sábado, julio 09, 2022

Diario del día

Salgo del subte y camino por Florida, rumbo a Radio Nacional. Hago dos cuadras y de repente me doy cuenta: tengo ganas de golpear a la próxima persona que diga "cambio, cambio, dólares". Doblo por Diagonal y sigo por Maipú, esquivando autos y basura. Un par de horas más tarde, luego de compartir en mi programa la música hermosa de talentosos artistas, vuelvo sobre mis pasos. Frente a la Plaza de Mayo, un perro duerme encima de un nailon, rodeado de un montón de bolsas con trapos. Tardo un segundo en descubrir que allí hay también una mujer, que se protege como puede del frío y de una lluvia inminente. A un costado tiene una pila de libros. Lee uno de ellos. La intuyo aislada en su mundo, deseosa de estar en otra parte. Pienso en tomar una fotografía, porque la escena es enorme, pero no lo hago. Siento que sería una falta de respeto de mi parte. Tal vez me equivoco, y ayudaría en algo que más gente viese lo mismo que yo veo. Apenas unos metros más allá otra mujer, muy joven, acuna entre sus brazos a su bebé. Está sentada en el piso, harta de ser invisible para los ocasionales transeúntes. Paso cerca de ella. La miro, pero no se da cuenta. Quisiera decirle algo, pero no sabría qué. Escucho que arrulla a su hijo con una canción. Reconozco la melodía, y enseguida la letra. Es Rasguña las piedras, de Charly García. "Detrás de las paredes que ayer se han levantado"... Sigo mi camino hacia el Malba, que es adonde ahora me dirijo. Pero antes me detengo unos minutos, a un costado del mundo, para anotar todo esto, porque no quiero olvidarme. La vida es horrible a veces, de a ratos puede también ser hermosa, pero hay que hacer un esfuerzo muy grande en ocasiones para que no duela.

jueves, julio 07, 2022

Sueño 220707

Suena la alarma, en mi teléfono celular. Lo agarro y con pereza, tras descartar las alarmas subsiguientes, reviso si tengo mensajes, y luego miro mis redes sociales. Una página de literatura que sigo me muestra esta foto, la que reproduzco aquí arriba. Entonces lo recuerdo: durante la noche (noche inquieta, como se ha hecho costumbre), soñé. Soñé que dormía en mi cama. Y soñé que me despertaba, y decidía levantarme, porque había algo que no estaba bien. El respaldo del sillón que hace las veces de cabecera de mi cama se había ablandado, al punto de doblarse cuando me apoyaba en él; las sábanas y las mantas se enredaban sin control y dificultaban mis movimientos. Finalmente logré levantarme. Me llamó la atención encontrar luces encendidas, que yo estaba seguro de haber apagado unas horas antes. Mi casa ya no era mi casa. Lo digo de este modo ahora, ya despierto; pero en el sueño aquel lugar, desconocido por completo para mí, me resultaba totalmente familiar. Imaginé que alguien había entrado; que yo no estaba solo en ese departamento. No sentí miedo, sin embargo, sino curiosidad. Recuerdo haber pensado fugazmente que nadie que entrara a robar a una casa durante la noche iba a encender las luces. Revisé primero un ambiente, luego otro. Entonces lo vi: en un rincón había una persona, sentada en una silla, con una actitud ensimismada, o tal vez estuviese dormida. Y esa persona era yo mismo. Y se veía exactamente así, notable coincidencia, tal como en esta fotografía, como en una especie de transparencia. Al intentar tocar su hombro, mi mano pasó a través de esa imagen, como si se tratase de un fantasma. Ahora que lo pienso, es probable que en verdad lo fuese. Dos fantasmas, en definitiva. Acaso tres, si se diese el prodigio de que ahora mismo alguien más estuviese soñando que yo escribo estas palabras.

sábado, julio 02, 2022

Sueño 220702

Anoche soñé que entraba en una librería. Recuerdo que me sentía adormilado, y que en un rincón, contra una pared, hacia un costado del negocio, encontraba una especie de sillón sin respaldo ni apoyabrazos. Me acomodé y me dispuse a dormir allí un rato la siesta. Cuando desperté, alguien me entregaba un libro de Alejandra Pizarnik: "Relatos", era su título. Había en él una página marcada. Recuerdo haber leído, pero no puedo recordar lo leído. Recuerdo asimismo haberme maravillado. El libro tenía una etiqueta con su precio: $350. Luego me daba cuenta de que se trataba de uno de los cuatro tomos que integraban una caja con la obra completa de la poetisa, bellamente presentada. El volumen que yo tenía en mis manos recopilaba sus poemas en forma de prosa. En los otros tres libros estaría de seguro el resto de todos sus escritos. Los otros tomos, cada uno con su correspondiente etiqueta, eran bastante más caros. De todos modos pedí verlos. Una vendedora me dijo entonces que acababan de agotarse. Miré hacia donde un instante antes habían estado las cajas que yo había estado observando y, en efecto, habían desaparecido. Cuando desperté, no pude evitarlo: fui a internet para ver si existía ese volumen, si lograba encontrar esa caja, esos "Relatos", esa página marcada.