viernes, diciembre 28, 2007

Respeto por la música



"Por su difusión de la música clásica y su profundo respeto por la música popular."

Así reza el agradecimiento impreso, justo arriba de mi nombre y debajo de una línea que en letra más destacada anuncia: "A personas que -sin saberlo- nos ayudaron".

Lo que tengo en mis manos es la partitura orquestal de la música para el ballet Kuarahy, compuesta en 1991 por Lito Vitale, uno de los músicos populares más talentosos de la Argentina, coreografiada por Julio López para ser bailada por Julio Bocca y Eleonora Cassano. Quien retoma ahora el proyecto, dieciséis años más tarde, es Donvi, el padre del compositor, y explica que la cuestión "se basa en un hecho real: la existencia de músicos populares que graban músicas propias de carácter sinfónico realizadas -en su mayoría- utilizando samples, es decir, muestras tomadas de instrumentos reales". Donvi reconoce que estos samples no son asimilables a una orquesta de verdad, y se pregunta cómo sonaría esa misma música con instrumentos reales. Así nace este trabajo de transcripción y reorquestación, que fue realizado por Javier Mareco y que derivó en la referida partitura y el citado agradecimiento, que en definitiva nos sigue pareciendo tan generoso como inmerecido.

Pero lo que llama la atención es que hayamos llegado a un punto en el cual parezca razonable que se deba agradecer a alguien dedicado al fin y al cabo a la promoción cultural el respeto por la música. Y lo más grave del caso es que en definitiva se comprende el exacto punto en el cual tal agradecimiento parece justificarse. Es verdad que no todo lo que suele ser llamado música resulta respetable, pero esto no es una cuestión que tenga que ver con los géneros, y ni siquiera con ciertos valores de cuestionable validez universal, tales como la originalidad o la complejidad en la elaboración, y por supuesto que mucho menos con los niveles de consumo propios de la industria cultural. Lo que Donvi ha querido identificar como respeto no es en realidad otra cosa que el convencimiento de que el concepto de la música no tiene que ver con esos valores sino con algo más profundo, llamado poiesis o poética, que es el poder intrínseco de cualquier forma de arte de conmover, de conmocionar, de aportarle algo trascendente a quien se atreva a exponerse a él.

No será respetable, entonces, el mero producto de la referida industria cultural, que se ubica en las antípodas de la poética, pues nace con el único objetivo de venderse y luego desaparecer en su propia fugacidad. Pero está claro que ni siquiera así las cosas resultan tan sencillas de catalogar, pues planteado de este modo queda en el arbitrio de cada persona, de cada sensibilidad, la determinación de qué cosa pueda ser llamada arte. Y aquí radica el nudo de la cuestión: acaso el único rol posible de la crítica musical, literaria o plástica, y de la educación estética en general, sea no la determinación dogmática de qué cosa deba ser llamada arte, sino la enseñanza que lleve al descubrimiento de esa conmoción interna que debe permitirle a cada sensibilidad particular, única e irrepetible, la diferenciación entre aquello que verdaderamente conmueve y lo que meramente gusta, de manera superficial.

Lo que Donvi llama respeto, no es entonces otra cosa que la ausencia de un prejuicio que lleve a dictaminar de antemano qué cosas merecen entrar en los sacrosantos recintos del arte admitido como tal por el canon dogmático de turno, y qué cosas quedan, por el contrario, afuera, como parias en el desierto, desautorizadas por no atenerse a ciertos moldes o valores prefijados.

Y si vamos a preguntarnos entonces por el modo en que tales valores cobran forma y peso, en esto nos puede ayudar la lectura del ensayo de Pierre Bordieu titulado "La metamorfosis de los gustos", donde se describe entre otras cosas la manera en que una élite cultural, que se define a sí misma por sus consumos culturales diferenciados (pues se trata en definitiva de un consumo, idéntico al de la industria cultural), delimita con ello ciertos valores simbólicos que determinan que sea bien visto destacar ciertas expresiones estéticas en detrimento de otras. Así, por ejemplo, el consumo de una especie de música diferenciada, llámese culta o académica, puede diferenciar de una manera clasista a quien se ubique dentro de un grupo de élite. Aunque lo mismo sucede con las así llamadas músicas de culto, con algunas tribus urbanas o con la idea misma de estar a la moda que caracteriza a muchos grupos sociales.

Pero aquí viene un problema: porque al mismo tiempo que es preciso defender el bien simbólico cultural con uñas y dientes, puesto que define la propia identidad, cuando los procesos de alfabetización y/o difusión hacen que en estos consumos de élite se masifiquen se hace necesario avanzar sobre algún manifestación estética alternativa. Así es como se pasaría, por ejemplo, de Mozart, Brahms o Vivaldi a un Pierre Boulez o a Karlheinz Stokhausen. O en palabras de Bourdieu: "Para decirlo de manera más simple todos los bienes ofrecidos tienden a perder parte de su rareza relativa y de su valor distintivo a medida que crece el número de consumidores dispuestos a apropiárselos. La divulgación devalúa; los bienes desclasados ya no confieren “clase”; los bienes que pertenecían a los happy few se vuelven comunes."

La música popular no puede pertenecer, por definición, a la distinguida clase de los happy few, pues tal cosa supondría una contradictio in terminis. Por ende, en ciertos círculos canónicos no se la respeta. Pero no se trata en definitiva de arte, ni de estética, y ni siquiera de crítica musical, sino simplemente de consumos simbólicos. La música, el arte, la poiesis, todo eso se ubica en otra parte. Y sería bueno que lo recordásemos más a menudo, incluso cuando ello suponga ir en contra de lo que indican los dogmatismos.

miércoles, diciembre 19, 2007

Lo bueno, si breve...

La verborragia es un síntoma característico de nuestros tiempos. Que coincide, curiosamente, con el auge de un nuevo género literario: el microrelato. Hablamos de cuentos sumamente cortos, que por su extensión pueden ser leídos durante un viaje en colectivo y en ocasiones también en un viaje en ascensor. El desafío es poner en la menor cantidad de palabras posibles una situación, de tal modo que ni una sola de esas palabras pueda ser eliminada sin poner en riesgo la coherencia total del relato.

¿A qué se debe este auge del microrelato? ¿Será una reacción a la vacía verborragia? ¿O será que cada vez hay menos tiempo para escucharnos, lo cual exige entrenarnos en un todo-lo-que-se-diga-debe-ser-breve-muy-breve, pues-no-hay-tiempo-para-detenernos-a-prestar-atención?

Una amiga propuso días atrás en su blog escribir pequeños cuentos, extremadamente breves, de no más de diez palabras. Le advertí que no me atendría a semejante límite, pero de todos modos escribí allí algunas cosas, como por ejemplo:

"De repente la vio, entre la multitud, y un rapto de lucidez supo que ella era el amor de su vida, la única, la predestinada. Quiso acercarse, dispuesto a decírselo, cuando el tren llegó a la estación y ella bajó. El empujó, pateó, imploró, pero en medio del gentío no pudo alcanzarla. Jamás volvió a verla."

O este:
"Hay un aciago día en el cual se empieza a dejar de creer. Alguien le dijo entonces que con fe todo se soluciona. Pero aunque quiso, él no pudo creerle."

O este otro:
"Desperté sabiendo de algún modo que escribiría la gran novela de mi vida. Heme aquí, poniendo el punto final a estas líneas."

Parafraseando otras lecturas, también arriesgué:

"Wan-Chu soñó que era una mariposa. Al despertar, no supo si era Wan-Chu, que había soñado ser una mariposa, o una mariposa que ahora soñaba ser Wan-Chu."

Pero todavía me faltaba cumplir a rajatabla la regla de las diez palabras, cuando me topé con este texto de un tal L. Houston:

After a short rain
We stepped into the garden
Growing together.

Son 11 palabras, pero en esta traducción posible da justo 10:

Tras una breve lluvia
salimos al jardín
a crecer juntos.

También me acordé de este texto de André Guide, citado por Sábato:

Cette amplification, que l'on confond si souvent avec le bien écrire, je la supporte de moins en moins... Quelle nécessité de faire un article ou un livre? "Cette amplification, que l'on confond si souvent avec le bien écrire, je la supporte de moins en moins... Quelle nécessité de faire un article ou un livre? Où trois lignes suffisent je n'en mettrai pas une de plus.

Que traducido dice más o menos así: "Esta tendencia a amplificar, que se suele confundir a menudo con el buen escribir, cada vez la tolero menos... ¿Qué necesidad hay de escribir un artículo o un libro?... Donde tres líneas alcancen, no pondré una palabra de más."

Curiosa cita para quien, tal es mi caso, suele ser verborrágico. Siempre necesito muchas palabras para decir varias veces lo mismo, de diferentes maneras. Sólo para sentir, al fin y al cabo, que no he logrado decir nada. O casi nada.

viernes, diciembre 14, 2007

Das Tier ist müde

Una vez leí un cuento...
Curiosa manera de comenzar un relato, remitirse a otro relato, pero así son las cosas a veces, la propia historia concurriendo en historias ajenas, a veces reales, otras veces imaginarias, que ni siquiera será fácil en ocasiones distinguir entre unas y otras, entre propias y ajenas, entre verdaderas y ficticias.

A veces puede incluso suceder que una historia sea absolutamente ficticia, y a pesar de ello sostener una metáfora auténtica. Pero no diremos si tal será o no el caso aquí, y volvamos al hilo inicial de este párrafo ahora mismo, a fin de mantener una mínima coherencia, que siempre resulta razonablemente exigible por parte del eventual lector.

Una vez leí un cuento. El protagonista de la historia era un vampiro, que durante siglos había vivido, obligado por la naturaleza de los de su especie, sumido en las profundidades de la noche oscura, alimentándose de sus víctimas, al fin y al cabo siempre inocentes, pero del mismo modo necesarias, bebiendo su sangre en silencio, y luego escondiéndose del espanto de la luz diurna, y debe entenderse que esta palabra, espanto, no debe ser tomada aquí como un calificativo estético, como quien dice que es espantosa de una enorme rata, que así y todo habrá a quien tal bestia no le resulte desagradable, sino que responde al hecho de que para los vampiros, tristemente para ellos, por fortuna para los hombres, que de este modo encuentran reparo a la acechanza de aquéllos, la exposición a la luz del día resulta mortal. Curiosa debilidad tratándose aquí de quienes, de otro modo, alimentándose de sangre humana y permaneciendo ocultos en la oscuridad y a buen resguardo de estacas clavadas en el corazón, resultan prácticamente inmortales.

El cuento en cuestión, si mal no recuerdo, pues lo leí hace tanto tiempo que de repente esa época me parece inmemorial, se titulaba “El monstruo está cansado” . Y tal era el nudo central del relato: el vampiro, harto ya de su propia naturaleza, harto acaso ya de estar harto, como bien cantara alguna vez un catalán, cansado de la eternidad en las sombras, de su soledad, del sabor de la sangre repetida en su boca, y de ese apetito constante que noche tras noche le devoraba el alma, que hasta los monstruos y los vampiros tienen una, un buen día (se trata obviamente de un decir, que nos referimos en realidad a una noche) reflexiona sobre su presente y su pasado, revisa su historia, cuestiona su porvenir, mira a través de los enormes ventanales de su castillo el cielo estrellado, y así transcurren las horas, hasta que en un determinado momento cierta indecible inquietud le hace notar que allá lejos, en el horizonte, el cielo parece haber comenzado a clarear.

El vampiro entonces duda, aunque su turbación apenas dura un instante. Con todo, este detalle no deja de ser destacable, pues los seres que en cierto modo pueden considerarse inmortales, incluso cuando semejante condición dependa de menudencias tales como no exponerse a la luz del día o evitar que una estaca de madera sea clavada en su corazón, poseen el don de no vacilar demasiado, lo cual no deja de ser a su vez curioso, siendo que precisamente ellos podrían tomarse todo el tiempo del mundo para reflexionar antes de dar un paso en falso, que después de todo, y a diferencia de lo que sucede con los mortales, tiempo es lo que les sobra. Tal vez sea una cualidad que enseñe el paso de los siglos. O acaso sea que los inmortales, por su propia condición, nunca dan pasos en falso. La cuestión es que el vampiro duda, cierto es que sólo un instante, y luego permanece tranquilo, viendo cómo el horizonte aclara de a poco, ahora ya de manera evidente, observando casi con curiosidad el modo en que las sombras se van disipando con lentitud. Luego se dirige al portal del castillo, lo abre de par en par, y comienza a caminar, sin prisa ninguna, de cara al sol naciente, que ya comienza a hacerse sentir. Por vez primera, en interminables centurias, una extraña calidez acaricia la pálida piel de su rostro.

Allí termina el cuento en cuestión. No estoy seguro de cual haya sido la razón por la cual me vino a la mente, algunas noches atrás, para quedarse desde entonces dando vueltas por mi cabeza. Acaso haya sido debido al título, por aquello de andar cansado, que así es como me siento yo de un tiempo a esta parte, y así es como ando desde entonces por la vida. O acaso haya sido debido a estas sombras, que desde hace un tiempo se han venido a instalar en mi alma, sin que sea capaz de recordar ni cuándo ni cómo las cosas comenzaron a ser del modo en que hoy son. O tal vez sea por culpa de este apetito insaciable, o de esta soledad, o simplemente porque hace ya tanto tiempo que mi rostro no siente la caricia de la luz del sol.

jueves, diciembre 06, 2007

El valor de un fragmento

Navego por internet, la red de redes, ese lugar que no es en sí un lugar, sino una colección de lugares, y al mismo tiempo todos ellos un no lugar al fin y al cabo, donde resulta posible encontrar cualquier cosa, desde lo más revelador a lo más intrascendente, que como siempre sucede es el enorme pajar dentro del cual se ocultan aquellas preciadas agujas. Navego por un rato sin buscar nada en particular, saltando de un vínculo a otro, cuando de repente me detengo en un poema.

Leo los primeros cuatro versos, que dicen así:

Me pesarán tus ojos
de aquí hasta la muerte.
La culpa ha sido mía:
yo no debí mirarlos.


Y llegado a este punto me detengo y me pregunto si convendrá seguir leyendo. Es tal el impacto de esas pocas, escuetas palabras, que me parece que cualquier cosa que venga después no podrá sino opacarlas. Me digo que a veces el mayor desafío para un artista es saber dónde colocar el punto final a sus obras, ese punto final que tantas veces debió haber aparecido antes, y no después.

Igual me tomo el trabajo de salvar el vínculo en cuestión, por si más tarde decido leer el resto. La tentación, se sabe, suele ser fuerte.

miércoles, noviembre 28, 2007

t1: Filosofías urbanas

Hay un punto, en la Ciudad de Buenos Aires, en el cual la Av. Juan B. Justo toma altura para pasar en forma de puente sobre la Av. Córdoba y las vías del ferrocarril San Martín. Precisamente en ese lugar, una mano anónima se ha tomado el trabajo de pintar, justo en el borde del puente, y con grandes letras, que se ofrecen para ser leídas a quien viene manejando para pasar justo por debajo, la siguiente leyenda: “Somos el resultado de lo que pensamos.”

Es importante reparar en lo siguiente: haya sido por una decisión meditada por el autor de la curiosa frase en cuestión, o por una mera casualidad que hizo que las palabras fuesen esas y no otras, se ha evitado caer en la simplificación burda. Esto es, la frase no asegura que seamos lo que pensamos, sino el resultado de lo que pensamos. Y la diferencia no es precisamente sutil, sino fundamental. Yo puedo pensar que soy un pájaro, que no por eso lo seré, ni podré volar por los cielos si no es con ayuda de un artilugio tecnológico. Pero bastará con que lo piense para que el resultado de lo que de hecho soy se haya modificado.

Llegados a este punto uno advierte un detalle: la frase en cuestión no está en singular, sino en plural. ¿Tendrá este nosotros alguna relevancia específica, o será el mero producto de una manera de decir? En otras palabras, y aun cuando pueda sonar extraño, la pregunta es: ¿quién es nosotros? Aunque a poco de ponerlo en estos términos resulta más que evidente que la pregunta tiende, inevitablemente, a volver al singular: ¿quién soy yo? ¿Soy un individuo autónomo? ¿O solamente puedo pensarme en relación con los demás? Ya volveremos sobre esta cuestión, más pronto que tarde. Pero ahora regresemos a la declaración que, desde el borde de un puente, dio pie a estas reflexiones: Somos el resultado de lo que pensamos.

Se trata de una declaración subversiva, sin ninguna duda. Lo que ella viene a subvertir es, de hecho, la convicción tacita de que vivimos en un mundo estable y sólido. La convicción de que somos dueños de nuestra propia verdad. Ya todos hemos escuchado hablar a estas alturas de Sigmund Freud y de su teoría del inconsciente; pero el sentido común (ya lo señaló René Descartes tantos años antes: el sentido común es el más común de los sentidos, tanto que todos creemos tener suficiente) insiste en pretender que nadie puede conocernos mejor de lo que nosotros mismos nos conocemos.

Tal vez debiéramos volver a preguntarnos por la diferencia que media entre los conceptos de saber y creer. Y de más está decir que solemos creer tener esa respuesta. La cuestión es en qué medida ella se ajusta a la realidad de las cosas. ¿Sabemos quiénes somos? ¿O solamente pretendemos y/o creemos saberlo?

He aquí una respuesta posible: El creer está relacionado con el deseo, antes que con lo que uno se explica de manera racional. Por ejemplo, se cree en Dios, mientras que se saben cosas de las matemáticas, de física cuántica o de historia. Si cometiéramos la imprudencia de pretender ponerlo en términos psicoanalíticos, acaso diríamos que el creer tiene una relación directa con el deseo inconsciente del sujeto, en tanto el saber tiene una vinculación más íntima con el yo conciente. Claro que lo racional también está atravesado, queramos admitirlo o no, por el deseo, cuya verdad se nos escapa permanentemente, lo cual complica sobremanera las cosas. Dicho en otras palabras: no se trata de ver para creer, sino de creer para ver.

Curiosa coincidencia haber llegado hasta este punto, tratándose de inscripciones urbanas; pues precisamente esta última frase (creer para ver) puede leerse en un graffiti plantado en una pared sobre la misma Av. Juan B. Justo, a unas treinta cuadras de distancia de su cruce con Av. Córdoba. Somos el resultado de lo que pensamos. De lo que deseamos y de lo que creemos, en definitiva. La cuestión ni siquiera parece ubicarse tan distante del famoso cogito cartesiano. Cogito ergo sum: Pienso, de lo cual puedo deducir que existo. Siento, por lo tanto existo. Creo, y por eso sé que existo. Hay que creer para ver.

Hay momentos en los cuales la ciudad parece amenazar con convertirse en el esbozo de un tratado de filosofía.

domingo, noviembre 04, 2007

Si yo hubiese nacido poeta...

"De pronto el viento aúlla y golpea mi ventana cerrada.
El cielo es una red cuajada de peces sombríos.
Aquí vienen a dar todos los vientos, todos.
Se desviste la lluvia.
Pasan huyendo los pájaros.
El viento. El viento.
Yo sólo puedo luchar contra la fuerza de los hombres.
El temporal arremolina hojas oscuras
y suelta todas las barcas que anoche amarraron al cielo..."


(Si yo hubiese nacido poeta, seguramente hoy hubiese podido escribir estos versos de Neruda. Quizás los peces se hubiesen convertido en pájaros sombríos. Y vaya a saber qué cosa hubiese sido la que pasara huyendo... Pero no hay peligro: no soy poeta. Apenas sí otro hombre que intenta calmar su dolor con palabras.)

jueves, noviembre 01, 2007

La última cena


Dice el cable de la agencia EFE:

"Una foto de alta definición de la pintura La última cena de Leonardo da Vinci fue colgada el sábado pasado en la página www.haltadefinizione.com. En sólo cuatro días registró más de tres milllones de visitas. La calidad de la fotografía, de 16.000 millones de pixels, permite a los internautas penetrar hasta las entrañas del fresco y gozar de todos sus detalles.

"La última cena volvió a la vida en 1999 después de una larga restauración que duró 21 años, pero son muy pocos los privilegiados que han podido contemplar el fresco, pintado en una de las paredes de la Sacristía del Bramante, en la Iglesia de Santa María de las Gracias en Milán. El angosto espacio no permite que entren más de 20 personas a la vez, y se necesita reservar con meses de antelación para acceder a él. Por ello, sólo unas 300.000 personas contemplan anualmente La última cena. Además, los visitantes no pueden acercarse a menos de dos metros de distancia del famoso fresco.

"Ahora se presenta la gran oportunidad de observar una de las obras maestras del genial artista renacentista simplemente abriendo esta página de Internet, por iniciativa de la casa editorial De Agostini y la sociedad Hal9000, líder en el sector de fotografía de alta definición. La posibilidad de estar tan cerca de la imagen permite apreciar detalles como un pequeño campanario, de menos de dos centímetros, que se ve desde la ventana detrás de la figura de Jesús. También se pueden ver claramente los objetos presentes en la mesa, desde los vasos con el vino a algunos gajos de naranja en un plato frente a San Mateo. Con un poco de atención se pueden observar los detalles del manto de Judas, el único en el que Leonardo dibujó pequeños bordados dorados. Con el cursor se pueden acariciar las pequeñas grietas de la pintura de Leonardo, causadas por el paso del tiempo y por su intención de realizar un fresco pintado a seco. Esta obra de Leonardo, que sobrevivió milagrosamente al bombardeo de Milán en 1943 (los habitantes de la ciudad apuntalaron el muro con sacos de arena) fue restaurada siete veces, con diferentes técnicas. Leonardo no sabía que por debajo de aquel baptisterio pasaba un río que humedecía la pared sobre la cual había pintado, lo que provocó la pérdida de color apenas diez años después de que hubiera acabado el fresco. Mucho más tarde, la obsesión por fijar los colores supuso el empleo de colas que con el paso del tiempo oscurecieron el original hasta hacerlo casi imperceptible."

Hasta aquí la noticia. Y es inevitable pensar en Walter Benjamin, aquel que escribió que la obra de arte tiene un aura (el aquí y ahora de la obra, decía él) que es intransferible y que no puede ser volcada a ninguna reproducción, por perfecta que sea. Y es inevitable comparar la cantidad de 300.000 personas que contemplan anualmente la obra, contra los tres milllones que la han visto en menos de una semana. Y es inevitable apreciar el nivel de detalle que ofrece Hal9000 (la referencia a la HAL9000 imaginada por Arthur C. Clarke en su novela 2001: A Space Odyssey es tan obvia como preocupante), en comparación con los dos metros de distancia que separarán al espectador de la obra que se tome el trabajo de viajar hasta Milán, esperar varios meses para ingresar a la Sacristía del Bramante, y ver junto con otras diecinueve personas, en un angosto espacio y por un breve lapso lo mismo que vieron las cámaras que registraron lo que hoy nos muestra la pantalla a través de Internet.

Sin embargo, también será prudente preguntarnos qué pasará con todas las personas que a partir de ahora quedarán convencidas de haber visto en detalle La última cena de Leonardo Da Vinci, sin haberla visto en realidad nunca jamás.

martes, octubre 30, 2007

Elecciones 2007

Recibo esta historia como parte de un mail más extenso. La copio aquí, y me digo que vale para luego de casi cualquier elección, al menos en nuestro país.

Cuenta que un político en tránsito hacia la otra vida es recibido por un ángel que le ofrece elegir su destino final: el cielo o el infierno. Sin dudarlo el político elige el cielo, pero antes se le exige conocer ambos lugares. En primer término le muestran el infierno, rebosante de hermosas mujeres, vinos y comidas en abundancia, antiguos amigos y divertidas juergas. Luego aprecia las delicias del cielo, que es un lugar calmo, tranquilo, de gran belleza… pero mucho más aburrido. Consultado al día siguiente por un ángel, tras un breve tiempo de reflexión, el político elige ir al infierno.

Al llegar, es testigo de las imágenes más horrendas: terror, flagelaciones, castigos corporales, torturas... Desesperado, el político lo impreca al demonio:

- ¡Esto no es lo que me mostraron ayer!
- ¿Ayer? –replica el diablo. ¡Ayer estábamos en campaña!

viernes, octubre 26, 2007

Hablamos de la gente... de verdad.

Emilio Estefan fue durante trece años presidente de Sony Music. Es marido de la cantante Gloria Estefan y productor de otros artistas como Shakira, Carlos Vives, Thalía y Ricky Martin. Según la revista Forbes, hace diez años la fortuna del matrimonio, que incluye un sello discográfico propio, emprendimientos hoteleros y gastronómicos, ascendía a 200 millones de dólares.

Pero esto no evita que Estefan se preocupe por lo que hacen aquellos que no tienen tanta suerte como él: "Toda la música está viviendo un momento difícil, a causa del downloading de las computadoras. La buena noticia es que la música latina es la única que está en progresión. Pero las ventas han caído en general."

Enseguida añade su vaticinio respecto del futuro, y el pesimismo parece quedar de lado: "Las empresas telefónicas y de Internet son las compañías que van a estar en avant-garde. ¿Para qué ir a una tienda, si puedes ir al teléfono o a Internet y conseguir la música? Hay poca gente en el mundo que no tenga teléfono o Internet."

- "Hablás del mundo desarrollado...", le señala entonces el periodista, sin dejar de demostrar cierto asombro.

- "Sí, claro, hablo de los lugares donde se compran discos. En el resto no tienen ni para comer. Estamos hablando de la gente de verdad... Hablamos de consumidores."

martes, octubre 23, 2007

(nota al margen)

Hoy, 41 años.

Todavía queda tanto por comprender.

sábado, octubre 20, 2007

Mi primer conflicto con Blogger

Días atrás tuve mi primer conflicto con Blogger. No fue un conflicto demasiado serio, claro. Pero el punto es que se desconfiguró la plantilla de este blog. Mea culpa, no se trataba de una plantilla original de las que ofrece el servicio. De manera que no valía la queja ni el reclamo.

Digo que no fue un conflicto demasiado serio porque más allá de tener que recuperar un par de vínculos y volver a armar un par de cosas la cuestión no pasó a mayores. Salí a elegir una nueva plantilla (esta vez de las provistas por Blogger, que mejor es ser poco original que poco prevenido) y listo.

Pero por alguna razón quise esta vez que el diseño de la plantilla tuviese fondo negro. O por lo menos oscuro. Y ahí fue cuando me di cuenta de un detalle: al haber sido la plantilla anterior de fondo blanco, muchas de las anotaciones antiguas tenían tipografías que se leían bien sobre fondo claro, pero no así sobre fondo negro. Cuestión que estoy abocado a revisar entrada por entrada, para reemplazar los colores allí donde no haya contraste.

(Nota al margen: Seguramente alguien se preguntará si no era más fácil escoger una plantilla con fondo claro y listo. La respuesta es que sí. Así a secas: sí. Sólo espero no volver a cambiar de opinión más adelante, y optar de nuevo por un fondo claro.)

El asunto es que me puse a revisar algunas de las anotaciones antiguas. Y entonces la pregunta, que surge inevitable, es esta: ¿adónde van a parar todas esas personas que alguna vez fuimos? En el caso de este blog, no ha pasado tanto tiempo desde el momento en que escribí la primera anotación, que es de agosto del año pasado. Sin embargo siento que en algunos casos los autores de ciertas entradas bien pudieron haber sido otras personas, diferentes de mí, con las cuales por lo general simpatizo... pero no siempre. Hay en todo caso cierta sensación de extrañamiento. Y cuánto más esto sucede cuando nos enfrentamos con algo escrito hace más tiempo, con una fotografía nuestra de muchos años atrás, con un pasado propio, en definitiva, del cual nosotros somos el futuro.

¿Qué hubiese pasado si en el medio hubiésemos tomado decisiones diferentes de las que de hecho tomamos? ¿Si hubiésemos hecho cosas que finalmente decidimos no hacer? ¿O si hubiésemos omitido otras que de hecho sí hicimos? ¿Seríamos hoy los mismos que somos? ¿Somos de hecho las mismas personas que fuimos hace un año atrás? Probablemente no, porque así como nadie puede bañarse dos veces en las aguas de un mismo río, tal como decía el filósofo, en el momento mismo de decir que todo cambia uno mismo ha cambiado.

Pero entonces, ¿qué pasó con los miedos, las esperanzas, las risas, los llantos, los amores, los odios que uno vivió en su pasado? ¿Dónde han quedado? ¿Son más o menos reales que los actuales? Sobre alguno de estos tópicos quiero que sea la próxima anotación de este blog, que vendrá, seguramente, en cuanto pueda terminar de cumplir con algunas cosas pendientes que tengo entre manos.

A propósito, no es que no haya escrito nada en estos días. Es que lo hice en los blogs de algunas personas amigas. Y también estuve releyendo cosas que yo mismo escribí en algún otro momento.

martes, octubre 16, 2007

Desvanecerse o estallar...



Una reciente amiga (ojalá ella me permita el calificativo) acaba de inaugurar su blog y en una de sus primeras entradas colocó el video que aquí se reproduce.

Como no estoy del todo convencido de los méritos de la originalidad, y sí en los de la reproducción de las ideas, me permito copiarlo aquí, para los eventuales visitantes de este espacio.

La cuestión en debate es si un instante de gloria justifica o no un sacrificio total. Las eventuales respuestas quedan a cargo de cada quien, no en el espacio de este blog, sino en el de sus propias vidas.

domingo, octubre 07, 2007

Sin palabras

Recibí esto por mail días atrás y me reí mucho. Lo puse en mi blog de la facultad, pero a nadie pareció causarle demasiada gracia. ¿Será que yo tengo un sentido del humor demasiado peculiar?...

lunes, septiembre 24, 2007

Tomalo como quieras...

Ya una vez escribí algo parecido en otro lugar de este mismo blog, me parece. Pero la idea es recurrente. Ponele que uno tiene una pesadilla. Que un monstruo nos persigue, por ejemplo. En realidad no hay monstruo, ni peligro alguno, uno está quieto en una cama y todo lo demás es meramente ilusorio.

Sin embargo... el miedo es real, es verdadero, no queda otra que hacerse cargo de él. Ahora bien, ¿no sucede exactamente esto mismo siempre? Quiero decir: cuando uno ama, por ejemplo... cuando uno enloquece... Quizás no haya nada allá afuera que justifique nuestras emociones, qué es lo que te pasa, poné los pies sobre la tierra, son sólo alucinaciones, date cuenta, proyecciones imaginarias, no tengas miedo, ya no sientas esas cosas. Sin embargo nuestras emociones son reales, están allí, lidiando con nosotros, y no hay manera de desembarazarnos de ellas.

Es lo que le sucede al fugitivo de Bioy Casares que se enamora de Faustine, en la isla de Morel, por ejemplo. Ella es un holograma, nada más que eso, pero él no lo sabe. ¿Qué importa, entonces, la realidad? O mejor dicho: ¿Cuál es la realidad?...

Cuando uno escribe cosas como estas es porque en cierto punto se reconoce sin control, y tal vez sin demasiado ánimo de controlarse, por otra parte, incluso si pudiera hacerlo. Uno se siente tan torpe, tan tonto, tan decidido a correr el riesgo, al mismo tiempo. Finalmente, acaso todo no sea nada más que un sueño, una ilusión. Entonces uno toma coraje y escribe:

Dos palabras, cinco letras,
podés ponerle el nombre que vos quieras.
Después de todo, las palabras
jamás han podido decir más de lo que dicen.

Y sé muy bien que todo esto puede parecer locura.
Pero no puedo evitar la pregunta:
¿Y si de verdad fueses vos?...

Dos palabras, cinco letras...
Y tu nombre.


Varios siglos más tarde, alguien volverá a leer ese poema y se preguntará acaso cuál nombre, y se dirá tal vez que los nombres, también ellos, suelen no ser finalmente más que otra pretensión, curiosa manifestación de una ensoñación vana.

sábado, septiembre 22, 2007

El arte: un milagro, como si fuese amor

Alguien me facilitó un texto que no conocía de Pierre Bourdieu.
El título es La metamorfosis de los gustos. Y se pregunta, en definitiva, por cosas tales como el origen de los diferentes gustos de las personas, en cualquier orden de la vida, o bien por la naturaleza de eso que llamamos arte.

El texto dice muchas cosas interesantes y es probable que lo utilice para escribir un artículo mayor para la revista de Amadeus, pero un párrafo en particular llama mi atención. Dice:

"El amor por el arte utiliza con frecuencia el mismo lenguaje que el amor: el amor a primera vista es la confluencia milagrosa entre una expectativa y su realización."

El amor como una forma de arte... El arte como una forma del amor... La posibilidad real y concreta, en ambos casos, de un amor a primera vista... La confluencia milagrosa entre una expectativa y su realización. El concepto me resulta atractivo. Me dice muchas cosas. Estoy tentado: quisiera poner un ejemplo personal, como para que se entienda mejor. Poner un audio con una pieza de Mozart, por ejemplo. O un cierto cuadro, o una cierta fotografía... Pero me digo que mejor no. Que cada quien debería completar la línea de puntos con la que cierra esta breve anotación con su propio ejemplo, con su propia confluencia milagrosa entre su expectativa y su realización.

¿Amor a primera vista? ¿Confluencias milagrosas? ¿Existe acaso algo semejante a eso, en la realidad de nuestras vidas cotidianas? En ocasiones sí: un Mozart, un Picasso, un Cortázar... Pero son apenas tres ejemplos dentro de un listado que, por las razones que ya han sido dichas y otras que seguramente se han omitido, no resulta posible realizar aquí de un modo exhaustivo.

En todo caso, puede anotar sus propios ejemplos, aquí:

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viernes, agosto 24, 2007

Recopilación de citas

Navegando un rato por Internet, varios fragmentos que llaman mi atención. No puedo resistir la tentación de dejar registro de algunos de ellos.

Por ejemplo: "Tenemos que reaprender lo que es gozar. Estamos tan desorientados que creemos que gozar es ir de compras. Pero un lujo verdadero es un encuentro humano, un momento de silencio ante la creación, el gozo de una obra de arte o de un trabajo bien hecho. Gozos verdaderos son aquellos que embargan el alma de gratitud y nos predisponen al amor."

Lo dice Ernesto Sábato, el mismo que alguna vez señaló aquello de que "la vida se hace en borrador, y no nos es dado corregir sus páginas". El mismo que en alguna jornada oscura le hizo decir a uno de sus personajes, al que quiso dar el nombre de Juan Pablo Castel:

"Mi cabeza es un laberinto oscuro. A veces hay como relámpagos que iluminan algunos corredores. Nunca termino de saber por qué hago ciertas cosas."

"En un planeta minúsculo que corre hacia la nada, nacemos en medio de dolores, crecemos, luchamos, hacemos sufrir, gritamos, morimos, y otros están naciendo para volver a empezar. Toda nuestra vida sería una serie de gritos anónimos en un desierto de astros indiferentes."


Supongo que la última cita tiene que ver con la pregunta de por qué o para qué o para quién se escribe un blog o una carta o un libro. O con que también hoy yo tengo, pese a todo, una jornada oscura. Y después, ya en otra parte, un poema de Pedro Mairal, tomado del blog de una amiga, que dice así, con esa costumbre incluida de algunos escritores de no utilizar puntos ni mayúsculas, pero en fin:

¿esto es un poema?
¿estar a oscuras sin dormir
puede ser un poema?
¿si no hay nada
puede haber un poema?
¿si digo que respiro en este cubo negro,
no es algo ya? ¿no es demasiado?
¿no es mucho más que esto en realidad?
busco un silencio quieto entre paredes
una sola palabra de penumbra
cualquiera menos noche
porque noche está sólo permitida
a los poetas cósmicos
yo me refiero a este apagón del verbo
la boca ciega en la sombra de este miércoles
yo fui -yo quise ser- poeta natural, poeta cósmico
pero soy un poeta de edificio
poeta de ascensor
y no quiero dormir
quiero estar acostado sin luz en las palabras
por ejemplo:
¿adónde están las manos de esta pregunta?
¿cómo es un poema en un departamento a oscuras?
yo que llamaba mulata, yegua de tinta a la noche
¿adónde voy a ir?
¿qué voy a hacer con mi fauna embalsamada
a las dos menos cuarto sin imagen
a tientas por el verbo del piso seis sin sueño?
vendo o alquilo mi fiel cosmogonía,
cambio sistema solar
por dos palabras ciertas
que consigan decir toda mi sombra.


Me siento identificado con las palabras del poema. Siento que hablan de mí. ¿No es esa acaso la razón de toda cita? Y como corolario al poema, de nuevo Sábato, que parece responderle a Mairal, o por lo menos complementarlo, desde su novela "Sobre héroes y tumbas":

"Siempre llevamos una máscara, una máscara que nunca es la misma sino que cambia para cada uno de los papeles que tenemos asignados en la vida: la del profesor, la del amante, la del intelectual, la del marido engañado, la del héroe, la del hermano cariñoso. Pero, ¿qué máscara nos ponemos o qué máscara nos queda cuando estamos en soledad, cuando creemos que nadie, nadie, nos observa, nos controla, nos escucha, nos exige, nos suplica, nos intima, nos ataca? Acaso el caracter sagrado de ese instante se deba a que el hombre está entonces frente a la Divinidad, o por lo menos ante su propia e implacable conciencia. Y tal vez nadie perdone el ser sorprendido en esa última y esencial desnudez de su rostro, la más terrible y la más esencial de las desnudeces, porque muestra el alma sin defensa."

domingo, julio 29, 2007

La preteridad, ese otro enigma...

Acerca de esa cuestión de especulación interminable -aunque tenga que ver paradójicamente con nuestro propio término- que es el tema de la muerte, señala el científico y pensador alemán Georg Christoph Lichtenberg (1742 - 1799):

"No deja de ser sorprendente que se hable tanto de nuestra posteridad y tan poco de nuestra preteridad, de la etapa previa al nacimiento. Tomar en cuenta aquel tiempo anterior al miedo nos brindaría más información sobre nuestra condición después de la muerte y seguramente tendría más sentido que la actual palabrería sofista. No se debería decir "después de la muerte", sino "antes" y "después de la vida". La lámpara antes de encenderse y después de apagarse."

Es verdad lo que dice Lichtenberg: nuestra vida es apenas un lapso de unos pocos años encerrado entre dos eternidades, antes y después, de las cuales nada sabemos, excepto que son algo diferente de eso que llamamos vida. Así las cosas, no sabemos de dónde venimos, ni tampoco hacia dónde vamos. ¿Qué podríamos saber, entonces, acerca de esto que está en medio de esas dos eternidades? Tal vez en este sentido es que pueda comprenderse aquella frase atribuida a Sócrates, que asegura que en definitiva sólo es posible saber que nada se sabe.

viernes, julio 27, 2007

Inconclusiones I

“No podés ser tan estúpido”, pensó él, y sólo un instante después se dio cuenta de que no sólo lo había pensado, sino que además lo había dicho en voz alta. Ella miró la pantalla, desconcertada. Porque en realidad tampoco lo había dicho él, nos referimos a eso de no ser tan estúpido, sino que lo había escrito en el mensajero de textos de su computadora, apenas vio que ella se conectaba. Así son las cosas en estos tiempos modernos, informatizados, de contactos inmediatos, de mensajes instantáneos, y ya ni siquiera estamos seguros de cuándo pensamos algo, de cuando lo decimos o de cuándo lo hemos puesto por escrito y enviado. Mucho menos sabemos quiénes son las personas que se ocultan allí, tal vez incluso a pesar suyo, detrás de la pantalla de video.

Pero volviendo al mensaje... ¿Qué se puede contestar a un mensaje así? ¿Cabe acaso responder con un hola, con un buen día o con un qué diablos te pasa esta mañana? Evidentemente a ella sólo le queda esperar por algo que venga a aclarar el sentido de aquella única línea de texto, aunque por el momento la pantalla no indique que él, con quien después de todo tampoco tiene tanta confianza, esté escribiendo algo más, el cursor inmóvil a la espera de que alguna mano se pose sobre el teclado para continuar con algo más. Por las dudas de que mediara alguna clase de error, o para apurar acaso el trámite, ella oprimió tres teclas nada más, las dos primeras para que apareciera en la pantalla un signo de interrogación primero, y la tecla enter para enviarlo a la computadora del otro lado de la línea después.

“No. Realmente no podés ser tan estúpido”, volvió a pensar él al ver aparecer el signo de pregunta en su pantalla, pero esta vez no lo escribió, ni tampoco lo dijo, sino que se limitó a pensarlo. Y en este caso se refería concretamente ya no a la cuestión inicial de todo este asunto, la que lo había llevado a abrir la ventana del mensajero y escribir aquella frase extraña, sino al hecho mismo de haber tipeado aquella línea, esa que había motivado la respuesta de la mujer.

“Quiero decir -su mente buscaba una forma de organizar sus ideas- que realmente me parece estúpido eso de dudar, antes de saludar a alguien, tejiendo especulaciones sobre qué pensará el otro, o esperando que sea el otro quien abra el juego saludando primero, por ejemplo, si es que de un juego se trata todo esto, y en base a eso decidir la próxima jugada y así, no sé si se entiende.”

Las palabras comenzaban a salir, pero él no tenía la más remota idea de adónde lo llevaban. Era algo que le sucedía todo el tiempo. Por lo demás, había en esa frase que acababa de escribir demasiadas cosas implícitas. ¿Qué quería decir con eso del juego, por ejemplo? ¿Hablaba de ese intercambio de palabras en la ventana del chat o en realidad se estaba refiriendo a la vida en general? La vida como un juego, que no elegimos jugar y del cual nadie se tomó el trabajo de explicarnos las reglas. Algún día tendría que hablarle a ella de su teoría al respecto.

No es el momento para hacer cosa semejante. Intentemos, en todo caso, aclarar el sentido de lo último que ha sido escrito en la pantalla, no en ésta, sino en la del relato. El punto es que las nuevas tecnologías alteran los códigos de nuestra comunicación. Porque es claro que si uno se cruza por la calle con un conocido lo saluda; pero en este caso nuestro personaje está en su casa, la mujer seguramente en su oficina, y escribir un simple “buenos días” o un más enigmático “no podés ser tan estúpido” es en los hechos meterse en la computadora del otro, aparecer allí sin aviso previo ni invitación. Es como tomar un teléfono, discar el número de otra persona, esa con la cual después de todo no hay aún tanta confianza, sólo para decir “buenos días” o “¿sabés?... no puedo ser tan estúpido”. Algo debería seguir a cualquiera de estas dos declaraciones, y esto era lo que a él le faltaba. Esto, además de un mejor criterio y la valentía necesaria para reconocer que aquella mujer verdaderamente le importaba.

De todos modos, era evidente que la mensajería instantánea no era lo más adecuado para él, que se empeñaba en escribir con tantas palabras. Alguna vez alguien le había dicho que él no sabía escribir mensajes electrónicos. Que lo que hacía era escribir cartas para enviarlas por correo electrónico, lo cual era muy diferente.

Nadie había respondido aún a la última frase. El intentaba imaginar lo que sucedía del otro lado de la pantalla. Acaso un llamado telefónico, tal vez una momentánea ausencia, o quizás simplemente nada que responder ni comentar. Ya se ve, había caído necesariamente en la trampa de las especulaciones que se hacen al momento de tomar contacto con alguien más, pero al menos se había atrevido a dar el primer paso. ¿El primer paso hacia qué? No, definitivamente eso sí que no lo sabía. Y allí estaba, sin embargo, viendo titilar el cursor en la pantalla, que insistía en permanecer tan blanca y vacía.

jueves, julio 19, 2007

Una vida más larga... ¿Acortaría la Muerte?

Todos los días muere gente. Mueren personas buenas, así como mueren otras que han sido malvadas; algunas son conocidas, otras son anónimas; mueren los acomodados, y también los pobres diablos... La muerte es, en definitiva, y aunque muchas veces intentemos no darnos cuenta, cosa de todos los días.

De vez en cuando también se muere alguna de esas personas a las cuales, de haberle tocado a uno ocupar el lugar de Dios (Dios nos libre de responsabilidad semejante...), acaso hubiesen logrado evitar la muerte.

No siempre es claro el modo en que uno constituye estas preferencias. Más allá de que en definitiva poco importe, puesto que al fin y al cabo uno no es Dios, ni nada que se le parezca, y nada puede hacer para modificar la realidad de las cosas. Y lo cierto es que hoy se murió en Negro Fontanarrosa. Uno de los tipos que por algún motivo estaba allí, entre los nombres de aquellos a los que uno hubiese estado dispuesto a poner al margen de la muerte, de haber podido.

"Una vida más larga... ¿acortaría la muerte?", le hizo preguntar el Negro alguna vez a su alter ego, Ernesto Esteban Etchenique. Seguramente no. Puesto que la vida es siempre tan breve, y la muerte por definición eterna. Hay abismos que la mente del hombre no es capaz de sondear.

Con el Negro Fontanarrosa se fue un gran caricaturista, un inigualable humorista y un magnífico escritor, además de un verdadero filósofo de la vida cotidiana. No sabemos si le hubiésemos otorgado la eternidad, de haber podido hacerlo, pues acaso la eternidad sea algo que nadie en su sano juicio desearía para sí. Pero es seguro que, de haber dependido de nosotros, el Negro nos hubiese acompañado durante muchos años más.

jueves, julio 05, 2007

La verdad de la milanesa

Edición Nº 4 de la revista Nómada, de la Universidad Nacional de San Martin. Extracto de un reportaje realizado a José Babini (1897-1984), matemático y epistemólogo:

- ¿Cuándo se considera que una teoría o un conocimiento puede pasar a ser objeto de la historia de las ciencias?
- Cuando se somete a ciertas normas, que son los criterios de verdad.
- Pero el criterio de verdad está dado por el consentimiento de los hombres de la época Es decir que la verdad no existe.
- No es que la verdad no exista. Sucede que es una convención. La verdad es una convención.

martes, julio 03, 2007

Imágenes sin historia


Toda imagen tiene detrás una historia. Toda persona la tiene. Cada casa, cada árbol, cada cosa en el mundo. Sólo que por lo general las desconocemos. Ni siquiera tenemos presente, muchas veces, nuestras propias historias... ¿Cómo podríamos concebir siquiera las de tantos seres anónimos que se cruzan todos los días con nosotros en la vida?

Pero de vez en cuando una imagen detiene el curso de las cosas.

¿Quién es este hombre? ¿Qué sucede con ese perro, que de pronto le descubre la mirada? ¿Qué historias hay detrás de cada uno de esos objetos que transporta ese increíble carricoche? ¿Qué hubo antes y qué después de este momento congelado para siempre en el tiempo?

Es bueno y necesario detenerse, de vez en cuando, en medio de la vorágine del curso de las cosas. Ese es el mérito de las artes fotográficas. Instante, detente... Eres tan bello...

La fotografía la tomó Paola Bianchi, una alumna de la facultad, y la adjuntó a un parcial como ejemplo de otras cuestiones que no vienen aquí al caso. Yo la ofrezco desde aquí, sólo porque presiento que detrás de ese instante congelado por la cámara hay una serie de historias que jamás llegaremos a conocer, pero que sin embargo son tan valiosas (cada historia es infinitamente única e irrepetible...) que bien vale la pena que nos preguntemos por ellas.

miércoles, junio 27, 2007

La historia de mi vida...

Revisando disquetes viejos, me encontré hace un rato con esto que había copiado tiempo atrás, ya ni recuerdo de dónde, pero que sigue manteniendo su plena vigencia:

Un hombre estaba escribiendo un libro. Y cuando sus amigos le preguntaban cómo andaba en la tarea, él respondía:

- Voy bastante bien. Estoy muy adelantado. Ya tengo todas las palabras; ahora sólo me falta juntarlas.


(Y sí... es un poco la historia de mi vida.)

sábado, junio 09, 2007

Una pequeña forma del espanto

Diariamente recibo una enorme cantidad de mails en la casilla de mi trabajo con gacetillas de conciertos y anuncios de variadas actividades. Entre las recibidas hoy, me llamó bastante la atención una que propone:

"¿Nuevos Hombres? Cómo comunicarse a través del Marketing. Estudio actitudinal. Los nuevos paradigmas del Hombre."

Esto estaba a cargo de un tal licenciado X, director de la División Research del Cicmas Strategy Group, una empresa dedicada a investigaciones sobre segmentos específicos de mercado y estilos de vida. El desarrollo del temario anunciaba:

» ¿Cómo es el hombre de hoy?
» ¿Cómo ve y siente los cambios?
» ¿Cómo se para ante ellos?
» ¿Cómo se manifiesta frente a los cambios de la mujer?
» ¿Cómo piensa realmente?
» ¿Cómo se traduce esto en hábitos de consumo?
» ¿Qué productos consume y cómo se vincula con ellos?


Por supuesto, como docente de la carrera de Ciencias de la Conunicación en la Universidad de Buenos Aires, entiendo que los estudios de marketing formen parte del universo de la comunicación, y tanto es así que en la facultad existe una orientación dedicada específicamente a la publicidad. Pero esto no hace que deje de preguntarme si resulta razonable indagar en cuestiones tales como qué es el hombre de hoy, cómo siente, cómo piensa, pero no para comprenderlo mejor, para evitar guerras o para prevenir atrocidades, sino para venderle un nuevo auto o un desodorante.

Me hizo recordar, una vez más, el horror imaginado por José de Saramago en su novela La caverna, cuya acción en buena medida transcurre en el interior de un gigantesco centro comercial, que ha adoptado como lema el siguiente concepto:

NO VENDEMOS TODO LO QUE USTED NECESITA, PUES PREFERIMOS QUE USTED NECESITE TODO LO QUE TENEMOS PARA VENDERLE.

El horror, la pequeña forma del espanto a la que alude el título de esta anotación, reside en este lema, y en el hecho de que esta forma de pensar no es ficticia, sino absolutamente real. Tan poco es lo que importa el ser humano a la actual cultura mercantilista. El ser humano ya no existe. Su existencia se limita al utilitarismo propio de quien consume, produce, vota, se acomoda a un guarismo impuesto por un sistema deshumanizado.

miércoles, junio 06, 2007

Textos, palabras, imágenes

Tres textos que coinciden hoy en presentarse ante mí.

El primero, un envío por mail de una reciente amiga chilena, de su compatriota Teresa Calderón, dice así:

Intento recoger cada momento,
cada gesto tatuado en la memoria,
la antología con los besos que no me dieron,
el sonido de la caracola de mi infancia,
la corona de mis días benditos,
un ramo de amores disecados,
el cofre de secretos que se llevó a la tumba mi abuela
y el enigma de la vida y de la muerte.


El segundo y el tercero, tomados ambos de Eduardo Galeano, fueron ofrecidos por una alumna en un examen parcial. El primero dice:

En su infinita generosidad, el sistema nos otorga a todos la libertad de aceptarlo o aceptarlo, pero el ochenta por ciento de la humanidad tiene prohibido el ingreso a la sociedad de consumo. Se puede verla por televisión, eso sí: quien no consume cosas consume fantasías de consumo.


Y el restante, finalmente...

Hace unos cuatro mil quinientos millones de años, año más, año menos, una estrella enana escupió un planeta, que actualmente responde al nombre de Tierra.

Hace unos cuatro mil doscientos millones de años, la primera célula bebió el caldo del mar, y le gustó, y se duplicó para tener a quien convidar el trago.

Hace unos cuatro millones y pico de años, la mujer y el hombre, casi monos todavía, se alzaron sobre sus patas y se abrazaron, y por primera vez tuvieron la alegría y el pánico de verse, cara a cara, mientras estaban en eso.

Hace unos cuatrocientos cincuenta mil años, la mujer y el hombre frotaron dos piedras y encendieron el primer fuego, que los ayudó a pelear contra el miedo y el frío.

Hace unos trescientos mil años, la mujer y el hombre se dijeron las primeras palabras, y creyeron que podían entenderse. Y en eso estamos, todavía: queriendo ser dos, muertos de miedo, muertos de frío, buscando palabras.

jueves, mayo 31, 2007

Hay alumnos que...

Este es en realidad mi segundo blog. El primero, que todavía sigue activo, nació como una vía de intercambio de ideas con mis alumnos de la Universidad de Buenos Aires. Pero cada tanto aparecen allí cosas que por su naturaleza podrían haber aparecido aquí, o viceversa, y entonces se generan algunos cruces como éste: sin nada que lo justifique (y aquí resida tal vez el mayor mérito del asunto), una alumna anota, entre las entradas destinadas a debatir sobre otras cuestiones, un texto atribuido -digamos que al parecer falsamente- a Pablo Neruda que copio aquí debajo.

Muere lentamente
quien se transforma en esclavo del hábito,
repitiendo todos los días los mismos trayectos.

Muere lentamente
quien no arriesga vestir un color nuevo
y no se cambia nunca el peinado.

Muere lentamente
quien no golpea la mesa cuando está enojado.

Muere lentamente
quien destruye su amor propio,
y no se deja ayudar.

Muere lentamente,
quien pasa los días quejándose de su suerte
quien abandona un proyecto antes de iniciarlo,
no preguntando de un asunto que desconoce o
no respondiendo cuando le preguntan sobre algo que sabe.

Muere lentamente
quien evita una pasión,
quien prefiere el negro sobre blanco
y los puntos sobre las "íes" a un remolino de emociones,
justamente las que rescatan el brillo de los ojos,
sonrisas de los bostezos,
corazones a los tropiezos y sentimientos locos.

Muere lentamente
quien no arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño,
quien no se permite por lo menos una vez en la vida,
huir de los consejos sensatos.

Si puede evite esta muerte en suaves cuotas,
recordando siempre que estar vivo exige un esfuerzo mucho mayor
que el simple hecho de respirar.

sábado, mayo 26, 2007

Quizás la Tierra no sea plana pero


Transcribo la cita que escoge una alumna para dar inicio a su parcial.
La sentencia está tomada de Tzvetan Todorov y sostiene: "Se puede admirar la valentía de Colón. (...) Vasco de Gama o Magallanes quizás emprendieron viajes más difíciles, pero sabían adónde iban; a pesar de toda su seguridad, Colón no podía tener la certeza de que al final del océano no estuviera el abismo y, por lo tanto, la caída al vacío; o bien de que ese viaje hacia el oeste no fuera el descenso de una larga cuesta -puesto que estamos en la cima de la tierra- y que después no fuera demasiado difícil volver a subir. Es decir, no podía tener la certeza de que el regreso fuera posible."

Se me hace cierto lo que dice Todorov. Pero no puedo dejar de pensar que, un poco a la manera de Colón, todos estamos en este mundo sin saber cómo, ni para qué, ni mucho menos hacia dónde nos dirigimos, ni tampoco qué nos depara ese incierto mañana. Por eso nos refugiamos en las rutinas y en los pasatiempos. Pero es en vano: allá lejos -quizás sea, sin que lo sospechemos, aquí cerca, a la vuelta de la esquina- nos espera un insondable abismo, del que en verdad nada sabemos.

Por supuesto, lo que nos diferencia de Colón es la imposibilidad de escoger entre llevar adelante o no esta travesía. Y siendo así, ¿cuáles serían nuestras opciones? Quizás relajarnos y disfrutar, a pesar de todo, lo más que podamos del paisaje. No deja de ser llamativo que precisamente ésta sea la tarea más difícil de llevar a cabo.

lunes, mayo 21, 2007

Cuando malentender nos acerca









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Sabido es que los malos entendidos abren la puerta que conduce a todos los desencuentros. Pero de vez en cuando sucede precisamente lo contrario. Y un error promueve el descubrimiento de algo que, de otra manera, hubiese permanecido oculto.

Empecé la presente anotación del modo en que lo hice. Aunque también podría haber comenzado escribiendo, por ejemplo: Hay errores que son inexcusables; tan difícil de justificar es su acaecencia. Y de haber escrito algo así, no debería haberse leído ello como una veleidad, pues debe saberse que el suscripto ha sido responsable de innumerables errores de tal especie. Y ninguno de ellos habrá sido el último.

Lo cierto es que hace algunas semanas recibí el mail de una persona que me ofrecía el envío de un disco para escuchar e incorporar a la discoteca de la radio en la cual trabajo. Respondí que sí, que por supuesto, pero incluso antes de que los discos llegaran Cecilia Almarza se dio cuenta de su error: no era para radio Amadeus de Buenos Aires y de música clásica el mail por ella enviado, ni mucho menos los discos, sino para una radio Amadeus de Chile, el país donde ella vive, que pasa música de estilos populares, como jazz o bossa-nova.

Como más tarde le comenté por mail a Cecilia, no pude convencerme de que semejante confusión haya podido tener lugar, más allá de todas las explicaciones del caso, que de hecho las hubo, aunque no importen aquí. Pero lo que sí importa es que de hecho las cosas hayan tenido lugar del modo en que sucedieron. Y yo me regocijo ante el error que me permitió tomar contacto con la música y la voz de Cecilia, y cantar con ella algunas canciones que ya conocía y algunas otras que, de no haber sido por el error en cuestión, quizás no hubiese conocido nunca.

Alguna vez escribió Ernesto Sábato que el término casualidad no es otra cosa que un barbarismo por causalidad. Yo no sé si tal cosa será cierta, pero en todo caso quiero hacer extensivas las consecuencias de este error con los eventuales lectores de este blog, a través de tres de las canciones de Cecilia Almarza que integran su disco, que se titula Un poco de viento. Son estas canciones Corazón vagabundo de Caetano Veloso, un tema propio llamado La luna te mira y Desafinado, bella pieza de la cual hablo en mi anterior anotación.

Muy poco sé acerca de Cecilia Almarza. Sé que es madre de dos hijos, que es docente en un instituto de enseñanza privado, que es ilustradora de un par de libros para chicos. Sé también que tiene poesía dentro suyo. Que canta y escribe canciones. Que conoce a un guitarrista, Daniel Muñoz, a quien vale la pena escuchar. Y que a la hora de enumerar cosas que pueden plantarse sobre la faz del planeta elige listar, de entre el montón de opciones posibles, tallos de rosas, ruedas de bicicleta, lápices, esquinas de libros, codos y pestañas de niñitas y niñitos, casas antiguas que no se dejarán demoler, letreros y calles pacifistas, pelos de adolescentes y ex hippies con trutrucas, bombos, cellos, guitarras, pianos, poemas y libertades imparables. Es tan poco lo que sé; pero es bastante.

Y entonces me digo que estuve tan cerca de no saber jamás nada de esta mujer, de esta voz, de este ser, que no puedo dejar de asombrarme ante la evidencia de todas las personas, canciones, voces y almas que jamás habrán de tener contacto conmigo o con cada uno de nosotros. Y es una verdadera pena, porque quién sabe qué maravillosas almas han de pasar por el mundo sin cruzarse jamás con nosotros. Sin embargo, también se trata de aprender a valorar a quienes sí hemos cruzado en nuestro andar.

Por eso quedémonos por ahora en el encuentro. En la causalidad que quiso que Cecilia se equivocase y enviase su disco, para que yo pudiese escucharlo, y ofrecer ahora estas tres canciones a quien pase por aquí. Para el caso de que alguien quiera conocer el resto, puede escribirle a Cecilia (calmarza@saintgeorge.cl), que seguramente ella responderá enseguida y de buen grado. En su disco hay mucho más Cecilia Almarza, y también Chico Buarque, y García Lorca, y Violeta Parra, y Edith Piaf, y mujeres, y palomas ausentes, y sevillanas de la vida, y por supuesto también un poco más de viento.

sábado, mayo 05, 2007

Desafinado




Hay una bellísima canción, cuyos textos fueron escritos por Tom Jobim, titulada Desafinado. Para quien no la conozca, o para quien quiera cantarla mientras escucha el maravilloso registro de Joao Gilberto, la letra dice así:

Se voce disser que eu desafino amor,
Saiba que isso em mim provoca imensa dor
Só privilegiados tem ouvido igual ao seu,
Eu possuo apenas o que Deus me deu.
Se voce insiste em classificar,
Meu comportamento de antimusical
Eu, mesmo mentindo devo argumentar,
Que isto é bossa nova,
Que isto é muito natural
O que voce nao sabe, nem sequer pressente,
É que os desafinados também tem um coraçao
Fotografei voce na minha Rolleiflex,
Revelou-se a sua enorme ingratidao
Só nao poderá falar assim do meu amor,
Este é o maior que voce pode encontrar, viu
Voce com a sua música esqueceu o principal,
Que no peito dos desafinados
No fundo do peito bate calado,
Que no peito dos desafinados,
Também bate um coraçao.


O en una versión un tanto libre, en español:

Si usted dice que yo desafinado soy,
sepa que esto en mí provoca un gran dolor.
Los privilegiados tienen un oído como el suyo;
yo poseo apenas lo que Dios me dio.
Si usted insiste en clasificar
mi comportamiento de antimusical,
yo, incluso mintiendo, puedo argumentar
que esto es bossa nova,
que esto es muy natural.
Lo que usted no sabe y ni siquiera presiente
es que los desafinados también tienen corazón.
Yo lo fotografié con mi gran Rolleiflex
y se reveló su enorme ingratitud.
Usted no puede hablar así de mi amor,
esto es lo más grande que usted podrá encontrar.
Usted con su exigencia se olvidó lo principal,
y es que en el pecho de los desafinados,
en el fondo del pecho late callado…
en el pecho de un desafinado
también late un corazón.


Hace varios días que vengo canturreando esta canción, pero acabo de darme cuenta de algo. Que incluso cuando Jobim acaso haya escrito sus versos pensando en alguien que era desafinado al cantar, existen en realidad muchos modos diferentes de desafinar en la vida. Y yo entiendo, entonces -pero lo entiendo recién ahora-, qué es precisamente esto lo que me sucede a veces: es que soy un desafinado. Pero no hablo del momento en el cual canto (Yolanda Cabrelli, la directora del coro en el que participo, dice que yo siempre miento en las notas, pero que mantengo pese a todo la armonía...), sino de cuando vivo.

Hay quienes de algún modo saben siempre ocupar el lugar justo que les corresponde. No sólo el que les corresponde, sino aquel en el cual mejor quedan plantados. Saben hacer siempre los movimientos adecuados, los gestos justos... Dicen las cosas que corresponden y saben callar las que no conviene que sean dichas. Son capaces de mantener su sensibilidad a tono con las circunstancias, para no desentonar tampoco emocionalmente. Yo, en cambio, nunca puedo encontrar el punto justo. Siempre peco por exceso o por defecto. Siempre comprendo las cosas de un modo ligeramente diferente al que en verdad parece ser el correcto, con las previsibles consecuencias de cada caso, gigantescos malos entendidos, malestares consecuentes, fantasías sin un término feliz. Es como si el mundo decidiera dar un ligero paso al costado cada vez que yo decido moverme en determinada dirección. Pero es claro que no se trata del mundo, ni de los demás (por favor, que nadie venga a señalarme semejante obviedad), sino de mí mismo.

Y a pesar de todo... ¡Cómo me gustaría poder decir y explicar que no es culpa mía que así suceda! Al final de cuentas, "yo poseo apenas lo que Dios me dio"...

Triste destino el de los desafinados, sobre todo el de aquellos que, como en mi caso, a pesar de serlo deseamos cantar todo el día a viva voz.

¿Será tan difícil explicar lo que quiero decir?... Sucede, sencillamente, que los desafinados también tenemos corazón.


Post scriptum: Me consuela saber que mi admirado Julio Cortázar también se daba cuenta, en ocasiones, que desafinaba en la vida. Claro que él, a diferencia de lo que sucede conmigo, podía aprovechar esas ocasiones para escribir textos tan maravillosos como éste.

lunes, abril 30, 2007

"Hay que ser feliz, aunque más no sea por orgullo.”

Lo solía repetir mi buen amigo Claudio Vecchione, según él tomando palabras que alguna vez fueron de Jorge Luis Borges. Yo no sé, pues no estuve allí para escucharlo, si es que esas palabras Borges las dijo, ni recuerdo haberlas leído, para el caso de que las haya escrito. Pero no tengo motivos para dudar de la palabra de mi amigo.

Lo que sí me están faltando son motivos para convencerme de que ser feliz, aunque sea por orgullo, sea una misión posible... ¿Será la felicidad una decisión del alma, finalmente?

sábado, abril 21, 2007

Perfiles agresivos

Jueves por la noche. Salgo de la facultad, luego de haber dado clases por segunda vez en el día. Primero fue el taller de escritura en la UdeMM, por la mañana. Luego la jornada en la radio, y finalmente Psicología y Comunicación en la UBA. Lo que se dice una jornada completa. Subo con mi automóvil a la autopista, para llegar más rápido a mi casa, pero a los pocos kilómetros de andar me doy cuenta de que algo anda mal. La fila de coches, allá adelante, se detiene de un modo brusco y comienza luego a andar a paso de hombre. Hasta que un par de kilómetros más adelante comienzan a aparecer las señales inquívocas del accidente: los conos de seguridad cerrando primero un carril, y luego otro más, un par de vehículos de emergencia, la gente desde un puente peatonal mirando hacia adelante, con curiosidad y un mal disimulado morbo, y finalmente la policía y una ambulancia, al lado de un cuerpo tendido sobre el asfalto, tapado con una manta que, pese a todos los cuidados, no logró contener el avance de dos charcos de un líquido que se adivina espeso y todavía caliente, que de a poco crecen hasta invadir el carril aledaño, por donde los autos circulan con lentitud, pero en definitiva ajenos al drama. Al pasar me doy cuenta de mi reacción: hago una brusca maniobra al volante para evitar pisar con las ruedas de mi coche la sangre. El gesto fue impulsivo. Pudo más el rechazo a pasar por encima de ese charco que el temor a ser chocado por el auto que viniese circulando por mi derecha. Unos metros más adelante, una zapatilla. Y enseguida una camioneta, detenida sobre el carril más veloz, con el capot y el parabrisas destrozados.

En ese instante me acordé de pronto de algo que había leído, no tanto tiempo atrás, en el manual del usuario de mi automóvil. Unos minutos más tarde, luego de haber salido de la autopista, me detuve en una estación de servicio, saqué el manual de la guantera y busqué rápidamente. No me había equivocado. Allí estaba: "Si desea dar un aspecto más deportivo a su vehículo, usted dispone de llantas de aleación, volantes de cuero y otros accesorios que armonizan con el diseño de su auto y le otorgan un perfil más agresivo." No decía sobrio, ni tampoco elegante. Lo deseable parecía ser que el auto tuviese un aspecto más agresivo. ¿Cuál es la idea? El mismo manual que tanto abunda en diferentes consejos acerca de la seguridad en el manejo, vende como atractiva la idea de un vehículo cuya característica deseable parece ser la agresividad. Imaginé entonces, como el arquetipo máximo del perfil agresivo de un auto, no un diseño aerodinámico, con poderosos focos y llantas de aleación, sino un capot y un parabrisas destrozados y manchados de sangre todavía caliente.

No me parece posible que manejen del mismo modo una persona que se jacta de tener un auto de líneas sobrias, que aquel otro que se ilusiona con ser dueño de un vehículo de perfil agresivo. Una vez más, me dije para mis adentros, queda claro que las palabras y el mundo de lo simbólico jamás son del todo inocentes.

martes, abril 17, 2007

Ilusiones


Desde hace varios días, semanas, incluso meses, esta imagen me inquieta. ¿Cuál es la razón? La verdad es que no hay ninguna razón aparente; aunque ya se sabe que las apariencias a veces engañan. Tal vez no quiero terminar de saber. Se trata, después de todo, nada más que de una tela, el estampado de un cubrecamas (el mío, para ser más puntual), compartido por dos almohadones sobre los cuales suele descansar cada tanto mi cabeza durante las noches.

Mi mente, sin embargo, se empecina en ver allí otras cosas, formas de hombres y de mujeres, por ejemplo, memorias de tiempos remotos, añoranzas de paisajes imposibles, los afanes de los cuerpos extraviados, allí donde tal vez sólo haya, después de todo, una humilde trama de hilos dispuestos de un modo un tanto caprichoso. Así es a veces nuestra mente, una fábrica de ilusiones. ¿O acaso será posible que, después de todo, esas percepciones que uno termina creyendo falaces sean, al fin y al cabo, la mirada verdaderamente lúcida de las cosas tal como deberían ser?

Hay días en que imagino que estos hombres y estas mujeres cobran vida, y entonces les pregunto acerca de todos los misterios sin resolver que me desvelan. Pero es en vano, por supuesto. No porque estos seres no me respondan nunca, sino que, cuando lo hacen, el sentido común me lleva a pensar que todo no ha sido sino un producto de mi febril imaginación.
Por otra parte las cosas que escucho tampoco son claras. Los mensajes me recuerdan las profecías del Oráculo de Delfos, que tanto podían ser interpretadas en un sentido o en su perfecto contrario. Tal vez estos mensajes debieran ser leídos entre líneas... como todas las cosas siempre, en definitiva.

Lo cierto es que cada noche que apoyo mi cabeza sobre estos almohadones, o me abrigo con ese cubrecama, un mar de delirios parece apoderarse de mí. ¿Serán realmente meras ilusiones? ¿O habrá en algún lugar de la mente una memoria inconfesable que me lleva una y otra vez a revivir una vida distinta de ésta, rodeado de esos hombres y esas mujeres estampados en la tela? Hay días en que siento que realmente necesito volver a estar entre ellos. ¿Será acaso una ilusión posible?

domingo, abril 15, 2007

Hablando de Dios... (humor agnóstico)


El hombre y sus creencias. Le ponemos a Dios rostro de hombre porque nos place, en lugar de imaginarlo mujer, que de ella es que surge la vida. Cometemos las mayores atrocidades en su nombre, que solemos invocar en vano. Y como si eso fuese poco solemos tener la jactancia de pretender que comprendemos sus divinos designios.

El cuento que sigue es conocido, pero tan bonito y aleccionador que vale la pena dejarlo asentado por escrito. Es la historia de un pueblo azotado por una inundación, producida por torrenciales lluvias. Pocos kilómetros arriba del pueblo hay un dique, que a causa de la crecida amenaza con ceder en cualquier momento. Por eso es que las autoridades han decidido evacuar a todos los habitantes. Las lanchas de la defensa civil recorren las calles, tapadas por el agua, para socorrer a los últimos rezagados. Entre ellos se encuentra el Padre Lorenzo, que resiste en su parroquia, indiferente al hecho de que el agua ya no permita ver los mosaicos del piso y amenace con cubrir dentro de poco el mismo altar.

- ¡Padre!... ¡Véngase con nosotros! ¡La presa va a ceder en cualquier momento!, le gritan los socorristas.

Pero el sacerdote permanece indiferente a la emergencia.
- No se preocupen, hijos míos. Yo sé que Dios no ha de abandonarme.

Esta escena se repite una, dos, cinco veces. Y siempre la respuesta del padre es la misma:
- ¡Vayan ustedes! ¡Yo me quedo a cuidar mi iglesia! ¡Y quédense tranquilos, que yo tengo fe en Dios, que no me va a abandonar!...

El agua, finalmente, hace ceder el dique. El valle se inunda por completo, las casas son arrasadas por la fuerza de la torrentada, y con ellas la modesta iglesia, que se derrumba completa, sin ofrecer resistencia.

El Padre Lorenzo, de quien de más está decir que muere ahogado, como ha sido un hombre bueno llega al cielo, donde lo recibe Dios en persona. Y humano, al fin y al cabo, el padre no puede reprimir su reproche:
- Dios mio, dios mío... Yo me quedé a cuidar tu iglesia, cuando todos huyeron del pueblo. Yo tuve fe en que no ibas a abandonarme...

Y Dios, magnánimo pero explícito, frenó con un gesto lo que el sacerdote le iba diciendo para indicarle:
- Lorenzo, has sido un buen sacerdote, pero también un necio. Yo jamás te he abandonado. Cinco veces rechazaste la lancha que yo te enviaba para que te fueras de allí...

Así son las cosas con el Señor. No hay manera de comprender cabalmente sus designios. Y jamás sabremos si al intentar no defraudarlo, no estaremos en realidad despreciando la mano que se extiende para ofrecernos su divino obsequio.

domingo, abril 08, 2007

Domingo de Pascua


...el Doctor Frankenstein miró entonces por primera vez a los ojos del monstruo y no logró contener las palabras azoradas en su boca, esas que con tanto celo habían sido contenidas hasta entonces:

- Eres... una aberración, un engendro, un espanto...

Y la criatura, en el que acaso fue su momento de mayor lucidez desde que tenía nueva vida y memoria, miró a su vez a los ojos de su creador y le dijo, masticando cada una de las vocales que iba encontrando a su paso:

- Herr Doktor... Mal hace usted en juzgarme así, con tanta levedad. ¿Acaso olvida que ha sido usted, y nadie más, quien hizo de mí lo que ahora tiene delante suyo?

jueves, abril 05, 2007

Música de dos mundos...

Cuando uno inicia un blog, muchas veces no tiene claro a dónde terminará conduciendo esa experiencia. Sobre la marcha van cambiando cosas, surgen nuevas ideas o ganas de generar otras cosas... Hay una evolución, en definitiva, lo cual es siempre positivo.

Todo esto viene a cuento de que hoy deseo invitar al eventual visitante de este blog a un nuevo espacio, dedicado exclusivamente a la música. La idea es que semanalmente aparezca, en este nuevo blog, la reseña de un disco que, al margen del género que encare, a nuestro entender valga la pena ser conocido y escuchado.

Serán, casi siempre, producciones independientes o de sellos locales de mediana envergadura, puesto que la idea es poner algunas pistas de audio a disposición del visitante, que sea posible escuchar on line. Y ya se sabe que no es sencillo obtener las licencias necesarias por parte de los sellos multinacionales, incluso cuando el propósito sea la difusión de la música. Si los discos gustan, allí donde sea posible pondremos los datos necesarios como para que nuestro visitante pueda adquirirlos.

Digamos que es un convenio de mutua conveniencia: el usuario puede comprar el disco sabiendo lo que compra, y el artista puede mostrar su material para que el oyente se interese en su trabajo.

El link para acceder a este nuevo blog, en definitiva, se encuentra aquí debajo... ¿El título de este nuevo blog?... Responde a un antiguo programa de radio, que tuve el gusto de conducir años atrás en Radio Nacional. Espero que sea un aporte útil para todos.

Música de dos mundos
(Haga click sobre este título para ir al nuevo blog...)

jueves, marzo 29, 2007

Si Dios fuera una mujer...











¿Y si Dios fuera mujer?
pregunta Juan sin inmutarse,
vaya, vaya si Dios fuera mujer
es posible que agnósticos y ateos
no dijéramos no con la cabeza
y dijéramos sí con las entrañas.

Tal vez nos acercáramos a su divina desnudez
para besar sus pies no de bronce,
su pubis no de piedra,
sus pechos no de mármol,
sus labios no de yeso.

Si Dios fuera mujer la abrazaríamos
para arrancarla de su lontananza
y no habría que jurar
hasta que la muerte nos separe
ya que sería inmortal por antonomasia
y en vez de transmitirnos SIDA o pánico
nos contagiaría su inmortalidad.

Si Dios fuera mujer no se instalaría
lejana en el reino de los cielos,
sino que nos aguardaría en el zaguán del infierno,
con sus brazos no cerrados,
su rosa no de plástico
y su amor no de ángeles.

Ay Dios mío, Dios mío
si hasta siempre y desde siempre
fueras una mujer
qué lindo escándalo sería,
qué venturosa, espléndida, imposible,
prodigiosa blasfemia.

Mario Benedetti

domingo, marzo 18, 2007

Sueños...

Esta mañana mi hija se despertó llorando. ¿Qué había sucedido? Pues que había soñado con un cachorrito, y al despertar se dio cuenta no sólo de que el cachorro en cuestión ya no estaba, sino que además, incluso cuando alguien (papá o mamá, claro) decidiera que ella podía tener un cachorro, jamás podría ser ESE cachorro, con el cual ella acababa de soñar y al cual, seguramente, ya había comenzado a querer tanto.

Por cierto, mi hija no es en absoluto una de esas criaturas caprichosas, que se ponen insoportables cuando desean algo. Pero sí es, en cambio, una persona sensible, capaz de asombrarse hasta las lágrimas frente a un abismal imposible.

¿Qué es lo que hay detrás de los sueños? ¿De dónde vienen y, sobre todo, a dónde se van las cosas que soñamos? Son en definitiva preguntas que tanto pueden caberle a un niño como a un adulto. Porque todos soñamos cosas. A veces dormidos, otras veces despiertos.

René Descartes, padre del racionalismo, señalaba algo curioso, casi paradójico, sobre lo que le sucede a una persona cualquiera que tiene una pesadilla. Esa persona sueña, por ejemplo, que es perseguida por un monstruo. Es claro y evidente, a la luz de nuestra perspectiva (la de quienes objetivamente analizamos aquello que le sucede a ese soñante), que en realidad no existe monstruo alguno, ni tampoco peligro que justifique su miedo. Todo es producto de una simple ilusión de su mente.

"¿Todo?", preguntaría entonces Descartes. Para tal vez señalar enseguida: "Puede que el monstruo en efecto no exista, y sea sólo el producto de la imaginación de quien sueña. Pero el miedo que siente esa persona en el momento de soñar ese monstruo, ese miedo es absolutamente real."

Nos sucede a menudo: soñamos y todos nuestros ánimos, ajenos al hecho de que se trata de una fantasía, se ajustan a esa ilusión onírica. Y a veces nos cuesta luego volver a adecuar nuestros sentimientos a la realidad, cuando por fin despertamos. Puede ser sencillo en el caso de una pesadilla, donde todo lo que resta, al descubrir el juego, es relajarnos. ¿Qué hacer, en cambio, con todo ese amor, esa esperanza, esa alegría que nos embargaba un instante atrás, cuando nos despertamos de repente de un sueño amable? Esta mañana no hubo ningún cachorrito, pero sí hubo en cambio una niña triste en casa, como consecuencia de algo que había soñado. ¿Cuál es la diferencia, a fin de cuentas, entre la fantasía y la realidad?

De un modo bastante similar nos sucede, muchas veces, que soñamos despiertos. Nos ilusionamos con cosas que más tarde se revelan como meras fantasías. Y sin embargo, hasta el preciso instante en que se impone la lucidez de un darse cuenta, todos nuestros sentimientos y nuestras percepciones del mundo se acomodan a eso. ¿Adónde va a parar todo lo que nos pasa por el alma mientras tanto? ¿Qué hacer con todo ese inútil equipaje una vez que la ilusión se quiebra?

De repente se me ocurre pensar que tal vez todo sea un enorme malentendido. Que tal vez todos nuestros sentimientos deriven de algo que sea independiente por completo de cualquier cosa que pueda llamarse con justicia el mundo real. Tal vez todas nuestras emociones sólo sean el reflejo de aquello que nos parece, más allá de que la realidad de las cosas eventualmente y de un modo misterioso termine o no adecuándose a lo que nosotros soñamos que es.

Amores, penas, esperanzas, miedos, lealtades, traiciones, pasiones varias... Quizás nada de eso tenga ningún asidero. Pero a falta de puntos de anclaje, actuamos como si se tratara de la única realidad que cabe vivir.

Tal vez exista en algún lugar del mundo una criatura inimaginable durmiento, y nosotros seamos apenas el producto de su vacilante sueño. ¿Qué será de nosotros el día en que esa criatura despierte?

jueves, marzo 15, 2007

Evolución



Esta tarde mi hija tuvo, a sus nueve años, su primera lección de piano.
Por la noche me enseñó, a mis cuarenta, todo lo aprendido.
No está nada mal. Aprendemos dos al precio de uno.
No hablo (solamente) de aprender a tocar el piano.
Sino de lo mucho que tenemos para aprender todavía juntos.

jueves, marzo 08, 2007

Dejà vu (Extraños al teléfono)

¿Puede convertirse la música en una amenaza? Pues todo depende de lo que entendamos por música, y de cómo la apreciemos desde nuestro lugar de oyentes. Admitamos, por ejemplo, que una banda de rock y 100.000 watts de potencia reunidos en un estadio podrán resultar una delicia para los sentidos de algunos, en tanto para otros representarán el más claro ejemplo de la irremediable decadencia del hombre contemporáneo. Pero dejemos por el momento estas consideraciones de lado. Ya veremos cómo se relaciona esta cuestión de la diversidad estilística en la música y el modo particular de apreciarla que tenga cada uno con lo que aquí se contará. Aclaremos, por lo pronto, que lo que sigue es una historia verídica. Y que las circunstancias que serán descriptas las vivió un periodista que solía desempeñar sus labores en un medio hoy desaparecido, dedicado a la música clásica.



Todo comenzó una noche de invierno, cuando el periodista (convengamos en llamar a nuestro personaje de este modo) llegó a su casa después del trabajo. Tras cerrar obedientemente la puerta de calle con dos llaves, tal como su mujer solía reclamarle, y luego de quitarse el saco, revisó el contestador telefónico. Tenía dos mensajes. El primero era de su madre: quería saber cómo estaba y le dejaba dicho que le había preparado algo de comida, por si quería pasar a buscarla, esa misma noche o al día siguiente. El segundo era... ¿un mensaje de Antonio Vivaldi? Detengámonos aquí. Resulta evidente que no podía tratarse de un mensaje enviado por el propio Vivaldi, excepto que de pronto estuviésemos dispuestos a creer en la posibilidad de que los difuntos se comuniquen desde el más allá, y encima por vía telefónica. Digamos mejor, en todo caso, que alguien había aprovechado los cuarenta segundos que otorgaba en gracia el contestador por cada llamado para dejar prolijamente registrado un fragmento del primer movimiento del Concierto Op. 8 Nº 1 del compositor italiano, que de los cuatro que componen el ciclo sobre las estaciones es el que se conoce como La Primavera. ¿La versión?... Bueno, son tantas las que han sido llevadas al disco que este detalle resulta poco menos que imposible de determinar. Aunque por alguna razón al periodista se le ocurrió pensar en Yehudi Menuhin. En todo caso, convengamos que este detalle carecía entonces, y sigue careciendo ahora, de demasiada importancia.

El periodista repasó con rapidez el listado de los amigos y familiares más cercanos, en busca de alguien sobre quien se pudiesen cargar las sospechas de haber llevado adelante aquella broma, todavía incompresible. Mentalmente se ocupó de buscar posibles sentidos para el inusual concierto telefónico. Verificó que todavía faltaban varios meses para el 21 de septiembre, con lo cual descartó cualquier relación del llamado con la llegada del solsticio de primavera. Luego intentó imaginar relaciones de palabras, aplicar claves alfanuméricas, buscó en su cabeza cualquier hecho extraordinario que hubiese ocurrido en los últimos días que pudiese vincularse de algún modo con Vivaldi o con su famosa obra. Finalmente, cansado de especular, decidió que lo más conveniente sería limitarse a esperar que el misterio se clarificase por sí solo. Lo cual, por supuesto, jamás sucedió.

La cuestión pronto quedó olvidada. Y así hubiese quedado, de no ser porque el curioso registro volvió a ser dejado en el mismo contestador automático en otras dos oportunidades, exactamente el mismo fragmento, y si la memoria no falló también la misma versión. Esto llevó al periodista a comentar el incidente con un par de colegas. Y entonces descubrirá que el suyo no ha sido un caso aislado. También Mahler, Stravinsky y algunos otros compositores no siempre tan identificables habían dejado sus respectivas huellas musicales en los contestadores habidos en los domicilios de otros periodistas, todos ellos más o menos allegados profesionalmente a la música clásica. Misterio absoluto en todos los casos. ¿Quién?... Pero sobre todo, ¿para qué?... Nadie pareció tener una respuesta para tan caprichosas preguntas.

Luego los llamados sencillamente no volvieron a repetirse. Sin embargo, dos noches antes de que el periodista, ocupado ya en otros medios, pero aún vinculado a la música, se siente delante de su computadora y escriba las líneas que en este mismo momento recorre la vista del lector, el contestador automático volvió a brindar su breve concierto de cuarenta segundos, con el mismo sempiterno fragmento del mismo concierto vivaldiano. La esposa, entonces, cansada ya de estas andanzas y con la lógica implacable que caracteriza a ciertas mujeres, pregunta si no habrá llegado la hora de instalar un identificador de llamadas, moderno adminículo tecnológico que permitiría rastrear la guarida del anónimo melómano. La idea es evaluada por el periodista, pero también es rápidamente descartada. ¿Para qué, al fin y al cabo? No se trata de un mensaje amenazante, ni obsceno; tampoco de un registro de inquietantes jadeos del otro lado del teléfono (y de las tres clases de llamados hemos debido soportar), sino en todo caso de un mensaje amable. Misterioso, sí; pero en definitiva amable.

La promesa a la esposa queda, sin embargo, establecida: el día en que la música de Vivaldi sea trocada por un cuarteto para cuerdas de Schnittke, o por una obra cualquiera de Stockhausen o por una ópera de Ligeti... entonces sí, habrá llegado la hora de tomar el toro por las astas. Simplemente porque, como en todo, también en esto de los anónimos la estética es importante.