miércoles, abril 22, 2020

Cuarentena - Día 35

La nota de color salió en varios diarios del mundo y da cuenta de una historia sucedida en Brooklyn. Allí un joven llamado Jeremy Cohen estaba tomando fotografías desde la ventana de su departamento cuando vio a una chica que bailaba en la terraza del edificio de enfrente. En medio de la cuarentena, y luego de haber llamado la atención de la muchacha mediante gestos y saludos a la distancia, decidió hacerle llegar su número de teléfono por medio de un dron. La joven -al parecer su nombre es Tori Cignarella- decidió aceptar el juego. Los dos cenaron, de alguna manera juntos, aunque separados, a través de una videollamada. Para su cumpleaños él le envió saludos virtuales con una canción de su cantante favorita. Y luego llegó al extremo de alquilar una burbuja transparente para poder salir a la calle y encontrarse con ella, separados los dos por una generosa capa de plástico protectora, brutal metáfora que marca a un mismo tiempo la garantía de que ninguno de los dos podría contagiar al otro con ningún virus, en caso de estar infectados, pero también la imposibilidad de llegar a tocarse, el otro como un potencial peligro, del cual en cualquier situación convendrá alejarse, incluso cuando en apariencia lo que se intente sea justo lo contrario. Finalmente es posible que todo esto no haya sido, como lo anticipamos entre líneas arriba, más que parte de un juego. Un show para las cámaras y para las redes sociales, ciertamente efectivo, pues ha llegado en forma de noticia de color hasta nosotros. Detrás de lo que sabemos, puede que haya una relación real, tanto como puede que no haya más que imposturas y escenografías. En definitiva este detalle no nos importa. O por lo menos no me importa a mí, que soy quien está escribiendo esto. Y es probable que lo me ha llevado a escribir sea un detalle marginal, y es que el artículo a través del cual esta breve historia, repleta de guiños que promueven acaso sonrisas en estos tiempos de aislamiento, llega a mi conocimiento, finaliza con una frase que me detuvo, que habla de "aquellos amores trágicos que para existir necesitan de la distancia". Fue esta expresión la que me quedó resonando y la que en definitiva me trajo a escribir este texto. Nada más porque conozco de primera mano la esencia de esos amores trágicos. Y porque por fortuna he aprendido que para mi presente y mi futuro quiero otra cosa.



Cuarentena - Día 34

En muchos rincones del mundo se repite la misma postal:
un enorme número de personas permanecen en sus casas,
guardados entre cuatro paredes y con suerte alguna ventana.
Se siente satisfecho aquel que por naturaleza solía ser asocial,
pues ahora está en igualdad de condiciones con sus vecinos:
continúa recluido, pero ahora tiene para ello la excusa perfecta.
Muchos tienen miedo de salir, y encerrados se sienten seguros.
Otros también sienten temor, pero deben salir sin más remedio,
para cumplir sus trabajos, que han sido declarados esenciales.
Allí va el recolector de basura, y el farmacéutico del barrio,
y el almacenero, y el que reparte con su camión la mercadería
que compradores presurosos, de rostros cubiertos con barbijos
y pañuelos, apurarán en alguna góndola a precios exagerados.
Pero también está el vecino que no teme.
O mejor dicho, acaso no se trate de un valiente
sino de alguien que le teme mucho menos a ese virus
que al parecer anda amenazando de enfermedad y muerte
que a sentir que pierde su bien más preciado,
que es su libertad de salir a caminar un rato bajo la luz de la luna,
y así lo hace, silbando bajito, porque sí nomás, por ganas.
Y también estará siempre ese otro que, inevitable,
mirando al hombre libre desde su triste bunker
lo señalará con el dedo y hasta es posible
que lo denuncie a las autoridades
porque en el fondo y calladamente desearía ser él
quien se atreviera a dar ese paseo,
pero es un cobarde
que se deja ganar por el miedo
y la triste seguridad de esas cuatro paredes
que lo guardan de todo mal, excepto de sí mismo.


viernes, abril 17, 2020

Cuarentena - Día 29 (La guerra del cerdo)

Dicen que en la ciudad de los buenos aires hoy los aires son aun mejores de lo que solían ser, con menos humo y dióxido de carbono, debido a que la gente ha dejado de salir de sus casas por causa de la pandemia. Y sin embargo los aires son al mismo tiempo cada vez más rancios. Dicen que no se puede salir a la calle sin tener la cara cubierta, de hecho. Porque la enfermedad está allí, en el aire, precisamente. En ese aire que respiramos todos. Pero también suceden otras cosas. Por ejemplo, que desde hoy los mayores están obligados a pedirle permiso por teléfono al gobierno municipal para que los dejen asomarse a las calles. Como si fuese un preámbulo a la Guerra del cerdo. Así es como las prohibiciones se van sumando. Son gestos extraños, peligrosos, que coquetean con el fascismo, digámoslo así, abiertamente. Las libertades individuales se recortan en aras de un supuesto bien común, mientras el mundo se cae a pedazos. Y la gente lo acepta, de manera callada. Dicen que esta nueva restricción es para proteger la salud de los ancianos... Sin embargo, ¿cuánto separa estas medidas del momento inevitable en que algunos comiencen a señalar, primero con desprecio, acaso más tarde con abierta violencia, al abuelo que se atreva a salir de su casa? Ya se han visto las primeras manifestaciones en dicho sentido. La especie humana está tristemente repleta de individuos a los cuales les cuesta muy poco (demasiado poco) convertirse en bestias salvajes, carentes de raciocino, de empatía y de ética. Por lo demás, confieso que he discutido mucho y casi a diario, en cada llamado telefónico con mi madre, para intentar convencerla de que se quede en su casa, de que no salga, para cuidarla del virus. Pero ella ya tiene casi ochenta años... No me hace caso. Pero ¿sabés qué? Pienso que ella se ha ganado sobradamente el derecho a hacer de su vida lo que se le venga en gana. Incluso ponerla en riesgo. Y acaso lo mismo valga, al fin y al cabo, para todo el resto de nosotros. El virus está ahí afuera, aceptémoslo. Es parte de la naturaleza, lo mismo que nosotros. La muerte es parte del riesgo de estar vivos. Los encierros, cuando nos son impuestos, son parte de un morirse de a poco.

miércoles, abril 15, 2020

Cuarentena - Día 27

La gente se está convirtiendo
lentamente en algo horrible.
Salgamos a las calles en masa,
tosamos y estornudemos juntos.
Hagamos una pira de barbijos
y bailemos alrededor del fuego, felices.
Abracémonos y volvamos a besarnos.
Contagiémonos de todo lo que sea menester
y aceptemos que la muerte
es al fin y al cabo algo inevitable.
Pero no caigamos en la degradación
de dejar de ser humanos
para convertirnos en hienas
que se observan desconfiadas,
listas para destrozarse a mordidas
en cualquier momento.

martes, abril 14, 2020

Cuarentena - Día 26

Es muy difícil permanecer en soledad,
alejados, escondidos dentro de nuestras casas,
rodeados por cuatro paredes inmóviles y calladas,
día tras día, noche tras noche, y no encerrar también el alma.
Se hace difícil tomar distancia de los demás sin terminar
cayendo en una recíproca desconfianza.
El miedo nos estimula y nos convierte en delatores,
en alimañas, en aves de rapiña, en policías infames
desprovistos de razón y de humanidad.
Pronto será de nuevo el imperio de la fuerza.
Hoy la gente se ha convertido de repente en algo horrible,
con sus rostros ocultos detrás de máscaras temerosas
y todo un nuevo repertorio de gestos evasivos.
Hay algo que flota en el aire que nos está haciendo daño.
Pero no se trata de un virus, como muchos andan diciendo.
Mientras creemos estar cuidando de no enfermarnos el cuerpo,
nos vamos transformando en fantasmas sin alma
que van hipotecando sus libertades en pos de una seguridad ilusoria.
Es verdad, hoy salir a la calle se ha tornado peligroso.
Ahí afuera, en sus diversas formas, anda rondando la muerte.
Y sin embargo yo quiero que valga la pena correr el riesgo.
Sinceramente te digo: si nos vamos a morir,
y esto es algo inevitable, que no sea en la distancia,
sino en la pasión de un beso.

lunes, abril 13, 2020

Cuarentena - Día 25

Todos hablan del maldito virus
guarecidos en la seguridad
carcelaria de sus propias casas,
acodados en la baranda de un balcón
o en el borde de una ventana.
Unos aplauden a los médicos,
otros señalan con el dedo
al vecino que sale a pasear su perro.
Todos tienen temor de enfermarse,
algunos incluso miedo de morir,
como si ese no fuera el destino
inevitable de todos nosotros.
Pocos se dan cuenta,
pero el verdadero virus
definitivamente es otro.
El peligro es que de a poco,
sin que nos demos cuenta,
terminemos aceptando
que las cosas sean así,
que ya no seamos libres
de volver a caminar por las calles
porque sí nomás, porque nos da la gana,
sin mirar con desconfianza al otro,
libres de la infamia de juzgar
a aquel que ya no quiere
o acaso no puede esperar más.
No hay peor virus que aquel
que nos enfrenta y nos distancia.
Ese que nos lleva a prescindir
de un abrazo o de un beso
por ese tonto temor a la muerte
que tan a menudo nos lleva
a escondernos de la vida.

domingo, abril 12, 2020

Cuarentena - Día 24 (Día de Pascua)

Estrellas sobre la Isla de Pascua |



Hubo un tiempo en que las Pascuas,
la Navidad y el día de Reyes
integraron mi calendario festivo.
También el Año Nuevo, por supuesto,
y, claro está, mi cumpleaños.
Luego supe que los reyes eran los padres
y más tarde extravié la costumbre
de armar el árbol navideño,
que quedó atascado
-culpa de todos y de nadie-
en los pedazos de la ilusión rota
de un hogar que supo ser sin perdurar.
En cuanto a las Pascuas entendí
que por años apenas habían sido
para mí un huevo de chocolate
relleno con confituras y sorpresas.
Después, cuando ya no hubo golosina,
fueron tan solo algo más que
también se perdió entre
las brumas del tiempo.

Si habrá o no vida después de la muerte
eso lo sabremos -o no- en su debido momento,
después de haber dado nuestro último suspiro.
La buena noticia es que hay resurrecciones
que se dan en el marco de la vida misma,
en cada día nuevo que comienza,
en cada nuevo amor que se intenta
y que jamás será en vano.
En estas resurrecciones cotidianas
es donde debemos descubrirnos.
Hasta que al fin uno encuentre
eso que acaso estuvo
buscando desde siempre.

sábado, abril 11, 2020

Cuarentena - Día 23


El enigma matemático que compartí ayer guarda cierta relación con este otro, bastante conocido, que básicamente se desarrolla del siguiente modo: 

Tres personas van a un bar y piden un café cada uno. Cuando piden la cuenta, el mozo les dice que han gastado en total $25. Cada amigo pone $10 y el mozo deja $5 de vuelto en monedas de $1. Antes de irse, los clientes se reparten $1 del vuelto cada uno y dejan los $2 restantes como propina para el mozo. Ahora bien, si cada cliente pagó $9 ($10 menos $1 de vuelto), entre los tres han pagado $27. Sumado esto a los $2 que le dieron de propina al mozo da como resultado $29. Sin embargo, si cada uno había puesto un billete de $10... ¿Adónde está el peso que falta?”

AVISO DE SPOILER: Si no conoce el problema, intente resolverlo antes de continuar su lectura.

A diferencia del problema numérico de 8 + 11 = ? que planteaba la entrada de ayer, en este caso del peso que falta el truco es inducir al lector a un error en el enunciado mismo del problema: los dos pesos de la propina no están dentro del gasto del café, sino que son un segundo gasto. Dicho de otro modo, los clientes gastaron $25 del café, más $2 de propina, que sumados a los $3 de vuelto que conservaron da el total de $30 pagado inicialmente. La enunciación del problema induce a realizar una operación matemática que no corresponde, que conduce a un evidente error.

Por el contrario, parte de la gracia en el problema de las cuatro ecuaciones con su incógnita final es que hay dos resoluciones alternativas correctas, siguiendo la lógica de que la semántica matemática se ha modificado y reclamando la identificación de una nueva pauta de lectura. Este es precisamente el eje del enigma (más allá de la evidencia de que quien instala una de las dos pautas posibles, no logra ver con facilidad la restante). Pero si incorporamos un elemento adicional, que es la posibilidad de que de las tres respuestas iniciales dos de ellas sean erróneas, resulta que aparece un tercer resultado posible, que es el de resolver la ecuación conforme a la semántica habitual. 

Por supuesto, lo que estamos proponiendo es romper la lógica del acertijo, a través de un pensamiento lateral que posibilita tomar como fallidas las premisas que determinan el juego, convirtiéndolas de este modo en eventuales inductoras a error. Pero después de todo podemos pensar que si verdaderamente el creador de este enigma hubiese tenido el propósito de engañarnos, no nos hubiera revelado que tal era su intención. Curiosamente, de no haber mediado las dos ecuaciones intermedias, el resultado de la cuarta ecuación no hubiese supuesto absolutamente ningún problema.

Lo cierto es que estos problemas pueden enseñarnos a vislumbrar cómo se comporta nuestra mente ante una determinada situación de confusión, intentando recuperar el equilibrio lógico perdido de diferentes modos. Esta observación es la que resulta valiosa, porque de un modo u otro este comportamiento se proyecta luego a la vida cotidiana, a las situaciones que enfrentamos diariamente. La mente no opera de una manera para resolver un acertijo y de un modo diferente al considerar un problema de la realidad.

viernes, abril 10, 2020

Cuarentena - Día 22


Aburridos por la cuarentena, muchas personas ocupan su tiempo en subir a las redes sociales diferentes desafíos o problemas lógicos. Alguno de mis contactos publica la imagen que puede verse arriba de estas palabras. Veo muchas respuestas, algunas aparentemente más razonables que otras, basadas todas ellas en la lógica cibernética de "IF (condición) - THEN (conclusión)", lo cual no me parece mal, y sin embargo me sorprende que a nadie se le ocurra decir que en definitiva, en términos matemáticos, ocho más once siempre dará como resultado diecinueve. Y que el hecho de que los dos resultados anteriores sean fallidos no modifica absolutamente en nada la correcta resolución de la última suma. Luego me digo que, más allá de los pasatiempos, esta sencilla observación dice mucho acerca de las dinámicas y lógicas sociales en cuyo marco vivimos. Adoptamos las conclusiones a las que han llegado otros como verdades dadas, que no nos tomamos el trabajo de cuestionar, y a partir de ellas elaboramos nuestra manera de ver el mundo. Sin tener en cuenta que, si partimos de premisas equivocadas, el resultado muy probablemente también lo será.

Post Scriptum: Mi amigo Ariel Elijovich me hace notar que, desde un punto de vista lógico, existen tres resultados posibles, según se resuelva la suma en sus términos matemáticos literales o bien se resignifique la lógica de la ecuación que presenta la incógnita a la luz de los tres casos anteriores (dando por sentado, claro está, que los mismos aportan una información correcta). Concretamente, ante la forma "a + b = c", un modo de resolución sería (a x b) + a , lo cual daría como resultado 96, y otro modo posible sería tomar todo como una suma consecutiva, integrada también por los resultados parciales, lo cual daría como resultado 40. Lo llamativo es que quienes encuentran como resultado 40 no logran ver con facilidad el modo de llegar a 96, y viceversa. Y es que por lo general, ante la presencia de un problema determinado, tendemos a aferrarnos a la primera solución alternativa que se nos presenta, y automáticamente descartamos cualquier otra que también pudiera ser viable. Y también esto es un fiel reflejo de cómo solemos ser en el mundo.

jueves, abril 09, 2020

Cuarentena - Día 21

Hay un tiempo que es
De los relojes y los calendarios
Tiempo de las agendas
Que nos indican qué hacer, y cuándo.
Pero hay también un tiempo sin tiempo
Que simplemente transcurre
En el sutil paréntesis que abarca
Desde el amanecer al ocaso
Como si fuera una metáfora
De la existencia misma.
Amanece y anochece
En un mismo día
En una misma hora
En un mismo instante
Y en ese devenir, la vida
Reclama una revelación
Que usualmente se niega.
Alguna vez, no obstante,
He vislumbrado un sentido
En la belleza de un sol que
Se duerme al acabarse el horizonte,
En el vuelo fugaz de un pájaro,
En la pasión de unos ojos,
De una piel desnuda, de un beso.
Pero hoy he amanecido solo.
Estoy encerrado
Y tengo miedo
De no querer salir
Cuando las puertas se abran.

miércoles, abril 08, 2020

Cuarentena - Día 20

El ser humano no ha inventado el virus que nos obliga a cumplir con esta cuarentena (aunque, esto es cierto: si no fuese porque unos chinos se empecinaron en comer cosas tales como murciélagos y otras porquerías compradas en el mercado de Wuhan hoy acaso todo sería diferente). Este coronavirus, que mata, y contra el cual no hay todavía otra forma de prevenirse que no sea el aislamiento, nos guste o no, es parte de la naturaleza.

El capitalismo, por el contrario, ha sido creado por el ser humano. No es parte de la naturaleza, pero nos condiciona a sus brutales reglas, a todos nosotros, que formamos parte de él. El capitalismo y la cuarentena no se llevan particularmente bien: el capital reclama actividad productiva y consumo. Por eso, ante este parate generalizado, es simple ver que en algún momento este capitalismo va a comenzar a mordernos, a destrozar a dentelladas a los más débiles, sobre todo, y así vendrá a demostrarnos que puede matar tanto como un virus, y también mucho más. No olvidemos que el hombre es el lobo del hombre, por más barbijo que use. El equilibrio, entonces, es muy delicado. Y este detalle, para nada menor, ha comenzado a inquietarme.

¿Qué pasará cuando el peligro que representa el coronavirus comience a ser menor que el riesgo de no tener un modo de llegar a un nivel básico de subsistencia económica? ¿Qué pasará cuando las empresas decidan que sus ganancias no son una variable de ajuste en el marco de una recesión inevitable y comiencen a expulsar gente y a cerrar puertas? Ya se han visto las primeras señales de este proceso, y pronto se irán viendo otras, cada vez mayores.

Entonces, o bien nos mata el virus, o nos mata la crisis. Estamos entre la espada y la pared. Con el detalle -de nuevo- de que el virus forma parte de la naturaleza, y en el caso de tener que enfrentarnos a las consecuencias de un capitalismo descarrilado seremos en definitiva nosotros mismos los padres del eventual monstruo.

Es verdad que si hablamos de naturaleza el ser humano es una especie animal. En ese sentido, nada de lo que haga estará fuera de la naturaleza. Solemos diferenciar, sin embargo, entre naturaleza y cultura, pero resulta que el generar cultura está en la naturaleza del hombre, y que ésta es una de sus armas para preservar la especie. Aunque no siempre funciona así: hay una paradoja, que no es ajena a otras formas de vida, al fin y al cabo, y es que llega un momento en que se plantea un desequilibrio entre el hombre y su contexto. Como si fuese un parásito en relación con su huésped, la especie humana ha comenzado a socavar la viabilidad del mundo que parasita. Si esto se prolonga demasiado en el tiempo, la destrucción del medio ambiente supondrá también la destrucción del hombre. Ya lo sabemos: los parásitos en general se comportan de esta misma manera. Pero los parásitos no tienen cultura, y nosotros sí. ¿De qué nos sirve la cultura, entonces, si con ella no somos capaces de regularnos?

Pero regresemos al tema de económico. El ser humano es la única especie biológica que maneja el concepto de economía. En consecuencia, toda organización económica es una producción cultural, capitalismo incluido. Luego, por supuesto, hay matices para el capitalismo, según se contemple una mayor o menor intervención del Estado para regular el salvajismo al cual -digamos que naturalmente- tiende de por sí este sistema económico, acaso por ser un producto humano.

También es cierto que el capitalismo (definamos: hablamos de una división económica entre quienes poseen un capital de producción y quienes solamente pueden ofrecer a cambio de un pago su fuerza de trabajo) no es el único sistemas de organización social, económica y política posible. Es verdad que hay alternativas, como el socialismo, el comunismo, el tribalismo comunitario y otras. Pero una vez que la maquinaria cultural se puso en marcha, el propio creador de esa cultura resulta modificado por ella, convirtiéndose en algo diferente de lo que era, amalgamándose con esa cultura a un grado tal que ya no será posible distinguir la frontera que los separa. Excepto que lo destruyamos, para volver a armar de nuevo los restos que queden. ¿Será este el destino al cual nos acerca la presente pandemia?

Admitamos que, en tanto especie, en el planeta, el ser humano es algo bastante parecido a una plaga, y la naturaleza tiene mecanismos para controlar las plagas. Tal vez se trate de esto la pandemia. No sé si el virus sea una defensa de la naturaleza contra el hombre, pero podría serlo, y de lo contrario al menos sería una buena metáfora. Pero de un modo u otro somos una especie condenada: tanto hacemos para defendernos de la muerte, cuando un virus nos amenaza, y por otro lado ocasionamos esa misma muerte, salvaje y alegremente, nosotros mismos. En lo personal, si me dan a elegir, prefiero ver morir gente por causa de la naturaleza que por mano propia de los hombres.