lunes, noviembre 16, 2020

Todos los textos dicen las mismas cosas

Todos los textos dicen
más o menos las mismas cosas.
De seguro alguien querrá argumentar
que no es lo mismo el texto que da
que aquel otro que quita, y sin embargo
cuando un texto da algo es porque
algo que falta nos debe ser dado,
y cuando un texto algo nos quita
eso que nos ha sido extirpado
también representa una carencia.

Hay textos que hablan del amor
y otros del desamor y sus espantos,
así como hay unos que hablan de la vida
y otros de las diferentes formas de la muerte.
Y alguien podría pensarlos como opuestos.
Pero el amor y el desamor son apenas
dos aspectos de un mismo camino,
uno es la ida, el otro la vuelta,
del mismo modo que la vida y la muerte 
apenas son las dos caras de una moneda.

En definitiva, todos los textos dicen
de un modo u otro siempre lo mismo:
Yo estoy aquí. Yo que digo, hablo, escribo,
soy el gestor de una verdad proclamada.
Porque digo, puedo; y esto es todo.
La palabra es poder, es creación
de una ficción y de un mundo.
No tiene importancia lo que se diga.
Alguien que ni siquiera existe escribe:
Hágase la luz... y la luz se hizo.

sábado, noviembre 14, 2020

Szpunberg

Me da cierta vergüenza reconocerlo, aunque por otra parte sé que resulta inevitable: es sencillamente imposible conocer todo aquello que merece ser conocido. Digo más: que acaso debiera ser conocido. Pero incluso este "debiera" es en definitiva falaz. ¿"Debiera" según la autoridad de quién? ¿Cómo se instala el parámetro? Por supuesto, no es lo dicho hasta aquí lo que me avergüenza, sino lo que sigue.

De casualidad leo un nombre, mezclado entre las noticias del día, en un título que anuncia una muerte. Una muerte más, entre tantas. Una muerte que podría seguir siendo no más que otra muerte anónima, entre otras tantas, si no fuese porque allí hay un nombre, un apellido, y además una palabra. El nombre nada me dice; pero me detengo en la palabra que lo acompaña: poeta

El título, concretamente, dice que "Murió en Barcelona el poeta argentino Alberto Szpunberg". Luego la bajada amplía: que falleció hoy, viernes 13 de noviembre de 2020, en un hospital de Barcelona, donde estaba internado con un delicado cuadro de salud a raíz de una complicación por Covid". 

Luego el artículo -un obituario de compromiso- puntualiza algunas cuestiones en relación a su carrera como periodista, hace referencia a su militancia política, que le valió el exilio, y menciona por supuesto su edad, dato infaltable en este tipo de noticias: 80 años. 

Me digo entonces que alguien, un ilustre para mí desconocido, ha dedicado su vida -entre otras cosas, obviamente- a escribir poesía, y sin embargo yo, siendo compatriota y contemporáneo suyo, no he escuchado siquiera mencionar jamás su nombre. Yo que debería haberlo escuchado, me acuso. Yo que debería haberlo conocido. Pero el sentimiento de culpa es en vano. Resulta sencillamente imposible conocer todo aquello que merece ser conocido. La vida es demasiado breve para tan grande propósito. 

De haber conocido yo a Szpunberg, previo a este día, en definitiva tan fatal como cualquier otro, de haberle dedicado tiempo a la lectura de su obra, o a su biografía, seguramente hubiese debido prescindir -como seguro lo estoy haciendo ahora mismo- de alguna otra cosa igualmente importante; igualmente necesaria. 

Me pregunto de qué me estaré perdiendo ahora mismo, cuando busco en internet algún poema suyo, algunas palabras, y la pregunta se extingue apenas encuentro las primeras, que dicen:

Ni siquiera la palabra mirlo puede ser el silbido del mirlo,

ni siquiera la belleza, entre escombros, de decirlo: mirlo,

no sólo esa cadencia en el balanceo de las ramas,

sino el silencio al oído que anida en el mirlo

para que el silbido sea solamente mirlo:

es el temblor de las sílabas únicas en los labios,

la claridad del aire como si sus alas me rozaran.

Y entonces paso rápidamente las páginas, aunque esto sea apenas una manera de decir, porque en verdad estoy navegando las aguas de internet, y arribo a estas otras:

Un camino de hormigas se abre paso entre las hojas,

el mismo que marca el índice, el que enhebra palabras.

Mientras, las hormigas brotan desde un matojo de mugre,

sin pretéritos, sin héroes, sin bronces, sin glorias:

es sólo el camino que las conduce hacia donde las lleva.

¿Qué más que un destino humilde de porteador de carga

para llevar al hombro un bulto de infinitas páginas?

Confío mi esperanza toda a esa hormiga que lleva

la brizna más ocre: tan real, su otoño; tan tenue, su verde.

Y entonces busco todavía algo más, porque se me ha abierto un extraño apetito, y me encuentro con una carta que este hombre le escribió alguna vez a Mozart. Extemporáneamente, por supuesto. Tan extemporáneamente como escribo yo ahora mismo estas líneas; en el descubrimiento tardío (aunque por fortuna no tanto, pues yo todavía vivo) de alguien que acaba de partir; desencuentro trágico e inevitable, como lo son todos los desencuentros.

A veces, sobre todo de noche, suelo pensar que, si no fuera usted el que está muerto, tendría que estarlo yo, sin más remedio, pues siempre el tiempo, esta chorrera de memorias, o ese océano de por medio, impiden que podamos compartir la misma mesa, la misma madrugada, la misma caminata junto a un río, este río, cualquier río, ya sea el Rhin, que no conozco, o el de la Plata, el más ancho del mundo, donde a veces tiro mis líneas para sacar bagres oscuros y pobres como todo lo nuestro. 



viernes, noviembre 13, 2020

Jazz noruego, Rayuela, Jouhandeau, la Luna

Suena un contrabajo, delicadísimo. Quien lo toca se llama Arild Andersen. El nombre me suena conocido, pero de todas maneras busco precisiones. El músico es noruego, nacido en octubre de 1945. Por supuesto: alguna vez grabó con Jan Garbarek, de ahí me suena. Aquí toca acompañado por Helge Lien y Gard Nilssen, en piano y batería respectivamente. Estos dos nombres me resultan desconocidos por completo. El jazz noruego no es mi especialidad. Sin embargo abro el enlace que se me ofrece y veo que además de los treinta y cinco discos que me prometen más músicas de Andersen, hay otros siete más de Lien. Dejo al baterista en paz, pero sé que la red que podría tejerse a partir de aquí sería amplia, interminable, apenas una entre las muchas posibles, y sobre todas las cosas: inabarcable. Ésta es la palabra que en el fondo más me duele.

De repente recuerdo de un pasaje de "Rayuela", la antinovela de Julio Cortázar, y dejo de lado una búsqueda para iniciar otra, mientras el piano de Helge Lien sutilmente me dice que sus manos sobre las teclas blancas y negras tienen mucho que decir, y que yo debería escucharlo con atención. Encuentro "Rayuela", puntualmente el Capítulo 84, que comienza con Oliveira vagando por el Quai de Célestins, pisando unas hojas secas, levantando una en particular, una cualquiera entre tantas, para mirarla bien y maravillarse al verla llena de polvo de oro viejo, y luego llevando esa y otras hojas a su pieza, para sujetarlas en la pantalla de una lámpara. Porque los personajes de Cortázar saben cómo maravillarse ante el milagro del detalle que se oculta y se muestra en lo cotidiano, como lo hace también Juan en "El examen", deslumbrado por la repentina hermosura de un coliflor.

Pero regreso a Rayuela, mientras Andersen acaricia sensualmente las cuerdas de su instrumento con el arco, y leo: 

"...hay enormes zonas a las que no he llegado nunca, y lo que no se ha conocido es lo que se es. Ansiedad por echar a correr, entrar en una casa, en esa tienda, saltar a un tren, devorar todo Jouhandeau, saber alemán, conocer Aurangabad... Ejemplos localizados y lamentables pero que pueden dar una idea. (¿una idea?)

"Otra manera de querer decirlo: Lo defectivo se siente más como una pobreza intuitiva que como una mera falta de experiencia. Realmente no me aflige gran cosa no haber leído Jouhandeau, a lo sumo la melancolía de una vida demasiado corta para tantas bibliotecas, etc. La falta de experiencia es inevitable, si leo a Joyce estoy sacrificando automáticamente otro libro y viceversa, etc. La sensación de falta es más aguda en"

Me dan ganas de llorar. Es un sentimiento repentino, un gesto que con el tiempo se me ha ido haciendo más y más habitual. No sé si es por el lamento que canta ahora mismo en solitario el contrabajo, por la necesidad de volver a leer todo "Rayuela", porque de pronto me doy cuenta de que hay allí palabras que ya se me han olvidado, o por saber que no voy a poder escuchar los treinta y cinco discos de Andersen esta noche, sin quedarme antes dormido, y sobre todo porque no los voy a poder escuchar con vos, que estarás durmiendo ahora mismo en tu casa, mientras te pienso, mientras la noche corre carreras con el reloj, mientras unas nuevas notas sobresalen sobre otras, los platillos leves de Nilssen, y otra vez las teclas del piano. Hay más música grabada y más libros escritos de lo que podremos llegar a escuchar y leer, así nos dediquemos por completo a esa tarea durante todo lo que nos reste de vida. La idea me abisma.

¿Para qué seguir grabando más discos, entonces? ¿Para qué seguir escribiendo más palabras?, me pregunto también, precisamente al mismo tiempo en que escribo estos párrafos que quién sabe quién leerá alguna vez, escuchando quizás quién sabe qué músicas, que acaso yo no llegue a conocer jamás, mientras sus ojos -tus ojos- recorren estas mismas letras que mis dedos van dejando como una estela sobre el teclado ahora mismo, mientras que

la vida pasa, transcurre, se desliza, nos deslizamos.

Me doy cuenta de que jamás he leído nada de Marcel Jouhandeau. Busco en internet: escritor francés. Nacimiento: 26 de julio de 1888, Guéret, Francia. Fallecimiento: 7 de abril de 1979. ¿Lo habrá leído Arild Andersen? ¿Apreciaría Marcel la música de jazz? ¿Habrá conocido alguno de ellos Aurangabad, ciudad de la India en el estado de Maharashtra, a orillas del río Kaum, afluente del Godavari? Salgo al balcón. Miro el cielo oscuro. Me complace pensar que todos los nombrados hasta aquí, los habitantes de Aurangabad, los músicos de jazz de Noruega, el propio Cortázar y vos, que estás leyendo esto, habremos coincidido al menos en haber mirado alguna vez esta misma luna, aunque sea en tiempos diferentes. Coincidencias. Concordancias.

Termina la melodía. Hay gente que aplaude. Gente que disfrutó en algún momento del pasado de una noche de jazz en el Theater Gütersloh de Alemania, en la zona de Renania. Gente que habrá escuchado entonces lo mismo que estoy escuchando yo ahora mismo, y que habrá visto alguna vez la misma luna que estoy viendo yo ahora, yo acodado en mi balcón, ellos -quién sabe- abrazando quizás a una persona querida, o soñando con hacerlo, o llorando de melancolía. Y escucho sus aplausos, a pesar de que jamás sabré seguramente nada más acerca de ellos, si disfrutaron o no de ese solo, de aquella línea melódico, o si habrán leído algo de Jouhandeau, o algo de Cortázar.

Conexiones. Desconexiones. Me gustaría sinceramente saber quién sos, vos que estás leyendo ahora mismo estas líneas, para qué lo estás haciendo, qué estarás pensando o sintiendo. Pero claro, vaya uno a saber cuándo sea tu "ahora mismo", que definitivamente es diferente del mío propio. Yo ahora mismo me pregunto estas cosas, mientras escribo. Vos ahora mismo leés y pensás o sentís vaya a saber qué cosas. Y vaya a saber en tu ahora mismo qué estaré haciendo yo, mientras tanto. Esto para el caso de que no haya pasado ya demasiado tiempo entre tu ahora mismo y el mío, se entiende.

Mañana buscaré quizás algún texto de Jouhandeau, para conocerlo. Pero sobre todas las cosas intentaré maravillarme, en cada uno de esos segundos fugaces durante los cuales estamos vivos.

lunes, noviembre 09, 2020

Fragilidad

Ves esa pequeña flor silvestre
Son apenas cuatro breves pétalos blancos
Tan delicados, tan sutiles
Tan salvajes

Me conmueve esa flor
Que es todo y nada a un mismo tiempo
Como vos y como yo
Y como cada cosa en este mundo

Es noche cerrada otra vez
Sopla furioso el viento
Como una amenaza o como una promesa
Y necesito tanto que me abraces
Para poder conciliar el sueño
Para sentirme menos frágil
Para olvidar que tengo miedo

Me pregunto si tendrán
Miedo las flores de los tréboles
Cuando el viento sopla y amenaza
Deshacerlas en pedazos

Necesito protegerte con mi abrazo
Para que no tengas temor
Para sentirme un poco más fuerte
Aunque en verdad no lo sea