martes, enero 29, 2019

Sin título

Y si ésta fuese por ventura
la última noche que me tocara vivir,
¿valdría de algo lamentarme?
¿No sería acaso preferible
pasar esas fugaces horas admirando
la vastedad del cielo plagado de relámpagos
o el insondable misterio de tu espalda?
No sé si esta será o no
mi última noche en el mundo.
Pero por si acaso lo fuese,
más valdrá no desperdiciarla
cargándola con vanos lamentos.

lunes, enero 21, 2019

Orden

El impulso de hacer un poco de orden, actividad necesaria y tantas veces postergada. Y por qué será que cuesta tanto ordenar, me pregunto. Tal vez porque supone poner en juego numerosas decisiones, comenzando por el clasificar (siempre hay lo que escapa a cualquier clasificación) y siguiendo por el revisar la utilidad y mejor destino de cada cosa. Por aquí hay de todo un poco: ropas viejas, propias y heredadas, cajas, discos, bolsas, papeles; sobre todo muchos papeles. Superadas las resistencias iniciales -por cierto poderosas- me descubro haciendo una suerte de categorización general de aquello que tengo por delante para evaluar y eventualmente descartar. Presumo que mi analista me diría que estar relatando este proceso, esta intelectualización y puesta en palabras que además pretende responder al por qué de la dificultad, es un último y desesperado intento por postergar el momento de decidir deshacerme de todo aquello que sobra. Lo siento mucho. Pero cómo podría saber qué cosas sobran sin reflexionar primero sobre qué significa que algo sobre. En ciertos casos me resulta imperioso intelectualizar, racionalizar las cosas, comprenderlas, para poder luego darles un cauce.

Así las cosas, he podido distinguir entre por lo menos tres categorías de objetos pasibles de ser descartados. Está, por empezar, todo lo que integra el clásico conjunto de "esto podría llegar a servir en algún momento". Momento improbable, de más está decirlo, que según los corolarios a la ley de Murphy no se presentará sino hasta después de que haya tirado el objeto en cuestión, al margen de qué se trate. Así y todo resulta en un punto sencillo despedirme de estas cosas, amparado quizás en la idea de que eso que a nosotros hoy no nos sirve acaso le pueda servir a alguien más. Dejar pasar las cosas, dejarlas irse, para que quizás alguien más las aproveche.

Hay una segunda categoría, en alguna medida relacionada con la anterior, que es la de aquellos papeles, libros, revistas, discos, películas, que acaso tengan o no cosas importantes para decirnos, no lo sabemos. Necesitamos tener tiempo para revisarlos, para leerlos, verlos, escucharlos... Puede que se trate de algo valioso, pero es menester detenernos sobre ellos para evaluarlo con rigor, y de este modo el proceso del orden se detendría. Entonces ponemos estas cosas de lado, hasta que tengamos tiempo, y seguimos con algo más. Aunque entonces no deja de ser otro modo de postergar. Y esto nos molesta. Pero por otra parte hay en el fondo algo más grave que nos angustia todavía más, y es que sabemos, por mucho que no queramos admitirlo, que el tiempo es demasiado breve, y que por muchos años más que vivamos no habrá tiempo suficiente para sacar el debido provecho de tantos libros, tantas palabras, tanta músicas, tanto de todo. Nos consolamos, aquí también, diciéndonos que si nosotros nos vamos, acaso quedarán esas bibliotecas para que alguien más las aproveche. Aunque sepamos que no es sino un intento vano por quedarnos tranquilos.

Pero hemos reconocido aún una tercera categoría, acaso la más difícil de enfrentar. Y esa que nos pone ante todo aquello que podríamos definir genéricamente como recuerdos. Souvenirs de lo más diversos, de un tiempo que por definición ya no es más. Son cosas que en rigor ya no son útiles, ni para nosotros ni para nadie más, pero que de alguna manera nos conectan con un pasado. Con nuestro propio pasado, aunque de un modo u otro todo pasado nos trae hasta nosotros. Y nos preguntamos para qué queremos conservar estos recuerdos, que no siempre nos llevan a momentos alegres o divertidos, sino que muchas veces, por el contrario, nos arrastran de las narices hasta lo más penoso de nosotros mismos. La respuesta a esta pregunta me resulta incierta. Por una parte creo que tiene que ver con una suerte de testimonio: esos recuerdos nos recuerdan, valga la redundancia, que hemos vivido. Por si alguna vez no somos capaces de recordarlo por nuestra propia cuenta. Esos objetos son huellas, marcas que nos revelan. Y sin embargo, esos que fuimos, esos que -es verdad- nos traen hasta lo que somos, ya no existen más. Hoy somos esto otro, personas distintas, que pueden añorar, o arrepentirse, de lo hecho y de lo evitado, de tantas cobardías y tantas insensateces, etcétera, etcétera.

He aquí el doble peligro: si nos desprendemos de todo eso, puede que el día de mañana, cuando necesitemos recordar o comprender cómo diablos hemos llegado hasta algún punto, no tengamos manera de hacerlo, pues nuestros rastros habrán sido borrados y no tendremos de dónde agarrarnos (más allá de la imaginación, que siempre es útil en estos casos) para reconstruir nuestra historia. Pero por otra parte, lo cierto es que lo que somos auténticamente no tiene que ver con nuestra historia, sino siempre e inevitablemente con nuestro presente. Somos lo que somos en este preciso momento, recordemos o no nuestros pasos. Imaginar un pasado, tanto como especular con el futuro, son maneras de no comprometernos con lo único real que tenemos, que es nuestro momento presente. Y en este sentido estos souvenirs de un tiempo pasado no hacen más que privarnos de la posibilidad de ser plenamente nosotros hoy. Pero entonces, ¿para qué escribir todas estas palabras? ¿No son acaso estas palabras la raíz de un futuro recuerdo, el de esta tarde de orden -o de desorden- y de toma de decisiones sobre qué descartar definitivamente o no? No tengo respuesta para estas preguntas. Las dejaré anotadas por aquí, por si el día de mañana acierto a poder darles una respuesta más clara.

miércoles, enero 16, 2019

Sueño 190115

"La ternura adolescente pronto será reclamada por esta matanza... (¿o era holocausto?...) hecha de... (¿sangre... almas... fuego?...)."

Me asomé al borde de aquella construcción y algo me llamó la atención en el cielo. Eran unas formas extrañas, que aparecían y desaparecían a lo lejos sobre un fondo de nubes rojizas, como símbolos que quisieran decir alguna cosa. Recuerdo nítidamente dos líneas rectas paralelas negras, que se disolvían de arriba hacia abajo antes de aparecer de nuevo. Y luego unas enormes letras de color rojo rubí, que formaban palabras que yo intentaba memorizar. Para no olvidarme, intentaba escribirlas en un papel. Pero no resulta fácil leer o escribir en sueños.

Todo había comenzado en algún lugar de Rusia, o acaso fuera algún otro país del Este europeo, en algún momento de la primera mitad del siglo pasado, a juzgar por las palabras que escuchaba y las vestimentas de las personas que alcanzaba a ver, todo en un cinematográfico blanco y negro. Me encontraba en medio de una especie de redada. Recuerdo gente actuando con violencia, hombres, mujeres y niños empujados contra una pared, gritos en un idioma que no comprendía. Yo lo veía todo desde los ojos de un cuerpo que no era el mío. Y supe que en cuanto alguien se dirigiera a mí, imposibilitado como estaba para dar explicaciones, sería también blanco de aquella furia. Especulé con la posibilidad de responder con señas, indicando una fingida mudez, pero de inmediato imaginé que eso no funcionaria. De pronto veo a un hombre vistiendo un uniforme con una inscripción en inglés. Corro tras esa persona, y al alcanzarla intento comunicarme con él, y en una media lengua torpe le explico que yo no soy de allí, y que en realidad hablo español.

El soldado me responde con rudeza, pero al menos no me agrede. En cambio me ordena que busque algo en un cúmulo de tierra cercano. Algo valioso, aunque yo no entiendo muy bien qué sea. Pero de algún modo lo encuentro, lo desentierro, y eso me salva la vida. Luego aparece una caricatura. Que a partir de lo que acaba de suceder se aboca a buscar otras cosas. Pero en este caso la misión que recibe es mucho más difícil, porque hay que hallar algo enterrado, y nuevamente no sabemos qué es, pero ahora tampoco dónde podremos encontrarlo. Con un extraño bulldozer, la caricatura comienza a excavar, y lo hará durante años, pero en vano, dando vueltas en redondo con su máquina. Más tarde alguien me dirá que a pesar de todo está haciendo un buen trabajo, pues los serbios, cuando se juntan y se emborrachan, en lugar de ponerse a pelear y a dispararse entre ellos, como solían hacerlo, se dedican a mirar por televisión esa caricatura que los divierte tanto.

Como se ve, por momentos las cosas parecen o tener ni pies ni cabeza. O tal vez su sentido se nos escapa. Ahora un automóvil se cruza con el nuestro. Quieren que les indiquemos cómo llegar al aeropuerto... Intento orientarme, pero vos, siempre mejor ubicada que yo, les respondés primero. El hombre del otro auto se muestra muy impaciente y quiere que apures tus indicaciones. La mujer que va con él habla por teléfono y de pronto dice que ya no importa, que el tío ya llegó, y que además está enfermo. "Todo mal", pienso para mis adentros. "Se enferma en el viaje, no lo va a buscar nadie al aeropuerto... Seguro que después tendrá que pagar la comida para todos." Los chicos del matrimonio también se han bajado del auto y deambulan por ahí. Nadie parece saber muy bien qué es lo que esperan... Tampoco es claro qué es lo que estamos haciendo nosotros en ese lugar. Me pongo a caminar, entonces, buscando cómo salir de aquel sitio. Y así es como llego al borde de aquella construcción, desde donde me pongo a mirar el cielo.

Intento ahora escribir aquella frase en un papel, para no olvidar lo que dice. Me cuesta hacer andar la lapicera, pero también darle forma a las letras. "La ternura adolescente pronto será reclamada por esta matanza..." ¿La palabra era matanza y o era holocausto?... Me resulta muy difícil retener los términos. Hecha de... ¿sangre?... ¿De almas?... ¿De fuego?... De todos modos comprendo que la frase en cuestión habla de la vida, de todos y cada uno de nosotros, hasta ayer mismo jóvenes, y sin embargo llamados invariablemente a morir. Lloro.

Cuando me despierto, Laura está allí. Se estira y me sonríe, y se da vuelta para que la abrace. En realidad no estoy del todo seguro de haber despertado del todo, porque en ese momento se me hace presente otra frase, que parece resonar en mi cabeza: "No dejes de quererme. Por favor, no dejes de quererme, que en tanto vos me quieras la vida seguirá teniendo un sentido."

lunes, enero 14, 2019

Ventanas sin cortinas

Puede que Dios sea Alguien que hace cosas. O puede que, como cree y dice Savater, no sea más que una forma de suspirar y exclamar humanamente ante las tribulaciones de este mundo. No hay manera de saberlo con seguridad. Y por ende tampoco hay manera de saber con certeza cuál sea el sentido de la vida. Si es que acaso tiene alguno, por supuesto. Sin embargo, no puedo dejar de preguntarme por estos asuntos. Es como dice Alberto Caeiro en su Metafísica : "Para mí pensar en esto es cerrar los ojos y no pensar. Es correr las cortinas de mi ventana (esa que no tiene cortinas)".


martes, enero 08, 2019

Sueño 190108

"Dos cosas, antes de irme: No dejes de lavarte los dientes... Y tené presente la inexorabilidad de la vida." Esto dijo mi mamá, antes de dar media vuelta e irse. Y yo no supe si se refería al inevitable paso del tiempo y la caducidad de mi vida, la de su propia existencia, o acaso a ambas cosas. Lo cierto es que cualquiera de estas posibilidades, certeras e ineludibles, me lastimaron el alma.

Pero la historia no comienza allí, sino en una farmacia en la cual una chica lee unas publicidades ante un pequeño grabador, como si estuviese en un estudio, mientras la mujer que atiende el negocio la observa con impaciencia. Creo que conozco a la chica. La mujer impaciente habla fuerte, acercándose adrede al diminuto grabador, y así estropea lo que la jovencita está grabando, como queriendo dejar en claro que ese no es un buen lugar para hacer su trabajo de radio. Me río y me pongo a bromear con la frustrada locutora, hasta que llega mi amigo Fernando y me comenta algo acerca del trabajo.

Estoy ahora en mi viejo espacio laboral, justamente, aunque todo es extraño. Hay una piscina, por ejemplo, en la cual los empleados pueden  nadar si no hace frío. Escucho a la gente hablar de cosas que no comprendo. Sí entiendo que estoy desempleado, que necesito conseguir algo para hacer, y me angustia la idea de no lograrlo. De pronto recuerdo que la chica que nos acompaña es directora de una radio. Me llama la atención no haberme percatado antes. Pero Fernando me indica entonces que no comente nada, y yo le hago caso. Me doy cuenta de que sí, me angustia no tener trabajo, pero también me desasosiega recordar lo que sufrí cuando dilapidé mis horas en un empleo que no me gustaba en absoluto. Pienso entonces en la brevedad del tiempo que corre, que estoy envejeciendo, y me pregunto qué es lo que hice hasta este momento de mi vida. Me pongo mal. Entonces me despierto.

La sensación es opresiva. Me siento en el borde de la cama y comienzo a vestirme. Me estoy poniendo los pantalones cuando entra mi mamá, con una taza de leche caliente. Le pido que haga silencio, pues Laura duerme a mi lado. Entonces ella me deja la taza y va a retirarse. Y es aquí, antes de dar media vuelta para después desaparecer, cuando me advierte: "Dos cosas antes de irme: No dejes de lavarte los dientes... Y tené presente la inexorabilidad de la vida."

Entonces comprendo que aun estoy dormido. Y me despierto, y ahí está  Laura, durmiendo a mi lado, y me pongo a llorar desconsoladamente, por la fugacidad de la vida, por mi papá que ya no está, por mi mamá que ya está grande, por el propio tiempo cada vez más escaso, y Laura me acaricia la cabeza y me consuela, cuando me despierto otra vez. Y sí, ahí está Laura, que todavía duerme ajena a todas mis experiencias oniricas, y se estira cuando siente que yo me muevo a su lado, y me pregunta si estoy bien, porque nota mi respiración agitada, y después se acurruca, y yo la abrazo. Pero sinceramente dudo si al fin estoy despierto o si continúo dormido. Instintivamente giro mi cabeza hacia la mesa de luz, donde acaso debería haber una pequeña taza con leche caliente. No está, pero eso no significa demasiado. Ya se sabe que en los sueños las cosas aparecen y desaparecen caprichosamente.

Me acerco al cuerpo tibio de Laura y lloro durante un rato, sin saber muy bien por qué razón, o sin querer saberlo, hasta que me quedo dormido de nuevo; si es que realmente he despertado en algún momento, claro está.

jueves, enero 03, 2019

El mismo nombre, otras personas

Veo al pasar algo en Facebook. Me llama la atención ver escrito mi nombre. No el mío, en realidad, sino el de alguien que ha sido llamado como yo, siendo otro, pero alcanza para que la curiosidad haga que me detenga a leer. Dice:

«La primera vez que lo conocí me dio un libro de retórica. He escrito bien: “la primera vez que lo conocí”, porque lo conocí muchas veces, sin llegar a conocerlo del todo cada vez. Germán era uno un día, otro un otro día —eso sin contar las noches— y uno no sabía a veces con cuál quedarse. La última vez que lo conocí, hace tan sólo unos meses, también me dio un libro, esta vez sobre filosofía del lenguaje. Era un buen libro, como todos los que, de una forma u otra, me dio a leer.»

Nada sé acerca de ese Germán. Bastante poco sé, de por sí, acerca de éste que esto escribe y transcribe. Pero me gusta esa idea de no ser nunca dos veces la misma persona. En realidad sucede todo el tiempo: no somos los mismos que fuimos hace un año atrás, ni tampoco los mismos que fuimos ayer, ni hace dos horas atrás. Darnos cuenta de la ocurrencia de estos cambios, y hacer algo a partir de ello, eso sí ya es otra historia.

martes, enero 01, 2019

Inicios de año

Durante los últimos días de cada año, y los primeros días del año siguiente, solemos manifestar nuestros deseos, con fórmulas del tipo "ojalá que en este nuevo año..." o similares. No digo que eso esté mal. Pero me pregunto qué pasaría si en lugar de simplemente desear, cada uno de nosotros se comprometiese consigo mismo a cambiar, a ser más cuidadoso, más responsable, más respetuoso, más reflexivo, si nos decidiéramos a ser más solidarios, a estar más atentos, a votar mejor, a hacer mejor lo que sea que hagamos, a querer y cuidar más a nuestros afectos. Yo al menos he decidido no desear nada para el 2019. Pero me gustaría intentar ser un poco mejor cada día, y renovar este voto en cada uno de mis amaneceres.