un aula, sino quien de un modo u otro –casi siempre humildemente– sea capaz de enseñarnos eso: a convertirnos en gente buena.

No mucho después del atentado a las Torres Gemelas, el pensador español Fernando Savater se refería en un artículo periodístico a una protesta universitaria que estaba teniendo por entonces lugar en Brasilia. Y llamaba la atención sobre una enorme pancarta, que había sido colgada por unos estudiantes en los ventanales de una de las facultades involucradas. El cartel rezaba, simplemente: “Ossama Ben Laden, Ingeniero”. El nombre del fundamentalista ideólogo de aquel atentado, anotado al lado de su título académico, resultaba desafiante. Y el concepto es en verdad contundente: de poco y nada sirve la formación académica y técnica, desvinculada de una adecuada formación humana. Necesitamos que nos enseñen a ser buenas personas. Sin eso, todo lo demás resulta absolutamente inútil.

Vale la pena detenerse a pensar en algunos de los buenos maestros que cada uno de nosotros haya tenido a través de los años. Es probable que muchos de ellos, acaso la mayoría, ni siquiera hayan tenido un título docente. Nosotros mismos podemos ser buenos maestros llevando adelante nuestro rol de hijos, de padres, de hermanos, amigos, compañeros, amantes, simples vecinos ocasionales que de pronto nos topamos con cualquier otra persona que pasa cerca en nuestras vidas. El desafío tal vez sea precisamente ese: ser un mejor maestro cada día. Y también un mejor alumno.

No soy yo una persona particularmente religiosa. Pero hace un tiempo leí una bella frase que habla de aquel de quien se dijo era el Hijo de Dios, que también era Hijo del Hombre, acaso como todos nosotros en definitiva. Dice así: “El hijo de José y de María nació como todos los hijos de los hombres, sucio de la sangre de su madre, viscoso de sus mucosidades y sufriendo en silencio. Lloró porque lo hicieron llorar, y llorará siempre por ese solo y único motivo.” Al leer esas palabras pensé en mi hija y, entonces lo mismo que ahora, me di cuenta de cuántas veces la he hecho llorar sin ningún motivo valedero. Todos nosotros lloramos a menudo, o hacemos llorar a los demás, sólo porque no han sido suficientes todavía los buenos maestros que pasaron por nuestras vidas. Y tal vez porque tampoco solemos ser buenos alumnos, como para aprender rápido. Por suerte todavía tenemos tiempo para lograrlo. Debería ser nuestro desafío diario, mientras tengamos un hálito de vida.

miércoles, agosto 30, 2006

La muerte de Mimì: La ficción de una ficción

Acabo de asistir al ensayo general de La Bohème, la ópera de Puccini, que Juventus Lyrica ofrece en el Teatro Avenida para su Temporada 2006. El motivo: mi hija participa, con sus ocho años, en el coro durante el segundo acto, en el cual actúa persiguiendo a Parpignol. El orgullo paterno se encuentra satisfecho. Satisfechos también los sentidos y el espíritu, con una buena actuación de la orquesta y los cantantes solistas. Con respecto a la obra, me hubiese gustado que Puccini compusiera una obertura; es evidente que se trata de un problema de percepción mío, pero sentí en este punto un vacío. También me confunde un poco esa idea pucciniana de que los distintos personajes canten todos al mismo tiempo, pero cada uno de ellos centrado en sus propios pensamientos, monólogos o diálogos, como si ninguno escuchara al otro. Aunque reconozco que la resolución musical de Puccini es impecable.

Para quien no conozca la historia (lo cual es lícito), y en muy resumidas cuentas, se trata de un grupo de amigos, todos ellos artistas bohemios, que representan el ideal romántico de quien de algún modo es pobre por convicción, alegres y satisfechos consigo mismos por sostener la dignidad de hacer del arte un modo de vida, manteniéndose alejados de la idiosincrasia burguesa. Los dos personajes femeninos, Musetta y Mimì, sostienen sendas historias de amor desde sus personalidades disímiles: la primera es una mujer libertina, aunque de buen corazón, en tanto la segunda es un ángel, condenada desde el inicio por una enfermedad que a la larga se revelará mortal. La última escena, precisamente, muestra a Mimì desfalleciente, justo después de haberse reencontrado con Rodolfo, su verdadero amor, para morir en silencio, rodeada por sus amigos y su desesperado amante, que es el último en comprender el drama que acaba de tener lugar.

Esta última escena me hizo emocionar hasta las lágrimas. Mérito de Puccini, y de los protagonistas. Pero definitivamente no del director de escena. Oscar Barney Finn, reconocido por su labor como director de cine, decidió montar una ficción dentro de otra ficción: dispuso la escenografía como si se tratara de un set de filmación. Se ve con claridad que los decorados son sólo eso: decorados. Que la nieve es falsa, arrojada por dos ayudantes de utilería desde lo alto de una estructura metálica. Se ven los reflectores, los utileros que arman la escena a la vista de todos entre acto y acto, las paredes desnudas del fondo del teatro, habitualmente cubiertas por piadosos telones de fantasía que representan ser algo diferente de lo que en realidad son; vale decir, algo más que simples telas o cartones pintados. Se trata de un producto típico de la posmodernidad, o como quiera que llamemos a la corriente estética propia de nuestros tiempos. No hay ocultamientos. La matriz del espectáculo es un espectáculo en sí mismo. Es la muerte de la ilusión, el advenimiento de la realidad con toda su fuerza.

Todo esto está bien, en el sentido de coincidir con una estética fin de siècle XX que hoy ya es de inicio de nuevo milenio. Pero no está bien en el sentido de lo narrativo. Por supuesto, todos sabemos, cuando vamos al cine, al teatro o a la ópera, que eso que vemos sobre el escenario o en la pantalla no es una realidad, sino una representación. Que quienes actúan no son los verdaderos personajes, sino actores que los representan. Pero el mérito de un buen actor reside, precisamente, en hacernos olvidar esa distancia. Con nuestra aceptación, el actor nos convence de que es verdad que sufre, o que se alegra, y nosotros sufrimos o nos alegramos con él. Catarsis, es el nombre que recibe desde la psicología esta mecánica, y es un concepto que heredamos de los antiguos griegos. Pero Barney Finn quiere arrancarnos de esta ilusión, haciéndonos notar que es mentira que Mimì se muere. Nos muestra que se trata solamente de una actriz, representando un personaje. ¿Y cómo sería posible emocionarse de la misma manera frente a la muerte de una enamorada en el climax mismo de un drama romántico, que ante la representación de una filmación que a su vez pretende representar la muerte narrada? ¿Para qué poner distancia allí donde se espera que las distancias se anulen? ¿Para qué declarar que es una simple ilusión aquello que para tener sentido tiene que resultar creíble?

La crítica, en definitiva, no es para Barney Finn. Al fin y al cabo él se ha limitado a ser coherente con una estética contextual que supera sus propias intenciones. La crítica es al contexto. Es un señalamiento que apunta a mostrar cómo las líneas entre lo real y lo ilusorio están entrando paulatinamente en crisis. Donde antes las fronteras estaban claras, y lo real era real, y la ilusión ilusoria, hoy nada parece estar delimitado con tanta precisión. Todo parece desvanecerse en el aire. Y nadie parece afligirse demasiado por ello. Es razonable, supongo. En realidad resulta mucho más sencillo soportar las atrocidades del mundo (e imagine aquí el lector las que prefiera, que el catálogo es generoso), si en el fondo de nuestro fuero más íntimo somos capaces de convencernos de que ellas no merecen más atención de nuestra parte que una simple y mera ficción.

jueves, agosto 24, 2006

Insectos

¿Nunca te preguntaste por qué motivo hay insectos que durante las noches, en presencia de una hoguera encendida, no dudan en lanzarse enloquecidos hacia el abrazo de las llamas? ¿Qué es lo que los atrae del fuego? ¿No saben acaso que si se acercan demasiado pueden morir calcinados? Sin embargo, vuelan hacia esa mágica luz, como si ese fuera el sentido último de su existencia.

Así somos también, en ocasiones, nosotros los hombres.

lunes, agosto 21, 2006

El deseo de la imagen


Una serie de fotografías del autor esloveno Evgen Bavčar se presentó hace unos días en la FotoGalería del Teatro San Martín. Lo inusual del caso, pues bien o mal fotógrafos hay muchos, que nos ofrecen sus respectivas miradas del mundo a través de sus trabajos, es que este fotógrafo en particular es ciego desde antes de tener en sus manos su primera cámara de fotos.

Dice la información remitida por el Teatro que la vida de Evgen Bavčar (nació en 1946 en un pueblo de la actual Eslovenia, cerca de Trieste) estuvo signada por dos accidentes consecutivos que lo llevaron a perder ambos ojos antes de los doce años. Y que cuatro años después se propuso retratar a la joven de la cual estaba enamorado. Era la primera vez que utilizaba una cámara de fotos, y así es como él mismo cuenta su sensación de aquel momento: “El placer que experimenté entonces surgió del hecho de haber tomado y fijado en una película algo que no me pertenecía. Fue para mí el descubrimiento de que me era posible poseer la imagen de algo que no podía mirar.”

La existencia misma de la obra de este autor nos lleva a cuestionarnos algunas de las relaciones que solemos establecer y dar por sentadas, no sólo entre la vista y su privación, que es la ceguera, sino en general entre aquello que percibimos y las cosas que, por el contrario, nos resultan invisibles a pesar de encontrarse allí, precisamente delante de nuestras narices. Pero no hablamos aquí, en definitiva, sólo de nuestras capacidades y nuestras incapacidades de percepción, sino también de sentir, o imaginar, o concebir determinadas cosas.

Es llamativo ver cómo la mayor parte de las obras de Evgen Bavčar (esas mismas obras que él mismo jamás llegará a ver) parecen emerger de la oscuridad. Es como si de verdad fuesen estas fotos la expresión silenciosa de un deseo por la imagen. Una imagen cuya percepción a él mismo se le niega, y de la cual es sin embargo el creador y responsable.

Evgen Bavčar dice que su fotografía “es un acto mental”. Sin duda él es el autor intelectual de estas imágenes inquietantes. Más inquietantes aun cuando conocemos que estamos viendo algo que no puede ser visto por quien lo ha plasmado. ¿Coincidirá el resultado de estas imágenes con lo imaginado por el fotógrafo? ¿Cómo será la imagen desplegada no en el papel, sino en la mente del artista? La información proporcionada por la gente de prensa del Teatro San Martín nos dice que Bavčar trabaja con exposiciones muy largas, que se ayuda con elementos portátiles de iluminación que le permiten destacar algunos elementos; que requiere de cierta asistencia para producir sus trabajos, pero que se ocupa él mismo de detalles como las distancias (que mide con sus manos) o la selección de sus objetivos, que muchas veces realiza en función de lo que escucha...

Lo que nadie nos dice (lo que nadie nos puede decir) es cuál es la exacta relación que se establece entre la oscuridad en la cual viven los ojos del fotógrafo y las formas y las luces que se ofrecen a los ojos del público. Un público que, en todo caso, y esto es muy importante decirlo, vive la mayor parte del tiempo envuelto en su propia oscuridad.

Otras fotografías de Evgen Bavčar:
http://www.galerieart.cz/bavcar01.jpg
http://www.galerieart.cz/bavcar02.jpg
http://www.galerieart.cz/bavcar03.jpg
http://www.galerieart.cz/bavcar04.jpg
http://www.galerieart.cz/bavcar05.jpg

viernes, agosto 18, 2006

Diarios personales, blogs, inocencias perdidas



Marco Denevi escribió una vez un breve texto, que lleva por título "La Invención de la Escritura". Por alguna razón hoy se me ocurre transcribirlo aquí:



El Paraíso era eterno. Adán y Eva, pues, no vivían en el Tiempo sino en la Eternidad, donde no hay un Antes, un Ahora ni un Después.

Hasta que Adán, acaso de puro aburrido, inventó la escritura. Y Eva aprendió a leer y escribir. Entonces (lo cual es un error de léxico, porque en la Eternidad tampoco hay un Entonces) se le ocurrió la idea, tan femenina, de llevar un diario íntimo.

Eva escribía: "Adán come una manzana verde con tres pintas coloradas. Yo cazo una mariposa azul que tiene en las alas unos círculos amarillos". Conjugaba los verbos en tiempo presente, porque en la Eternidad no hay Pasado.

Leía en voz alta lo que había escrito y Adán volvía a ver mentalmente aquella manzana con las tres pintas rojas, Eva recordaba la mariposa azul con redondeles de oro.

Hubo así una Eternidad ya fija en las letras del alfabeto inventado por Adán, una segunda Eternidad de manzanas sin comer y mariposas sin cazar, y entre ambas un instante fugaz en el que Eva escribía.

Entretanto, Adán y Eva habían empezado a envejecer y la Eternidad del Paraíso se disolvía lentamente en la niebla del Tiempo.
Hoy vuelvo a leer este texto y me digo que tiene mucho que ver con las dos primeras anotaciones realizadas más abajo en este blog. La verdad es que no sabría explicar bien cómo, ni por qué. Pero la relación existe. Tal vez tenga que ver con el hecho de que las palabras jamás son inocentes. O con que un blog (que por lo general se articula a partir de las palabras) no es finalmente sino una de las formas posibles de llevar adelante un diario personal. O con la evidencia de que el tiempo pasa demasiado rápido, para todos. Y el paraíso... eso lo hemos perdido hace rato.

martes, agosto 08, 2006

Una imagen del espanto


Los pies que se ven en esta foto son los de una persona muerta. No es difícil adivinar que no ha fallecido de muerte natural. Son pies fatigados por los caminos. Podríamos arriesgar distintas posibilidades, pero en realidad no nos interesa si son los pies de un hombre o de una mujer. Podrian ser incluso los pies de un soldado (que no parecen serlo) y la situación sería básicamente la misma. Queremos decir que no nos interesa conocer cuál era el nombre de esta persona, ni su nacionalidad, ni dónde le acertaron los disparos que pusieron fin a su vida.

La mancha en la pared es sangre humana. Sangre todavía fresca. Una sangre que se adivina repetida en un sinnúmero de horrores que lejos están todavía de terminar. Hay una historia cuyos detalles desconocemos detrás de esta mancha. Una historia que también está fresca en el presente de la fotografía. Desconocemos esos detalles tanto como el nombre, la nacionalidad o el estatus de la persona a la cual pertenecían estos pies que ahora aparecen en primer plano. Podríamos imaginar diferentes posibilidades, pero en nada cambiarían las cosas.

La niña de la foto está viva. La sangre que mancha sus rodillas no es la suya. Se trata seguramente de la misma sangre que ha manchado la pared. No conocemos su nombre, ni cuál sería su relación con la persona cuyo cadáver yace tirado junto a ella. Tampoco su nacionalidad. O si ha sido bautizada en alguna religión. ¿Interesan estos datos, acaso? ¿Cambian en algo la escena o el horror? El horror es el grito silencioso de esta criatura, que sigue viva pero que jamás podrá recuperar su inocencia. Que sigue viva pero que ya ha conocido el espanto de ver de cerca lo peor de que es capaz la humanidad. Un espanto inimaginable para nosotros, porque el fotógrafo -que también es humano, después de todo- no pudo terminar de representarlo en su trabajo. No es su culpa: hay tareas que resultan inabarcables.

Pero el horror no está en el cadaver. No está tampoco en la mancha de sangre en la pared, y ni siquiera en la historia que presumimos acaba de tener lugar, poco antes de que el lente de la cámara alcanzara a fijar su trágica toma. El horror vive en el rostro de esta niña. En sus ojos desencajados, incrédulos, que imploran por una explicación o un consuelo que no llegará jamás. En su boca abierta, emitiendo un grito de espanto que durará para siempre. Un grito tanto más espantoso, habida cuenta de la sensación que surge de la misma foto, de que en todo el planeta no parece quedar nadie dispuesto a escucharlo.

"El hombre es el lobo del hombre", dijo una vez Thomas Hobbes.
"El horror es su patrimonio", añado yo con indignación.

domingo, agosto 06, 2006

Primera anotación para una nueva bitácora

Hubo una época, difícil sería precisar cuán lejana en el tiempo (es que las temporalidades, sometidas al proceso de aceleración que hoy parece afectar todas las cosas, están también ellas sumidas en un profundo estado de crisis), en que muchas damas, y no pocos caballeros, mantenían la romántica costumbre de escribir algo que se conocía como diario personal. En forma periódica, estas personas anotaban en las páginas de aquellos diarios, con prolija letra manuscrita, sus pareceres sobre la vida cotidiana, sus intimidades, sus reflexiones y sus secretos.

“Querido diario...” Con esta fórmula de fantasía se iniciaron infinidad de confesiones, realizadas a interlocutores invisibles y hasta cierto punto inexistentes, pues el diario personal era una expresión íntima y privada, a la cual nadie más que el propio autor debía acceder. ¿Para qué se escribían estos diarios, entonces? ¿Cuál era el objetivo de registrar los temores, las pasiones, las esperanzas, los secretos inconfesables de sus románticos autores? Hoy aquella costumbre nos puede parecer anacrónica, en algunas de sus facetas. Pero decididamente no en todas. De hecho, bien podríamos pensar que en cierto sentido el fenómeno del weblog no es otra cosa que el sucedáneo tecnológico de aquellos diarios personales.

Pero algunas cosas sí han cambiado, según ya ha sido dicho. Por ejemplo: estas anotaciones ya no pretenden ser secretas. Por el contrario, no sólo se ponen a la vista de quien desee acceder a ellas, sino que se alienta su lectura por parte de conocidos y desconocidos. Sin embargo, hoy igual que ayer, el propósito es que las letras, las palabras, las frases, ayer manuscritas sobre papel, hoy cuidadosamente tipeadas ante un monitor, vayan conformando un tejido. El objetivo sigue siendo dejar una marca, acaso fugaz, como las palabras escritas en la arena húmeda, que el agua del mar se llevará para siempre, letras de humo trazadas en el cielo. Y sin embargo es posible que estas palabras, sin dejar de ser por ello fugaces, tengan una expectativa de permanencia mayor que nuestras propias vida.

Tal vez por eso escribimos, blogs, bitácoras, diarios personales. Porque sentimos la necesidad de dejar testimonio de nuestro paso por estas tierras. Y también porque, secretos o no, tenemos la esperanza de que nuestros escritos tarde o temprano funcionen como la proverbial carta lanzada al mar desde una isla desierta en medio del enorme océano.

No existe un para qué o un para quién más claro. Después de todo, tampoco resulta mucho más claro ni evidente el sentido de nuestras fugaces vidas. Pero a pesar de ello presentimos que todo viaje merece ser acompañado por un registro de nuestras impresiones, y es por eso que insistimos, por ejemplo, en llevar una cámara de fotos encima cuando visitamos lugares a los cuales suponemos que no regresaremos pronto. Y quien dice no pronto dice acaso jamás. Nos hacemos fotografiar, sonrientes, como si se tratase de un momento ideal, delante de cada atracción turística cuando salimos de viaje, y el mismo ritual acompaña nuestros aniversarios y ocasiones especiales, intuyendo que después de todo tampoco volveremos a ese momento único, que ya hemos dejado atrás, parte de un pasado que se aleja veloz de nosotros, en el instante mismo de haber escuchado el click que marca el inicio de la existencia de la foto en cuestión. Una fotografía que muy probablemente nos sobrevivirá, hasta que alguien, limpiando un cajón en un futuro incierto, se tope con ella, liberada a su propia suerte, y se pregunte quiénes serían aquellos desconocidos que posaban, allá lejos y hace tiempo, ofreciendo una intrigante sonrisa a la cámara.

Las palabras tienen, con relación a una fotografía, la ventaja del decir. No se ven nuestros rostros detrás de las letras, pero podemos en cambio expresar nuestros miedos, nuestros nombres, nuestros anhelos, nuestros secretos inconfesables, nuestra poesía. El destino final de estas palabras, ya se sabe, será a la larga el mismo que el de aquellas fotos: palabras escritas en la arena o en el viento. Pero estamos en el mundo, en una isla en medio del mar, y la tentación de arrojar una botella al infinito océano, con la esperanza de que algún día el mensaje que contiene llegue a ser compartido por alguien, es razón más que suficiente como para justificar el intento.