viernes, diciembre 24, 2021

Reflexión navideña

Las religiones monoteístas han sido históricamente el germen de la intolerancia. En las civilizaciones totémicas o politeístas, cada quien creía en la deidad que le viniera en gana. Al haber una pluralidad de dioses, cada quien era dueño de creer en lo que quisiera. En cuanto unos comenzaron a defender la idea de que existe un solo dios, la paz fue imposible: si alguien asegura la existencia de un dios diferente, estará necesariamente negando la legitimidad del otro, y viceversa. Luego, la impugnación se convierte en un ataque: si mi dios es el verdadero, entonces el tuyo es falso; por ende, los fundamentos de tu identidad están errados. 

Por supuesto, también hay politeísmos que han sido belicosos. Pero el monoteísmo por su propia definición no puede convivir con otras alternativas sin cuestionar o ser cuestionado. De hecho, el mandato bíblico de evangelizar (la idea de querer convertir al otro a una supuesta verdad que le resulta ajena) es una concepción característicamente monoteísta, históricamente anegada en sangre. 

Probablemente no exista ningún dios, oféndase quien quiera. O acaso cada uno de nosotros sea parte de un dios único, colectivo, amorfo y salvaje, carente de conciencia respecto de sí mismo. Acaso dios no haya muerto, porque jamás fue nacido. O quizás vive en cada uno de nosotros, dios monstruoso, que abarca desde el básico al poeta, desde el santo al asesino. Tal vez dios no sea más que un concepto abstracto. Y las religiones -la historia lo demuestra- una recurrente manifestación de lo maldito.

En cuanto a la etimología de la palabra, hay interpretaciones diversas, pero una de las más difundidas es la que vincula el término religión a la expresión re-ligio o re-ligare. Se enfatiza así la restauración de un vínculo que de alguna manera relaciona al ser humano con una potencia superior. La expresión siempre me ha parecido poética, aunque me agrada más una interpretación taoística que contemple una reintegración de uno mismo con el todo.

Escribió alguna vez Sofia Gubaidulina que si la vida divide al humano en muchas partes, no hay mayor ocupación que la de recomponer su integridad espiritual. Pero para eso yo prefiero otras instancias, como la poética, la contemplación o el amor. Porque si la religión re-liga por un lado, nos desconecta por el otro. Es una sábana demasiado corta que, al enfrentarnos con los otros, nos aleja de una manera definitiva de ese concepto llamado dios.

jueves, diciembre 23, 2021

Sueño 211223 - Esas motos que van a mil


"¿Te contó mamá de su aventura?"
, le pregunté.

La aventura había sido su primer viaje en moto, a sus ochenta años, desde su casa en Caballito y hasta donde vive una de sus amigas, en Castelar. Yo le había dicho, más o menos en tono de broma: 

"Qué lástima. Yo estoy ahora cerca de tu departamento, pero vine con la moto; si no, te acompañaba. Salvo que vos te animes a subirte y te alcanzo. Justo tengo conmigo los dos cascos."

Y se animó, nomás. Y después se lo íbamos a contar a todo el mundo, ella en el asiento de atrás, completamente olvidada por un rato de sus achaques y problemas cotidianos, sintiendo pasar la vida a cien kilómetros por hora abrazada a su hijo.

El recuerdo de esa experiencia me trajo algo más. La idea de haber estado allí, en aquel momento, pensando:

"Seguramente papá nos debe estar mirando desde arriba, y se debe estar riendo."

No estoy seguro de si en verdad se lo hubiese tomado o no a risa. Al principio creo que a él le daba miedo que yo anduviese en moto. Aunque también en alguna ocasión se había acercado a verla, creo que con un dejo de orgullo. "Tené mucho cuidado", me decía siempre.

Pasaban otras cosas; pasaban muchas otras cosas en mi sueño, que ahora no vienen y probablemente ya no vayan a venir a la conciencia. Pero recuerdo perfectamente el repentino sopapo brutal de la duda. ¿Desde arriba? ¿Qué quería decir eso? ¿Acaso soñé que vos te habías muerto, viejo? Si ahora mismo estás acá, hablando conmigo...

También recuerdo perfectamente que en mi sueño yo iba manejando la moto, cuando de pronto me daba cuenta de que no llevaba el casco puesto. Lo había tenido en mis manos, pero ahora ya no estaba. Recuerdo la repentina sensación de fragilidad que me dio estar volando a más de cien kilómetros por hora con la cabeza descubierta, sin saber si estaba despierto o dormido. Sin saber si había soñado que mi papá se había muerto, o si en realidad estaba soñando que todavía estaba vivo.

lunes, diciembre 20, 2021

Sueño 211219 - Los dumbodrones del fin de la humanidad

El sueño comienza de noche, en una terraza. Estoy con unas personas a quienes no conozco. Observamos en el cielo unas luces que se acercan. Son tres curiosos drones: tienen la forma del elefante Dumbo y emiten luces de colores mientras evolucionan, acercándose y alejándose, en una curiosa danza aérea. Comprendo que nos están observando. Una persona comienza a grabarlos en video con su celular. Alguien más le dice que no haga eso. No explica el motivo de su negativa, pero parece tener miedo. Sospecho que los dumbodrones vienen de otro planeta. Finalmente desaparecen.

De alguna manera los extraterrestres nos han hecho llegar unas hojas de papel. Hay en ellas impresas algunas preguntas superficiales, algo así como una encuesta genérica. Desconfío. Me pregunto para qué quieren saber cosas de nosotros. Pero al mismo tiempo son preguntas que no parecen tener mayor importancia. Se me ocurre entonces indagar por la naturaleza del papel. Lo acerco a la luz de unas lámparas, para ver si la hoja tiene alguna filigrana, y entonces sucede algo increíble: el papel reacciona a la luz y comienza a mostrar unas imágenes. Veo entonces unos rostros. Parecen personas, pero no hay modo de estar seguros. Luego, esos rostros se desvanecen y aparecen otras formas, bestiales, demoníacas, aterradoras, representando padecimientos de las torturas más atroces del infierno. 

Comprendo entonces lo que esas inteligencias extrañas buscan entre nosotros: el miedo y el dolor; el sufrimiento. Es probable que se alimenten de alguna manera de eso. Salgo a la calle, sin saber muy bien para qué. Supongo que quiero verificar que todas las cosas sigan su curso de siempre. Por un instante todo parece normal, hasta que un hombre gordo, enorme, lanza un alarido horrendo y enseguida comienza a apuñalar a las personas que se encuentran a su alrededor. La gente corre, desesperada por escapar, pero no hay dónde. Aquí y allá el fenómeno se repite: individuos enloquecidos se convierten de repente en asesinos brutales. Todos los demás corren desesperados por salvar sus vidas, y yo pienso que el asunto tiene una falla lógica: si estos seres de verdad desean nuestro sufrimiento, es necesario que nos conserven vivos. Los muertos no son capaces de sufrir ni sienten dolor. 

De poco sirve mi reparo. Siento que estoy siendo testigo del fin de la humanidad. Aunque horas más tarde, ya despierto, comprenderé que tal vez esa haya sido en realidad la esencia de nuestro principio. El terror de quienes desean escapar del sufrimiento y de la muerte también es capaz de alimentar a esos demonios, que después de todo tal vez no sean sólo el producto de una mente afiebrada. Los dioses por definición son brutales, y están allí desde que la humanidad tiene memoria. Tántalo, Saturno y Cronos se solazan mientras devoran a sus propios hijos, pero no son los únicos. ¿No envió acaso Jehová a su único hijo a morir en el mundo luego de un atroz sufrimiento? ¿No comprenden acaso, desde sus respectivas inmortalidades, el padecimiento de estos miserables seres por ellos creados, sufriendo inútilmente con su vano deseo de trascendencia y la triste conciencia de su finitud? En ese dolor es donde la humanidad, propiamente dicha, encuentra su origen. Permanecer en calma acaso sea el único modo de no seguir el macabro juego. Concentrarnos en el instante.



domingo, noviembre 21, 2021

Los amores posibles

 Alguien ha escrito en un muro,
negras letras y rojas sobre el cemento:
"Agradezco los amores imposibles
con los que la vida me honró alguna vez".
Repito estas palabras y me digo que
se trata de una hermosa frase.
A veces los muros se nos ofrecen
plenos de belleza y sabiduría.
Entonces también yo agradezco
cada uno de mis amores imposibles,
esos por los cuales a veces brillé
y asimismo a menudo sufrí.
Pero lo dicho no tendría sentido
si antes no agradeciera mil veces
los amores que sí han sido posibles,
pues en ellos fue donde
floreció la vida.

Y que el olvido entierre lo demás,
todo aquello que quiso en vano
pasar por amor sin haber sido
más que burdos malos sueños.

domingo, noviembre 14, 2021

Misterio del amor

 Me asomo al misterio del amor
cada vez que duermo a tu lado
cada vez que dormís a mi lado
cada vez que tu espalda desnuda
se ofrece inocente a mi caricia
o tus brazos me contienen.

Entonces te amo un poco más
y nada más deseo que sientas
que alguien en este vasto mundo
vela por vos y te cuida, te descubre,
te adivina, atiende a tu alma callada,
te presiente, te necesita, te adora.
Porque a tu lado la vida
sencillamente es más bella.



miércoles, noviembre 10, 2021

Acerca de los dioses

Quienes están convencidos de que existe una vida más allá de la muerte, sin duda cuentan con una ventaja que no tienen aquellos que creen lo contrario: estén o no en lo cierto, nadie les podrá decir que estaban equivocados. ¿En dónde me ubico yo en este sentido? En una total y absoluta incertidumbre.


En relación a estas cuestiones, quiero rescatar aquí algo que escribe Bertrand Russell: "Si yo sugiriera que entre la Tierra y Marte hay una tetera de porcelana que gira alrededor del Sol en una órbita elíptica, nadie podría refutar mi aseveración, siempre que me cuidara de añadir que la tetera es tan pequeña que no puede ser vista ni por los telescopios más potentes. Pero si yo dijera que, puesto que mi aseveración no puede ser refutada, dudar de ella es de una presuntuosidad intolerable por parte de la razón humana, se pensaría con toda razón que estoy diciendo tonterías. Sin embargo, si la existencia de tal tetera se afirmara en libros antiguos, si se enseñara cada domingo como verdad sagrada, si se instalara en la mente de los niños en la escuela, la vacilación para creer en su existencia sería un signo de excentricidad, y quien dudara merecería la atención de un psiquiatra en un tiempo ilustrado, o la del inquisidor en tiempos anteriores."

Y complementa Richard Dawkins: "La razón por la que la religión organizada merece abierta hostilidad es porque, a diferencia de la creencia en la «tetera de Russell», la religión es poderosa, influyente, exenta de impuestos y se inculca sistemáticamente a niños que son demasiado pequeños para defenderse. Nadie empuja a los niños a pasar sus años de formación memorizando libros locos sobre teteras. Las escuelas subvencionadas por el gobierno no excluyen a los niños cuyos padres prefieren teteras de forma equivocada. Los creyentes en las teteras no lapidan a los no creyentes en las teteras, a los apóstatas de las teteras y a los blasfemos de las teteras. Las madres no advierten a sus hijos en contra de casarse con infieles que creen en tres teteras en lugar de en una sola. La gente que echa primero la leche no apalea a los que echan primero el té."

domingo, noviembre 07, 2021

El grillo violinista

Alguna vez fui un padre joven, de una niña que recién llegaba al mundo. Por las noches esa niña se dormía solamente si su papá o su mamá le contaban una historia al lado de su cama. Solían ser cuentos inventados en el momento, entre las telarañas de un sueño que a menudo terminaba dando cuenta de los adultos antes que de la pequeña jovencita. En tales ocasiones aparecía a veces un cuento que a la pequeña Jessica le gustaba más que otros. Entonces ese relato podía repetirse, y con la repetición se iban añadiendo detalles y colores. Así sucedió con la historia del grillo violinista, hasta que un día decidí escribirlo, para que le quedase de recuerdo cuando fuese más grande. Increíblemente, el cuento llegó a aparecer publicado en un par de revistas. Pero luego esas revistas desaparecieron, y le perdí el rastro a la historia hasta esta mañana, cuando de repente la encontré entre unos papeles viejos. Por eso decidí copiarla aquí, para protegerla aunque sea un poquito más del olvido. (Ahora que lo pienso, no se trata solamente de esta historia, pero ese es otro asunto, que podrá en todo caso adivinarse.) 

Ah, sí... En cuanto a la ilustración,... No quiero que nadie se cree falsas expectativas. No aparece en el cuento ningún perrito. Pero junto con el cuento encontré varios dibujos, entre ellos el de esta "Perrita enamorada". Lo hizo la misma princesa para la cual fue inventado el cuento, y por eso me pareció adecuado ponerlo aquí, a la manera de un separador.

“HABÍA UNA VEZ un hermoso jardín, con plantas, flores y alegres bichitos, permanentemente ocupados en construir sus maravillosas y pintorescas casitas. La vida transcurría felizmente, hasta que un día el cielo se cubrió de negro en pleno día, y entre truenos y relámpagos se desató una horrible tormenta, que barrió con todas las bellezas del jardín. Primero vino el agua, en forma de copiosa lluvia, y lo inundó todo. Luego, el viento arreció furioso, hasta arrancar el último pétalo de la última flor, cada una de las plantas (no sólo las más pequeñas, sino también las mayores), y también las lindas casitas de los habitantes de aquel dichoso lugar.

Cuando todo terminó, del otrora bello jardín no quedaban casi rastros. Los bichitos recorrían los restos en ruinas y miraban a su alrededor sin alcanzar a comprender lo que había sucedido. De sus casitas y sus flores no quedaba nada; pero tampoco podían verse ya restos de la antigua alegría. En efecto, el jardín y sus habitantes se habían sumido en una profunda tristeza, y a la larga todos se olvidaron incluso de reír.

Pero entre los ahora melancólicos bichitos había uno particularmente triste. Era un joven grillo, que además de lamentarse por su estropeada casita y sus bellas flores perdidas, se preguntaba todo el tiempo por qué motivo aquel desastre había tenido lugar. Y no era esa la única pregunta que lo angustiaba: también deseaba saber cuál era el papel que le tocaba jugar en ese mundo arrasado por el viento y la lluvia. Pues si antes pasaba sus horas dedicado por entero a atender los muchos cuidados de su pequeña casa, pintando de color rojo cada zócalo, y de color verde cada ventana, lo cierto es que ahora la casita ya no existía. Ni tampoco había ventanas para cuidar, ni pinceles, ni tampoco pinturas que permitiesen iniciar la tarea de nuevo.

De tanto andar triste por ahí, o acaso de puro aburrido, una tarde cualquiera el grillito se acomodó junto a una pequeña piedra jaspeada y se puso a frotar sus patitas traseras.

-Cri... cri... criiii...

Una luciérnaga curiosa que pasaba por ahí detuvo un momento su vuelo y se puso a escuchar con atención.

-Suena bonito, a decir verdad.

-¿Cómo dijo, doña Luciérnaga?...

-Que suena bonito. El sonido que hacés cuando frotás tus patitas suena muy bonito. Como si fuese música. Tal vez debieras practicar un poco más.

El joven grillo miró a la luciérnaga sin comprender. Pero frotó sus patitas un par de veces más y se dio cuenta de que ella tenía razón: el sonido que producía de esa manera era bonito. ¿Era eso música? Alguna vez había escuchado hablar de la música a unos pájaros cantores, pero nunca le había prestado demasiada atención al tema. Se le ocurrió preguntarle entonces a una lombriz amiga que justo asomaba la cabeza a un par de saltos de distancia.

-Amiga lombriz, ¿podrías decirme qué cosa es la música?

La lombriz miró al grillito extrañada, pero le contestó:

-La verdad es que yo no sé, pero podrías preguntarle a la araña Jacinta, que según dicen sabe tocar el arpa, que es un instrumento lleno de cuerdas.

Dicho lo cual, la lombriz volvió a esconderse tierra adentro.

El grillito se dirigió sin pensarlo dos veces rumbo a la casa de la araña Jacinta, y cuando llegó tocó la puerta: Toc, toc, toc...

Jacinta era una araña muy viejita y amigable, que había renunciado a comer grillos y otros insectos desde hacía mucho tiempo. Era además una araña muy sabia, conocedora de muchas cosas, y al parecer también sabía lo que era la música. Asomada a la puerta de su telaraña, Jacinta escuchó atentamente las preguntas del grillito, y cuando éste terminó le dijo lo siguiente:

-Amigo grillito, yo puedo enseñarte lo que es la música, pues en un tiempo yo misma fui concertista, y tocaba el arpa en una orquesta. Va a llevar algún tiempo para que comprendas, pero si estás verdaderamente interesado te invito a que pases a mi casa.

El joven grillo entró a la casa de Jacinta, la araña arpista, y no volvió a saberse más nada de él durante un buen tiempo. Tanto, que algunos bichitos comenzaron a pensar que acaso Jacinta había decidido cambiar nuevamente su dieta y que al fin se lo había comido. Nada de eso había pasado, sin embargo, y un buen día, justo al comenzar la primavera, el grillito reapareció sano y salvo en la puerta de la casa de Jacinta, acompañado por la venerable araña, que con voz fuerte y clara dijo:

-¡Amigos bichitos del jardín! ¡Pongan atención que tengo algo importante que decirles!

Los bichitos dejaron de hacer lo que cada uno de ellos estaba haciendo en ese preciso momento y se acercaron para escuchar a Jacinta.

-Todos ustedes saben que en un tiempo fui arpista en una orquesta, si bien la mayoría de ustedes nunca me escuchó tocar. Pues bien, ahora tenemos a un nuevo músico entre nosotros.

Dicho esto, el grillito dio un salto adelante y comenzó a frotar sus patitas traseras como si se tratase de un violín. Y lo que surgió no fue apenas un sonido bonito, sino una música en verdad maravillosa. Las clases de la araña Jacinta habían rendido sus frutos.

Saltando y bailando, el grillito comenzó a recorrer todo el jardín tocando su violín. Y créase o no, los bichitos comenzaron a recobrar sus sonrisas, y luego se lanzaron a bailar también ellos, formando parejas y rondas. Casi sin que nadie se diera cuenta, el jardín recuperó la alegría perdida, y muy pronto cada uno de quienes vivían allí estuvo trabajando, construyendo nuevas casitas y sembrando nuevas flores, al compás de la música.

Como todo cuento que se precie, hay detrás de este relato una moraleja. El joven grillo no sólo comprendió que había nacido para ser músico, sino también algo aun más importante. Lo que comprendió fue que incluso cuando el viento y la lluvia destruyeran una y otra vez su jardín, con sus plantas, sus flores y sus pequeñas y cuidadas casitas, pintadas de verde y rojo, había algo que ninguna tormenta podría quitarles jamás, y eso era la música. Pues la música estaba guardada en el interior de sus corazones, junto con la capacidad de sonreír, de jugar y de soñar con mundos mejores, en los cuales las tormentas más terribles apenas son algo así como una molestia pasajera.

Y así fue, entonces, que en aquel jardín no hubo nunca más tristezas, y sí en cambio una multitudinaria orquesta de bichitos que, dirigida por el joven grillo violinista, cada noche ofrece un concierto especial para quien desee escucharla. Y también para vos, para que cada vez que estés triste puedas sentirte un poquito mejor

lunes, noviembre 01, 2021

Hoy todavía permanezco

Intuyo con horror la llegada del día
en que sencillamente ya nada importe.
Acaso la razón que se oculta detrás
de esta empecinada tristeza sea
que nunca he podido aceptar
que no se le pueda ganar
la partida al tiempo.
Y sin embargo, no termino de escribir
los versos que anteceden y sonrío.
Temida muerte, pronto nos veremos.
Pero hoy, al menos, todavía permanezco.



sábado, octubre 30, 2021

Sobre Borges y Kodama

 Confieso tener una relación algo ambigua respecto de María Kodama. Por una parte la veo como la Yoko Ono de Borges. Pero por otra parte me digo: si Borges la eligió, claramente es porque hay algo en ella. Y entonces vuelvo a respetarla mucho (cosa que no me sucede con Yoko, que Lennon me disculpe). Bueno, leo una entrevista a Kodama, cuyo enlace dejo en el primer comentario de esta publicación, por si a alguien le interesa. Y en un pasaje ella cuenta y dice algo que me impacta, y es lo que sigue: 

"Yo no sabía quién era Borges, era muy chica; entonces tomé un libro que había en mi casa y empiezo a leer: “Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche...” Yo dije: “¿Qué es esto?” Lo leí hasta el final sin entender intelectualmente nada, por supuesto, pero quedé atrapada por el ritmo que tenía esa prosa, para siempre. ... Imagínense de qué manera me tomó a mí esa lectura, sin entender. Por eso yo siempre digo: “Entender es una etapa secundaria, hay que sentir. Si uno no siente, déjelo, espere cinco años, diez, y vuelva a leerlo”. Es como en la amistad o en el amor: uno cuando encuentra a alguien sabe si puede ser amigo o si puede enamorarse o no." 

Me pareció una magnífica manera de acercarse no solamente a la literatura, sino a cualquier forma de arte en general. Esa primera impresión, ese color, esa cuestión de piel, que también tiene el amor. Una gran dificultad de ser docente es a veces no encontrar las palabras adecuadas para explicar este tipo de cosas. Por eso mi entusiasmo.



miércoles, octubre 27, 2021

Lienzo con ocaso

Un sol se refleja en las tranquilas aguas,
navega un rato sobre un mar de ocres,
antes de hundirse en la sombra de la noche.
Pero aquí la ilusión ha detenido el tiempo.
La noche no ha de llegar para este sol,
para esta imagen que persiste
en la mirada de un Dorian Gray
que quisiéramos ser, pero no somos.
La noche llegará, inevitable,
iniciando por nosotros.

(Cuadro de Carolina Saenz Lio)


lunes, octubre 18, 2021

Perras negras

A veces siento un raro temor:
que se me acaben las palabras.
De no poder decir el nombre
de esta sombra, de esta luz,
de esta felicidad, de este dolor,
de esa angustia, de esta esperanza.
de esta soledad, de un amor enorme.
O decirlo, y que nadie comprenda,
lo cual básicamente sería lo mismo.

Es como querer explicarle un color
a alguien que jamás lo haya visto.
Una melodía de Fauré a quien
haya nacido sin el don de escuchar.
Hoy escribo sin demasiado sentido;
las palabras no dicen lo que deben.
Esta hora, este silencio, esta nada,
este absurdo signo de interrogación
para el cual acaso no hay respuesta.



sábado, octubre 16, 2021

Sabiduría fugaz

Recuerdo una tarde
en que me detuve a ver
crecer un brote con tres hojas
a la vera de una laguna.
Durante varias horas
no hubo más que eso.
Y fue más, sin embargo,
que todos los libros leídos
en el decurso de toda mi vida.
No estuve nunca acaso tan cerca
de ser alguien sabio, como ese día.



lunes, octubre 11, 2021

No-sé-si-fue-un-sueño 211010

Anoche tuve una experiencia extraña. Ni siquiera estoy seguro de cómo debería referirme a ella. Era ya tarde, entre las dos o tres de la madrugada. Me acomodé sobre la cama boca arriba, con las luces apagadas, el pie derecho descansando sobre el izquierdo, los brazos extendidos a los costados del cuerpo. De fondo sonaba algo de un músico australiano llamado Micah Templeton-Wolfe. Una de esas obras ambientales que es posible oír sin que nos reclame una escucha atenta. Supongo que comencé a quedarme dormido. Me asaltó entonces un pensamiento oscuro, relacionado con la certidumbre del tiempo que transcurre y nos acerca de manera inevitable a la muerte. Me pregunté cómo será eso de morir, y qué sucederá al momento siguiente. Si morir es trascender de alguna manera o sencillamente dejar de existir. No era la primera vez que estas ideas se me presentaban, inquietantes, justo a la hora de intentar conciliar el sueño. Como si una malsana lucidez, aprovechando la quietud de la noche, atravesara las fronteras de mi conciencia.

Entonces lo sentí. En realidad no sé qué sucedió exactamente, ni sabría cómo describirlo para que se comprenda. Pero de pronto supe que mi respiración se había detenido. Fue tan sencillo como estar inspirando y expirando, particularmente atento por alguna razón al cuerpo; inspirando y expirando, al tiempo que sentía mi propio peso sobre el colchón; inspirando y expirando... Aguardé la siguiente inspiración, y entonces me dí cuenta de que no sucedía. No hubo dolor ni malestar ninguno. Todos los músculos de repente se relajaron por completo, y la sensación que tuve fue como si de pronto mi cuerpo hubiese comenzado a hundirse en la cama. O acaso como si yo hubiese empezado a salirme de él.

Me asusté. Reconozco que tuve cierta curiosidad por lo que pasaba, por esa rara sensación de bienestar que me llevaba a abandonarme a lo que sucediera, pero la inquietud ganó la partida. En lugar de soltarme a lo que viniese, acaso las redes del sueño, quizás algo más definitivo, me obligué a moverme. Sentí cierta satisfacción cuando comprobé que aún podía hacerlo. Los brazos lentamente se levantaron, hasta llevar mis dos manos hasta el pecho. El mismo movimiento reactivó la respiración. Me obligué a seguir tomando aire, negándole la tarea a ese piloto automático que por lo general gobierna estos mecanismos sin nuestra intervención. Reconozco que temí que sin mediar una orden directa de mi parte, el cuerpo no respondiera. Con las manos busqué el latido de mi corazón. Me pareció sentirlo débil. Me quedé un buen rato en la misma posición, vigilando la continuidad de la vida. En algún momento por fin me quedé dormido, en medio de mil interrogantes. Y por fortuna a la mañana siguiente volví a despertar.

Cuando tenemos un mal sueño, en cuanto despertamos eso que nos angustiaba parece perder densidad casi de inmediato, para disolverse en la luz del día. Eso mismo sucedió conmigo hoy. Ahora se acerca la hora de irme a dormir otra vez, y repentinamente recuerdo que hubo una época, cuando yo era chico, en que tenía miedo de irme a la cama por las noches. Solía tener pesadillas horribles, y me acosaba el temor de no saber qué malos sueños podrían llegar hasta mí. Hay ahora mismo en el aire algo parecido a aquello. El miedo de dormirme y no despertar en la mañana. El saber que dejaría muchas cosas pendientes por decir y por hacer. La certidumbre de que inevitablemente, en algún momento más o menos lejano de este mismo día, eso habrá de suceder.

domingo, septiembre 19, 2021

Rituales

Ayer me tocó participar de una misa. Si bien he sido bautizado en la fe católica, me reconozco más bien como un agnóstico. Intuyo que quizás haya algo del orden de lo divino más allá de nuestra limitada experiencia humana; pero creo que ninguna religión es más que la ingenua expresión de una serie de fantasías diseñadas para dar una esperanza a los hombres, en el mejor de los casos, o convertirlos en seres miserables, en el otro extremo. Como suele sucederme en cada ocasión en que participo de un ritual religioso, lo hago con mucho respeto, pero sintiéndome al mismo tiempo un extranjero. 

No obstante lo dicho, reconozco que en ocasiones soy capaz de apreciar algo que surge en medio de estos rituales, ese algo que apunta a lo trascendente, cualquiera sea el nombre que cada quien desee darle, que me resulta atrayente, que me impulsa a desear de alguna manera ser parte, al mismo tiempo que procuro mantener mis distancias. Esta contradicción forma parte de lo que soy, he sido y seguramente seré. Es probable que el concepto mismo de comunión tenga algo que ver con esta inclinación ambigua.

Algunos de mis amigos comulgaron. Yo no, pues recordé que para participar de esa parte del rito es necesario haber pasado antes por una purificación, que se da en este caso a través de una confesión, algo que por supuesto yo no había hecho. Esta purificación está presente en la mayoría de los rituales que conozco: sin este requisito no es posible alcanzar el estado de elevación que se persigue. Imagino esta purificación como el retorno a un estado de inocencia. Y es aquí que, como buen agnóstico declarado que soy, esta mañana me di cuenta de repente de que hay rituales de purificación en diferentes aspectos de la vida cotidiana. Y que todos ellos tienden a lo mismo, a salirnos de los límites que habitualmente nos contienen, para acercarnos a algo más. O a alguien más. Hay purificación en el simple acto de detenernos a sentir una brisa, o el calor del sol, o al contemplar crecer una brizna de pasto. También hay purificación en el encuentro sincero con otro ser humano, en un abrazo, en la compasión, o en el amanecer junto a la persona que se ama.

viernes, septiembre 17, 2021

Exorcismos

Anoche me llegó la noticia. De una mujer, la esposa de un amigo, que se dejó caer desde un balcón para intentar terminar así con vaya uno a saber qué demonios. Miro mi propio balcón. Y no la juzgo. Porque pienso en cuántas veces no habré jugado con la idea de hacer lo mismo, un ágil salto repentino, o una pierna volcada del otro lado de la baranda, y la expectativa ante el imposible vuelo. Me digo también que todas esas fantasías las tuve siempre del ventanal para adentro; jamás del ventanal hacia afuera. Probablemente porque cuando me mudé a este departamento, con su balcón, su baranda y su ventanal, yo ya había comenzado a sanar. Pero no puedo dejar de preguntarme cómo hubiesen sido las cosas de haber vivido yo en un sexto piso entonces, cuando mi alma todavía no tenía tregua. Si acaso no hubiese cedido también yo a la tentación horrenda. Y no tengo una respuesta precisa. 

Antes de anoche también estuve hablando de demonios, durante una clase con mis estudiantes del ISER. Les había pedido que escribiesen una ficción, matizada de manera tal que pareciera un texto confesional, en primera persona. Hubo al menos tres personas que omitieron en cierto punto el eje ficcional, y pusieron en palabras demonios que las acosaban. Que muy probablemente las sigan acosando todavía, aunque me gusta pensar que quizás con algo menos de fuerza. Leímos y lloramos. Esas personas, sus compañeros y, por supuesto, también yo, lloramos ante la fragilidad del ser humano. Y me sentí honrado ante la confianza que esos estudiantes depositaban en mí; no obstante lo cual en cierto momento me pregunté si no me había equivocado al proponer tal ejercicio. Pero supongo que no. Que si pude mostrar que la palabra puede tener el poder de un exorcismo, eso es una enseñanza suficiente. Al fin y al cabo es para eso que uno escribe: para poner afuera esos demonios que de otra manera persistirían dentro.

Hay muchas maneras mejores de exorcizar los demonios que nos acosan. Descubro que acaso parte de mi tarea como docente puede ser mostrar este sencillo hecho. Es algo que yo, por fortuna, pude aprender del ventanal de mi casa hacia adentro. 

domingo, septiembre 12, 2021

Poema sin título

Esta tarde vi el cielo desde mi ventana.
Una maravillosa bola de fuego
hundiéndose lentamente
en un mar celeste pintado de nubes.
Ahora es de noche; el cielo es el mismo
pero definitivamente es otro.
Adónde se habrán ido esos colores,
me pregunto sin esperar respuesta;
ese momento irrepetible
con sus formas únicas y matices.
Ya sé que mañana habrá otro atardecer,
y luego otro, y otro ocaso más,
y así hasta el final de los tiempos.
Pero jamás será ya el mismo.
Nunca nadie se bañará dos veces
en las aguas de un mismo río,
ni verá dos veces ponerse un mismo sol,
ni besará dos veces la misma boca.
Todo es fugaz, y luego recuerdo,
y más tarde inevitablemente olvido.
Por eso, procura estar siempre atento;
carpe diem, no te pierdas el instante
que así de efímera es la vida.
Siempre idéntica pero también evasiva.



viernes, septiembre 10, 2021

Esto somos, ahora mismo

El horror
La belleza
La fugacidad del instante
El misterio y el vértigo
Esto somos, ahora mismo
No corras, que es en vano
Es mejor detenerse y sentir
esta suave brisa nocturna,
el silencio apenas roto
por un sutil tic... tac...
y el sonido de un piano
que nos dice
Que aún estamos aquí
Que somos ahora mismo
Que vale la pena atrevernos
a respirar, a ser, en tanto
todavía seamos tiempo.




sábado, septiembre 04, 2021

Anotación del día

Debe haber algo de bueno en mí
incluso cuando yo mismo no lo vea.

martes, agosto 31, 2021

Imposible hazaña

Quisiera escribir un poema triste.
El poema más triste y desolado
que nadie haya escrito jamás,
con versos cargados de angustia,
desconsuelo y soledades,
y quebrantos y añoranzas.
Quisiera dejar en esas líneas
-pocas, humildes, escuetas-
todo el dolor que sea posible
encerrar en unas cuantas palabras.
La confusión y el desconcierto,
mis traiciones y los espantos.
Para ya no ser quien deba cargarlos.
Porque ya estoy cansado.
Desearía poner todo eso fuera de mí,
en una hoja de papel, o en una pantalla.
En palabras que estén fuera de mi alma.
Hay días en que lamento tanto
ser un horrible poeta
incapaz de semejante hazaña.

lunes, agosto 30, 2021

Sueño 210830

Entro al Teatro Colón. Aunque en realidad no entro yo; aunque sí... Empecemos de nuevo: se ha filmado una película en el Teatro Colón. Una película de acción, con policías, patrulleros y soldados vestidos con uniformes de camuflaje. Yo estoy viendo esa película, pero al mismo tiempo me encuentro adentro de la acción. De hecho pienso que estoy exactamente en el lugar que ocupó en su momento el camarógrafo. Veo lo que vio el ojo de la cámara. En este momento, concretamente, observo la espalda del soldado que avanza justo delante de mí. Hay un auto de policía que se acomoda a un costado. Pienso en los pisos del teatro, si no se habrán arruinado con el ingreso de los vehículos, que de algún modo han accedido hasta el hall de entrada. A quién se le ocurre usar una sala de conciertos como el Colón para esto, me pregunto. 

Me distraigo observando los fastuosos techos del edificio. Me doy cuenta de que de alguna manera me estoy resistiendo a seguir el punto de atención que quiso imponer el camarógrafo, y siento un impreciso agrado hacia mi gesto de rebeldía. Procuro entonces probar algo más arriesgado: intento desentenderme por completo del punto de vista de la cámara. Quiero desplazarme por el lugar librado a mi voluntad. No seguir los pasos guionados, esos que marcó en su decurso la cámara, sino elegir mi propio punto de vista. Hacer mi propia exploración de aquel espacio. Curiosamente consigo hacerlo. Primero amago un par de veces ir por un lado para luego terminar yendo por otro. Hasta que al fin me despego por completo de los soldados y la película, para perderme por un costado. Cambia la historia: ahora se trata de mi propio guión, el que yo defino.

Elijo centrar mi atención en algunos personajes secundarios que deambulan por allí, que a partir de mi voluntad se convierten de pronto en principales. Escucho conversaciones ajenas, fijo mi atención en cosas que de no ser por mi caprichosa mirada acaso no tendrían ninguna entidad. Me siento al costado de una mesa redonda. Se acerca la chica encargada de servir y me pregunta qué puede ofrecerme. Le digo que no tengo plata, que me estoy soñando y que no tengo ni una moneda en mis bolsillos. Lo gracioso es que tengo conciencia de soñarme unos pantalones con unos bolsillos; no sé por qué no se me ocurre soñar de paso unas monedas, y listo. De todos modos ella me dice que no importa y me trae un café, que bebo con agrado. En ese momento una niña que pasaba cerca se suelta de la mano de su madre, se detiene delante de mí, me observa y luego me saluda. La miro durante un instante y entonces le digo: "Acordate de este momento. Estás viendo al hombre que te soñó, mientras se sueña a sí mismo."

Me despierto.

sábado, agosto 28, 2021

Decime cómo se hace

Decime cómo se hace
para hacerle llegar una carta
a quien ya no está más en el mundo.
Cómo hago para contarle, por ejemplo,
que ayer por fin me compré una cama
después de siete años de dormir
con el colchón sobre el piso.
Que las cosas están bien.
Que todos los días te extraño.
Ya ves, al final te hice caso.
Tengo una cama y heladera,
y como todos los días.
Contame cómo estás vos.
Adónde estás vos.
Cómo son las cosas cuando
todo deja de ser.
Si así como hay un pasado
y existe un presente
hay algún posible reencuentro
cuando el tiempo deja de ser tiempo.

viernes, agosto 20, 2021

Acandamos

Cómo estás, pregunta alguien
No sé si me lo pregunta a mí
O si es pregunta, nomás
Pregunta de rigor,
de repetición,
de cotidiano ritual.
Es bien sabido:
Hay que preguntar "cómo estás"
Y luego es menester añadir
algo acerca del clima
o cualquier otra intrascendencia.
Busco palabras
Porque de ritual o no
Me han preguntado a mí
Y quiero responder
Algo un poco más sincero que
el tradicional "acandamos".
Sin pensarlo mucho me sorprendo
al escucharme contestar:
Anímicamente descalibrado.
Definitiva respuesta.
Acorde a los tiempos que corren.

Descalibrado
Desregulado
Desajustado
Desarmado
Desmontado
Desconcertado
Distorsionado
Desequilibrado
Pero no desmoronado
Y eso es lo que importa.

Sueño 210818: El hombre que se parecía a Al Pacino

La conversación giraba en torno de un par de actores de Hollywood. No logro precisar ahora quiénes, pero quizás tampoco lo hice durante el sueño. De todos modos la charla se disolvió cuando encaramos la escalinata de acceso al edificio. Adentro, la imponente arquitectura remitía a un palacete de principios de siglo XX, con techos altos y una gran escalera de mármol dispuesta en forma de caracol, que subimos en medio de una sensación de tensión creciente. Me di cuenta de que en uno de los salones, a pesar de lo inadecuado de la hora, iba a tener lugar una reunión. También supe que me estaban conduciendo hacia ella. Saludé cortésmente a un par de personas al entrar al salón. Alguien a quien conocía de vista me dirigió la palabra: "Serain, usted también por aquí". Le respondí con un dejo de fastidio: "Así parece. No tengo idea del motivo, pero aquí estamos". En realidad mentía: tenía una vaga idea de para qué estábamos allí y también de lo que iba a suceder. Y no era nada bueno.

En el salón ya estaba presente nuestro anfitrión, un hombre de unos cincuenta años, con una fuerte presencia, que perfectamente podría haber ocupado el lugar de Al Pacino en la película El abogado del diablo. El mal estaba encarnado en él. 

El-hombre-que-se-parecía-a-Al-Pacino lanzó una mirada fugaz hacia donde yo estaba y me dedicó una sonrisa burlona. Los dos sabíamos por qué nos encontrábamos ahí. Acaso éramos los únicos en ese salón que teníamos conocimiento de la verdad. En ese salón estaba por definirse el destino del mundo. En ese salón ominoso, con su enorme mesa y sus paredes cubiertas de cuadros, en uno de las cuales pronto se iba a concentrar la atención de todos los presentes. 

Fue en ese momento cuando el-hombre-que-se-parecía-a-Al-Pacino tomó la palabra. Se excusó por lo repentino de la convocatoria, agradeció la presencia de todos y explicó la importancia de lo que se iba a revelar en  unos instantes más, aunque no dijo -claramente no lo dijo- que era el destino de la humanidad lo que estaba en juego. Tampoco reveló -eso el mal jamás lo hace- los oscuros intereses por él representados. Hubo, como suele suceder en estas ocasiones, un elaborado disfraz de frases hechas.

Como remate a su breve discurso, el-hombre-que-se-parecía-a-Al-Pacino dijo que anunciaría el nombre de quien sería el responsable de contarnos la gran sorpresa que nos tenía reservada. Y coronando sus palabras con un gesto teatral innecesariamente ominoso, señaló uno de los cuadros que adornaban la sala al grito de "¡Matisse!". Una joven que hasta entonces había permanecido apartada se acercó y descolgó el cuadro, dejando a la vista una gran caja fuerte empotrada detrás. Me llamó la atención el aspecto particularmente provocativo de la mujer, como si todo fuese parte de una cuidada puesta en escena. Mientras el-hombre-que-se-parecía-a-Al-Pacino abría la caja fuerte, me detuve a observar el cielorraso: como si de una Capilla Sixtina profana se tratara, el techo estaba decorado con una pintura no figurativa. Imaginé que también podía ser un Matisse, pero si en el lienzo predominaban los azules, la pintura del techo estaba repleta de tonos rojizos, repartidos en trazos agresivos.

El-hombre-que-se-parecía-a-Al-Pacino sacó de la caja fuerte algo envuelto en papel de diario. Intuí el paso de manos de un maletín repleto de dinero, pero mi atención estaba concentrada en ese paquete que lentamente se fue desenvolviendo hasta convertirse, como por arte de magia, en un periódico que señalaba la compra del piano que había pertenecido a Chopin. "¡Voilà!", fue todo lo que dijo, dedicándonos a todos una enorme sonrisa maligna y una mirada gozosa y al mismo tiempo fatal.

Supe lo que seguiría, como si hubiese estado leyendo el guión de una película de la cual yo mismo era un actor principal: la gente se iba a ir retirando, hasta que en el salón solo quedáramos los dos antagonistas de este relato: el-hombre-que-se-parecía-a-Al-Pacino y yo. Entonces, en un acto de rebeldía, antes de que se acallara el último aplauso, abandoné aquel salón primero que nadie, y me apresuré a salir también del edificio, al medio de la noche. Imaginé la sorpresa del malvado sujeto al buscarme con la mirada, desconcertado ante ese repentino cambio de planes que acababa de tener lugar justo frente a sus narices.

Más tarde, ya despierto, comprendí que el sentido de este sueño probablemente se concentre en mi decisión de haber roto un guión que yo sentía planteado de antemano. Sin embargo, lo cierto es que esa decisión me dejó durante un buen rato envuelto en la pregunta de cómo se relacionaba el hecho de que aquel demonio hubiese adquirido el piano de Chopin con el fin de la humanidad. Y que mi despertar me encontró solo en medio de la calle, sin saber qué hacer o qué hubiese pasado de haberme quedado a confrontar a aquel demonio, tal como había sido escrito. No esperen una moraleja: esto no es una fábula, sino apenas el relato de otro sueño.



lunes, agosto 16, 2021

El que espera...

 "Al haber perdido la esperanza porque dios ha muerto, la espera se torna intolerable", sugiere el entrevistador. Y enseguida añade otra idea: que el hecho de no soportar la espera está relacionado íntimamente con el surgimiento de la angustia. 

La entrevistada se llama Diana Sperling. Podríamos decir de ella que es ensayista o pensadora, si no fuese porque de alguna manera todos estamos ensayando todo el tiempo, y también pensando. Dejemos las disgresiones de lado por una vez.

Ella niega: dice no estar segura de si la angustia puede curarse con la acción. No lo dice ella, pero yo pienso entonces que quizás la acción sirva al menos para atenuar la angustia, para distraernos de ella. Aunque no la cure. Algo así como una ilusión. Pienso también que si todo en la vida supone una acción (nacer, comer, amar, dormir, pensar, defecar), de alguna manera la vida entera podría ser vista no más que como una ilusión.

Finalmente Sperling termina señalando que "no poder esperar que los procesos hagan lo suyo -no lo dice, pero "lo suyo" en definitiva es matarnos- es la parte nefasta". Que esa resistencia a la espera produce aun más angustia. Y que, como no soportamos la angustia, nos lanzamos a la carrera para taparla. 

Me pregunto entonces si en lo más parecido al no hacer, en la contemplación de la lluvia, del cielo, de unos ojos o de una puesta de sol, no habrá más verdad que en tantas vanas carreras.

Enlace a la nota en cuestión.

sábado, agosto 14, 2021

02:00 P.M.

Eran las dos en punto de la tarde.
A las dos en punto de la tarde
el reloj hizo sonar su alarma,
justo antes de caer al agua helada
para hundirse sin remedio;
Tras lo cual -por supuesto-
dejó de contar las horas.
Un niño observó la escena en silencio.
Tomó algunas palabras y un lápiz
y luego narró lo acontecido en un cuaderno;
Tras lo cual -por supuesto- el tiempo
continuó su marcha, implacable.

viernes, agosto 06, 2021

Tu mirada

Quereme
Por favor quereme
Por qué esta cruel letanía
Acaso no tengo el amor que necesito
Desde dónde arrastro este miedo
De nunca ser suficiente
De nunca alcanzar
De no ser nadie
De no ser nada
Mirame
Por favor mirame
Que necesito ser
Y sin tus ojos no logro encontrarme

sábado, julio 31, 2021

Avskjed (Farewell)

Cae una vez más el sol a lo lejos
Otro día que llega a su final
Quizá sin siquiera haber nacido
Suena una trompeta agónica
Me fijo y es Palle Mikkelborg
Como si el nombre importara
Como si decir eso dijese algo
Quisiera que estuvieses aquí
Y esto sí es decir mucho
Para escucharlo juntos
En silencio
Sin decir una palabra
Porque no nos hace falta
Mientras las últimas luces
Convierten la tarde en noche
Noche segura si estás conmigo
Pero no; estoy aquí solo
Acompañado apenas por el silencio
Partido al medio por una melodía.

viernes, julio 30, 2021

Alejandra y la ausencia

"Si no me escribo soy una ausencia".
Esto anotó Alejandra en sus Diarios
allá por 1965; vale decir justo un año
antes de que yo llegase al mundo.

"Será por eso que me escribo",
me digo entonces.

Y sin embargo, curiosamente,
muy en el fondo comprendo
que en realidad yo le escribo
a mi propia futura ausencia.

sábado, julio 24, 2021

Alicia en la calesita

Nos gustaba subirnos a la calesita. "Viajar en calesita", solía decir yo. Jorge me corregía: me explicaba, con su habitual buen criterio, siempre tan razonable, que una calesita gira sobre un eje, por lo que en definitiva no traslada a nadie a ninguna parte. Yo en esos casos nunca insistía, pero pensaba que sí, que a través de sus vueltas la calesita a mí me hacía viajar, hacia otro tiempo, hacia mi niñez, hacia ciertas tardes lejanas pobladas de inocencia y alegría. Creo que Jorge me acompañaba más que nada para darme el gusto a mí. Que nunca entendió adónde nos llevaban aquellas vueltas, montados en caballos de madera que subían y bajaban al compás de la música. Hasta que un día la calesita cerró. Tiempo después supe que Don Juan, su dueño, había fallecido. Un infarto repentino, cosas de la edad. Al parecer sus hijos no le encontraron sentido a continuar ellos con el emprendimiento. Hay que decir que era gente joven, pragmática. Supongo que también ellos debían pensar que algo que gira sobre su propio eje no sirve para ir muy lejos.

Que yo recuerde, no volví a subir a una calesita nunca más. En parte porque de a poco fueron siendo  cada vez más escasas, al punto de convertirse en una rareza. Y también porque a pesar de las muchas ingenuidades que una  persona pueda llevar consigo, a la larga todos maduramos y comenzamos a ocupar nuestro valioso y escaso tiempo en asuntos más importantes. O por lo menos más urgentes. Crecemos, en definitiva. Dejamos de ser niños, y cuando menos lo esperamos también dejamos de jugar a serlo, siquiera de a ratos. Comenzamos a envejecer, en otras palabras, casi sin darnos cuenta. Tal vez por eso me sorprendió tanto, años más tarde, la repentina muerte de Jorge. Porque no nos damos cuenta, hasta que un día todo se acaba. El paso de los años suele acarrear estas crueldades, que pesan sobre los demás, pero también sobre una misma. Las ausencias, la decadencia inevitable, el lamentar no haber hecho más cosas a tiempo. 

Hoy me puse a revisar papeles en unos cajones viejos, para distraer un poco el tiempo, precisamente. Y de pronto me encontré con esta fotografía. Ya no recuerdo quién la habrá tomado. Me detuve a observarla en detalle. Me vi a mí misma, de nuevo joven y dichosa, con un pañuelo al cuello que aunque la toma fuese en blanco y negro adiviné violeta. Lo ví a él a mi lado, aferrado al poste de su caballito de madera, acompañándome a mí, con su paciencia infinita. En ese momento me sorprendí al escuchar sonar un vals en el asilo. Y para variar, esta vez fue Jorge quien tuvo la gentileza de invitarme, sin que yo le dijese nada: ¿Querés que demos una última vuelta en la calesita antes de marcharnos, Alicia? -me preguntó. Yo sonreí y, por supuesto, acepté encantada.



N.B.: Desconozco quiénes sean las personas que aparecen en la fotografía. Alguien encontró esta foto tirada en la calle, algo lo llevó a compartirla en una red social, y luego algo más me llevó a escribir este relato.

Espejos

Existe una distancia insalvable entre 
aquello que podría haber sido
y lo que fue, y lo que es,
y sin embargo
de alguna manera todo 
lo que podría haber sido
insinúa cada tanto su presencia,
como uno de esos gatos de Schrödinger
que son y no son a un mismo tiempo.
Aquí no estás pero 
en algún lugar te sueño.
Aunque eso no significa nada.
Muchas veces nos sentimos como 
un viejo espejo, ya añejado,
y dudamos ante lo que vemos 
sin saber si eso existió alguna vez 
realmente, o si acaso podría haber sido.

miércoles, julio 14, 2021

Las comparaciones siempre

Alguien lee una biografía
Son dos mujeres:
Lectora y biografiada
Los nombres no vienen al caso
La primera se asombra
de que la segunda
haya hecho tanto en pocos años
La comparación la deja mal parada
Siente que a ella la vida
ya casi se le ha pasado
Y que ha sido en vano
Ella apenas ha tenido
unos pocos logros que
considera menores
Se pregunta si llegará a cumplir
el objetivo para el cual
supuestamente
fue puesta en el mundo.
Menuda tontería.
Pretender que uno ha sido
puesto en el mundo para algo.
Además ¿cuál sería el parámetro
para evaluar cualquier logro
si al final del camino
invariablemente está la muerte? 
El personaje de esa biografía
¿habrá sido feliz?
Incluso leyendo el libro
no hay manera de saberlo.
Ese es un secreto que
en el mejor de los casos
cada quien se lleva a la tumba.
Vaya uno a saber qué diablos
significa eso de ser feliz
o si será posible.

jueves, julio 08, 2021

Miedos

Estoy inmóvil.
Miento, en realidad me muevo.
Pero lo hago muy lentamente, demasiado,
como mediando una precaución tan innecesaria
como exasperante.
Tengo miedo.
De repente me pregunto
si elegimos tener miedo o si es algo que
sencillamente sucede, espontáneo, inevitable.
No tengo certeza al respecto.
Pero sí estoy seguro en cuanto a que
Tengo miedo de que dejes de quererme;
Tengo miedo de no ser suficiente;
Tengo miedo de no poder
vencer este miedo que me congela;
Tengo miedo de que sea demasiado tarde;
Tengo miedo de transcurrir en vano;
Tengo miedo a no saber qué hacer
con tanta incertidumbre...
Y sin embargo
quiero elegir no tener miedo,
estar seguro de vos,
de mí mismo, de nosotros. 
Y quiero no tener miedo de sentir miedo,
cuando a pesar de todo él llegue a visitarme.

jueves, julio 01, 2021

Como una sombra

Muchas veces ocurre así.
De golpe, como una sombra
que de repente oculta el sol.
Estoy triste.
Lo sé porque algo escondido
adentro del alma palpita
y duele de nuevo con cada latido
mientras un calor húmedo
me empaña la vista.
Otra vez la angustia, vieja conocida.
Pero algo he aprendido.
Detengo el tiempo un instante
y me pregunto qué me pasa.
Qué carajos me pasa.
Qué me falta.
Y me respondo que no he sabido.
Es tan simple como eso.
Como un Fausto redivivo la vida pasa.
En buena medida ya ha pasado.
Y no he sabido.
Pero ¿realmente habrá alguien
que transite por la vida sabiendo?
Pienso que podría ponerme
a armar ese libro de poemas
tanto tiempo postergado.
Lo espero hace tiempo.
Que es un poco decir
que acaso me espero a mí mismo
y nunca llego.


Aborrezco los relojes

Aborrezco los relojes
y los almanaques.
Siempre me he llevado mal
con casi-todo-lo-que-mida-el-tiempo.
Soy ese que por costumbre dice:
"Hace algunos años..." o
"Cuando yo era más chico..." o
"Será dentro de poco".
Siempre referencias imprecisas.
Jamás una fecha exacta
y es que carezco de ellas.
Me angustia el envase de detergente
que se termina
porque me recuerda los días que pasan.
Puede que parezca una estupidez.
Aunque tal vez sea porque recuerdo
que eso es lo último que compró mi viejo
justo antes de comenzar a irse.
Curiosamente, me agrada escuchar música.
La música, que solamente existe mientras suena.
Vale decir, mientras el tiempo transcurre.
Pero me desespera saber que hay más
discos y más discos esperando
para ser escuchados
que tiempo disponible para hacerlo.
Y así como pasa con eso ocurre con todo.
Con los libros, las películas,
los besos, los paisajes, cada noche
que transcurre sin estar a tu lado.
Tiempo, tiempo, tiempo, tiempo.
Aborrezco los relojes, ya lo dije.
Ese tic tac implacable
que nos aleja de todo,
hasta de nosotros mismos,
y nos acerca a la muerte.

viernes, junio 11, 2021

Miedo a la oscuridad

Mucho ha sido escrito acerca del
miedo a la oscuridad. Tremenda tontería.
Absolutamente nadie le teme a la ausencia de luz.
Y sin embargo es cierto que existe
un temor ancestral hacia casi todo aquello que
sólo se mueve en la noche.

Pero a nadie asusta la oscuridad.
Ya dejen de repetir eso, que es una burda mentira.
Ni siquiera una criatura tiene semejante miedo,
por más que nos ruegue que mantengamos
alguna luz encendida hasta el alba.
Es que los niños intuyen cosas
que los adultos negamos.

No es la oscuridad lo que despierta
en nosotros esa imprecisa inquietud,
esa inasible incertidumbre que,
lo confesemos o no, nos angustia.
Lo que despierta el temor,
lo que amenaza en silencio,
lo que no tiene nombre y espanta,
es todo aquello que pueda esconderse
en el marco oscuro de las sombras.

Pero es también el gran temor,
en la disolución de los colores,
en el borramiento de las formas,
de toparnos así, de repente,
de una manera imprevista,
con nuestras más ocultas verdades.
Después de todo es la ausencia de luz,
en el devenir de la noche,
lo que nos lleva a mirar las estrellas.


jueves, junio 10, 2021

Sueño 210610

Creo que escuché un ruido en la puerta de mi departamento. No estoy seguro, pero fui a fijarme. No hubiese sido raro, pues por debajo de la hoja de madera suelen deslizarse los papeles de las cuentas a pagar. Lo extraño es que yo miraba, pero no me daba cuenta de si había o no papeles en el suelo. Entonces quise encender la luz. Y tal como sucede en las películas de miedo, o en las pesadillas, el interruptor no funcionó. Ninguno de los dos interruptores que hay al lado de la puerta hacía nada, por mucho que lo intentara. Probé entonces con la luz del baño, que está a dos pasos de distancia. Primero las lámparas parecieron encender de una manera muy tenue. Después me terminé de convencer de que tampoco funcionaban. Pensé en una falla general en el edificio. Mal de muchos, consuelo de tontos.

Volví a la cocina, cuando escuché un nuevo ruido. Era un ventilador, que yo recordaba haber apagado y sin embargo allí estaba, funcionando. Todas las luces se encendieron de pronto. También el microondas, el horno eléctrico y la computadora, que hizo su característico ruido de inicio, prácticamente al mismo tiempo que su pantalla se apagaba de nuevo. Sin dudas sucedía algo extraño.

Miré hacia afuera, a través del ventanal que da al balcón. Al parecer había un apagón general. Unos  enormes edificios que tenía a un par de cuadras de distancia estaban completamente a oscuras. En otros sectores, sin embargo, se veían luces. Salí al balcón. Bajé un escalón, sentí el aire fresco y me apoyé en la baranda. Me quedé observando, en la terraza de una casa cercana, a unas personas que estaban terminando de cenar. Parecía haber una fiesta. Supuse que de allí venía la música que yo había estado escuchando. En otra casa pude ver que una joven daba un espectáculo, un show de canciones o algo por el estilo. Recuerdo haber pensado que la pandemia había empujado a muchas personas a rebuscarse la vida de maneras curiosas.

Fue entonces cuando me di vuelta y me sobresalté al ver a VA, sentada en una silla dentro de mi departamento, no muy lejos de la salida al balcón. Ella también parecía observar el espectáculo que se desarrollaba en la casa vecina. Me estremecí, pues yo sabía que en realidad estaba solo. Que no debía haber nadie más conmigo, y que además no había vuelto a ver a VA después de habernos separado, varios años atrás. Me pregunté cómo era posible que estuviese allí sentada, aparentemente divertida, atenta a lo que yo hiciera, aunque intentara disimularlo.

Sin embargo, lo aterrador estaba por suceder. Justo detrás de VA apareció una segunda versión de ella misma. Su vestido era diferente, pero en todo lo demás las dos eran idénticas. Caminó unos pasos en completo silencio hasta quedar de pie justo detrás de la primera, que permaneció ajena a este hecho. Quise hablar, pero no pude. Le indiqué con gestos a la VA que continuaba sentada que se diera vuelta, para que pudiese ver a su duplicado, detrás suyo. Creo que necesitaba compartir mi asombro con alguien más. Ahora me doy cuenta, sin embargo, de que las dos mujeres me observaban a mí. Las dos ahora sonreían, con una actitud en la que yo presentí una enorme carga de malicia.

Por fin la VA de la silla comenzó a darse vuelta con lentitud, al mismo tiempo que, en un movimiento que pareció cuidadosamente coordinado, la otra desaparecía detrás de unas cortinas. En ese momento apareciste vos, para mi alivio. Llegué a decirte algo, pero enseguida dudé de que fueses vos realmente.

Me desperté agitado. Debajo de las sábanas, un cosquilleo frío me recorrió las piernas. Me pareció tener alguna línea de fiebre. Entonces vi el ventanal de mi departamento. Me llamó de inmediato la atención ver, detrás de los vidrios, una niebla cerrada, compacta, misteriosa. La computadora estaba encendida y sonaba música: una sonata para violoncello solo de Bach, que sin embargo era otra cosa. Me puse los lentes, que por suerte habían quedado cerca, para poder ver mejor. Poder ver las cosas con alguna nitidez representa algo muy importante, en estos casos. Luego agarré el celular y salí al balcón, semidesnudo como estaba, con mucho cuidado, para tomar una fotografía de aquella niebla, decididamente inusual. Sentí el aire frío de la noche. Me dio temor acercarme hasta la baranda.

El silencio era total, excepto por la música de Bach que, como ya dije, en realidad no era Bach. Volví a meterme en la cama, apenas diez segundos antes de que se apagara de golpe la música, junto con la pantalla de la computadora. Me dije que probablemente la grabación había llegado a su fin, pero no pude dejar de sentirme inquieto. Miré la pantalla de mi celular: eran justo las 04:00. Recordé entonces que uno de mis estudiantes me había dicho días atrás algo en relación a esa hora, pero no pude precisar qué. Miré la foto que había tomado con mi teléfono. La espesa niebla todavía persiste, ahora mismo, mientras termino de escribir estas palabras.



miércoles, junio 09, 2021

The Good Place

Ponele que sea verdad que existe un cielo
al cual llegan después de la muerte
aquellos que en este valle de lágrimas y risas
hayan ocupado en hacer el bien su tiempo
de manera desinteresada y justa. 

Pero ahora que ya lo hemos dicho,
¿cómo podría continuar siendo
un desinteresado gesto hacer el bien
a sabiendas de que es precisamente eso
lo que conduce al anhelado paraíso?

Entonces, ahora ya no habrá salvación,
puesto que el desinterés se ha vuelto imposible.
Así es como se dan estas contradicciones:
en el preciso momento de pedirte alguien que 
seas espontáneo, ya no hay modo de serlo. 

Y sin embargo, ahora que ya sabemos
que ninguna buena acción podrá redimirnos, 
por ser justo esa la llave a la eternidad,
si muy a pesar de saberlo igual hacemos el bien
será ese sin duda un gesto desinteresado.

Pero entonces volvemos a empezar: 
el mecanismo otra vez ha sido revelado.
De manera que, de nuevo, el interés 
es inevitable, pero al mismo tiempo inútil.
Sin desinterés no hay paraíso; etcétera.

Por más vueltas que le demos al asunto
siempre volvemos a caer, una y otra vez, 
en una desolada y total incertidumbre. 
Pues bien: eso es lo que somos. 
Y somos lo que hacemos.



martes, marzo 30, 2021

30 de marzo

De un tiempo a esta parte
cada 30 de marzo se conmemora
el Día Mundial del Trastorno Bipolar.
La fecha es en homenaje a Vincent van Gogh,
quien festejaba -a veces- su cumpleaños
en esta misma fecha y al parecer tenía
esa curiosa mala costumbre de pasar
de la euforia a la depresión sin escalas.
Dado que hoy es 30 de marzo
iré a comprarme un kilo de helado
como para celebrar, se entiende.
Luego me pondré a llorar un buen rato,
a moco tendido, como corresponde.



domingo, enero 17, 2021

Paradojas

Uno de los mayores problemas de nuestra sociedad es que en ella se suelen plantear dilemas paradojales para los cuales se exigen resoluciones que parten de falsas premisas. Es algo así como lo que sucede con el juez que pregunta, exigiendo que se le conteste por sí o por no, cuando resulta que la verdadera respuesta es cuatro. 

Enseña Paul Watzawick, uno de mis pensadores de cabecera, que el modo correcto de salir de un problema paradojal es escapar de las reglas que el problema pretende imponer. La única solución real en esos casos es generar una categoría de respuesta alternativa. 

Un ejemplo posible: un peluquero recibe la orden de cortar el pelo a todas aquellas personas -pero únicamente a aquellas personas- que no se corten el pelo a sí mismas, ¿Debería él mismo cortarse el pelo? Este es el ejemplo perfecto de una paradoja: aparentemente hay solo dos opciones disponibles, y cualquiera que se elija se estará incumpliendo la regla. La única solución posible es correrse de la idea de que hay únicamente dos alternativas.

Por supuesto, no es precisamente esto lo que solemos hacer, y por ese motivo nos extraviamos en peleas y debates vanos, unos defendiendo el Sí, otros luchando a muerte por la conquista del No... Y unos pocos observando consternados, sabiendo que la respuesta es cuatro. O quizás amarillo, o acaso diamante, o margarita, o ruiseñor... Pues tampoco existen respuestas definitivas de una vez y para siempre para todas las cosas.


Sueño 210117

 - Si voy a morirme, no quiero que sea sabiendo que te quedaste enojada conmigo.

Dije esto en tono de broma, pero detrás de la broma había un miedo auténtico, que iba más allá de la posible eternización del desencuentro. Unos segundos atrás había hallado una profunda herida en medio de la palma de mi mano izquierda. Recuerdo haberla observado con algo de curiosidad. La completa ausencia de sangre y de dolor me hizo pensar primero que me había lastimado sin darme cuenta, y que mi cuerpo de algún modo estaba reaccionando y se estaba curando solo. Creí vislumbrar un hueso. Mi propio hueso, en el fondo de aquella herida. Sacudí la mano y algunas gotas de un líquido desagradable cayeron al piso. En ese momento comprendí que tal vez estaba pensando el proceso en sentido contrario. Que no me estaba curando, sino al revés. Comprendí con espanto que aquel orificio que no debía estar allí, lejos de cerrarse, se iba extendiendo, conforme aquel líquido, junto con una pulpa blancuzca y suave, demasiado suave, continuaba goteando de mi mano. Noté entonces que justo en el centro de mi mano derecha, como si naciera debajo de la piel, comenzaba a abrirse un estigma parecido. Fue entonces cuando cerré mis manos, como queriendo negar aquella incipiente podredumbre sin gusanos, y lo dije.

- Debería ir a hacerme ver esto. Si voy a morirme, no quiero que...

Voy hacia atrás. ¿Qué había motivado aquel enojo? Una discusión cualquiera, con un grupo de malditos burócratas, había terminado a los gritos. Gritos que definitivamente no estaban dirigidos a ella, pero que por alguna razón ella había decidido tomar a su cargo. Estaba además el asunto del dispositivo... ¿Para qué servía aquella cosa? No voy a lograr recordarlo, pero era algo así como un balde, que flotaba en el agua a varios metros de la costa. Entre los dos logramos rescatarlo, y mientras vos quitabas la pieza que hacía las veces de tapa, yo me ocupaba de documentar el momento con la cámara del celular. 

Fue entonces que los malditos burócratas empezaron a reclamar el dispositivo como propio y exigieron que se lo entregásemos. Intuí que había allí alguna mala intención y me negué. Tras lo cual comenzó la discusión, mientras yo sacaba del balde, que se había inundado de agua, varias telas empapadas, acaso toallones o mantas, que les iba arrojando en medio de mis gritos. 

Pero nada de esto importa demasiado. Lo que importa es el malentendido, el desencuentro, y sobre todo la fatalidad de aquellos estigmas, con sus bordes blancos, la disolución de la carne debajo de la piel, el líquido y esa horrible sustancia pulposa en la cual se iban convirtiendo mis palmas, de adentro hacia afuera, en medio de una total ausencia de sangre y dolor.

Por suerte me desperté, claramente sobresaltado, Más tarde recordé que existe una bacteria que habita en algunos mares que se alimenta de carne y produce una especie de necrosis, y lo relacioné con el agua que había dentro de aquel dispositivo, con la cual mis manos habían estado en contacto. Mi mente intentaba alguna explicación racional, al mismo tiempo que reconocía algunas metáforas.

- Si voy a morirme, no quiero que sea...

Me temo que estamos condenados a la disolución, de la carne y de la memoria. Los que queden, también están condenados a lo mismo. Por supuesto, todos quisiéramos ser recordados gratamente, sobre todo por aquellos a quienes amamos. Pero también esa memoria va a desaparecer con el tiempo. Vivamos hoy. Y por las dudas, seamos prudentes con dónde metemos las manos.

jueves, enero 14, 2021

Despertar del sueño 210114

No sé qué sucedió esta mañana. Me despertó un insistente ulular de sirenas, y un par de perros que aullaban acompañándolas. Con los ojos todavía cerrados -tenía mucho sueño todavía, los párpados me pesaban demasiado- me pregunté si estaba en mi cama o en la tuya. Traté de identificar aquellos sonidos, como si los perros o las sirenas de Cucha Cucha sonaran de un modo diferente al de las sirenas y los perros del Partido de Morón. Finalmente supe que estaba en mi cama, porque no te sentí a mi lado. Reconozco que experimenté cierta decepción: hubiese querido abrazarte y seguir durmiendo al contacto de tu cuerpo. A todo esto las sirenas y los aullidos continuaban. Sospeché que algo habría pasado. Como las sirenas parecían ser de autobombas, se me ocurrió buscar en las noticias de Internet las palabras "incendio+zona+oeste", imaginando que tal vez el escándalo viniese por ese lado. Pero sabía que seguía acostado, y con los ojos cerrados, y de hecho medio dormido. Entonces me vino a la mente una solución perfecta: imaginé que tomaba el celular y realizaba la búsqueda en cuestión. La idea era simple: si en mi sueño los resultados obtenidos indicaban que en efecto había pasado algo, entonces me terminaría de despertar del todo e iría efectivamente al celular o a la computadora para leer la noticia en cuestión. Porque para mí era claro que en mi sueño no iba a poder leer ninguna noticia. Pero al parecer sí los resultados de la búsqueda. Después no sé muy bien qué pasó, supongo que me volví a quedar dormido, hasta que finalmente sonó la alarma de las 09:00. Verifiqué entonces que seguían sonando sirenas y que por lo menos dos perros continuaban aullando; que en las noticias de Google no había registro de incendio ninguno, y que a veces las ideas geniales que a uno se le ocurren entre sueños resultan más graciosas que efectivas. De todos modos, lo que más lamenté fue volver a verificar que no dormías a mi lado. Por eso, porque te extraño, te cuento todas estas cosas.

viernes, enero 01, 2021

Alexandro y los no nacidos

Tengo un amigo que mató
a su mujer golpeando
con un martillo su cabeza.
No, aquí no hay metáfora ninguna.
Es un hecho tan literal como la muerte.
Y yo que no soy capaz de matar una mosca...
Leo esta línea que acabo de escribir y me detengo.
Hace apenas un minuto aplasté una cucaracha
y lo hice porque sí nomás; porque podía.
Mejor regreso sobre el hilo del asunto:
Tengo un amigo que mató a su mujer
golpeando con un martillo su cabeza.
Nunca le pregunté por qué lo hizo.
Tampoco qué sintió al hacerlo.
Jamás hablamos al respecto
pero el hecho me enseñó
algunas cuantas cosas.
Por ejemplo, que no siempre
un asesino es por fuerza
una persona malvada.
Shit happens, you know.
Te guste o no admitirlo
cualquiera de nosotros,
dadas ciertas circunstancias,
podría convertirse en homicida
de la noche a la mañana.
Hubo quienes me mal juzgaron
por no haberme sumado
de un modo más convincente
a la condena de aquel reo.
Hoy imagino a aquellos jueces
luciendo quizás un pañuelo verde
en sus cuellos o en sus manos,
suponiéndose inocentes,
cuando la realidad es que todos
somos culpables por algo.
Muchos dirán que no es lo mismo.
Yo digo que no hay modo de saberlo.
Sigo sin condenar a nadie pero
no comprendo la vanagloria del caso.
Porque sí, o porque puedo...
Allí radica el quid de toda la cuestión.
Sugiero nada más un poco de prudencia.
La duda es la jactancia de los intelectuales,
dijo una vez alguien que, por cierto,
de intelectual tenía poco y nada.
Yo procuro obligarme a la duda.
Quizás por eso me pregunto
cuáles serán los límites
que definen a una persona.
Si será su color de piel,
su credo, sus ideas,
sus cuentas bancarias,
sus preferencias sexuales,
su nacionalidad, sus genitales,
o el solo hecho de haber nacido.
Pienso entonces que es posible,
si se me disculpa el retruécano,
que nos convirtamos
en potenciales asesinos
cada vez que nos resistimos
a descubrir en el otro a un otro.
Cuando lo invisibilizamos.
Y esto sucede todo el tiempo.
Quizás sea nuestra condición humana.
Pero no estaría mal que el decoro
nos imponga al menos intentar
ser más sensatos y discretos.