viernes, diciembre 21, 2018

Sin título

Hay una inercia extraña
que me empuja hacia el vacío
al tiempo que otra fuerza incierta
-aunque podría ser la misma-
me conduce a una quietud
parecida a la nada.
Quisiera irme
pero al mismo tiempo
desearía llegar de nuevo,
comenzar otra vez desde el cero.
Sabemos que no es posible.
Entonces la inmovilidad se manifiesta
como la única alternativa que
aunque más no sea,
puestos ante la vieja disyuntiva
entre disolvernos o estallar,
nos promete al menos
un poco más de tiempo
para pensarlo.


miércoles, diciembre 19, 2018

Tiempo

No existe el futuro:
el tiempo no es más que
una serie de momentos presentes.
El pasado, en cambio, sí existe:
todo lo que vemos a nuestro alrededor
deviene de lo que ha sido.
Pero quien sea que haya vivido ese pasado
ya no está más entre nosotros.
De ayer a hoy hemos cambiado.
Ya no somos quienes fuimos.
Siempre somos el ahora.


Hay una paradoja con el tema del tiempo. Uno puede decir que el futuro, a diferencia del pasado y el presente, no existe porque es meramente ideal, ya que por definición se trata de lo que todavía no es, por más que se apuntale sobre lo que viene siendo. El pasado, en cambio, definitivamente ha sido... por definición. Pero esto supone afirmar que en rigor ya no es más; vale decir, que ya no existe. Unicamente podemos experimentar el momento presente. El futuro es un ideal y el pasado no más que recuerdos, generalmente desdibujados. Y si bien ambos se anclan al presente, uno todavía no es y el otro ya no es más. Pero entonces surge el otro problema: determinar la densidad del momento presente. ¿Cuánto dura el presente? ¿Un día, acaso? ¿Una hora, un minuto, un segundo?... Ha quedado demostrado que nuestra propia percepción del presente es irreal. Que cuando sentimos algo, por ejemplo, el impulso que ha causado esa sensación se ha disparado -tiempo pasado- un poco antes. ¿Medio segundo?... ¿Una décima de segundo?... Es curioso, pero siempre siempre siempre (¿es "siempre" una medida de tiempo?) es posible dividir por dos esa exigua parte que es el tiempo presente, como en la paradoja de Xenón, de lo cual resultaría que en verdad tampoco el presente existe más que como una idea, como una percepción. En realidad es probable que nada de todo esto importe demasiado. Son nada más palabras e ideas, que ya mismo se disuelven en el pasado.

martes, diciembre 18, 2018

Nuages


Nubes negras, allá lejos,
aquí cerca, tan cerca como dentro.
Y entonces no hay distancia
entre el cielo y el alma.
Por qué será que las nubes,
cuanto más oscuras más fuerte la metáfora,
han sido elegidas para simbolizar la pena.
Será acaso porque presagian lluvia,
o porque no nos dejan ver
con claridad el cielo.
Y sin embargo
el cielo oscuro también es cielo.

Hay días que son esto.
Días en que el cielo se derrumba
o acaso uno cae hacia el firmamento.
Las nubes son como fantasmas.
Será mejor no tentarse,
jamás intentar semejante vuelo.
No valdría la pena.
Salgamos mejor a caminar,
o intentemos exorcisar la pena así,
con una fotografía
y un repentino rejunte de palabras.

domingo, diciembre 16, 2018

Sin título

No hay nada.
Absolutamente nada.
Excepto lo que uno imagine que hay.
Así y todo, entonces, lo que haya
será siempre apenas eso:
una mera ilusión.
Hoy de nuevo llueve.
Hoy de nuevo la vida
se disuelve en un mar de niebla.
Hoy de nuevo no hay nada,
excepto ilusiones pasajeras.
Mientras tanto, la vida se pasa.
Estoy cansado de que la vida
sencillamente transcurra sin sentido.
Sin sentido.
Sin sentido.

lunes, diciembre 10, 2018

Nocturno

La noche transcurre otra vez
enigmática, inconmovible,
y otra vez pone de manifiesto
el insondable misterio de la vida.
Suena un concierto de Vivaldi.
Pero aquí solo estoy yo para escucharlo.
Solo yo, en medio de la noche,
en medio de tantas vanas soledades
anónimas, imaginarias o reales.
Hoy no hay nadie más aquí.
Solamente Vivaldi,
el tiempo que transcurre
y estas palabras que escribo
mientras la noche se lleva
los sueños de los anónimos seres
a un sitio del que nada sabemos.

domingo, diciembre 09, 2018

Lluvia 181209

Llueve. Milagrosamente llueve.
Pero debería caer un diluvio,
llover torrencialmente durante
días, semanas, meses enteros,
para lavar todo el desencanto
que enchastra la faz del mundo,
y de seguro también sus entrañas,
repletas de humanidad y heces.
Solamente el arte o el amor
serían capaces de redimirnos.
O una lluvia interminable
que disipara el horror
de no saber cuál sea el fin,
ni el principio, ni el propósito
de todo cuanto nos rodea,
ni de nosotros mismos.