miércoles, diciembre 31, 2008

¿Felices fiestas?

Cada fin de año sucede lo mismo: legiones de personas de buena voluntad se ven compelidas a manifestar a su prójimo su deseo de que aquel sea capaz de conseguir ese tesoro tan evasivo que es la felicidad. La palabra más utilizada en estas fechas es "felicidades", tanto que me pregunto cómo es posible que a nadie se le haya ocurrido registrarla para poder cobrar derechos de propiedad intelectual por su uso. Tal improbable pícaro se llenaría seguramente los bolsillos de dinero en el curso de sólo dos o tres semanas.

Sin embargo, y a sabiendas de que me arriesgo a pasar por antipático y ser acusado de atentar contra el espíritu navideño, me pregunto de repente por la sinceridad de tales deseos. Quiero decir: todos sabemos que la felicidad es algo que no se puede comprar. Pero a modo de un mero ejercicio, supongamos que uno tuviese la mágica posibilidad de comprar por un determinado precio la felicidad de otra persona. No la propia felicidad, sino la de uno o más terceros, a los que uno pudiese elegir a gusto. Supongamos también que dicha felicidad no es precisamente económica... Digamos que sale cinco mil pesos, por ponerle una cifra de mercado. Solemos decir que la felicidad no tiene precio, de manera que no deja de ser una suma por demás conveniente. ¿Por cuántas personas, de esas a las que uno desea "felicidades", simplemente porque es gratis, estaríamos dispuestos a pagar tal suma si uno tuviese el poder de comprar así su felicidad?

Consideremos además (he aquí tal vez el verdadero quid de la cuestión) que no nos es permitido revelar que hemos sido nosotros el factotum de semejante regalo. Que aunque pudiéramos decirlo, ¿quién iba a creer que semejante sandez sea cierta? ¿Entonces?...

Estoy seguro de que la venta de felicidades no sería tan rentable como la aplicación de un derecho de autor a la palabrita en cuestión.

Por supuesto, todo esto no es nada más que un ejercicio mental. Pero el punto es decubrir la distancia que media entre el desear con palabras la felicidad para alguien y el estar realmente dispuesto a hacer algo para que esa expresión de sanos deseos se convierta en realidad. Res, non verba, dice la expresión latina.

Buena ocasión, este fin de año, como para revisar cómo anda cada uno de nosotros con estas cuestiones, en todo caso.

Intentemos ser felices.
Y en la medida de lo posible, hacer felices a los demás.

martes, diciembre 30, 2008

Sigue la guerra en Gaza

Franja de Gaza.
Cuatro días de ataques.
384 personas muertas...
Más de 800 heridos...

Los ojos del mundo, para variar, parecen mirar para otro lado.

domingo, noviembre 30, 2008

Los colores

En algún lugar del tiempo, más allá del tiempo, el mundo era gris. Gracias a los indios ishir, que robaron los colores a los dioses, ahora el mundo resplandece; y los colores del mundo arden en los ojos que los miran.

Ticio Escobar acompañó a un equipo de la televisión española, que vino al Chaco para filmar escenas de la vida cotidiana de los ishir. Una niña indígena perseguía al director del equipo, silenciosa sombra pegada a su cuerpo, y lo miraba fijo a la cara, de muy cerca, como queriendo meterse en sus raros ojos azules.

El director recurrió a los buenos oficios de Ticio, que conocía a la niña, y la muy curiosa le contestó:

–Yo quiero saber de qué color mira usted las cosas.
–Del mismo que tú –sonrió el director.
–¿Y cómo sabe usted de qué color veo yo las cosas?


Según me dijo Cecilia Portorrico, esto lo escribió una vez un tal Eduardo Galeano.

miércoles, noviembre 26, 2008

Para tener presente



El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos.

Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos; aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.

(Italo Calvino, "Las ciudades invisibles")

domingo, octubre 26, 2008

La relevancia de los blogs

Cada vez que corrijo parciales de mis estudiantes, me detengo en las citas que escogen a la hora de querer ilustrar las cosas que ellos mismos dicen. Es cierto que son palabras de otras personas, pero siempre pienso que en la elección de una cita adecuada también se ve el grado de comprensión de un determinado tema.

Y cada tanto copio algunas de esas citas allí. Sobre todo cuando, como sucede en este caso, con estas palabras de Eduardo Galeano, esas citas parecen estar dando cuenta del sentido de este espacio.

Un hombre de las viñas habló, en agonía, al oído de Marcela. Antes de morir, le reveló su secreto: "La uva -le susurró- está hecha de vino."

Marcela Pérez Silva me lo contó, y yo pensé: "Si la uva está hecha de vino, quizás nosotros somos las palabras que cuentan lo que somos."

domingo, octubre 19, 2008

El otro, ese (indeseable) necesario...

Para responder a la consigna de un parcial, un estudiante me sorprende al comenzar con una cita de un breve relato de Mario Benedetti que aún yo no conocía:

"Al principio la muerte del Otro fue un rudo golpe para el pobre Armando; pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó."

En realidad Benedetti no habla de "el Otro", sino de "el Otro Yo". Pero he preferido omitir este último pronombre, para que se comprenda mejor la idea, acaso no la de Benedetti, pero al menos sí la mía y -estimo- la del estudiante en cuestión.

El Otro es el que nos condiciona a ser como somos. Nos impugna con su constante presencia, con su permanente mirada. Nos obliga a ser de determinada manera, diferente -quizás- a como seríamos si ese Otro no estuviese presente. Nos obliga a actuar un personaje, en definitiva, que somos nosotros, pero que al mismo tiempo es alguien diferente, una impostura.

La repentina ausencia del Otro nos otorga la ansiada libertad. Pero también, a la larga, el desamparo. Sería relativamente sencillo liberarnos de esa mirada constante, de ese otro que nos impugna, que permanentemente nos obliga a seducirlo, actuando de alguien que en verdad no somos. Pero, ¿qué seríamos entonces?

Tal vez por eso es que constantemente buscamos esa mirada.
Sin esa mirada, ni vos ni yo seríamos nada.

Vos sos mi Otro. Yo soy tu Otro.
Somos nosotros, mirándonos como en un espejo.

lunes, octubre 13, 2008

Aves que deben volar

-¿Para qué existen, mamá, las palabras que no se dicen?

Así termina un brevísimo relato de Eduardo Galeano, incluido en su libro Bocas del tiempo.

Y alguien, en algún espacio de ese lugar informe que es internet parafraseó esta frase para preguntarse:

"¿Para qué existen los libros que no se leen?"

El cuestionamiento no es inocente. Apunta a generar un debate respecto a las normativas relativas a los llamados copyrights y copywrongs, un término que se acuñó recientemente, casi como una humorada, a partir del cambio en el juego de los derechos autorales promovido por las nuevas tecnologías digitales.

¿A quién pertenecen las ideas? ¿Pueden colocarse en un mismo nivel, en cuanto al derecho de propiedad se refiere, los bienes materiales y los inmateriales? Alguien dijo que si una persona roba una manzana de un cajón, se beneficia teniendo algo que antes no tenía, no habiendo dado por eso nada a cambio, en tanto otro tendrá algo menos de lo que tenía antes, no habiendo recibido a cambio nada.

Pero las ideas, a diferencia de lo que ocurre con las cosas materiales, se multiplican. Y cuando esto ocurre, hay alguien que tiene algo más, que antes no tenía... Pero lo cierto es que a nadie le faltará nada que antes tuviera.

"¿Para qué existen los libros que no se leen?" Yo no sé.

Pero de pronto pienso que tal vez sea un acto de justicia, al fin y al cabo, liberar tantas palabras encerradas, soltarlas como si fuesen pájaros enjaulados, que al fin y al cabo ningún derecho tienen sobre ellos quienes allí los mantienen presos, por más que los hayan adquirido legalmente. Debería haber una ley que impidiese tener libros enjaulados, de hecho.

domingo, octubre 12, 2008

Día de la raza


Fue un 12 de octubre de 1492. Colón llegaba a las Américas con sus tres carabelas. Durante muchos años en las escuelas se enseñó la postal, más pintoresca que histórica, del genovés rodilla en tierra, su estandarte en alto, la mirada puesta en el cielo, como agradeciendo a su dios único que hubiese puesto fin a la intrépida travesía, justo antes de que sus hombres, hartos ya de tanta navegación, se amotinaran. Quién sabe cuál hubiese sido el destino de América de haber exigido aquellos hombres un improbable regreso a Puerto de Palos, agotadas ya las provisiones, las esperanzas y las paciencias.

Durante todos esos años acompañamos el viaje oteando el horizonte desde el puesto de vigía de la Pinta, justo a Rodrigo de Triana, para gritar "Tierra a la vista". Curiosa paradoja identitaria, hablábamos de Europa como el Viejo Mundo, llamándonos al mismo tiempo americanos, cuando los verdaderos americanos, dueños hasta entonces de estas tierras, de la misma edad que Europa, veían llegar desde las costas a los invasores del mundo nuevo, hasta entonces desconocido, confundiéndolos con dioses. Poco tiempo les llevará comprender su terrible error.

El 12 de octubre sirvió como excusa para más de un acto escolar. Niños vestidos como Colón, carabelas de cartón y papel glasé metalizado. La historia se repite, y ahora es como padre que tengo que asistir a uno más de esos actos. Alguien habla allí de un "encuentro de culturas". Yo me pregunto si se trata de ingenuidad, de pura ignorancia o de simple imbecilidad. Porque el mismo que habla de ese pretendido encuentro también defiende el reconocimiento de otras culturas y, colmo de los colmos, termina invocando a un dios que a los americanos originales sólo les trajo muerte y devastación.

¿Cómo es posible, me pregunto, que ese dios que supuestamente propone que todos sus hijos son iguales ante su mirada haya servido para justificar la salvaje destrucción de miles y miles de vidas a través de la esclavitud y el martirio? La respuesta es simple: los invasores ni siquiera estaban dispuestos a ver en los nativos americanos algo parecido a seres humanos. La pretendida imposición de un dios falso, y no porque Cristo lo sea, sino porque nada de cristiana tenía la prédica aquella, sólo buscaba justificar los saqueos y el exterminio.

Jamás hubo un encuentro de culturas. Sí hubo, en cambio, aniquilación. Me imagino a ese hombre que habló de encuentro de culturas, que invoca al dios de los invasores para fundamentar su imaginaria identidad americana, viendo arrasada su casa, asesinada su gente, vilipendiada su cultura, siendo él mismo esclavizado. ¿Hablaría todavía de "un encuentro de culturas" si le hubiese tocado a él ser la víctima, en lugar de ser el heredero de los victimarios?

miércoles, septiembre 10, 2008

Nunca me dio un miedo tan grande la palabra ínfimo

Hace apenas unas horas, en la ciudad de Ginebra, científicos de la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN) pusieron en marcha un enorme acelerador de partículas, conocido como LHC (Large Hadron Collider), cuya construcción costó unos nueve mil millones de dólares y con el cual buscan develarse misterios sobre la física y el origen del Universo. En pocas palabras, un aparato para poder jugar a ser Dioses.


Este acelerador, cuyo recorrido en forma de círculo ocupa un trayecto lineal de 27 kilómetros, es la mayor y más compleja máquina jamás construida y la plataforma para lo que los expertos dicen será el experimento más grande en la historia de la humanidad. El experimento en cuestión es hacer colisionar partículas atómicas desplazándose a velocidades cercanas a la de la luz.

La noticia, que fue difundida por los medios de comunicación de todo el mundo, me hizo recordar algo que leí meses atrás. En abril de este mismo año, desde la ciudad de Barcelona, Rodrigo Fresán escribía un artículo en el cual daba cuenta de algunos pormenores relativos a este enorme acelerador. Allí dice, entre otras cosas:
"Y la noticia del día –la noticia que se come a todas las noticias del día, de la semana, del año, de la década, del siglo, del milenio, de todo el tiempo ganado y perdido– es ésta y la leo en The New York Times: dos científicos llamados Walter L. Wagner (que vive en Hawai) y Luis Sancho (que, parece, vive en Barcelona) han presentado una demanda contra otros científicos del CERN (European Organization for Nuclear Research) para así impedir que enciendan el LHC ante la posibilidad, aseguran, de que el experimento de entrechocar protones genere un agujero negro capaz de devorar la Tierra y, tal vez, al universo todo incluyendo a las estatuas de los padres de Paco El Pocero y la boina de Cristina Kirchner. Los especialistas del CERN afirman que son dos locos y que “el riesgo de que eso ocurra es ínfimo”.

Y añade luego la frase que da título a este posteo:
"Nunca me dio un miedo tan grande la palabra ínfimo."

- ¿Este botón?
- Sí, ése.
- Ya está.
- Ups.

Ponele que no pase naranja. Después de todo al coso ese ya lo encendieron y todavía estamos acá. Claro que si pasara algo mañana, o pasado, o cuando hagan chocar los átomos ahí adentro, no vamos a tener tiempo ni siquiera de enterarnos.

Pero es verdad: el riesgo de que eso ocurra es ínfimo.

sábado, agosto 23, 2008

Virus informático

Hace algunos años recibí un virus informático. Nunca supe quién lo había enviado, ni por qué razón lo recibí yo. Aunque sospecho que esta clase de virus muchas veces llegan por obra de un azar. Sospecho también que la mayoría de las personas que como yo recibieron este mismo virus ni siquiera se habrán dado cuenta de que lo era. Porque por lo general los virus informáticos atacan las computadoras, o las redes, o los sistemas, y este virus en cambio es informático sólo en cuanto a su modo de transmisión, pero no afecta a la máquina, sino al hombre. Y ni siquiera en todos los casos, sino apenas a unos pocos particularmente sensibles a esta clase de infecciones, como aparentemente ha sido mi caso.

Califico a este virus de informático pues fue recibido a través de un correo spam, enviado a quién sabe cuántos cientos de computadoras además de a la mía. Al igual que un virus, al instalarse (no en la computadora, en este caso, sino en la conciencia del hombre) genera una mutación, a veces imperceptible, en aquellos sujetos que no se hayan declarado inmunes. Y como el virus de computadora común y corriente, éste también se reproduce, en este caso aquí, a través de este blog, que también es de hecho un medio informático.

Correo spam, entonces (retomo al relato de cómo se recibió este virus), que al abrirse deja ver en la pantalla estos versos:

No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Esto aparte, tengo en mí todos los sueños.

Esos cuatro versos fueron suficientes para que yo supiera, en ese mismo momento, que había sido infectado. Que no iba a poder dejar de leer lo que siguiera, y que ya nunca iba a poder liberarme del todo de aquellas palabras, que al pie terminaba firmando un tal Fernando Pessoa.

Como yo soy más prudente, no dejo el resto de aquellas líneas aquí mismo, en esta ventana, sino en el primer comentario de esta entrada, para que lo lea solamente quien se considere inmune a estas cosas (pero entonces no tendrá sentido que se tome el trabajo) o quien desee arriesgarse, a sabiendas de lo que hace.

miércoles, agosto 13, 2008

EXIT










Paul Auster es un escritor que no me interesa demasiado y al cual no respeto particularmente, y además me fastidia un poco esa fascinación que parece despertar en algunas personas que sí me interesan y a las cuales respeto. Más allá de lo dicho, recién leo en el blog de una amiga una cita del referido Auster que por algún motivo que no termino de entender me llama poderosamente la atención.

"A pesar de lo que uno pueda creer, los sucesos no son reversibles. El hecho de que uno haya podido entrar, no significa que vaya a poder salir; las entradas no se convierten siempre en salidas, y nadie garantiza que la puerta por la que uno ha entrado hace apenas un minuto esté aún allí cuando se la busque un instante después. Así son las cosas en la ciudad. Cada vez que uno cree saber la respuesta a una pregunta, descubre que la pregunta ya no tiene sentido."
(P.A., El país de las últimas cosas)

viernes, agosto 01, 2008

Koan Zen Panda

Alguien me recomienda una película. Una película para chicos, y tal vez la aclaración sea innecesaria. ¿Acaso las películas para chicos sólo deben ser para los chicos? Yo estoy seguro de que no es así. Porque cada vez que voy al cine con mi hija suelo reirme yo más fuerte que ella, para consternación de la pequeña, que cada vez se fija más en la mirada de los demás. Cosas de la edad, supongo.

Pero de todos modos el punto no es este, sino que junto con la recomendación en cuestión viene una frase, que al parecer es dicha por uno de los personajes, a los pocos minutos de haber comenzado la película: "A menudo encontramos nuestro destino por los caminos que tomamos para evitarlo."

No sé qué pueda significar esta sentencia en el contexto de mi vida actual. Qué extraño presagio, quizás, para el caso de que un presagio sea. O qué nada, finalmente, que las cosas no tienen por qué tener necesariamente siempre un sentido.

Lo único cierto es que un extraño impulso me lleva a dejar anotada esta frase aquí. Cosa que hago, como habrá podido verse.

domingo, julio 20, 2008

Un pensamiento

Si en cierto instante
hubiese girado hacia la izquierda
en vez de a la derecha;
si en cierto momento
hubiese dicho sí en vez de no,
o no en vez de sí;
si en cierta conversación
hubiese tenido las frases que sólo ahora,
en la somnolencia, elaboro;
si todo eso hubiese sido así,
sería otro hoy...


Simplemente hoy no puedo dejar de pensar en estas palabras de Fernando Pessoa.

miércoles, julio 09, 2008

Entre la memoria y el olvido

"El olvido finalmente nos libera de la mayor parte de las cosas que aprendemos." La frase de por sí resulta provocadora. Pero lo es más si es pronunciada, como sucede en este caso, por el rector de una Universidad Nacional. Ni siquiera nos tomaremos el trabajo de mencionar aquí cuál, no porque no valga la pena saberlo, sino porque las ideas más profundas debieran aspirar siempre a un saludable anonimato.

Que el olvido, lejos de ser tenido como un enemigo, pueda ser considerado liberador, en un contexto en el cual solemos quejarnos de la escasa memoria de la gente, puede parecer un contrasentido. Que un docente, cuya tarea aparente es fijar conceptos en la conciencia de sus estudiantes, califique el olvido de este modo, es por lo menos inquietante. Salvo que en realidad la verdadera tarea de un maestro sea otra.

En las comunidades primitivas, que todavía no conocían la escritura, donde la memoria tenía el sentido de lograr que la repetición ritual de determinados relatos permitiera traspasar de una generación a la siguiente los contenidos de una cultura, la gente se reunía en torno de una fogata para repetir, una y otra vez, las mismas historias. Pero no eran las historias en sí mismas lo importante, sino su contenido simbólico. Poco importaban en general los detalles, siempre y cuando se mantuviese lo esencial del relato, y es por eso que en diferentes regiones del mundo se repiten muchas historias míticas, aunque cambian los nombres de sus actores.

Hay personas que son capaces de retener enormes cantidades de información: nombres, fechas, rostros, bibliografías, datos en general. Yo reconozco que la memoria no ha sido ni probablemente vaya a ser jamás mi fuerte. Tal vez por esto la frase en cuestión me resultó llamativa. Por conveniencia personal. Aunque también porque subvierte una serie de valores que a la mayoría de nosotros nos han inculcado desde chicos, afines a un enciclopedismo que hoy resulta imposible de seguir sosteniendo, pues es tanta la información disponible y declaradamente importante, que resulta sencillamente inabarcable. Hoy no se puede leer todo lo que sería necesario leer, escuchar todo lo que deberíamos escuchar, conocer todo lo que merece ser conocido.

Es un poco a lo que alude Cortázar, cuando en su libro Rayuela se refiere a la melancolía de una vida demasiado corta para tantas bibliotecas, y a la conciencia de que al leer a Joyce se está sacrificando automáticamente otro libro y viceversa. O lo que Rodrigo Fresán sintetizó desde la foto de la solapa de uno de sus libros en una maravillosa sentencia estampada en una remera, que la gran literatura a veces viene en envase chico: "Too many books, so little time." La frase en cuestión admite modificaciones al gusto de cada quien, y podemos cambiar el too many books por tantos lugares, tantas mujeres, tantos museos, tanta música, etcétera.

Pero aunque el tiempo fuese infinito, la memoria es por naturaleza débil. No recordamos todos los libros que hemos leído, ni el nombre de aquella película que en su momento tanto nos emocionó, ni mucho menos el autor de aquella frase... ¿Cómo era la frase?...

Entonces, tal vez debamos plantearnos qué cosas deberíamos priorizar en nuestro aprendizaje. O en aquello que pretendemos enseñarle a los demás. Tal vez lo importante no es lo que seamos capaces de recordar, sino lo que alcancemos verdaderamente a comprender. Y de más está decir que la comprensión no siempre pasa por el lado de la racionalidad. Muchas veces lo emocional, lo ético y lo estético son claves indispensables para comprender las cosas del mundo y a los otros.

Por suerte contamos con el olvido. De lo contrario, muchos de nosotros estaríamos dispuestos a creer que lo importante es aquello que se recuerda. Y nos veríamos compelidos a leer todas las bibliotecas, a conocer toda la música, los cuadros, los lugares, las frases célebres, los blogs y las páginas de internet indispensables, y tantas otras cosas. El olvido viene a demostrarnos que ese enciclopedismo no tiene ningún valor. Que lo importante radica en otro lado. Comprender a fondo el sentido de una hoja de trébol, de una mirada, de una única melodía, de un minuto de nuestras vidas, acaso sea desafío suficiente.

lunes, junio 09, 2008

Guernica


Según la leyenda esta breve conversación tiene lugar en el taller en el cual suele trabajar Pablo Picasso. El primero en hablar es un oficial nazi, que contempla asombrado el Guernica. Quien responde, por supuesto, es el autor de la obra.

- ¿Y esto lo ha hecho usted?

- No, de ningún modo. Quienes lo han hecho son ustedes.

martes, mayo 06, 2008

Sombras...


"Un viajero sediento camina por el desierto; ve la sombra de un ave de rapiña, pero no al ave. Si mira hacia el cielo el sol lo ciega. Sólo ve la sombra amenazante haciendo círculos cada vez más cerrados, cada vez más cerca."


(Escribe Antonio Santa Ana en "Los ojos del perro siberiano".)

martes, abril 01, 2008

Teología...

¡Cuánto disfruto cuando alguno de mis alumnos en la facultad, a veces queriendo, y otras tantas veces sin querer, y acaso sin siquiera saberlo, me enseña algo. Recién, por ejemplo, sin necesidad de ir más lejos, una alumna que cita un fragmento, apenas un pedacito, de una literatura de esas escritas por Eduardo Galeano. Entonces yo, obsesivo como soy, enseguida Google (magnífica herramienta, con todo y sus limitaciones), y la literatura en cuestión completa, que por lo demás era bien breve.

Pero además, debajo de esa literatura, otra más, más hermosa incluso que la anterior. Y como el entusiasmo es la fuerza que lleva adelante este cuaderno virtual de anotaciones, no me puedo resistir a multiplicar esas palabras, copiándolas aquí:

Fe de erratas: donde el Antiguo Testamento dice lo que dice, debe decir lo que quizá me ha confesado su principal protagonista.

Lástima que Adán fuera tan bruto. Lástima que Eva fuera tan sorda. Y lástima que yo no supe hacerme entender.

Adán y Eva eran los primeros seres humanos que de mi mano nacían, y reconozco que tenían ciertos defectos de estructura, armado y terminación. Ellos no estaban preparados para escuchar, ni para pensar. Y yo... bueno, quizá yo no estaba preparado para hablar. Antes de Adán y Eva, nunca había hablado con nadie. Yo había pronunciado bellas frases, como "Hágase la luz", pero siempre en soledad. Así que aquella tarde, cuando me encontré con Adán y Eva a la hora de la brisa, no fui muy elocuente. Me faltaba práctica.

Lo primero que sentí fue asombro. Ellos acababan de robar la fruta del árbol prohibido, en el centro del Paraíso. Adán había puesto cara de general que viene de entregar la espada y Eva miraba al suelo, como contando hormigas. Pero los dos estaban increíblemente jóvenes y bellos y radiantes. Me sorprendieron. Yo los había hecho; pero yo no sabía que el barro podía ser luminoso.

Después, lo reconozco, sentí envidia. Como nadie puede darme órdenes, ignoro la dignidad de la desobediencia. Tampoco puedo conocer la osadía del amor, que exige dos. Entonces, vinieron los equívocos. Ellos entendieron caída donde yo hablé de vuelo. Creyeron que un pecado merece castigo si es original. Dije que peca quien desama: entendieron que peca quien ama. Donde anuncié pradera de fiesta, entendieron valle de lágrimas. Dije que el dolor era la sal que daba gustito a la aventura humana: entendieron que yo los estaba condenando al otorgarles la gloria de ser mortales y loquitos. Entendieron todo al revés. Y se lo creyeron.


(Eduardo Galeano, "El libro de los abrazos")

jueves, marzo 27, 2008

Breve carta matinal a Julio y poema de

¿Qué puedo decirte, Julio? Estas cosas pasan, y vos lo sabés mejor que yo. Uno agarra un pasquín cualquiera, de esos que se publican en algunos barrios, esos que se reparten gratis, o se dejan sobre una mesita para quien quiera se lleve un ejemplar, y después ese pasquín duerme el sueño de los justos en medio de una pila cada vez más alta de papeles. Hasta que un día (porque siempre llega el día, Julio, y vos lo sabés mejor que yo) uno descubre con un dejo de tristeza que ya es impostergable el momento de comenzar a hacer bajar de algún modo esa pila, y con un poco de pereza agarra un papel tras otro, para revisarlo levemente antes de botarlo a la basura, que ese es el triste destino de los pasquines barriales y otros papeles de similar naturaleza.

Pero entonces sucede (porque estas cosas también pasan, Julio, y a esta altura seguro que ya sabés que vos lo sabés mejor que yo) que por ejemplo uno va al baño, munido de un algunas de esas hojas, para entretenerse con algo mientras tanto, que después de las bibliotecas y los bancos de algunas plazas (o incluso antes que los bancos de las plazas, si lo pensamos mejor, o acaso todo dependa del día y del estado de ánimo) no hay recinto mejor que el baño para una buena lectura. Y en eso anda el hombre, descartando más que rescatando, cuando de repente.

Es como un golpe en la frente. Vos mismo lo hubieses dicho de este modo, y me refiero a descubrir ese recuadro perdido, con un poema tuyo, y seamos sinceros, que poco importa que haya sido tuyo el poema, sino que es el poema en sí mismo lo que importa. Y uno sentado allí, como un estúpido en el baño, con ese papel en la mano, preguntándose cómo es posible que haya estado a punto de tirar esto a la basura, me hubiese perdido estas palabras, intentemos fijarlas de algún modo, por ejemplo copiándolas en otro pasquín (pasquín virtual éste, Julio, que en tu tiempo no los había, aunque básicamente nada ha cambiado demasiado, podés creerme, todo es diferente ahora, pero sigue siendo básicamente lo mismo), cosa que haré en este mismo instante, inmediatamente luego de despedirme y desearte que estés muy bien, allí donde te encuentres.

Y el poema dice:

Para leer en forma interrogativa

Has visto
verdaderamente has visto
la nieve los astros los pasos afelpados de la brisa
Has tocado
de verdad has tocado
el plato el pan la cara de esa mujer que tanto amás
Has vivido
como un golpe en la frente
el instante el jadeo la caída la fuga
Has sabido
con cada poro de la piel sabido
que tus ojos tus manos tu sexo tu blando corazón
había que tirarlos
había que llorarlos
había que inventarlos otra vez.


(Julio Cortázar, de Salvo el crepúsculo)

lunes, marzo 24, 2008

Momento musical

De un tiempo a esta parte suelo incluir, entre los trabajos prácticos que propongo a mis alumnos, una consigna que pide la reproducción de un fragmento poético, preferentemente de producción propia, con una explicación del motivo por el cual se lo considera valioso. Suele venir, por supuesto, toda clase de cosas, algunas sin valor estético alguno (pero no se trata del valor estético en sí, sino de la apreciación subjetiva que el alumno haga de eso) y otras, por el contrario, muy interesantes.

Acomodando papeles me topé hace un rato con un uno de esos parciales, que me llamó la atención por venir acompañado de un disco compacto. La carátula anunciaba un movimiento de la Quinta Sinfonía de Mahler, e instintivamente lo puse en la computadora. Luego releí las hojas que acompañaban el CD. Transcribo un pasaje:

"Hace varios meses atrás un amigo me dijo: 'Escuchá el cuarto movimiento de la quinta sinfonía de Mahler, que te va a gustar'. Ese fue el único a priori. Después vendrían las charlas sobre el romanticismo, la historia de su amor con Alma Schindler, pero en ese momento no sabía nada ni de Mahler ni de sus sinfonías. Conseguí el disco, lo puse en el equipo de audio, y desde que empezó sentí que era lo más bello y lo más triste que había escuchado en toda mi vida. Sentí que representaba de la manera más abstracta y perfecta la esencia del amor, ese sentimiento tan pleno, que a veces se transforma en lo más penoso, y que sin embargo no te deja renunciar a él, del mismo modo en que yo no podía dejar de escuchar esa sinfonía, que por más melancólica que fuera me transmitía una paz, una belleza, una completud inexplicable. Me resultó imposible mantenerme indiferente, y desde entonces cada vez que escucho esta obra son inevitables los escalofríos, la emoción, las lágrimas, esa conmoción que me transforma, que me deja con un silencio lleno de música."

Nos preguntábamos en la entrada anterior por la naturaleza del arte. No fue Gustav Mahler, precisamente, un artista mediano, que se conformara con efectos y estructuras sencillas, sino más bien todo lo contrario. Pero fue al mismo tiempo un artista capaz de crear una belleza que no deja lugar a dudas cuando nos preguntamos por su esencia. Tal vez en el párrafo transcripto más arriba pueda encontrarse una de las respuestas posibles a qué cosa sea el arte. Fundamentalmente algo que no es atravesado por la comprensión, sino por una conmoción sensible que nos deja algo. Si ese algo además es bueno, tanto mejor. El resto queda, inevitablemente, en la sensibilidad de cada uno.


miércoles, marzo 05, 2008

Del arte a la perversión

En ocasiones puede no ser sencillo establecer una relación histórica coherente en lo que hace a la evolución del arte. Y otras veces esta experiencia puede llegar a resultar dolorosa. Acaso la palabra dolor siga hoy llamando la atención de algunos, puesta al lado del término arte, muy a pesar de que no es ningún concepto nuevo, ya sea que hablemos de las Lamentaciones de la música pre-barroca o, más acá en el tiempo, de la poesía de Rimbaud, del teatro de Antonin Artaud o del Guernica de Picasso. En realidad, la concepción misma del arte quizás esté relacionada con una conmoción de los sentidos, al margen de que se promueva por lo placentero o por su contrario.

Pero el punto está, precisamente, en lo difícil que es establecer el rumbo y la naturaleza del arte. En algún momento, los cánones artísticos comenzaron a ser manejados por una aristocracia que anticipó, de algún modo, lo que más tarde se convertirá en la industria cultural: la obra de arte comenzó a convertirse en un objeto estético de consumo, perdiendo con ello sus características esenciales. La reacción de los verdaderos artistas, de quienes en verdad necesitaban decir algo con sus obras, fue plasmada entonces en esa famosa expresión francesa que incita a épater le bourgeois, vale decir, a escandalizar con un arte reaccionario a quienes pretendían adueñarse del arte sin comprender su naturaleza.

El problema fue que por la misma puerta por la cual ingresaron a los tiempos modernos las vanguardias, y que ellas sean bienvenidas, irrumpió solapadamente otro concepto: el de la provocación como un supuesto modo de arte. Pero ya no hablamos de un arte rupturista, como podría ser el de Marcel Duchamp, sino de la idea de que una provocación, por el sólo hecho de serla, pueda ser considerada arte, sin importar su forma ni mucho menos su contenido.

¿Es una vaca descuartizada conservada en formol una obra de arte, como sugiere Damien Hirst (y no sólo él, sino también quienes le dieron por esa obra el polémico Premio Turner en 1995)? ¿Qué hay, por ejemplo, de las palomas de León Ferrari que dejan caer sus naturales deposiciones sobre imágenes religiosas estratégicamente ubicadas en la base de sus jaulas? ¿La emblemática pieza para piano de John Cage 4'33", consistente en un silencio para el instrumento que dura justo lo indicado en su título? ¿Las latas de sopas Campbell de Andy Warhol? ¿Y qué hay de la famosa Gioconda de Leonardo? ¿Cuál es la razón que nos lleva a considerar este último ejemplo como arte, casi sin dudarlo, al menos hasta el momento en que nos preguntan en qué se sostiene nuestra certeza?

En una galería de Nicaragua, un supuesto artista costarricense llamado Guillermo Vargas realizó recientemente una instalación titulada Exposición N° 1. Sobre una de las paredes de un cuarto vacío, Vargas escribió una frase: "Somos lo que leemos", decía en grandes letras, formadas con comida para mascotas. Luego hizo capturar un perro enfermo, que deambulaba por las calles, lo ató con una soga para que no pudiese salir de aquel cuarto, y simplemente lo dejó allí, sin alimento ni agua, hasta que muriese.

Cómo puede concebirse que una perversión semejante sea considerada arte, es algo que no se comprende. Pero no deja de tener razón Vargas cuando, señalado por quienes quisieron demostrar lo aberrante de su propuesta dijo: "Lo importante para mí era mostrar la hipocresía de la gente: un animal así se convierte en foco de atención cuando lo pongo en un lugar blanco donde la gente va a ver arte, pero no cuando está en la calle muerto de hambre." Y luego agregó: “Nadie llegó a liberar al perro, ni le dio comida o llamó a la policía. Nadie hizo nada.”

¿Cuáles son los límites del arte? Lo más grave del caso es que la delgada línea que separa al arte de la aberración en algunos casos, y en otros de su propia caricatura, parece estar cada día más borrosa. Acaso sea tiempo de que comencemos a mirar nuevamente hacia dentro de nosotros mismos, en busca de una respuesta más precisa.

lunes, marzo 03, 2008

Perspectivas


"Un círculo se cierra y al mismo tiempo dos planos coinciden, se superponen, se confunden. En esta coincidencia se observa que lo que deseábamos mantener en planos separados es inseparable. Nuestro sentido de la orientación y nuestros sentimientos hacia aquello que forma la base empiezan a tambalearse y tenemos la impresión de encontrarnos frente a una paradoja."

Estas palabras de Francisco Varela hacen referencia a una lámina del ilustrador holandés Maurits Cornelius Escher (1898-1972).

Yo me pregunto hasta qué punto dichas palabras no serán aplicables, en general, a la vida.

sábado, febrero 23, 2008

Re/creaciones II

Puesto que en nuestra entrada anterior hablábamos de poesía, quizás sea bueno dejar anotado aquí algo que dice Santiago Kovadloff en su libro La nueva ignorancia:

"Quien comprende un poema ha construido, mediante lo que entiende, un sentido posible para lo que acaba de leer. Quien capta una interpretación, ha transfigurado lo que se le ha dicho en lo que acaba de entender, dándole de este modo un sentido personal, o lo que es igual, convirtiendo eso que se le ha dicho en experiencia propia."

Es interesante notar que Kovadloff dice quien comprende un poema. Vale decir que ese acercamiento, esa interpretación posible entre tantas otras que le asigna al texto quien se aproxima al mismo es tan válida como cualquier otra. Acaso incluso tan válida como la que tuvo en mente el propio autor del poema (si es que acaso tuvo el autor alguna interpretación puntual en mente, algo que no tiene por qué suceder siempre así). Es muy cierto eso que tantas veces se ha dicho, que un artista es dueño de su obra sólo hasta el momento en que la termina y la da a conocer a un público. En ese preciso instante deja de lado su potestad sobre ella, liberándola a la interpretación de quien se acerque a eso que él ha creado, pero que ya no le pertenece ni más ni menos que a los demás. Teniendo estas cosas en mente, realmente no se comprende que todavía haya quienes pretendan que el arte, la poesía en su sentido más amplio, deba ser intelectualizada para ser comprendida en su esencia.

"Las cosas tienen un millón de sentidos o ninguno", decía el pensador estadounidense Gregory Bateson, y es la sentencia de Kovadloff la que ha hecho que me acuerde de repente de esa frase. Lo que Bateson quería significar es que en el mismo momento en que a un evento puntual alguien logra asignarle un significado preciso, simultáneamente se abren las puertas a un montón de otras interpretaciones posibles, muchas de las cuales serán potencialmente tan válidas como la primera. Valga la aclaración: Bateson no era un relativista absoluto; jamás habló de la posibilidad de que algo tuviese infinitos sentidos alternativos, sino que apenas dijo un millón, un número grande, si se quiere, pero limitado.

Volviendo a la cita de Kovadloff, en definitiva resulta que la interpretación sería una forma de la comprensión. Y al mismo tiempo equivaldría, en cierto modo, a un acto de creación en sí mismo. O tal vez de descubrimiento. No existe una línea divisoria clara y definitiva en la frontera que debería mediar entre estas tres dimensiones que habitualmente consideramos como diferentes.

El otro punto de reflexión que nos deja la cita de más arriba, finalmente, es la maravilla de que a pesar de todo la comunicación sea posible, dado que jamás comprendemos cabalmente al otro, sino que nos limitamos a convertir permanentemente en experiencia propia aquello que los demás nos ofrecen como un mensaje. Ya sea que hablemos del mundo de las ideas, o del de las artes, que ambas cosas se crean y se recrean constantemente, sin que sea posible atarlas a eso que ingenuamente definimos como objetividad.

lunes, febrero 18, 2008

Re/creaciones

Hoy reviso papeles viejos.

En eso encuentro (re/encuentro) un poema de Mario Benedetti que una alumna de la facultad adjuntó una vez a un trabajo práctico. Como no quiero volver a traspapelarlo, o como quiero anclarlo de alguna manera a esta otra irrealidad electrónica que es este blog, lo copio palabra por palabra...

Re/creaciones

cuando adán el primero
agobiado por eva y por la soledad
inventó cautelosamente a dios
no tenía la menor idea
de en qué túnel de niebla había metido
a su desvalido corazón

pero cuando su invento lo obligó a hacer ofrendas
a rezar y a borrarse del placer
o a cambiar los placeres por el tedio
adán /a instancias de eva la primera/
de un soplido creó el agnosticismo.

domingo, febrero 17, 2008

Del entretenimiento y la industria cultural

En el blog de una antigua alumna encuentro hoy la cita a un colega docente de la Universidad. Es así como hoy he terminado por escribir poco, y citar mucho. Pero no importa eso. En mi rol de docente muchas veces he dicho que en la buena elección de una cita queda demostrado, muchas veces, lo que el alumno en definitiva sabe de un determinado tema. Valga entonces la cita, para anclar de algún modo los conceptos que siguen:

La industria cultural reemplaza al arte con el entretenimiento y el entretenimiento aparece como una de las formas indiferenciadas de la actividad humana. El entretenimiento se ha vuelto la continuidad del proceso de acumulación capitalista en las horas aparentemente no productivas. La cultura industrializada constituye la claudicación del espacio de autonomía que caracteriza a la cultura. Por su parte, la industria cultural se protege declarándose irresponsable: como entretenimiento rehuye su importancia en la constitución de la vida pública y privada; como producción comercial, se desliga de los aspectos culturales declarándose como pura mercancía. Solapadamente, la industria cultural simula estar al margen de la vida. (...)

La industria cultural incluye la totalidad de la vida en su percepción del mundo como espectáculo. El espectáculo se ofrece como mundo. Es la desaparición del mundo como tal. Es la desaparición del mundo como creación y reconocimiento de los seres humanos. La industria del entretenimiento es la negación de la fiesta, lugar del gasto improductivo. Pero precisamente en la fiesta, y no en el descuido del entretenimiento, se despliega el espíritu humano. (Schmucler, 2001)
Es difícil añadir algo más a lo dicho, ¿verdad?

sábado, febrero 16, 2008

exceso de realidad... nuevos monstruos...

Navego por Internet. En realidad busco otra cosa, pero una referencia me lleva hasta el sitio de la revista Topia, dedicada a temas de sociedad, cultura y psicoanálisis. Sección de artículos... Presumo que me atraen las palabras exceso, realidad y monstruos, las tres juntas en una misma línea. Hago click sobre el vínculo...

El artículo está firmado por Enrique Carpintero. Y dice seguramente muchas cosas, pero yo me quedo en un par de párrafos. Por ejemplo:

...ha determinado que el trabajo deje de ser un valor fundamental. El miedo es quedar descartado del proceso económico. Hoy es necesario tener dinero porque ninguna profesión u oficio dan garantías. Esta es una contradicción nueva en la historia de la humanidad, la cual lleva a la incertidumbre y el miedo. Por ello el mundo de este fin de siglo es el de un sujeto solo, abandonado a si mismo y obligado a estar sin referencias conocidas. Un mundo donde, como plantea Eduardo Galeano, el código moral no condena la injusticia sino el fracaso.

Ausencia de garantías. Contradicciones. Sujetos solos, abandonados a sí mismos. El fracaso no sólo como un pecado, sino como algo peor que la misma injusticia.

No tengo demasiadas ganas de escribir hoy en el blog, si debo ser honesto. Pero supongo que este conjunto de imágenes no me deja demasiada alternativa. Es un exceso de realidad que produce monstruos... La verdad es que prefiero cederle la palabra otra vez a Carpintero. Su análisis no sólo es certero, sino que además se atreve a proponer una salida utópica para este laberinto:

...De esta manera debemos reconocer que el ser humano jamás va a tener certidumbre alguna. La única que tiene es que se va a morir y no sabe cuándo. Por ello su preocupación por el tiempo. Pero como esta idea no la puede soportar prefiere buscar a alguien que lo quiera, un buen trabajo o construir un mundo que valga la pena ser vivido. Esta es una estrategia de nuestro deseo. En este sentido es necesario tener en cuenta que si "los sueños de la razón producen monstruos", como escribió el genial pintor Francisco Goya, debemos construir una razón de los sueños para luchar contra los excesos de realidad que padecemos.

jueves, febrero 14, 2008

san valentin

De un tiempo a esta parte comenzó a hablarse en la Argentina del Día de San Valentín, también llamado Día de los enamorados. Es un día en el cual se venden más flores y bombones que de costumbre. Y no deja de llamar la atención una celebración tal, cuando la tradición cristinana ha tendido a generar mártires más bien poco propicios a los amores físicos, a los cuales suelen ser tan afectos aquellos que han perdido sus estribos en favor de un otro que los ha deslumbrado.

Lo curioso es que al parecer el tal Valentín no existe. O por lo menos, que es poco y nada lo que se sabe de él. Como poco y nada es lo que los enamorados saben, en realidad, el uno del otro. Ni del porqué del sentimiento que los embarga. Fue el papa Gelasio I, hacia fines del siglo V, quien instituyó esto del día de San Valentín, cada 14 de febrero, para reemplazar con dicha celebración otras fiestas paganas a las cuales el cristianismo no era afecto. Sin embargo, el propio decreto papal reconoce que el tal Valentín es alguien "cuyo nombre es venerado por los hombres, pero cuyos actos sólo Dios conoce". Vale decir: nada nos consta. Aunque las leyendas son varias, según podrá constatar quien así desee hacerlo.

La cuestión aquí no es sin embargo el presunto santo, que de todos modos perdió su lugar en el santoral en 1969, desplazado por el combo San Cirilo + San Metodio, patronos de Europa, cuando la iglesia prefirió impulsar a santos con una historia más fehaciente. No es ese el tema, sino el enamoramiento en sí. Porque hay una idealización del enamoramiento, una compulsión al enamoramiento, como si ese fuese el estado normal de una persona, cuando en realidad se trata de todo lo contrario.

Durante el enamoramiento, el razonamiento crítico del sujeto queda, al menos en cuanto al otro se refiere, literalmente anulado. No es por nada que el arquetipo del enamorado es alguien que camina con los pies en las nubes, desconectado de la realidad. El cuerpo genera una serie de cambios químicos extraordinarios, que en condiciones normales pueden extenderse de tres meses y hasta algo menos de un año. Luego de este tiempo, la capacidad crítica es retomada: vemos con ojos más claros al otro, a ese que nos había deslumbrado, muchas veces se produce el desencanto, y en el mejor de los casos se establece una relación de reciprocidad basada ya no en la pasión, sino en una conveniencia mutua, en el afecto, en un proyecto compartido. De hecho, es probable que la monogamia no sea el estado natural del hombre, tanto como un estado cultural.

Pero si de cultura hablamos, esto de los enamorados tiene también su costado negro. Hay quienes se sienten inexorable y falsamente incompletos si no están con un otro. Como si la soledad fuese un estado de anormalidad, que no lo es. Están los enamorados compulsivos. Y los que desconfían tanto del otro que son incapaces de generar una relación idílica. Están los que jamás le han logrado decir al otro lo que sienten. Y sobre todo hay relaciones basadas en el desequilibrio, donde uno domina y el otro es dominado. Las posibilidades son muchas y por lo general la confusión propia de todo aquello vinculado al enamoramiento genera dolor. No es gratuito que a Cupido no se lo represente repartiendo flores o bombones, sino disparando flechas sin ton ni son.

Jean Paul Sartre veía el estado de enamoramiento como una lucha: queremos dominar al otro, para lograr que el otro vea en nosotros solamente lo que nosotros deseamos; queremos lograr que el otro nos vea tal como nosotros deseamos ser vistos. Cuando la relación es recíproca, nosotros también cedemos un poco, nos atontamos, admitimos ver al otro idealmente... aunque tarde o temprano algo nos devuelva la cordura.

El lenguaje le da la razón a Sartre. Todos los términos relativos al amor son de naturaleza bélica. Empezando por Cupido, siguiendo por el inevitable dolor que implica todo lo vinculado al amor, dolor dulce, si se quiere, y deseable, pero dolor al fin, y siguiendo por el hecho de que nos desvela la cuestión de cómo conquistar al otro, una palabra que se aplica igualmente para la acción sangrienta de aquellos que han decidido tomar un país ajeno por las armas.

martes, febrero 05, 2008

Cuando el mejor final es el principio

En nuestra cultura los finales parecen ser realmente importantes. Nos interesa saber cómo terminan las cosas, más que cómo se desarrollan. Precisamente por eso, si nos cuentan el final de una historia ("el asesino es el mayordomo"; "el muchacho se queda al final con la chica"...), en la generalidad de los casos nos estarán robando el sentido del relato en su totalidad.

En pocas palabras, nos arruinaron la fiesta.

Hay excepciones, por supuesto. Como la "Crónica de una muerte anunciada" de Gabriel García Márquez (jamás un título mejor puesto a una novela), que nos cuenta el descenlace de la historia desde la primera página. O salvando las distancias alguna película de Quentin Tarantino en la que el flashback sea el protagonista principal. Pero son precisamente excepciones, que confirman la regla.

Sin embargo, anoche, hojeando un libro cualquiera, casi al azar, me he topado con las dos líneas finales de una obra:

"Así acaba el mundo
No con una explosión sino con un gemido"

Nada más. Con estos dos versos termina, según me dice el libro en cuestión, "La tierra baldía" de T.S. Elliot. No sé cuántas líneas separan estos dos versos del principio del poema. No conozco ese principio, ni tampoco el desarrollo de la obra, sino apenas esas dos líneas, con las cuales ella concluye (no con una explosión, sino con un gemido).

Pero de repente se me ocurrieron dos cosas. La primera, que difícilmente encontraré alguna vez un final, para una novela, para un cuento, para un poema, más acabado y perfecto que éste de Elliot.

Y la segunda, que no pasará mucho tiempo hasta que vaya en busca del resto del relato, pues en este caso, sin que lo haya sospechado Elliot, el mejor final posible para un relato se ha convertido también en el mejor principio.

sábado, enero 26, 2008

Inscripciones urbanas II

Al final resultó ser que la inscripción en el puente de Juan B. Justo que cruza sobre Av. Córdoba, respecto de la cual escribí en un comentario anterior, cambia periódicamente. Alguien se toma el trabajo de ir cada tanto hasta allí, pinceles y tarros de pintura en mano, para tapar prolijamente la leyenda anterior y dejar luego una nueva. Lo curioso es que no se trata de consignas partidistas...

"¿Querés tener razón o querés ser feliz?", cuestiona la nueva inscripción. Por esta vez prefiero cambiar sutilmente la formulación por esta otra más tradicional: "¿Querés la verdad o querés ser feliz?"

Es que tener razón me parece una cuestión personalista. Alguien tiene la razón, alguien más no la tiene. La verdad, en cambio, parece ser algo que se ubica más allá de lo opinable. La cuestión aquí es, por supuesto, cómo saber cuándo se está frente a una verdad. Volveremos sobre este punto enseguida.

Antes digamos que, en cualquiera de sus dos formulaciones, el primer punto a tener en cuenta respecto de la frase pintada en el costado del puente es que al parecer la verdad (o la razón) y la felicidad van por senderos diferentes, en ocasiones contrapuestos. Imaginemos al hombre engañado por su esposa, por poner un caso más o menos típico, y al amigo fiel que conoce el secreto de dicha infidelidad. ¿Vale la pena sacar al infeliz cornudo de su plácido desconocimiento? Imaginemos al amigo en cuestión preguntando: ¿Querés la verdad o querés ser feliz? Claro que aquí el mero planteo de la pregunta pone al descubierto la existencia del secreto.

Pero hay otra clase de secretos. Imaginemos que alguien pregunta: ¿Hay vida después de la muerte? ¿Cuál es el sentido de la existencia? Sabemos que la respuesta existe en alguna parte, guardada bajo siete llaves. Si alguien pudiese revelarnos esa verdad... ¿valdría la pena arriesgarnos a conocerla?

Y después está la otra cuestión: si tuviésemos la verdad delante de nuestras narices, ¿cómo seríamos capaces de reconocerla?

"La única verdad es la realidad", dicen que dijo alguien alguna vez. ¿Pero qué es lo real? ¿Qué significa realmente conocer la verdad o tener razón? La verdad y la fantasía son a veces como esas muñecas rusas dentro de las cuales parece haber siempre otras muñecas idénticas, sólo que más pequeñas. Y en ocasiones es imposible discernir la diferencia entre una y la otra.

La felicidad, en cambio, cuando nos asalta, resulta indubitable.

domingo, enero 20, 2008

Kafkiana

Kafka no duerme. Quien duerme es el hombre al lado del cual Kafka pasa en este mismo momento, sigiloso, intentando no hacer ruido, para no despertarlo. Pero toda su precaución es inútil: el hombre emite un quejido, se mueve un poco y luego abre los ojos y lo mira. El escritor no se inmuta. Se inclina un poco y luego, con voz muy suave, le da una orden: “Considéreme un sueño”, le dice.

jueves, enero 17, 2008

Obras completas

En la contratapa de un periódico cultural, me encuentro con una interesante idea, atribuida a Foucault. Consideremos un pequeño papel, escrito de puño y letra por un literato famoso, en el cual dice: "No olvidar llevar la ropa a la tintorería". La cuestión es si ese papel debería o no integrar las obras completas de tal persona.

El problema me atrae. De más está decir que yo no soy un escritor famoso, y acaso ni siquiera un escritor. Aquí me topo con la primera dificultad de este dilema. Recapitulo: Hace poco compré un piano. Adquisición cuasi terapéutica. Pero curiosa si se considera que yo no soy músico, ni sé leer música, ni tampoco aprendí a tocar el piano. Sin embargo, noches atrás, mientras intentaba sacar sonidos del instrumento en cuestión sin incurrir en graves disonancias, no pude menos que reflexionar sobre la cuestión: "Yo no soy músico", me dije. "Y sin embargo, en este momento estoy haciendo música. Buena o mala, absolutamente simple, pero música al fin. Entonces, ¿con qué criterio digo que no soy músico?"

Recurro entonces a la R.A.E., para ver si logro dilucidar la cuestión. Y la R.A.E. dice: "músico, ca. 1. Perteneciente o relativo a la música. 2. Persona que conoce el arte de la música o lo ejerce, especialmente como instrumentista o compositor."

Me considero fuera de la segunda definición, por declarada impericia; pero me temo que quedo dentro de la primera. De igual manera, entiendo que tambien puedo considerar que soy un escritor (1- Persona que escribe. 2- Autor de obras escritas o impresas.)

Pienso entonces en esa carpeta que guarda en mi computadora las cosas que alguna vez he escrito. Muchas de las cuales jamás han sido leídas por nadie. Pienso también en este blog, en las revistas en las cuales escribí, en los artículos publicados, en los ensayos sin publicar, en las cartas a diversos destinatarios... No ha sido una producción copiosa ni importante. De pronto me atrae la idea de poder compilarla por completo...

Pero entonces... ¿Qué cosas deberían formar parte de la obra completa de un escritor y cuales no? El artículo en el cual figura el dilema de Foucault llega a una conclusión: el papelito relativo a la tintorería no entraría dentro de tales obras, pero no por ser algo modesto, "sino por no pertenecer al autor, ni al futuro, ni a la lectura, ni al malentendido, ni a la pasión."

Y luego pienso, entonces, en los comentarios que uno ha escrito o escribe en los blogs de otras personas. Pienso en las cosas que han sido escritas en la arena de una playa, a la orilla de un mar. O en el aire, a merced del viento. O en la mente, a merced del olvido. Cosas que jamás han ido a parar a un papel. Pero también cosas que, habiendo ido a un papel primero, fueron luego consumidas por el fuego. Todas esas cosas pertenecían al autor, a la pasión, al malentendido... Y me digo que si acaso existe en alguna parte la biblioteca infinita de la que alguna vez habló Borges, acaso allí esté compilada la obra completa de cada uno de nosotros.

Luego tomo un pedazo de papel, casi sin pensarlo, y escribo unas líneas, que dicen algo así como... "Me duele tu ausencia. / Me duele no tenerte, / tanto como me duelen tus silencios. / Me lastima quererte / de la manera en que te quiero. / Pero mi mayor pesar es saber que / incluso si algún día leyeras estas palabras / seguirías sin saber que las escribí pensando en vos."

Luego, por supuesto, romperé ese papel en pedazos, en pedazos cada vez más pequeños, que más tarde tiraré cuidadosamente a la basura.

miércoles, enero 16, 2008

t2: Paraísos a medida

Alguien se pierde un momento con su mirada en un paisaje paradisíaco. Y no puede menos que expresar su parecer diciendo razonablemente: "Esto es un paraíso". Entonces alguien más le señala, no menos razonablemente, que aquello que puede ser un paraíso para uno, no necesariamente debe serlo para todos.

- Para algunos el paraíso puede ser un lugar donde se pueda dormir todo el tiempo que uno quiera, y para otro puede ser un lugar lleno de mujeres hermosas a las cuales se les pueda hacer el amor, y para otro tal vez sea un sitio en donde se pueda disfrutar de un banquete tras otro...

- Es posible que la idea misma de un paraíso tenga que ver con los placeres de cada uno. Por ejemplo, no creo que a Dios le quepa demasiado eso de la onda banquete full time... Porque eso iría de la mano de la gula, que es un pecado.

- Claro. Y una siesta permanente sería pereza. Por no hablar del montón de mujeres hermosas... ¿Sabés qué? Para mí que el paraíso no está en ninguna parte, pero al mismo tiempo está dentro de cada uno.

("Y mientras más avanzamos, más borrosas y lejanas quedan nuestras primeras huellas, marcadas sobre la arena de ese paraíso imaginario", escribe sabiamente en el viento una de estas dos personas...)

Alguna vez alguien dijo que para clasificar a la humanidad alcanza con sólo dos categorías: la de aquellos que todo lo clasifican en categorías, y la de aquellos otros que no lo hacen. A partir de esta tautológica revelación, y más allá de la humorada, si colocamos al hombre en relación con lo divino descubrimos una oposición similar: están quienes aseguran que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de un Dios, sea cual sea el nombre que se le asigne, y aquellos otros que sostienen, por el contrario, que Dios ha sido concebido a imagen y semejanza de los hombres.

Lo interesante de estas dos posiciones, claramente contrapuestas, es que más allá de que uno decida finalmente comulgar con una o con la otra, ambas coinciden en un punto: ya sea que el hombre sea la imagen reflejada o el modelo originario, quien decida profundizar en el estudio de lo divino estará interiorizándose al mismo tiempo en el conocimiento de lo humano. De aquí se deriva la verdadera utilidad del estudio de la Teología, que más que para conocer verdades relativas a lo divino sirve para conocer mejor las características intrínsecas del hombre.

Una cultura que adore a un dios único, representado a través del aspecto de un hombre, no puede ser igual a otra que crea en una pluralidad de dioses, ni a la que sostenga la existencia de una diosa madre. No es lo mismo un dios piadoso que uno vengador; un dios que fundamente un orden cósmico que un creador sin reglas; un dios etéreo que otro que a cada rato demuestra poseer las mismas debilidades y bajezas que el hombre. La idiosincrasia del hombre, ya sea porque se parece a ese dios que lo ha creado, o porque ese dios que él mismo ha concebido para justificarse está hecho a la medida de su conveniencia, se corresponderá lógicamente con los rasgos que caractericen a la deidad en cuestión.

La identidad de un dios, la idea de lo que debe ser un paraíso, el concepto de qué cosas sean pecado, todo esto reside dentro del hombre. Y es por esto que todo se acomoda también a las mejores conveniencias de cada caso, y así es como una iglesia que postula la igualdad de todos los hombres, hermanándolos como hijos de un mismo dios único, llegado el caso se las arregla para defender la esclavitud (esos indígenas, esos negros, no eran hombres como nosotros, sino criaturas sin alma, como bestias). También así es como los dioses terminan sirviendo para justificar el mal.

“Oh, Padre Todopoderoso que escuchas las súplicas de los que te aman: te rogamos que ayudes a quienes desafiarán la altura de tus cielos y llevarán el combate a tierras enemigas. Guárdalos y protégelos mientras cumplen el vuelo que se les ha ordenado. Armalos con tu poder para que puedan poner rápido fin a la guerra y para que conozcamos nuevamente la paz. Hazlos volver sanos y salvos. Esperaremos el porvenir confiando en ti y colocándonos bajo tu protección, ahora y siempre. Amén.”

Esta plegaria fue pronunciada un 6 de agosto de 1945, ante la tripulación del Enola Gay, el avión que minutos más tarde dejará caer sobre la ciudad de Hiroshima la primera bomba atómica, dejando un saldo de al menos 75.000 muertos y 163.000 heridos. ¿Sería que todas esas víctimas no se habían colocado bajo el paraguas de la protección divina? ¿Sus plegarias no fueron acaso lo suficientemente convincentes?

Alguien escribió una vez que, para cometer fechorías, Dios suele hacerse pasar por el demonio. Lo que no se dijo es que acaso Dios no sea otra cosa que la máscara que utilizan los hombres para intentar salirse con la suya. Que Dios nos perdone.

viernes, enero 11, 2008

Diálogos con uno mismo en el tiempo


La niña de la foto no tiene más que un puñado de meses. Ya se sostiene sola en sus pies, pero sus ojos llenos de asombro nos dicen que recién comienza a descubrir el mundo. Son ojos llenos de futuro y de inocencia. De la inocencia propia de quien todavía no sabe, precisamente, que tiene un presente, un pasado y un futuro.

Carolina me explica entonces la idea: cada vez que se siente mal, sola o triste, o está a punto de cometer alguna macana, saca la foto de su cartera, la mira, y se imagina que la niña del retrato (ella misma hace más de veinte años atrás, en definitiva) la mira con esos ojos, llenos ya se ha dicho de qué cosas, y le hace un ligero reproche. Algo así como "qué es lo que me estás haciendo".

La idea me sorprende y me gusta. Me sorprende, porque si debo ser sincero Carolina me daba un perfil quizás más frívolo y no esperaba de ella una reflexión semejante. Nueva evidencia de que no debemos prejuzgar. Y me gusta porque me parece preferible rendirle cuentas al niño que uno fue en algún momento, antes que a un dios inventado por otras personas. Y no es que comulgue con el ateísmo, lo cual sería de por sí una formidable paradoja lingüística, sino que pienso que para el caso de que Dios exista sabemos tan poca cosa de él y bastante más, en cambio, de nuestras propias esperanzas y lealtades respecto de nosotros mismos, y de la exacta medida en la cual hemos sido o no fieles a ellas a través del tiempo.

No se lo digo a Carolina, pero lo cierto es que en algunas ocasiones recurro a un artilugio semejante al suyo. No hay foto de por medio y no me remito al pasado, tanto como al futuro. O mejor dicho, al tiempo presente que es, al mismo tiempo, pasado de nuestro futuro. Allí donde Carolina elige verse en el comienzo de su vida, yo me ubico a veces en el final y me imagino en una cama, viendo llegar los minutos finales de mi existencia. E imagino entonces que alguien me ofrece, mágicamente, volver a vivir un día de ese pasado que ya ha sido. Ese momento del pasado es en realidad, como podrá fácilmente adivinarse, el actual momento presente. Y el ver las cosas desde semejante perspectiva suele servir para medir las cosas de una manera por completo diferente.