lunes, diciembre 23, 2019

Ese temor a la muerte II

¿Por qué será que le tememos a la muerte?
¿Será por lo que tiene de desconocida e inevitable?
¿Será por lo que tiene de futura e inflexible?
¿O porque nadie jamás regresó de allí
para revelarnos de qué se trata
esa inconcebible nada?

O será por la triste decadencia
que nos arrastra velozmente hacia ella
sin posibilidad ninguna de
volver hacia atrás,
a ese pasado prometedor en el cual
de haber sabido
hubiésemos hecho
con el diario del lunes a mano
tantas cosas de un modo diferente.

Acaso todo se resuma en el temor
de que todo esto que somos
en definitiva carezca de
cualquier significado o sentido.
Si en verdad estamos destinados
a disolvernos en la nada
entonces para qué.
Y sin embargo
cuando te observo dormir a mi lado
mi no querer morir es la rebeldía
de saber que algún día
este amor me será arrebatado.

Pero mientras tanto

jueves, diciembre 12, 2019

Sueño 191212

Diecisiete meses más tarde soñé con vos. Después de mucho desearlo, finalmente te soñé, y fue como suceden siempre estas cosas: inesperadamente. Y como sucede a menudo, no fue lo que yo esperaba. No hubo epifanías ni mensajes reveladores. Y sí una molesta sensación de enojo. Porque simplemente volvías a casa, como si nada hubiese sucedido. Sin ninguna explicación, como cuando te peleabas como mamá y desaparecías durante varios días, y después regresabas, y había que hacer de cuenta que nada había pasado. Perdoname el tono de reproche, te juro que está más allá de mi intención, pero fue una sensación parecida, una suerte de desagradable reminiscencia, que no deja de ser injusta. Pero ya se sabe, uno no puede manejar las cosas que siente mientras sueña. Y después la extrañeza, por supuesto, si vos estabas muerto, y hasta se me pasó por la cabeza la posibilidad de que tal vez no lo supieras, y cómo iba a ser yo, precisamente yo, quien te lo dijera. Recuerdo además otra faceta de mi enojo: estabas allí, como si nada hubiese pasado, pero yo sabía que te ibas a ir de vuelta. Y me parecía injusto tener que atravesar el dolor de perderte otra vez. Pero ahora, despierto, sé que de ser ello posible eligiría pasar mil veces por la pena de perderte con tal de poder volver a verte una vez más. Me desperté llorando, no podía ser de otra manera. Pero en el fondo sé que ese hombre que soñé no eras vos. Que fue solamente un sueño extraño. Yo te voy a seguir esperando.

lunes, diciembre 09, 2019

Cocteau 2: El testamento de Orfeo


El poeta
      -dice Cocteau-
                es un inválido dormido,
desprovisto de brazos y piernas,
que sueña que gesticula y corre.
Es alguien que recurre a una lengua
que no está ni viva ni muerta,
que pocas personas hablan
y aun menos personas comprenden.
Alguien que busca a sus compatriotas
a través del exhibicionismo
de mostrar el alma desnuda
en medio de un mundo de ciegos.

Y allí va Cocteau, navegando un mar desierto
poblado de inexplicables apariciones
que no son reales ni mucho menos falsas,
malgastando su tiempo en sus esfuerzos por ser,
que son precisamente aquello que
le dificulta la tarea cotidiana de vivir,
a él lo mismo que a todos nosotros.

Que nos acusen de inocencia
cuando nos toque comparecer ante
el inevitable tribunal invisible.
Que se nos señale por atentar contra la
posibilidad de los crímenes que no cometimos
pudiendo ser culpables de todos ellos
en lugar de serlo apenas de unos pocos.

Que nos acusen de pretender resucitar
situaciones muertas, o de reinventar
memorias y mundos inexistentes
dando apariencia de realidad
a aquello que nos desborda
a través de las palabras
y también de los silencios.

Existe un conocimiento del alma
por el cual los hombres se preocupan poco.
Por eso la poesía es indispensable
aunque nadie sepa muy bien para qué.
Estas palabras son parte de ese sinsentido.

sábado, diciembre 07, 2019

Cocteau 1: Le sang d'un poète












Todo poema es un escudo de armas
que resulta necesario descifrar,
escribe Jean Cocteau en el principio
de su film "La sangre de un poeta" (1932).
Surrealismo puro y maravilloso, por cierto,
con pinturas, estatuas, pigmaliones y espejos.

A mí se me ocurrre que acaso
Cocteau debería haber escrito:
...un escudo de armas que reclama
al impensado lector que lo descifre.
Incluso cuando sea improbable
que tal reclamo llegue a ser complacido,
pues ya se sabe que jamás un poema
habrá de ser leído con los matices
que ingenuamente su creador desearía.
Siempre el lector hará su lectura,
tomando posesión de esos sueños ajenos
y sumando al escudo sus propios blasones.

Luego Cocteau continúa:
Cuánta sangre, cuántas lágrimas,
a cambio de estas hachas, estas mordazas,
estos unicornios, estas antorchas,
estas torres, estos martillos,
estos sembradíos de estrellas,
estos campos de cielo.

Y noto entonces que jamás he escrito nada
acerca de hachas, antorchas o unicornios
aunque es probable que sí de mordazas y torres
y también de estrellas y campos en el cielo.

Pero aquí sigue Cocteau:
Libre de elegir los rostros, las formas,
los gestos, los tonos, los hechos,
los lugares que lo complacen,
(el poeta) compone con ellos
un documento realista de sucesos irreales.
El músico subrayará los sonidos y los silencios.

Y yo me digo que de eso se trata
y de ninguna otra cosa,
y añado a mi propio escudo de armas
otro blasón que en vano, seguramente,
reclamará ser descifrado.

Al destruir una estatua se corre el riesgo
de convertirse uno mismo en una de ellas,
advierte más tarde Cocteau.
Pero esta advertencia será vana,
al menos para mí, por el momento,
hasta tanto alcance a descifrarla.