martes, enero 28, 2020

Sueño 200127 - En el mar de Galilea

Alguien avisó que los romanos se acercaban y no tardarían mucho más en llegar. Había que aprovechar la noche y apurarse para salir de allí si queríamos evitarlos, y así se lo manifesté a Jesús, quien más allá de su nombre no era necesariamente el Mesías, aunque al mismo tiempo es probable que tuviese algo de él, quizás como todos nosotros, hijos de los hombres, hijos de algún dios.

Mi plan era escapar en bote, aprovechando la oscuridad para no ser descubiertos, atravesando el mar de Galilea. Pero Jesús no parecía compartir el sentido de la urgencia que me animaba a mí. Su actitud, por el contrario, era de abandono, como si estuviese convencido de que nada de lo que pudiésemos intentar serviría para torcer el rumbo de lo que ya había sido escrito, vaya uno a saber cuándo o por quién. Creo que insistí para que me siguiera, mientras él decía por lo bajo cosas que no consigo recordar, pero su actitud era visiblemente la de una persona desalentada. Quien lo viese ahí tirado en una humilde poltrona acomodada de mala manera contra una pared, hubiese podido pensar que estaba más interesado en seguir durmiendo que en salvar su propia vida. Y probablemente así fuera. Más tarde, después de haber despertado, no pude dejar de relacionar aquella triste actitud con algunos gestos que en más de una ocasión observé en mi padre. Lo cierto es que comprendí que Jesús se sentía derrotado y que no tenía voluntad ni fuerza para enfrentarse a su destino. Y como si continuar escuchando mis insistencias no tuviese mayor sentido, giró sobre el camastro, volviendo su rostro hacia la pared, se tapó hasta la cabeza con una pobre manta rústica que delataba los rigores de los años, me indicó que lo dejara solo, y no volvió a abrir la boca.

Resignado, agarré entonces con fuerza la cuerda que servía para arrastrar el bote que iba a utilizar en mi escape, y de algún modo me las arreglé para bajarlo por las escaleras de madera, intentando no hacer ruido, para no alertar a los vecinos. Estaba en medio de aquella tarea cuando comprendí que aquellas barandas talladas, aquellos mosaicos costosos, aquel ambiente decimonónico que observaba a mi alrededor, no se correspondían en absoluto con el contexto general. "Esto forma parte de algún otro sueño", me dije entonces, sin saber si ese otro sueño también sería mío o el de alguien más. De cualquier manera me pareció bien, como una suerte de signo de los tiempos, aquella economía onírica de recursos. Mientras continuaba con mi fuga sentí un poco de culpa por abandonar a mi compañero a su suerte, pero me dije que todos estábamos, de una manera u otra, condenados a seguir el rumbo de alguna suerte, y que de lo que se trataba era de proseguir, mientras se pudiera, el propio camino del mejor modo que cada quien lograse encontrar. Entonces desperté.


jueves, enero 23, 2020

Evoluciones del tiempo

Si hago un poco de memoria
aún recuerdo aquellos días
en que yo era un niño
y los relojes
regulaban su marcha a un ritmo lento.
Las mañanas y las tardes
y también las noches
transcurrían pesadamente,
sin prisa ninguna.
Después un día,
sin previo aviso,
sin que al principio nos
diésemos cuenta siquiera,
el tiempo comenzó a acelerar su paso
los días y las tardes y las noches
se hicieron más breves
y el futuro, otrora lejano e improbable,
asomó en la esquina
caminando a paso firme hacia nosotros.

Y sin embargo
todavía hoy hay tardes
en que mi mano roza tu mano
y el cielo simplemente se detiene
al menos por un rato,
mientras las nubes y unos pájaros
pasean en lo alto
y una brisa tenue aplaca levemente
el rigor de un verano intenso.
La paz es esto, te digo entonces,
casi entre sueños,
Y vos murmurás algo,
como asintiendo,
tu mano junto a la mía,
y es algo tan parecido a la felicidad,
y el tiempo durante un rato ya no importa.



miércoles, enero 15, 2020

Ese temor a la muerte III

No le tenemos miedo a la muerte.
Le tememos al sinsentido.
La muerte es ante nuestros ojos
el final de todas las cosas.
O peor aún:
el final de lo que somos,
o de lo que creemos ser.
Aunque todo lo demás continúe,
será ya como algo ajeno
por completo a nosotros.
Nada podrá conectarnos
a las maravillas que perduren,
ya nada va a pertenecernos
cuando no estemos.

Y a pesar de todo
la paradoja de la muerte
es que aunque ella sea un misterio
definitivamente insondable
acaso también sea un lugar
en el cual ya todos hemos estado.
Bastaría con recordar,
si tal prodigio fuese posible,
el preciso instante previo
a nuestra irrupción en el mundo,
cuando todavía no éramos
sino esa nada absoluta,
esa completa ausencia
de nosotros mismos en la vida.

Por supuesto, tal idea es un absurdo,
pues antes de nacer éramos nada,
y la nada, nada recuerda.
Los recuerdos son patrimonio exclusivo
de quienes hacia la nada vamos.
O tal vez sea posible decir:
de quienes a ella regresamos.

¿Cuál es tu primer recuerdo?
¿El más antiguo, el más lejano?
No hay modo de estar seguros.
Tal vez nuestra memoria más distante
no sea auténticamente nuestra,
sino la de alguien que nos ha contado
un relato que habla de nosotros,
o mejor dicho: de quienes fuimos
o creímos ser en algún momento;
como una vieja fotografía
descolorida por el paso de los años.


viernes, enero 03, 2020

Sueño 200103 - De llaves, misterios y olvidos


Estoy comenzando a darme cuenta de que mis olvidos vienen ganando paulatinamente terreno. Es verdad, y no ganaría nada con negarlo: cotidianamente olvido cada vez más cosas. Aunque a decir verdad debería mejor escribir "ciertas cosas", porque no sucede del mismo modo con todas ellas. Todavía no llego a identificar un patrón que conecte mis olvidos. Pero no cabe duda en cuanto a algo: la memoria es selectiva y va creando realidades, al mismo tiempo que descarta otras. Somos lo que recordamos, y aquello que no recordamos es, por el contrario, como si jamás hubiese existido.

Soñé que viajábamos en colectivo, vos y yo, y también estaba Martin Wullich. En cierto momento me llamó la atención una llave que estaba tirada en el suelo, hacia un costado de la puerta de descenso trasera. Instintivamente me agacho y la levanto. Hay algo en ella que me resulta familiar. Llevo una mano a mi bolsillo y saco las llaves de mi casa, las comparo, y entonces me doy cuenta: la llave que acabo de encontrar es idéntica a una de las que tengo en mi propio manojo. Me pregunto cómo será esto posible, de qué clase de extraña coincidencia se trata. Y también, por supuesto, me pregunto cuáles serán las cerraduras, colocadas en quién sabe qué puertas, que cederán el paso ante la acción de estas llaves. Porque aquí hay un detalle: esta llave que yo tengo, la que ya estaba desde antes en mi manojo... simplemente no recuerdo a qué puerta pertenece. No la he descartado por las dudas, por si acaso, pero sinceramente desconozco cómo, cuándo o en qué circunstancias ha llegado a mis manos. Y ahora esta segunda llave, idéntica... La llave en sí misma encierra, sin duda, un simbolismo: es un elemento que ofrece el acceso a algo que permanece cerrado, y por lo tanto oculto. Es como una respuesta a una pregunta que en este caso se desconoce, pues tenemos la llave, más no la cerradura que ella podría abrir. Menudo misterio. Y con todo, lo verdaderamente interesante de todo esto es que afuera del sueño, en esa dimensión que identificamos como la realidad, colgada de verdad en el portallaves, al costado de la puerta de entrada de mi departamento, hay en efecto una llave que no me atrevo a descartar. Pero no logro recordar ni cómo, ni cuándo, ni en qué circunstancia es que llegó hasta allí.

miércoles, enero 01, 2020

Ponernos al resguardo de nuestros olvidos

"Ojalá el nuevo año nos permita ponernos a resguardo de nuestros olvidos". Anoche le escribí estas palabras a alguien, a la manera de un saludo de fin de año y sin pensarlo demasiado. Pero la idea me quedó resonando, como el estruendo de una molesta pirotecnia. (Nunca entendí la gracia de los fuegos artificiales, aunque confieso que también me molestan quienes a fin de año se quejan de la pirotecnia como si ese fuera el mayor de nuestros males, pero ese sería otro tema, no quiero disgregarme en demasía). Ponernos a resguardo de nuestros olvidos, decía, y retomo ese pensamiento. Y también a resguardo de ser olvidados, por supuesto. Pero qué olvido podría ser más grave que el propio. ¡Y vaya que solemos olvidarnos! De nosotros mismos y de los demás, que es otra manera de olvidarse, porque no estamos solos en este mundo, aunque a menudo elijamos no verlo. Y al actuar como si los demás no existieran, desde una absurda egolatría, desdibujamos lo que somos, lo falseamos, lo prostituimos. Y ese sí es uno de nuestros males mayores.

Le temo al olvido, lo confieso. Pero ahora me doy cuenta de que esto vale tanto para los olvidos ajenos como para los propios. Ambos nos hacen desaparecer de maneras parecidas. De manera que me prometo, para este nuevo año que hoy comienza, vigilarme un poco más para no olvidarme de mí mismo, que es también estar atento a las personas a las que quiero, y hacer las cosas de un modo tal que al menos el recuerdo que los otros guarden sobre mí no sea demasiado severo. Al menos mientras estemos vivos. Que diluirse en el tiempo es un destino para el cual finalmente no hay remedio.