viernes, junio 11, 2021

Miedo a la oscuridad

Mucho ha sido escrito acerca del
miedo a la oscuridad. Tremenda tontería.
Absolutamente nadie le teme a la ausencia de luz.
Y sin embargo es cierto que existe
un temor ancestral hacia casi todo aquello que
sólo se mueve en la noche.

Pero a nadie asusta la oscuridad.
Ya dejen de repetir eso, que es una burda mentira.
Ni siquiera una criatura tiene semejante miedo,
por más que nos ruegue que mantengamos
alguna luz encendida hasta el alba.
Es que los niños intuyen cosas
que los adultos negamos.

No es la oscuridad lo que despierta
en nosotros esa imprecisa inquietud,
esa inasible incertidumbre que,
lo confesemos o no, nos angustia.
Lo que despierta el temor,
lo que amenaza en silencio,
lo que no tiene nombre y espanta,
es todo aquello que pueda esconderse
en el marco oscuro de las sombras.

Pero es también el gran temor,
en la disolución de los colores,
en el borramiento de las formas,
de toparnos así, de repente,
de una manera imprevista,
con nuestras más ocultas verdades.
Después de todo es la ausencia de luz,
en el devenir de la noche,
lo que nos lleva a mirar las estrellas.


jueves, junio 10, 2021

Sueño 210610

Creo que escuché un ruido en la puerta de mi departamento. No estoy seguro, pero fui a fijarme. No hubiese sido raro, pues por debajo de la hoja de madera suelen deslizarse los papeles de las cuentas a pagar. Lo extraño es que yo miraba, pero no me daba cuenta de si había o no papeles en el suelo. Entonces quise encender la luz. Y tal como sucede en las películas de miedo, o en las pesadillas, el interruptor no funcionó. Ninguno de los dos interruptores que hay al lado de la puerta hacía nada, por mucho que lo intentara. Probé entonces con la luz del baño, que está a dos pasos de distancia. Primero las lámparas parecieron encender de una manera muy tenue. Después me terminé de convencer de que tampoco funcionaban. Pensé en una falla general en el edificio. Mal de muchos, consuelo de tontos.

Volví a la cocina, cuando escuché un nuevo ruido. Era un ventilador, que yo recordaba haber apagado y sin embargo allí estaba, funcionando. Todas las luces se encendieron de pronto. También el microondas, el horno eléctrico y la computadora, que hizo su característico ruido de inicio, prácticamente al mismo tiempo que su pantalla se apagaba de nuevo. Sin dudas sucedía algo extraño.

Miré hacia afuera, a través del ventanal que da al balcón. Al parecer había un apagón general. Unos  enormes edificios que tenía a un par de cuadras de distancia estaban completamente a oscuras. En otros sectores, sin embargo, se veían luces. Salí al balcón. Bajé un escalón, sentí el aire fresco y me apoyé en la baranda. Me quedé observando, en la terraza de una casa cercana, a unas personas que estaban terminando de cenar. Parecía haber una fiesta. Supuse que de allí venía la música que yo había estado escuchando. En otra casa pude ver que una joven daba un espectáculo, un show de canciones o algo por el estilo. Recuerdo haber pensado que la pandemia había empujado a muchas personas a rebuscarse la vida de maneras curiosas.

Fue entonces cuando me di vuelta y me sobresalté al ver a VA, sentada en una silla dentro de mi departamento, no muy lejos de la salida al balcón. Ella también parecía observar el espectáculo que se desarrollaba en la casa vecina. Me estremecí, pues yo sabía que en realidad estaba solo. Que no debía haber nadie más conmigo, y que además no había vuelto a ver a VA después de habernos separado, varios años atrás. Me pregunté cómo era posible que estuviese allí sentada, aparentemente divertida, atenta a lo que yo hiciera, aunque intentara disimularlo.

Sin embargo, lo aterrador estaba por suceder. Justo detrás de VA apareció una segunda versión de ella misma. Su vestido era diferente, pero en todo lo demás las dos eran idénticas. Caminó unos pasos en completo silencio hasta quedar de pie justo detrás de la primera, que permaneció ajena a este hecho. Quise hablar, pero no pude. Le indiqué con gestos a la VA que continuaba sentada que se diera vuelta, para que pudiese ver a su duplicado, detrás suyo. Creo que necesitaba compartir mi asombro con alguien más. Ahora me doy cuenta, sin embargo, de que las dos mujeres me observaban a mí. Las dos ahora sonreían, con una actitud en la que yo presentí una enorme carga de malicia.

Por fin la VA de la silla comenzó a darse vuelta con lentitud, al mismo tiempo que, en un movimiento que pareció cuidadosamente coordinado, la otra desaparecía detrás de unas cortinas. En ese momento apareciste vos, para mi alivio. Llegué a decirte algo, pero enseguida dudé de que fueses vos realmente.

Me desperté agitado. Debajo de las sábanas, un cosquilleo frío me recorrió las piernas. Me pareció tener alguna línea de fiebre. Entonces vi el ventanal de mi departamento. Me llamó de inmediato la atención ver, detrás de los vidrios, una niebla cerrada, compacta, misteriosa. La computadora estaba encendida y sonaba música: una sonata para violoncello solo de Bach, que sin embargo era otra cosa. Me puse los lentes, que por suerte habían quedado cerca, para poder ver mejor. Poder ver las cosas con alguna nitidez representa algo muy importante, en estos casos. Luego agarré el celular y salí al balcón, semidesnudo como estaba, con mucho cuidado, para tomar una fotografía de aquella niebla, decididamente inusual. Sentí el aire frío de la noche. Me dio temor acercarme hasta la baranda.

El silencio era total, excepto por la música de Bach que, como ya dije, en realidad no era Bach. Volví a meterme en la cama, apenas diez segundos antes de que se apagara de golpe la música, junto con la pantalla de la computadora. Me dije que probablemente la grabación había llegado a su fin, pero no pude dejar de sentirme inquieto. Miré la pantalla de mi celular: eran justo las 04:00. Recordé entonces que uno de mis estudiantes me había dicho días atrás algo en relación a esa hora, pero no pude precisar qué. Miré la foto que había tomado con mi teléfono. La espesa niebla todavía persiste, ahora mismo, mientras termino de escribir estas palabras.



miércoles, junio 09, 2021

The Good Place

Ponele que sea verdad que existe un cielo
al cual llegan después de la muerte
aquellos que en este valle de lágrimas y risas
hayan ocupado en hacer el bien su tiempo
de manera desinteresada y justa. 

Pero ahora que ya lo hemos dicho,
¿cómo podría continuar siendo
un desinteresado gesto hacer el bien
a sabiendas de que es precisamente eso
lo que conduce al anhelado paraíso?

Entonces, ahora ya no habrá salvación,
puesto que el desinterés se ha vuelto imposible.
Así es como se dan estas contradicciones:
en el preciso momento de pedirte alguien que 
seas espontáneo, ya no hay modo de serlo. 

Y sin embargo, ahora que ya sabemos
que ninguna buena acción podrá redimirnos, 
por ser justo esa la llave a la eternidad,
si muy a pesar de saberlo igual hacemos el bien
será ese sin duda un gesto desinteresado.

Pero entonces volvemos a empezar: 
el mecanismo otra vez ha sido revelado.
De manera que, de nuevo, el interés 
es inevitable, pero al mismo tiempo inútil.
Sin desinterés no hay paraíso; etcétera.

Por más vueltas que le demos al asunto
siempre volvemos a caer, una y otra vez, 
en una desolada y total incertidumbre. 
Pues bien: eso es lo que somos. 
Y somos lo que hacemos.