Tres textos que coinciden hoy en presentarse ante mí.
El primero, un envío por mail de una reciente amiga chilena, de su compatriota Teresa Calderón, dice así:
Intento recoger cada momento,
cada gesto tatuado en la memoria,
la antología con los besos que no me dieron,
el sonido de la caracola de mi infancia,
la corona de mis días benditos,
un ramo de amores disecados,
el cofre de secretos que se llevó a la tumba mi abuela
y el enigma de la vida y de la muerte.
El segundo y el tercero, tomados ambos de Eduardo Galeano, fueron ofrecidos por una alumna en un examen parcial. El primero dice:
En su infinita generosidad, el sistema nos otorga a todos la libertad de aceptarlo o aceptarlo, pero el ochenta por ciento de la humanidad tiene prohibido el ingreso a la sociedad de consumo. Se puede verla por televisión, eso sí: quien no consume cosas consume fantasías de consumo.
Y el restante, finalmente...
Hace unos cuatro mil quinientos millones de años, año más, año menos, una estrella enana escupió un planeta, que actualmente responde al nombre de Tierra.
Hace unos cuatro mil doscientos millones de años, la primera célula bebió el caldo del mar, y le gustó, y se duplicó para tener a quien convidar el trago.
Hace unos cuatro millones y pico de años, la mujer y el hombre, casi monos todavía, se alzaron sobre sus patas y se abrazaron, y por primera vez tuvieron la alegría y el pánico de verse, cara a cara, mientras estaban en eso.
Hace unos cuatrocientos cincuenta mil años, la mujer y el hombre frotaron dos piedras y encendieron el primer fuego, que los ayudó a pelear contra el miedo y el frío.
Hace unos trescientos mil años, la mujer y el hombre se dijeron las primeras palabras, y creyeron que podían entenderse. Y en eso estamos, todavía: queriendo ser dos, muertos de miedo, muertos de frío, buscando palabras.