jueves, marzo 27, 2008

Breve carta matinal a Julio y poema de

¿Qué puedo decirte, Julio? Estas cosas pasan, y vos lo sabés mejor que yo. Uno agarra un pasquín cualquiera, de esos que se publican en algunos barrios, esos que se reparten gratis, o se dejan sobre una mesita para quien quiera se lleve un ejemplar, y después ese pasquín duerme el sueño de los justos en medio de una pila cada vez más alta de papeles. Hasta que un día (porque siempre llega el día, Julio, y vos lo sabés mejor que yo) uno descubre con un dejo de tristeza que ya es impostergable el momento de comenzar a hacer bajar de algún modo esa pila, y con un poco de pereza agarra un papel tras otro, para revisarlo levemente antes de botarlo a la basura, que ese es el triste destino de los pasquines barriales y otros papeles de similar naturaleza.

Pero entonces sucede (porque estas cosas también pasan, Julio, y a esta altura seguro que ya sabés que vos lo sabés mejor que yo) que por ejemplo uno va al baño, munido de un algunas de esas hojas, para entretenerse con algo mientras tanto, que después de las bibliotecas y los bancos de algunas plazas (o incluso antes que los bancos de las plazas, si lo pensamos mejor, o acaso todo dependa del día y del estado de ánimo) no hay recinto mejor que el baño para una buena lectura. Y en eso anda el hombre, descartando más que rescatando, cuando de repente.

Es como un golpe en la frente. Vos mismo lo hubieses dicho de este modo, y me refiero a descubrir ese recuadro perdido, con un poema tuyo, y seamos sinceros, que poco importa que haya sido tuyo el poema, sino que es el poema en sí mismo lo que importa. Y uno sentado allí, como un estúpido en el baño, con ese papel en la mano, preguntándose cómo es posible que haya estado a punto de tirar esto a la basura, me hubiese perdido estas palabras, intentemos fijarlas de algún modo, por ejemplo copiándolas en otro pasquín (pasquín virtual éste, Julio, que en tu tiempo no los había, aunque básicamente nada ha cambiado demasiado, podés creerme, todo es diferente ahora, pero sigue siendo básicamente lo mismo), cosa que haré en este mismo instante, inmediatamente luego de despedirme y desearte que estés muy bien, allí donde te encuentres.

Y el poema dice:

Para leer en forma interrogativa

Has visto
verdaderamente has visto
la nieve los astros los pasos afelpados de la brisa
Has tocado
de verdad has tocado
el plato el pan la cara de esa mujer que tanto amás
Has vivido
como un golpe en la frente
el instante el jadeo la caída la fuga
Has sabido
con cada poro de la piel sabido
que tus ojos tus manos tu sexo tu blando corazón
había que tirarlos
había que llorarlos
había que inventarlos otra vez.


(Julio Cortázar, de Salvo el crepúsculo)

lunes, marzo 24, 2008

Momento musical

De un tiempo a esta parte suelo incluir, entre los trabajos prácticos que propongo a mis alumnos, una consigna que pide la reproducción de un fragmento poético, preferentemente de producción propia, con una explicación del motivo por el cual se lo considera valioso. Suele venir, por supuesto, toda clase de cosas, algunas sin valor estético alguno (pero no se trata del valor estético en sí, sino de la apreciación subjetiva que el alumno haga de eso) y otras, por el contrario, muy interesantes.

Acomodando papeles me topé hace un rato con un uno de esos parciales, que me llamó la atención por venir acompañado de un disco compacto. La carátula anunciaba un movimiento de la Quinta Sinfonía de Mahler, e instintivamente lo puse en la computadora. Luego releí las hojas que acompañaban el CD. Transcribo un pasaje:

"Hace varios meses atrás un amigo me dijo: 'Escuchá el cuarto movimiento de la quinta sinfonía de Mahler, que te va a gustar'. Ese fue el único a priori. Después vendrían las charlas sobre el romanticismo, la historia de su amor con Alma Schindler, pero en ese momento no sabía nada ni de Mahler ni de sus sinfonías. Conseguí el disco, lo puse en el equipo de audio, y desde que empezó sentí que era lo más bello y lo más triste que había escuchado en toda mi vida. Sentí que representaba de la manera más abstracta y perfecta la esencia del amor, ese sentimiento tan pleno, que a veces se transforma en lo más penoso, y que sin embargo no te deja renunciar a él, del mismo modo en que yo no podía dejar de escuchar esa sinfonía, que por más melancólica que fuera me transmitía una paz, una belleza, una completud inexplicable. Me resultó imposible mantenerme indiferente, y desde entonces cada vez que escucho esta obra son inevitables los escalofríos, la emoción, las lágrimas, esa conmoción que me transforma, que me deja con un silencio lleno de música."

Nos preguntábamos en la entrada anterior por la naturaleza del arte. No fue Gustav Mahler, precisamente, un artista mediano, que se conformara con efectos y estructuras sencillas, sino más bien todo lo contrario. Pero fue al mismo tiempo un artista capaz de crear una belleza que no deja lugar a dudas cuando nos preguntamos por su esencia. Tal vez en el párrafo transcripto más arriba pueda encontrarse una de las respuestas posibles a qué cosa sea el arte. Fundamentalmente algo que no es atravesado por la comprensión, sino por una conmoción sensible que nos deja algo. Si ese algo además es bueno, tanto mejor. El resto queda, inevitablemente, en la sensibilidad de cada uno.


miércoles, marzo 05, 2008

Del arte a la perversión

En ocasiones puede no ser sencillo establecer una relación histórica coherente en lo que hace a la evolución del arte. Y otras veces esta experiencia puede llegar a resultar dolorosa. Acaso la palabra dolor siga hoy llamando la atención de algunos, puesta al lado del término arte, muy a pesar de que no es ningún concepto nuevo, ya sea que hablemos de las Lamentaciones de la música pre-barroca o, más acá en el tiempo, de la poesía de Rimbaud, del teatro de Antonin Artaud o del Guernica de Picasso. En realidad, la concepción misma del arte quizás esté relacionada con una conmoción de los sentidos, al margen de que se promueva por lo placentero o por su contrario.

Pero el punto está, precisamente, en lo difícil que es establecer el rumbo y la naturaleza del arte. En algún momento, los cánones artísticos comenzaron a ser manejados por una aristocracia que anticipó, de algún modo, lo que más tarde se convertirá en la industria cultural: la obra de arte comenzó a convertirse en un objeto estético de consumo, perdiendo con ello sus características esenciales. La reacción de los verdaderos artistas, de quienes en verdad necesitaban decir algo con sus obras, fue plasmada entonces en esa famosa expresión francesa que incita a épater le bourgeois, vale decir, a escandalizar con un arte reaccionario a quienes pretendían adueñarse del arte sin comprender su naturaleza.

El problema fue que por la misma puerta por la cual ingresaron a los tiempos modernos las vanguardias, y que ellas sean bienvenidas, irrumpió solapadamente otro concepto: el de la provocación como un supuesto modo de arte. Pero ya no hablamos de un arte rupturista, como podría ser el de Marcel Duchamp, sino de la idea de que una provocación, por el sólo hecho de serla, pueda ser considerada arte, sin importar su forma ni mucho menos su contenido.

¿Es una vaca descuartizada conservada en formol una obra de arte, como sugiere Damien Hirst (y no sólo él, sino también quienes le dieron por esa obra el polémico Premio Turner en 1995)? ¿Qué hay, por ejemplo, de las palomas de León Ferrari que dejan caer sus naturales deposiciones sobre imágenes religiosas estratégicamente ubicadas en la base de sus jaulas? ¿La emblemática pieza para piano de John Cage 4'33", consistente en un silencio para el instrumento que dura justo lo indicado en su título? ¿Las latas de sopas Campbell de Andy Warhol? ¿Y qué hay de la famosa Gioconda de Leonardo? ¿Cuál es la razón que nos lleva a considerar este último ejemplo como arte, casi sin dudarlo, al menos hasta el momento en que nos preguntan en qué se sostiene nuestra certeza?

En una galería de Nicaragua, un supuesto artista costarricense llamado Guillermo Vargas realizó recientemente una instalación titulada Exposición N° 1. Sobre una de las paredes de un cuarto vacío, Vargas escribió una frase: "Somos lo que leemos", decía en grandes letras, formadas con comida para mascotas. Luego hizo capturar un perro enfermo, que deambulaba por las calles, lo ató con una soga para que no pudiese salir de aquel cuarto, y simplemente lo dejó allí, sin alimento ni agua, hasta que muriese.

Cómo puede concebirse que una perversión semejante sea considerada arte, es algo que no se comprende. Pero no deja de tener razón Vargas cuando, señalado por quienes quisieron demostrar lo aberrante de su propuesta dijo: "Lo importante para mí era mostrar la hipocresía de la gente: un animal así se convierte en foco de atención cuando lo pongo en un lugar blanco donde la gente va a ver arte, pero no cuando está en la calle muerto de hambre." Y luego agregó: “Nadie llegó a liberar al perro, ni le dio comida o llamó a la policía. Nadie hizo nada.”

¿Cuáles son los límites del arte? Lo más grave del caso es que la delgada línea que separa al arte de la aberración en algunos casos, y en otros de su propia caricatura, parece estar cada día más borrosa. Acaso sea tiempo de que comencemos a mirar nuevamente hacia dentro de nosotros mismos, en busca de una respuesta más precisa.

lunes, marzo 03, 2008

Perspectivas


"Un círculo se cierra y al mismo tiempo dos planos coinciden, se superponen, se confunden. En esta coincidencia se observa que lo que deseábamos mantener en planos separados es inseparable. Nuestro sentido de la orientación y nuestros sentimientos hacia aquello que forma la base empiezan a tambalearse y tenemos la impresión de encontrarnos frente a una paradoja."

Estas palabras de Francisco Varela hacen referencia a una lámina del ilustrador holandés Maurits Cornelius Escher (1898-1972).

Yo me pregunto hasta qué punto dichas palabras no serán aplicables, en general, a la vida.