domingo, enero 30, 2011

Tristeza nao tem fim, felicidade sim.

viernes, enero 21, 2011

Las tres preguntas (Mea culpa)

Somos seres errantes. Cualquier lugar en el mundo puede llegar a ser el nuestro, pero al mismo tiempo ninguno parece serlo verdaderamente. Somos unos eternos desconocidos, no solamente para los demás sino también, lo cual seguramente es más relevante, para nosotros mismos. De allí que esas tres magníficas preguntas, dignas de ser planteadas en una encrucijada cualquiera por una aparición o por una esfinge, carezcan de una respuesta precisa: de dónde venimos, quiénes somos, hacia dónde nos dirigimos. Propuestas así, de un modo tan simple, parece mentira que no podamos resolver estas intrigas. Y sin embargo así es precisamente como son las cosas.

Por eso suelo decirme que la vida resulta, en cierto sentido, no necesariamente una herida absurda, como asegura el tango, pero sí un juego que carece de toda lógica. O mejor dicho, a fin de procurar ser lo más justos que se pueda: tal vez sí tenga una lógica, un determinado sentido; es más, nuestro sentido común y nuestra esperanza nos llevan a creer que seguramente debe tenerlo. Pero nosotros lo desconocemos. Somos arrojados a este juego, y obligados a jugarlo, sin que nadie se tome el trabajo de darnos a conocer sus objetivos, y ni siquiera cuáles son sus reglas. Y así es como finalmente jugamos, de un modo inevitable, sin terminar nunca de saber si lo hacemos bien o si lo hacemos mal.

Se diría que se trata de un absurdo. Realizar algo sin tener la menor idea de cómo ha de hacerse. Y sin embargo, convicciones aparte, es el único modo en que llegamos a vivir. Cierto es que hay quienes por propia voluntad dejan de preguntarse por estas cuestiones. Pues si finalmente se trata de preguntas sin respuesta, no deja de ser razonable dejar de lado el desafío de resolverlas. Pero ni siquiera podemos tener la certeza de que de este modo no estemos abandonando el desafío demasiado pronto, no por imposibilidad sino por falta de empeño. Tal vez por eso algunos no logramos dejar el problema de lado. Y así vamos viviendo, también, sin saber cómo hacerlo. Acusados, por supuesto, tanto por los demás como por nosotros mismos, de hacer las cosas del modo incorrecto.

jueves, enero 20, 2011

Viajar livianos...

Ser desapegados no significa que no podamos disfrutar de nada, o que no podamos disfrutar de estar con alguien. Más bien esta idea se refiere al hecho de que aferrarnos fuertemente a algo o alguien nos causará a la larga un malestar. Porque si nos volvemos dependientes de ese objeto o de esa persona pensaremos: "Si lo pierdo, o nunca lo obtengo, entonces seré miserable". El desapego, en cambio, significa: "Si obtengo aquello que deseo o que me gusta, será bueno; si no la obtengo, de todos modos estaré bien; no será el fin del mundo".

El pensamiento es atribuido al Dalai Lama. Y nos enseña el verdadero sentido de la idea de viajar por la vida livianos.

martes, enero 18, 2011

El desafío de ser uno mismo

Dice Erich Fromm en El arte de amar, hablando de la sociedad occidental contemporánea, que cuando una persona se integra a un grupo, confundiéndose a la larga con él, en general lo hace para superar cierta sensación de aislamiento y soledad en la cual se encuentra sumido.

Señala Fromm: "Se trata de una unión en la cual el ser individual en gran medida desaparece. Su finalidad es la pertenencia al rebaño. Si soy como todos los demás, si no tengo sentimientos o pensamientos que me hagan diferente, si me adapto a las costumbres, las ropas, las ideas, al patrón del grupo, estoy salvado. Salvado de la temible experiencia de la soledad."

Curiosamente, Pierre Bourdieu dice en definitiva lo mismo respecto de las élites, sólo que en este caso quien se identifica lo hace respecto de una diferencia. Para que se comprenda: me identifico con la diferencia que nos separa, a mí y a unos pocos más, de ese gran rebaño del cual recién nos hablaba Fromm.

En este punto no puedo menos que preguntarme por qué razón será que nos resulta tan difícil ser simplemente nosotros mismos...

lunes, enero 17, 2011

La Era de la (des)Información

Una empresa llamada Pingdom, dedicada a analizar el tráfico en Internet, acaba de dar a conocer algunas cifras que, aunque pronto serán obsoletas, apenas transcurra ese plazo cada vez más efímero que llamamos actualidad, aún pueden considerarse interesantes.

Esta empresa señala, por ejemplo, que en junio de 2010 había 600 millones de usuarios de Facebook, contados entre los 1.970 millones de personas que navegan por Internet.

También destaca que al día de hoy existen unos 255 millones de páginas web y 152 millones de blogs, en cierto modo similares a éste que usted está leyendo ahora mismo.

La pregunta es inevitable: ¿Para qué seguir escribiendo cualquier cosa en este lugar, entonces? ¿Qué fortuna o azar hará que alguien se tope con estas palabras, perdidas como la proverbial aguja en el cada vez más gigantesco pajar virtual que es Internet?

Así es la Era de la (des)Información en la cual vivimos.

Jamás antes hubo, en toda la historia de la humanidad, tanta información disponible, un tráfico mayor de mensajes, una conectividad tan eficiente. Pero tampoco tanta vacuidad. El exceso nos ha empujado al vacío. Creemos saber qué piensa alguien que está del otro lado del mundo por haber visto su Facebook, pero no conocemos a quien vive al lado de nuestra propia casa.

Estamos en la Era de la (in)Comunicación.

Y otro dato revelador, que sirve de metáfora para terminar de entender este tiempo que nos ha tocado en suerte: Existen 2.900 millones de cuentas de correo electrónico en el mundo. Cada día se envía un promedio de 294.000 millones de mensajes. Pero de esta tremenda cantidad de mensajes, un 89% es correo basura.

viernes, enero 14, 2011

Una cita sobre el absurdo

"Lo absurdo de algo, cualquier cosa que sea, no es prueba suficiente en contra de su existencia", escribió alguna vez, según parece, Friedrich Nietzche.

miércoles, enero 12, 2011

La naturaleza de la verdad (II)

Hace un par de meses, en noviembre del año pasado, encontré una historia oriental, sumamente instructiva, que volqué en este mismo blog, relativa a la evasiva naturaleza de la verdad. Poco después me topé con un libro de Jaime Barylko, El aprendizaje de la libertad, en el cual aparece otra fábula, en este caso de raigambre judía, que nos habla de lo mismo. Porque no tiene desperdicio, también quise dejarla reproducida aquí:

Erase una vez un rabino que atendía los pleitos de la gente de su comunidad. Un día fue visitado por Salomón:
- Tengo un pleito contra Moisés -le dijo.

El rabino escuchó todas las argumentaciones y dictaminó:
- Tienes razón.

Luego vino Moisés y pleiteó contra Salomón. Escuchó el rabino atentamente y por fin se expidió:
- Tienes razón.

La mujer del rabino, naturalmente curiosa, escuchaba detrás de la puerta. Apareció entonces y reclamó:
- ¿Cómo puede ser que el uno tenga razón y que el otro también tenga razón?

El rabino se hundió en una profunda cavilación. Luego alzó los ojos, miró a su mujer y le dijo:
- ¿Sabes una cosa? Tú también tienes razón.

El fragmento es tan brillante, que me exime -creo yo- de cualquier otro comentario.

martes, enero 11, 2011

Tormenta nocturna

El trueno fue tan brutal que hizo temblar los vidrios de la casa y varias alarmas quedaron sonando allá afuera. Arrancado del sueño, lo primero que atiné a pensar es que así deberían sentirse las bombas en aquellas zonas donde la guerra hace estragos. Seguramente algo habrá tenido que ver, en relación a esta idea, la lectura de La guerra del fin del mundo de Mario Vargas Llosa, pues justo unas horas antes había llegado al punto en que el ejército republicano del Brasil cañonea las aldeas de Canudos, plagadas de hambrientos revolucionarios.

Me levanté para verificar que todo estuviese en orden, la computadora apagada, las ventanas cerradas, cada cosa en su sitio. No hubiese sido la primera vez que una descarga estropeaba un electrodoméstico, o una tormenta repentina anegaba algún rincón de la casa. Cada tanto el cielo se iluminaba de repente, anticipando un nuevo trueno. Fui hasta la habitación de mi hija, que había encendido la luz. Al verme me pidió un poco de agua, y mientras la tomaba pareció sorprenderse cuando le comenté que aquel trueno, ese que me había despertado, me había causado un susto enorme y me había dejado inquieto. Más tarde comprendí que la sorpresa no tenía que ver con el susto, ni con la intranquilidad, tanto como con la confesión: he allí ese adulto temeroso de una tormenta, de un sueño intranquilo, inseguro ante las cosas del mundo, pero capaz al mismo tiempo de confesarlo. En cierto punto es valiente quien se atreve a declararse temeroso, curiosa paradoja.

Me dí cuenta entonces que no está mal tener miedo, pero sí reconocerlo, dejar que las gentes se enteren. Es que tener miedo es mostrar una debilidad. Quien tiene miedo es vulnerable. Y no es bueno, por no ser sabio ni prudente, que los demás conozcan nuestros puntos débiles. Esto es al menos lo que nos dice nuestro sentido común. Aunque lo dicho habla, en realidad, de una concepción determinada del mundo, dentro de la cual el otro es visto como un potencial enemigo, capaz de aprovecharse de nosotros, talones de Aquiles mediante.

Y sin embargo, reconocerse débil es también una de las formas más curiosas de la fortaleza. Es valiente quien se expone, incluso a sabiendas de que así se arriesga ante los demás. El secreto consiste, en todo caso, en saber en qué casos mostrarnos tal cual somos, y en qué casos ocultarlo, para seguir mostrándonos con los habituales disfraces con que solemos cubrirnos, para que los demás no nos descubran tal cual somos.

Pues bien, lo único que se me ocurre decirte, hija mía, es que allí donde hay amor, ni la vergüenza ni el miedo deberían tener sentido.

lunes, enero 10, 2011

María Elena











Nació un 1° de febrero de 1930 en Ramos Mejía. Se autodefinía como aspirante a nieta de Lewis Carroll. Creció en un caserón grande, con patios y gallinero, rodeada por un pomerania negro, rosales, gatos, limoneros, naranjos y una higuera cómoda sobre cuyas ramas leía durante la siesta libros como Los tres mosqueteros, Robinson Crusoe y La cabaña del Tío Tom. Más tarde escribirá poemas y compondrá canciones que trascenderán sus propios límites. Algunas de sus creaciones fueron dirigidas a los niños, otras a los adultos. Unas y otras marcaron profundamente a varias generaciones de argentinos. Hoy María Elena Walsh es esto: un sinúmero de recuerdos.

María Elena, ¿hoy el mundo se encuentra del derecho o del revés? Esta fue una de las preguntas que pude hacerle alguna vez, en medio de una entrevista que tuve la suerte de poder realizar con ella para Revista Clásica, en 1998.

Del revés ha estado siempre -me respondió. Y eso no ha variado para nada. Algunas pocas cosas han quedado del derecho, sin embargo. Y luego, para ejemplificarlo, me siguió hablando de la música, que era una de sus más grandes pasiones.

Será ley de la vida, esto de la inevitabilidad de la muerte. Pero hoy no puedo dejar de sentir que hay algo más del revés en el mundo, y tiene que ver con esta nueva ausencia, la de María Elena Walsh, que se suma a otras ausencias, todas esas que de a poco nos van acercando, en definitiva, a nuestro propio estar ausentes.

Será también por eso que nos duele.

domingo, enero 09, 2011

Fracasos y victorias

Es un disco extraño; no podría terminar de decir si musicalmente es bueno o malo, pero tiene algo que me atrae, que me gusta. También es extraño el modo en que llegó este disco a mis manos: lo encontré tirado en un cesto de basura. Estas cosas suceden cuando uno trabaja en una radio. Para ser sincero, es muy frecuente que lleguen cosas que en verdad no merecen otro destino que el ser arrojadas a la basura, tan escaso es el talento con el que están hechas. A veces se hace justicia; otras, discos que apenas merecerían formar parte de un relleno sanitario terminan siendo puestos en el aire. Pero también sucede que en ciertas ocasiones un disco llega a la basura por error. Valga entonces su rescate.

No diremos de quién es el disco en cuestión. No vale la pena hacerlo. Sí diremos en cambio su título, que es una sola palabra, casi una broma del destino, pues el disco se llama así: Fracaso.

¿No resulta interesante y hasta pintoresco que un disco titulado Fracaso termine en un tacho de basura cualquiera? ¿No es sin embargo una modesta victoria el que alguien lo rescate de allí para valorar algunos de sus méritos?

Rescatemos entonces también, para ser coherentes y justos, la frase de Sir William Sheppard Campell que ha sido consignada en la parte posterior del diseño gráfico de este álbum. Vale la pena hacerlo, sobre todo por aquello que pueda tener de docente por fuera de la anécdota. Dice así: "Victoria es, a veces, atreverse al fracaso en búsqueda de una voz propia."

Y como quien dice voz propia también dice vida propia, la frase será aplicable a cualquier persona que un día decida arriesgarse a fallar, por ser éste el único modo de llegar a aprender si acaso no estará allí la respuesta buscada, por más que luego se revele que no, que no estaba allí, acaso en otra parte.

jueves, enero 06, 2011

Literatura infantil

Los rótulos algunas veces pueden servir como guías. Sin embargo, casi siempre su papel principal parece ser el de generar confusiones. Esta regla tiene validez universal, y por ello el buen criterio debería aconsejarnos evitar los rótulos siempre que ello sea posible. Sobre todo cuando se trata de cosas tan inasibles como, por ejemplo, el arte. Pero ya se sabe: el sentido común es el menos común de los sentidos, y es así como nos convertimos, por hábito o por convicción, en pertinaces maestros de las clasificaciones.

Hablar de literatura infantil supone una torpeza: salvo que hablemos de relatos gestados y escritos por los propios infantes, lo correcto sería decir literatura para niños. Pero esto también es relativo. ¿Quién dice que tal o cual libro sea o deba ser necesariamente para chicos o para adultos? Ya están allí de nuevo presentes las categorías y los rótulos.

Alguien le regaló a mi hija, de trece años, un supuesto clásico de la literatura para niños titulado La historia interminable, obra escrita por Michael Ende en 1979. Lo de supuesto no alude, por supuesto, a la categorización de clásico, sino a la de literatura para niños.

Leo, por ejemplo, en las primeras páginas de este bellísimo libro:

Las pasiones humanas son un misterio, y a los niños les pasa lo mismo que a los mayores. Los que se dejan llevar por ellas no pueden explicárselas, y los que no las han vivido no pueden comprenderlas. Hay hombres que se juegan la vida para subir a una montaña. Nadie, ni siquiera ellos, puede explicar realmente para qué.

No creo que sea necesario realizar mayores comentarios sobre este párrafo. Pero sí quisiera dejar sentadas, tomadas más adelante del mismo libro, estas otras palabras:

Se puede estar realmente convencido de querer algo, quizás durante años, si se sabe que el deseo es irrealizable. Pero si de pronto se encuentra uno ante la posibilidad de que ese deseo ideal se convierta en realidad, sólo se desea una cosa: NO HABERLO DESEADO.

Seguramente la elección de estos dos breves párrafos no sea arbitraria. Aunque lo cierto es que reparé en ellos en otro momento, en otras circunstancias. Tal vez, si hoy volviera a leer este mismo libro, me detendría en otras páginas, en otras frases. Respeto no obstante aquella selección. Y si rescato estos pasajes precisamente hoy, que es Día de Reyes, es porque de pronto siento la necesidad de reivindicar esa fantasía que algunos insisten en relacionar con el mundo de lo infantil, como si los adultos necesariamente hubiésemos perdido la capacidad de gozar y crecer imaginando imposibles.

miércoles, enero 05, 2011

Historias como espejos

Hay gente que se dedica a contar historias. Del mismo modo en que hay quienes se dedican a volcar sus ideas, más o menos lúcidas, en blogs parecidos a éste. Pero quien más, quien menos, todas las personas ceden en algún momento a la recurrente tentación de contarle a otras, que oficiarán de testigos, diferentes relatos, en los cuales cada uno de estos narradores ocupará, muchas veces secretamente, el lugar de los protagonistas principales.

Cada tanto tenemos esta necesidad: la de contar una historia que nos describa. Compartimos así con el mundo nuestras angustias, nuestros temores más íntimos, nuestras frustraciones y nuestras esperanzas. Plasmando nuestros deseos en palabras, lo que pretendemos es convertirlos en algo tangible. Convirtiendo nuestros miedos en palabras, lo que pretendemos es exorcisarlos.

Sucede algo interesante: durante todo el tiempo en que estamos contando estas historias, la realidad y la ficción en cierto punto se confunden. Experimentamos una miseriosa satisfacción cuando el personaje del relato que narramos, o el de la historia que nos es narrada, que en definitiva es otra forma de lo mismo, consigue por ejemplo besar a la chica de sus sueños, como si el logro fuese nuestro. Del mismo modo, la angustia que nos carcomía antes de que la historia fuese puesta en juego parece desvanecerse, como por arte de magia. Y es que durante la vigencia del relato, quien está triste, angustiado, frustrado, no es el narrador, sino el personaje.

Para eso es que contamos historias, que en el fondo siempre son nuestras propias historias: para sentirnos mejor. En tanto dura el relato la angustia desaparece, o por lo menos se transfiere a ese personaje imaginario que somos nosotros mismos reflejados en el espejo del lenguaje. También nos regodeamos con los logros de ese ser ficticio, que sin embargo es al mismo tiempo una expresión de nosotros mismos. En ciertas ocasiones estas dos dimensiones se confunden de un modo tal que el narrador ya no sabe quién es él realmente, y quien el personaje de su relato. Narrador y personaje, personaje y narrador, ambos se confunden; los límites entre uno y otro se difuminan por completo. Algunos consideran esto como una patología. Otros ven en lo mismo una manifestación poética.

Alguna vez uno de los más grandes poetas y músicos argentinos, Gustavo Cuchi Leguizamón, compuso una zamba a la que tituló Me voy quedando ciego. Al Cuchi le habian diagnosticado cataratas. Y durante un tiempo llegó a perder la vista, hasta que una milagrosa operación logró revertir el proceso. Fue un tiempo antes de esta operación que el Cuchi compuso esta zamba. Y cuando más tarde la tocara en público, humildemente explicaría su cometido: "Una vez me tocó quedarme ciego, mientras esperaba la operación de cataratas que me hicieron después. Por supuesto, andaba yo más triste que perro que perdió el dueño. Y se me ocurrió componer esta zamba. Para que fuese la zamba la que anduviera triste, y no yo."

Por todas estas cosas es que uno cuenta y se cuenta historias. Todos lo hacemos. La diferencia es que algunos logran separar mejor la ficción de la realidad. Los otros son los locos. Y los poetas. A veces, como si de un narrador y sus personajes se tratara, resulta definitivamente muy difícil distinguir a unos de otros.

lunes, enero 03, 2011

La elusiva lucidez

Cada vez que comienza un nuevo año, plantearse proyectos y buenas intenciones resulta una costumbre casi inevitable. Por más que uno pretenda mantenerse al margen de semejante tentación ella aparece, tal vez como un reflejo del entusiasmo general. Más allá, ni hace falta decirlo, de que el referido entusiasmo suele ser tan general como inconstante, de que del dicho al hecho hay largo trecho, y de que solamente el tiempo podrá decidir más tarde si tantas buenas intenciones habrán de quedar o no en ser algo más que eso.

Lo cierto es que me he propuesto para este año dedicarle un poco más de tiempo a la actividad de escribir. ¿Escribir qué? Eso no lo tengo todavía del todo claro. Siempre hay cartas pendientes, reflexiones que es necesario materializar de algún modo (para el caso de que las palabras sean algo material), pensamientos de otras personas con los que uno se topa y de los cuales conviene llevar registro (que no se debe confiar nunca demasiado en la memoria). Pero es posible que esta cuestión ni siquiera interese tanto. El que las frases, los temas, los argumentos, vayan surgiendo por sí solos, parece ser parte del desafío. Hay otra pregunta cuya respuesta podría acaso tener mayor interés: ¿escribir para qué? Nótese que ni siquiera se plantea la tradicional cuestión del para quién se escribe, que dejamos pendiente para otra ocasión, sino la utilidad, la finalidad misma del acto de la escritura.

Escribir. ¿Para qué? Ciertamente no será con un fin meramente distractivo. Tampoco será para obtener fama, ni para impresionar a ninguna persona. Tal vez podría justificar este acto como una ingenua tentativa por dejar detrás de mí una huella, pero es probable que semejante pretensión no tenga demasiado sustento. En este punto la tentación de preguntarnos para qué escriben quienes han hecho de la escritura un modo de vida es grande, pero en este caso sí lograremos resistirnos. No se trata de los demás, sino de este caso en particular. Entonces termino por confesarme que en el fondo de esta práctica hay un intento por aferrarme a una lucidez que reconozco, de un tiempo a esta parte, cada vez más elusiva.

No obstante la verdad de esto que acabo de escribir, me siento en la obligación de aclarar que ello no implica necesariamente un deterioro progresivo de mis facultades. Tal vez se trate, de hecho, precisamente de lo contrario. La lucidez siempre ha sido algo elusivo. Y no puede ser sino un rasgo de lucidez el darnos debida cuenta de ello.