viernes, mayo 20, 2011

Escepticismo y orgullo

Comienzo a leer los primeros parciales que me tocará corregir este año. En el primero de ellos, una sentencia me llama la atención:

"El escéptico, como cultor de un modo filosófico de la apatía, siente un cierto orgullo de su desesperanza."

Por alguna razón la frase me atrae. En cierto modo me siento aludido, al mismo tiempo que no. Es que no me considero propiamente un escéptico, ni mucho menos un desesperanzado. Aunque reconozco que en cierto punto he llegado a hacer del escepticismo un arma defensiva, aplicado no a la vida en general, pero sí a casos puntuales. Cosas hay, en las que muchos creen, de las cuales mi escepticismo me salva. No creo en los nacionalismos, ni en las religiones organizadas, ni en la publicidad, ni en los políticos. Tampoco creo en las promesas vanas, ni en las falsas hermandades, ni en las guerras justas, ni en las banderías de ninguna clase. Y no confío en el derecho del poderoso, en la igualdad de lo diferente, en quienes imponen las modas, ni en la cuadratura del triángulo.

Y es verdad que estos escepticismos míos me producen cierto orgullo, aunque no desesperanza. Muy por el contrario.

Pienso en estas cosas justo antes de enterarme de que en España el pueblo se manifiesta en este mismo momento en 166 ciudades, reclamando reformas tales como el inicio de una democracia real y participativa. Uno de los carteles que muestran las fotos que ahora mismo están dando vuelta al mundo, dice: "No representamos ningún partido político ni sindicato. Somos ciudadanos indignados."

Este movimiento ciudadano, autogestionado a través de Internet, reclama al grito de "Democracia real ya y sin estafas" a sólo dos días de las elecciones y a pesar de la prohibición del gobierno. Un texto que circula entre los manifestantes promueve "una sociedad nueva que priorice a las personas por encima de los intereses económicos y políticos". ¿Será demasiado pedir? ¿No campea, en estos reclamos, también un escepticismo de base que descree de la política y las reglas económicas actuales? Hay también cierto orgullo en este escepticismo. Pero definitivamente la desesperanza está ausente. Acaso esto es lo importante.

jueves, mayo 19, 2011

Oxalá...

¿Puede una persona relacionarse de algún modo con alguien que todavía no ha comenzado a existir o que jamás haya existido?

Esta pregunta, que se me cruzó por la mente hace nada más un rato, tendría varios niveles de acercamiento, pero hoy me remito solamente a uno de ellos. Y tiene que ver con una frase que leí un par de horas atrás en La estrategia de la ilusión, que dice así:

"El hombre se siente, en cierto modo, infinito, esto es, capaz de desear de modo ilimitado, de quererlo todo. Pero advierte su incapacidad para realizar lo que desea, y entonces tiene que prefigurarse en Otro (que posea en óptima medida aquello que él desearía como mejor), en quien delega la tarea de llenar ese vacío que media entre lo que se quiere y lo que se puede."

Esto, al menos, es lo que según Umberto Eco ha dicho Feuerbach a la hora de intentar justificar la existencia de las religiones.












P.S.: En el mismo libro Eco habla, algunas páginas más adelante, de algunas deidades brasileñas entre las cuales se cuenta Oxalá. Personalmente me gustó que una deidad tenga un nombre que, proponiendo apenas un leve ejercicio imaginativo, pueda sonar por homofonía, pero también en su sentido del deseo, a la palabra ojalá.

¿Dios realmente existirá?, pregunta alguien.
Y otro le responde: Oxalá.

Realmente es una buena respuesta.

lunes, mayo 09, 2011

Lo que el tiempo se llevó


Alguien publica en Internet, en un perfil de Facebook, tres fotografías en las cuales aparezco. Son tres fotos tomadas en tres momentos distintos del siglo pasado, en 1973, 1974 y 1975 respectivamente. Vale decir que yo tenía por entonces seis, siete, ocho años. Me quedo con la fotografía que me muestra junto con mis compañeros de tercer grado, por ser la más nítida. Si hasta me parece recordar el montoncito de tierra, sacado a fuerza de aburrimiento de la unión de dos baldosas, con el que estaba jugando justo cuando el fotógrafo dijo "Sonrían". Miento. No me acuerdo del fotógrafo, ni de que haya dicho eso. Pero sí del montoncito de tierra. Memoria selectiva, que le dicen.

Observo otra vez, de nuevo, esos rostros que me miran desde la fotografía, el de ese niño que supuestamente fui y el de algunas de las niñas y niños que completan la escena. Reconozco de inmediato a mi amigo Juan José, a Alfonso Amato, quien años más tarde se convertirá en el hermano de mi primera novia; dudo un instante ante el rostro de aquella niña que por entonces me atraía.

De todos modos debo reconocer que todavía tengo más brumas que recuerdos certeros. Cuando algunas personas comienzan a comentar las fotos en cuestión, allí en Facebook, empiezan a aparecer algunos nombres familiares, que no escuchaba desde décadas atrás, pero que permanecen incrustados en la memoria de tanto haber sonado por aquellos días, cada vez que las maestras cumplían con su trabajo de tomar lista. Viviana Aubele... Presente. Laura Bednarz... Presente. Nuri Fernández... Presente. María Fernanda Ramírez... Presente. Germán Serain... ¿Germán Serain?... ¡Ah, sí, disculpe, señorita!... Presente. Es que estaba pensando en otra cosa.

¿De verdad esos niños que miran desde el otro lado del tiempo y de una fotografía somos nosotros?... No quisiera pasar por escéptico, ni mucho menos por necio, pero en cierto punto me cuesta creerlo. Es que ha pasado tanta agua debajo de muchos puentes... Y al mismo tiempo parece que todo hubiese sucedido ayer.

Más tarde, para mi sorpresa, la compañera que ha subido las fotos en cuestión recordará una escena, en la cual la niña que ella fue corría por el patio -el mismo patio de la foto- al niño que fui yo, con la intención de besarlo. Parece que la situación tuvo cierta importancia; la suficiente, al menos, como para que la maestra de primer grado, Amanda Bussio, llamara a los padres de la pequeña para ponerlos al tanto del impetuoso comportamiento de su hija. Escucho la anécdota y en el fondo me enojo con ese niño, por no haberse dejado atrapar. Acaso algunas cosas hubiesen sido diferentes después, con esa primera lección sobre las niñas que tan graciosamente alguien quiso darme, y que pese a todo no llegó a ser.

Por supuesto, después la vida continuó y trajo otras lecciones, algunas maravillosas y otras que no lo fueron tanto. De a poco el niño se hizo hombre, a fuerza de aciertos y equivocaciones, de alegrías y pesares. Se enamoró y se volvió a enamorar, y tuvo una hija hermosa que le cambió la vida. Mantuvo algunos sueños, unos cuantos ideales básicos, y también olvidó muchas cosas. Un día miró sus manos y se dio cuenta: había crecido. Corrió a asomarse al espejo y se encontró con un desconocido. Hizo lo que pudo, entonces, para conocerse, al menos lo suficiente como para poder convivir con ese otro que era él mismo. Y así continúa la vida hasta hoy.

Entonces de pronto sucede: la bruma parece dispuesta a disiparse y algunas de aquellas imágenes distantes, hasta ahora difusas, comienzan a tomar cuerpo. De la foto resurgen rostros, otros nombres olvidados, viejos aromas, sonidos remotos, sensaciones diversas, y puede que hasta la inquietante grácil curva de un cuello, enmarcado por dos colitas prolijamente peinadas. Pero si algo aprendí en todos estos años fue a desconfiar de mi mismo. Acaso por eso es que me pregunto dónde se ubicará la sutil e insospechada frontera que media entre el auténtico recuerdo y la probable fantasía que yo mismo no habré comenzado a inventarme.

Mucho me temo que no pueda responder a esta pregunta. Finalmente, no es posible regresar, como para cotejarlos, a los tiempos que ya han sido.

martes, mayo 03, 2011

La pregunta sin respuesta II


- ¿Quién eres tú?, preguntó entonces la oruga.
- Mi nombre es Alicia, respondió la niña.
- Yo no he preguntado tu nombre.
Lo que yo te he preguntado es: "¿Quién eres tú?"

lunes, mayo 02, 2011

Adiós, Don Ernesto


Cada hora del hombre es un lugar vivo de nuestra existencia que ocurre una sola vez, irremplazable para siempre. Aquí reside la tensión de la vida, su grandeza, la posibilidad de que la inasible fugacidad del tiempo se colme de instantes absolutos, de modo que, al mirar hacia atrás, el largo trayecto se nos aparece como el desgranarse de días sagrados, inscriptos en tiempos o en épocas diferentes.

Comienzo el día y me espanto al escuchar hablar por todas partes de Gran Hermano, en lugar de encontrar pesar por la muerte de Don Ernesto Sábato, este sábado, a la edad de 99 años. Se me ocurre que una cultura que se preciara de tener un mínimo de dignidad hubiese debido guardar un respetuoso luto, cancelando tanta frivolidad televisiva. Por supuesto, es una idea estúpida.

Se fue Saramago. Ahora le tocó el turno a Don Ernesto. Alguien dice que todos somos hoy un poco más huérfanos. Y tiene razón.

La vida, ese largo desgranarse de días sagrados, sigue, por supuesto. Pero la muerte de alguien como Sábato (la muerte de cualquier persona, en realidad) nos enseña esto: que tenemos que aprender mucho para comenzar a comprender cabalmente qué cosa sea realmente la vida.

Lo paradójico es que, mientras tanto, la vida se nos escurre como agua entre los dedos. Y nosotros la miramos pasar, impasibles, mientras se van los grandes maestros y sobreviven, siempre obtusos, siempre iguales, quienes se empeñan en anestesiar las ideas.