martes, abril 16, 2024

Sueño 240415

"No es posible estar sino vivos",
soñé que escribía en una pared.
Y era el primer verso de un poema
que continuaba, pero ya no recuerdo.
Arriesgo, sin embargo, un par de líneas,
como si recordara, aunque no sea cierto. 

No es posible estar sino vivos.
Por eso no tiene sentido temer la muerte,
dado que no es posible estar muerto.
Quien muere simplemente deja de estar.
Hay un antes y un después, que es la nada.
Cómo podría angustiarnos lo que no existe.

Es curioso:
durante toda una eternidad
no hemos sido.
Un nacimiento nos puso en el mundo
por un lapso de tiempo tan breve;
después, retornamos a la nada,
tal como había sido antes.
Aunque es apenas un modo de decir:
quien no existe no tiene chance
de retornar a lugar alguno.

Entonces todos nuestros afanes,
nuestras grandes preocupaciones,
nuestros sueños y proyectos
se disolverán en la nada
y todo será como si jamás hubiese sido. 

Ahora estoy despierto.
Vivo y despierto, según creo.
Delante de mí observo el mismo muro
que hace un rato me pareció haber soñado.
Pero en él no hay nada escrito.


domingo, marzo 24, 2024

24 de Marzo: Nunca más.

Cuando las voces claman que fueron 30.000
lo que en realidad están diciendo es que
el horror resulta incontable. 

Cuando alguien porfía afirmando que no
que de ninguna manera fueron tantos
y centra su atención en las cifras
en vez de condenar el espanto
lo que en realidad está diciendo
es que para algunas gentes la vida
carece de dignidad y valor. 

Verdad. Memoria. Justicia.
Nunca más.



lunes, marzo 04, 2024

Babel, títulos leídos a medias y la imposibilidad de la promesa


El artículo está ilustrado con una imagen de Babel. Escribo esto y me pregunto cómo es que resulta posible reconocer en una imagen, en apenas un golpe de vista, una ciudad que probablemente jamás haya existido más allá de lo legendario. Observo la imagen de Babel y alcanzo a leer la parte final del título, que dice: "... o la imposibilidad de la promesa". No llego a ver/leer las primeras palabras. El golpe de vista me lleva a quedarme con ese final. Hago clic en el enlace y comprendo que he llegado a la reseña de un libro. La reseña ha sido escrita por una colega y seguro que su lectura será de interés. Pero me niego a leerla todavía, porque Babel y la imposibilidad de una promesa parecen generar ideas propias en mi cabeza, que no quiero que se mezclen (todavía) con otras.

La multiplicación de los lenguajes, promovida por Dios para que los hombres ya no pudiesen comprenderse entre sí, fue equivalente, en la leyenda de Babel, a la anulación de todo lenguaje. Los hombres perdieron la capacidad de intercambiar ideas y eso les impidió seguir adelante con la construcción de la mítica torre, que se pretendía erigir tal alta como para alcanzar los cielos. Cómo no dudar de la historia, si después se inventarían los traductores digitales, los aviones y las naves espaciales. O Dios cambió de idea y dejó de molestarle la posibilidad de que el hombre llegase a las alturas, o solo necesitaba tiempo para ocultarse, como cuando contábamos hasta veinte al jugar a las escondidas, o todo no fue más que un bonito cuento para que el bicho humano se quedase piola y humilde en el valle de lágrimas que le tocó en suerte. Allí todavía estamos, después de todo.

Lo cierto es que me quedo pensando en la imposibilidad de la promesa. En el hecho de que toda promesa dependa de la palabra, y ante la ausencia de esta última (léase la idea de "ausencia" como abarcativa de un vaciamiento, de una depreciación, de una deformación en serie, etcétera), la primera se torna inviable. Por otra parte, toda promesa presupone un tiempo futuro, en el cual dicha promesa debería cumplirse. Al disolverse la promesa, también ese porvenir queda disuelto en un mar de incertidumbre.

De repente recuerdo un disco: Adiós Sui Generis. En cierto pasaje de aquel registro en vivo, que marcó la despedida del dúo que integraban Charly García y Nito Mestre, allá por septiembre de 1975, el público chifla, no se sabe por qué. Entonces alguien se acerca al micrófono y dice (promete, a futuro): "Bueno, no se quejen chicos... Ya vendrán tiempos mejores". Casi cincuenta años más tarde, los tiempos mejores prometidos parecen no haber llegado. Y el tiempo se acaba. Sorpresa: hemos sido estafados. Crisis de la palabra, crisis de la promesa, crisis de la esperanza. Porque parece demasiado ingenuo seguir esperando. En cuanto a la posibilidad de creer, creamos. Uno siempre cree en algo. Pero ya no más en las promesas: los Reyes Magos eran los padres. 

En realidad las promesas son posibles. El problema es que también son inviables. La promesa ya no supone ningún tipo de garantía, y todos lo sabemos. ¿En qué podría fundamentarse la promesa cuando  la palabra con la cual se formula está en crisis? ¿Cómo colocar un contenido allí, en ese representante inconsistente, caprichoso, que tanto podría querer decir una cosa como otra, según quién y cuándo la interprete? Las pruebas están a la vista de quien desee verlas: hablar de democracia, de justicia, de libertad, de amor, supone recurrir a contenedores lingüísticos que, en definitiva, podrían contener prácticamente cualquier cosa. Por lo tanto, ya no son capaces de contener nada. Cuando cualquier sentido resulta válido, resulta un sinsentido pretender que haya un sentido real para las cosas.

"¡Viva la libertad, carajo!", vocifera un energúmeno cualquiera, blandiendo una motosierra en el aire, emulando a Jedediah Sawyer, el personaje de aquella famosa película clase B titulada The Texas Chain Saw Massacre. La escena, tragicómica, es coreada por miles de fanáticos. Fanáticos que votan. "One lunatic, one vote", digamos. O sea, no es la primera vez que suceden estas cosas. Basta con pensar en  los discursos y las promesas que llevaron al triunfo del nacionalsocialismo en la Alemania de 1932, por solo poner un ejemplo posible. El énfasis no está puesto en lo que se dice, sino en cómo. No en la razón de la palabra, sino en la emoción con la cual se carga. Mayormente, una emoción representada por un enojo o una indignación desbordantes. ¿Qué significan, en estos contextos, palabras como libertad o democracia? El huevo de la serpiente surge también ahí, en el borramiento del sentido de las palabras. La claridad aparente de unos es la oscuridad auténtica de los otros, de esos que no se dan cuenta de su equivocación, etcétera. No es un mal que no existiera en otras épocas, es verdad. Pero el asunto se ha potenciado notablemente en nuestro tiempo. 

Como si fuese el efecto de una pandemia viral, la cuestión es que hablar ha perdido buena parte de su propósito originario, que era el facilitar el que pudiésemos comprendernos. Hablar, seguimos hablando, por supuesto que sí. Pero se trata de una verborragia sin un contenido real, como aquel chimpancé que describía Wassily Kandinsky, capaz de tomar un periódico y hacer la mímica de estar leyendo, pero cuya realidad no va más allá del puro gesto. Porque -ya lo hemos dicho- la palabra ha sido vaciada. Libertad, lámpara, limón, león, caspa, casta, basta... Haga el lector la prueba: basta con repetir una o varias palabras obsesivamente  en voz alta para que se convierta en puro sonido, para que pierda significado. ¿No es acaso eso lo que venimos haciendo desde hace años en nuestras culturas hipercomunicadas, radio, televisión, redes sociales mediante? Cada quien pone dentro del significante que escoja, llámese palabra o meme, lo que se le venga en gana, y pareciera importar muy poco que ese sentido, elegido caprichosamente, coincida o no con el que otros hayan puesto en ese mismo lugar. Un diálogo de sordos, digamos. En este contexto, cada quien podrá seguir con absoluta facilidad y felicidad por el camino de creer aquello que haya deseado creer. Porque en esta Babel rediviva, sin esperanzas ni tiempo, las contradicciones no tienen lugar. 

El asunto del tiempo. Si las promesas están hechas de palabras, y las palabras hoy ya no tienen sustento, el otro desvanecimiento que tiene lugar es el del tiempo. La memoria desaparece, junto con las expectativas. Nuestros esfuerzos y desvelos terminan siendo parecidos a los de Sísifo: nos afanamos por subir una enorme roca por la ladera de una montaña, solo para que ésta se desbarranque al llegar a la cima. Tras lo cual volvemos a repetir nuestro vano trabajo, una y otra vez. El sinsentido cíclico Esto es Babel: un conglomerado de representaciones meméticas, vacías, sin pasado ni futuro. Un montón de personas escupiendo la palabra libertad, por mencionar apenas una entre tantas otras posibles, sin que importe en absoluto su significado. Esta es la lógica del meme: esgrimimos significantes cuyo sentido de ser no es la transmisión de un contenido, de una idea, sino su mera multiplicación viral, ciega y bruta. Y en el fondo nos encanta que así sea. Porque sin promesas, ni memoria, ni futuro, en cierto modo también somos inimputables, del mismo modo que un niño que delega toda su responsabilidad en alguien más.

Otra música está sonando ahora. Somos flores en los tachos de basura, cantaban los Sex Pistols. Cuando no hay un sentido firme en el lenguaje, en las palabras, en lo que se dice, cuando no hay ideas que circulen, sino solamente significantes ligados de manera brutal a emociones desencajadas, desencanto, frustración, no hay expectativa posible de una promesa válida. Tampoco historia, ciertamente, porque la memoria también se transmite a través de palabras. Ni pasado, ni futuro, entonces. Y cuando no hay futuro, ¿cómo podría haber pecado? 

Es como si estuviese escuchando ahora mismo a John Lydon cantando:

God save the lion
His fascist regime
It made you a moron
A potential H-bomb

God save the lion
He ain't no human being
There is no future
In Argentine's dreaming

viernes, febrero 23, 2024

Sueño 240213

 Algunos sueños cuentan historias. Otros traen recuerdos imprevistos del pasado. Los hay también caóticos, divertidos, angustiantes. Hay también sueños eróticos, por supuesto. Y aunque no sean los más habituales, hay sueños que dejan enseñanzas. Quizás de estos últimos haya sido el sueño caótico que tuve anoche, en el cual yo intentaba establecer una comunicación a través de mi celular, pero no acertaba a escribir la secuencia de números necesaria para lograr mi propósito. Recuerdo la sensación de urgencia, el sentimiento de frustración ante la repetición constante del error que me obligaba a recomenzar una y otra vez de nuevo. 

La comunicación era importante: yo debía hablar con mi padre, aunque no tengo en claro acerca de qué. Probablemente tampoco lo tuviese en claro durante el sueño. Y no lograba concentrar la atención en los números; al menos no lo suficiente como para no equivocarme, una y otra vez. Quizás por eso me molestó escuchar una voz a mis espaldas que me decía, mientras por el rabillo del ojo veía al hombre en cuestión (a los dos: al que me hablaba y al que era referido) parado cerca de mí: "Me parece que ese señor necesita ayuda para cruzar la calle". 

¿Tenemos alguna responsabilidad sobre las historias que soñamos? ¿Puede realmente uno decir, con total honestidad, "bueno, al fin y al cabo no interesa lo que haya hecho o dejado de hacer en esa situación, porque no era más que un sueño"? Porque, en definitiva, el que sueña es uno. Y las acciones que uno desarrolla durante el sueño son acciones nuestras, y de nadie más. Cierto es que también la persona que necesitaba cruzar era uno. Y asimismo la persona que me advirtió de su presencia. Lo cierto es que contesté, sin levantar la vista del celular y quizás no de buena manera: "Sí, pero en este momento tengo que lograr comunicarme con mi papá".

Recién en ese momento, justo en el instante previo a que una repentina lucidez me arrancase del sueño, comprendí que quien me había hablado no había sido otro que mi padre. La enseñanza, que llegó junto con una inevitable culpa, fue que a menudo buscamos lejos las cosas que más cerca nuestro están. No ya en los sueños, sino también en la vida real. Intenté consolarme, pensando que tanto peor me hubiese sentido de haber puesto a mi padre en el lugar de la persona que necesitaba ayuda para cruzar la calle. Pero es muy probable que también haya sido, después de todo. Lo confirma el hecho mismo de que se me ocurriera semejante idea.

Más tarde una frase aterrizó en mi cabeza. Creo que no tiene nada que ver con el sueño, aunque sí tiene que ver con el recuerdo de mi padre, y con no tener recuerdos del suyo, más que un segundo nombre en cierto sentido repudiado, por razones que no vienen hoy al caso. Probablemente también tenga que ver con mi hija, con el paso del tiempo y con el por qué uno escribe las cosas que escribe. La frase en cuestión es ésta que sigue: "No somos recuerdo ni memoria: a la larga, todos somos olvido".

jueves, febrero 01, 2024

Dondequiera que estaba ella...

Después de haber cenado juntos
al calor de la noche y la luz de una vela
-porque en medio se cortó la luz-
Después de haber compartido un helado
-capuchino y chocolate: hasta suena divertido-
Después de haber hecho un amor pacífico,
justo después del orgasmo de ella
y dos segundos más tarde el de él...
Los dos se rieron.
Se rieron como chicos que
se asoman con inocencia al mundo.
Se rieron como si se hubiesen descubierto
por primera vez
a pesar de llevar juntos tantos años.
Se rieron como si afuera de ese cuarto
ya no hubiese temores ni pesares.
Se miraron una vez más, largamente,
amparados en el abrazo,
los cuerpos desnudos y amantes.
Y aunque los dos se reían
fue ella quien preguntó:
 ¿Por qué te estás riendo?
El dijo algunas cosas
pero la respuesta era sencilla:
 Porque soy feliz.
Y es que, como alguna vez escribió Mark Twain:
Dondequiera que estaba ella,
allí estaba el Paraíso.