sábado, octubre 30, 2010

Charles Bukowski

Confesión se titula el poema. Y confesión es la mía: no me gusta la literatura de Bukowski. Jamás me gustó.

Sin embargo (siempre hay un sin embargo), este poema en particular, en el cual Hank llega al final de sus días y reconsidera, entre otras cosas, el siempre problemático asunto del amor, me reconcilia con el poeta maldito. Porque habla de mí. Porque me espeja.

Dice el poema en cuestión:

Esperando a la muerte
como un gato
que quiere saltar sobre la cama.

Compadezco a mi mujer.

Ella tiene que ver este tieso
blanco cuerpo moverse una vez,
y después quizá de nuevo: “¡Hank!”

Hank no quiere responder.

No es mi muerte lo que me preocupa,
es mi mujer sola con este
montón de nada.

Quiero hacerle saber que
aún después de tantas
noches durmiendo a su lado

hasta las inútiles
discusiones fueron cosas
siempre espléndidas

y las difíciles palabras que
siempre temí decir ahora
pueden ser dichas:

Te amo.


Yo no quisiera esperar a la antesala de la muerte para decir estas cosas. Pero me temo que por más que las grite, hasta desgañitarme, esas palabras no habrán de ser escuchadas. O consideradas ciertas. O debidamente comprendidas.

Este es el tipo de cosas que aborrezco del amor.

miércoles, octubre 27, 2010

Metáforas

Según el diccionario de la Real Academia, una metáfora consiste en el traslado del sentido literal de una voz a otro sentido, ahora figurado, en virtud de una comparación tácita. Ofrece algunos ejemplos: Las perlas del rocío; la primavera de la vida... También dice que puede tratarse de la aplicación de una palabra o expresión a un objeto o concepto al cual no denota literalmente, con el fin de sugerir una comparación (con otro objeto o concepto, distinto del primero) y facilitar de este modo su comprensión. Por ejemplo, si uno dice que el átomo es un sistema solar en miniatura.

En definitiva, una metáfora podría definirse entonces como el uso por el cual una cosa pasa a ocupar funcionalmente el lugar de otra, que en realidad es algo diferente.

Pero entonces el problema de la metáfora adquiere un perfil cuasi filosófico, que bien podría plantearse en los siguientes términos: si dos cosas son distintas, pero al mismo tiempo sustituibles en definitiva la una por la otra, ¿hasta qué punto tiene sentido seguir sosteniendo que son cosas diferentes?

Recuerdo en este punto la lección de un maestro que sostenía que esas palabras que alegremente solemos categorizar como sinónimos en realidad jamás significan con exactitud lo mismo unas y otras. Cada palabra tiene un matiz que es único y en todo caso somos nosotros quienes sabemos o no distinguirlo. Pasados tantos años desde aquella clase que todavía recuerdo, hoy yo estaría dispuesto a ir incluso más lejos, para afirmar que una misma palabra, dicha por diferentes personas, tiene sentidos diversos. E incluso una misma expresión, puesta en boca de una misma persona en dos momentos diferentes de su vida, una vez a la mañana y una segunda vez a la noche del mismo día, por ejemplo, quieren decir cosas diferentes.

Pero no quisiera irme de tema: hablábamos de las metáforas. Y el punto es que estamos tan acostumbrados a recurrir a ellas, que no solemos tomar en cuenta que en definitiva las metáforas no son sino una forma más o menos poética del engaño. Pero siempre son un engaño, al fin y al cabo. El futuro no se ubica adelante, ni el pasado está atrás. Estar mal no siempre se relaciona con estar abajo (de lo contrario la gente no haría buceo, ni los amantes se pondrían uno encima del otro), y estar arriba no siempre significa estar mejor (lo sabe cualquier persona atrapada en el piso alto de un edificio durante un incendio). No toda evolución es algo positivo (basta pensar en el triste ejemplo de un tumor). La lista de ejemplos podría extenderse, pero seguramente sería en vano hacerlo.

De todos modos, el engaño más grave que suele generar la metáfora es el que ya se ha venido insinuando desde el primer párrafo de estas líneas: No existe absolutamente ninguna cosa en el mundo que pueda ser cambiada por otra sin más, como si se tratara de lo mismo. Por más que lo pretendamos, nunca nada es lo mismo.

martes, octubre 26, 2010

Más sobre el amor

Otro parcial, y de nuevo el tema del amor. En este caso se trata de una estudiante que descree de la postura de Jean Paul Sartre y de su mirada del amor como una relación bélica. La estudiante dice que lo bélico puede estar, acaso, en el deseo de posesión del otro. Pero plantea la posibilidad de una entrega total, desinteresada y generosa, atravesada por una confianza en la cual nada se oculte, sin vergüenzas ni reproches, marcada por una libertad total.

Le respondo que su mirada es utópica. Que la agresividad latente en cualquier forma del amor reside en la objetivación que los amantes hacen cada uno respecto del otro. Que jamás nadie se enamora de ninguna otra persona, sino apenas de una idea, de una proyección imaginaria que el enamorado caprichosamente construye en torno de lo que el otro supuestamente es. Y la agresión, entonces, reside en el hecho mismo de desconocer e incluso negar la realidad de ese otro, del cual uno dice estar enamorado, reemplazándolo inevitable y egoístamente por esa idea, que en realidad el otro no es.

lunes, octubre 18, 2010

Cuestiones sobre el amor



Cuando leí por primera vez el libro La más bella historia de amor, de Dominique Simonnet, me llamaron la atención varios pasajes que subrayé mentalmente. Hace unas horas, mientras corregía parciales, uno de esos pasajes me tomó por asalto nuevamente, y esta vez cedí a la tentación de dejarlo registrado en esta bitácora.

Dice Simonnet:

"El amor no es democrático, no responde a la justicia ni al mérito. Sigue siendo del orden de la preferencia, vale decir, de la elección indebida de un ser humano en detrimento de otro. ¿Por qué enamorarse de x más que de y?..."

La palabra indebida me provoca, muy a pesar de que sé que está bien aplicada. El punto es que nunca nos enamoramos de la persona correcta, simplemente porque no nos enamoramos de un otro real, sino de una representación imaginaria -y por lo tanto ficticia- que respecto de ese otro establecemos en nuestra conciencia.

Apenas más adelante, y tras hacer una obligada referencia a las complejidades que son propias del amor, la misma estudiante que hace un instante citaba a Simonnet sabiamente acota, con palabras que ya son de su propia cosecha:
"Vale decir entonces que nadie elige a quién amar. Pero lo cierto es que, a pesar de todo, seguimos amando."

Nadie elige a quién amar. Y sin embargo se ama. Aparentemente todo esto forma parte de un enorme, gigantesco malentendido. Un malentendido vital, de todos modos, que entre otras cosas permite que la especie humana continúe floreciendo sobre la faz de la Tierra.

Unos minutos más tarde, ya desde las páginas de otro parcial, un segundo estudiante insiste en ilustrarme sobre estas cuestiones:
"En el amor, los sentimientos son intransferibles, incomunicables, inexplicables. Incluso cuando haya un sentimiento igual por parte de la otra persona, esto ha de seguir siendo así, inevitablemente, desde el momento en que jamás podremos sentir aquello que es sentido por el otro."


(De cosas así están hechas mis clases en la universidad.)

lunes, octubre 11, 2010

Citas para una tesis

Fernando Pessoa escribe acerca de la velocidad... Esa actual velocidad de las cosas. Y llega a la curiosa conclusión de que nuestro tiempo no es precisamente veloz. Sugiere que vivimos, en todo caso, la ilusión de una falsa velocidad:

"La velocidad de los vehículos nos ha quitado la velocidad de nuestras almas. ... Nos movemos muy rápido desde un punto en donde nada se hace hasta otro donde no hay nada que hacer, y llamamos a esto la prisa febril de la vida moderna. Pero no se trata de la fiebre de la prisa, sino de la prisa por la fiebre."


Y luego añade, en una preclara lección acerca de los verdaderos valores de nuestro tiempo:

"Toxicómanos de la velocidad, cartoneros cinematográficos, no admiramos la belleza, sino más bien su traducción. Cualquier calle tiene numerosas muchachas no menos bellas que los rostros cinematográficos. Cualquier oficina expele a la hora del almuerzo jóvenes tan apuestos como los hombres huecos de las pantallas. Estúpidos como una Mary Pickford o un Rodolfo Valentino. ... Cualquier dactilógrafa desviada que se convierta -como lo haría la mayoría, si pudiese- en amante de una estrella de la cinematografía, notará al cabo de una semana que, excepto por su rostro universalmente obvio, la pobre imagen es inferior en toda otra cualidad humana, superficial o no, a la mayoría de los muchachos que rodean a la idealista en su oficina cotidiana."


Y es verdad, así estamos: corriendo todo el tiempo hacia ninguna parte y adorando a los falsos ídolos que nacen y crecen en el seno de nuestra imaginación, mientras la vida real se nos escurre como si fuese arena entre los dedos de una mano.

miércoles, octubre 06, 2010

Días de náusea y furia

Hay un personaje, en una novela escrita por Jean Paul Sartre, que viene a mi mente en este momento. Es un humanista. O por lo menos pretende serlo. Sartre lo describe, en un determinado pasaje de su libro, sentado en una mesa, conversando con otra persona, un discípulo. Hay una mosca dando vueltas. El personaje escucha a su interlocutor en silencio, en aparente calma. Pero en realidad es tal como dice el saber popular: la procesión va por dentro.

En cierto instante la mosca se posa sobre la mesa y entonces el personaje, con un tremendo golpe, decidido, desmedido, absolutamente desproporcionado, la revienta sobre la superficie del mueble, ante la sorpresa de su interlocutor, que del susto casi cae de su silla. El hombre entonces simplemente explica, mientras observa los restos de la mosca que han quedado adheridos a la madera: Acabo de hacerle un favor a este insecto.

No es difícil suponer que acaso este personaje en realidad hubiese querido matar no a esa mosca, en definitiva inocente, sino al estudiante que hablaba con él. O tal vez en el fondo deseaba acabar incluso con su propia existencia. No hay manera de saberlo. Finalmente, se trata sólo de un personaje ficticio. Y sin embargo nos lleva a preguntarnos por qué razón, a veces, un pretendido humanista puede convertirse, de la noche a la mañana, en un criminal en potencia.

Y la única respuesta que encontramos es que acaso no medie tanta distancia, finalmente, entre ambas posibilidades. Quizás la única diferencia, esa que marca la pauta que separa al humanista del criminal, sea un repentino rapto de lucidez.

Y es verdad que acaso valdría la pena aclarar si consideramos que la lucidez está de un lado (el del humanista) o del otro (el del criminal). Sin embargo no lo haremos. Dejamos este detalle en manos de las intenciones de cada lector. Que por otra parte la respuesta a esta pregunta puede cambiar, ya lo hemos dicho, de la mañana a la noche.