miércoles, diciembre 21, 2011

El lobo del hombre

Estamos solos.
Solos vivimos y solos nos vamos del mundo,
por lo general más temprano que tarde
y sin haber comprendido
el verdadero sentido
de este extraño juego que es la vida.
Solos pasamos por ella,
incluso cuando haya otros.
Y esa soledad nos angustia.
"No es bueno que el hombre esté solo",
exclamó alguien una vez
y en cierto modo tenía razón.

Y sin embargo
hoy caminamos solos por esta calle vacía
y de repente allí, cien metros adelante,
alguien aparece; nos ha visto
y estamos solos,
solos los dos en esta calle desierta.
Y entonces la inquietud, razonable y necesaria,
la duda sobre qué sería mejor hacer.
Después de todo, si nos hubiésemos
topado con un lobo sabríamos
tal vez a qué atenernos.
Pero con un ser humano nunca se sabe.

Es como dijo un día cierta persona:
el hombre es el único animal capaz
de instaurar un Auschwitz
y propalar los Evangelios.

jueves, noviembre 24, 2011

Repentina lucidez...

Alexia (maravilloso nombre), una estudiante que cursa conmigo en la UBA, escribe en su parcial, demostrando haber comprendido bien el tema: "Nunca voy a poder conocer plenamente a alguien, a pesar de que crea conocerlo, y eso es muy triste."

Alexia pretende decir que lo que conocemos del otro es necesariamente siempre apenas una proyección imaginaria, que difícilmente se corresponda con la realidad. Una realidad, por otra parte, que ninguno conoce plenamente, ni siquiera la propia persona involucrada.

Me tienta anotar en el margen del parcial aquella frase de Serrat, que dice que la verdad nunca es triste, pero que no tiene remedio, pero luego me contengo, sencillamente porque a mí las verdades sí suelen ponerme triste. Pero en cambio anoto esta otra frase: "No se trata de que eso SEA triste, sino que TE PONE triste, que no es lo mismo."

Y entonces comprendo, al menos por un instante, la lucidez de eso que acaba de ser escrito a través de mi mano.

viernes, agosto 26, 2011

26 de agosto: Día del Actor

Dicen que Ginés fue un actor romano del siglo III. Según la leyenda, Ginés representaba una comedia ante el emperador Diocleciano cuando se le ocurrió la idea de parodiar la escena de un bautismo. Al parecer las cosas no sucedieron según lo esperado. Algunos dicen que se produjo un milagro; otros, que Ginés actuó su escena con tanta emoción que terminó convenciéndose de que aquella ficción era realidad. La cuestión es que, al recibir el agua bautismal, Ginés quedó convertido al cristianismo. No de mentirita, sino de verdad.

Por supuesto, el emperador no vio este cambio, tan repentino como inesperado, con buenos ojos. Lo cual le valió a Ginés primero la tortura, luego la muerte por decapitación, y finalmente una fecha dentro del santoral cristiano, que lo recuerda el 25 de agosto. Alguien pensó entonces que el 26 del mismo mes sería adecuado como para celebrar el Día del Actor, y así se hizo.

MORALEJA: La ficción y la realidad muchas veces se confunden. Pero cuidado, que esto no siempre es bueno. Salvo, claro está, que te ponga de buen humor ser sometido a suplicio.

(Feliz día a todos. Que todos somos actores, en alguna medida, y vamos por la vida probando papeles y representando siempre un rol diferente de lo que verdaderamente somos, por más que pretendamos no hacerlo; que lo en en verdad somos es una verdad que se nos escapa, eterno misterio para nosotros mismos...)

viernes, julio 22, 2011

Somos nosotros y nuestro contexto

Leo en Internet una frase atribuida a Patti Smith, en la cual en todo caso se parafrasea a Borges... Ya se sabe: las palabras, al igual que las melodías y otras cosas, a fuerza de ser repetidas terminan perdiendo la memoria de su autoría, y sin embargo esto no es necesariamente algo malo, pues lo que vale es el concepto, la intención, el contenido, y por supuesto su persistencia. Así lo entendía Atahualpa Yupanqui, quien aspiraba a que sus canciones algún día se convirtieran en anónimas.

Pero regresemos a la frase en cuestión, que dice así:

"Somos los libros que hemos leído, las películas que hemos visto, las canciones que amamos. Somos nuestros amigos, nuestros maestros. Los viajes que hicimos y los amores que tuvimos. Somos en un espacio y en un tiempo. Somos aquí y ahora."

La frase me lleva a pensar en muchas cosas. De entre las cuales no dejaré aquí constancia más que de un par. La primera, casi obvia, se relaciona con la conveniencia de elegir con sumo cuidado las músicas, las películas, los libros con los cuales nos rodeamos, dado que si ellos van a convertirse en parte de lo que somos, no debemos permitirnos el mimetizarnos con cualquier basura. El arte puede, finalmente, hacernos bien al alma o mancillarla, estimularnos o embotarnos, acompañarnos y hacernos crecer o saturarnos sin cuidado. Lo mismo vale para las personas con quienes nos juntamos y aquellas otras que, por error o por acierto, dejamos afuera de nuestras vidas.

Y entonces viene mi segunda reflexión: que también cargamos muchas veces con los distintos espantos que creamos, tantas veces sin querer y sin siquiera saberlo. Y es esta doble evidencia la que nos exige ser mucho más prudentes y cuidadosos de lo que solemos, a la hora de conformar nuestros contextos vitales.

jueves, julio 21, 2011

Duplicación digital


Copio y pego algo que encontré en Facebook, porque me parece una reflexión inteligente, lúcida y necesaria:

"No hay que demonizar las descargas en Internet. No es lo mismo copiar que robar. El ladrón priva al dueño de la posesión y usufructo de su propiedad, pero no así el copión, que se la deja entera. No es lo mismo robar un cuadro en un museo que reproducir su fotografía (que, hecha sin flash, no perjudica para nada al cuadro mismo). Los típicos objetos de robo son entidades compuestas de materia y forma, como los coches. Quien me roba el coche me deja sin coche. Los objetos de copia son formas puras, como la información, que no desaparecen por el hecho de ser reproducidas. Quien copia un texto mío no me priva del texto ni de las ideas que expresa, aunque a veces redunde en un lucro cesante. En realidad, aunque me irrita mucho que me roben la cartera, más bien me halaga que alguien se interese tanto por mis escritos como para fotocopiarlos o colgarlos en su blog."


(Jesús Mosterín, profesor de Investigación en el CSIC)

domingo, junio 12, 2011

Una frase

"El otro ideal, ese hacia quien siento una atracción irrefrenable, es ni más ni menos aquel que me hace sentir tal cual yo deseo sentirme."

He leído esto en alguna parte y lo anoto, en el convencimiento de que la frase encierra una verdad interesante, a partir de la cual podrían explicarse algunas cosas.

Aunque si enfatizamos la cuestión de lo ideal, también podría decir: "El otro ideal, ese hacia quien siento una atracción irrefrenable, es ni más ni menos aquel que imagino podría llegar a hacerme sentir tal cual yo deseo sentirme."


viernes, junio 03, 2011

Del refranero popular

Alguien recuerda en su perfil de Facebook la famosa sentencia: "Algunas personas miran el mundo y se preguntan por qué. Otras, en cambio, miran ese mismo mundo y se preguntan: ¿por qué no?"

Yo pienso que la frase está en principio diseñada para que uno sienta preferencia por los segundos, antes que por los primeros. Pero todo es cuestión de perspectiva y circunstancia. Pensemos, de repente, en esta pregunta puesta en la mente de una persona que sostiene un arma en la mano, apuntando a la cabeza de un inocente, por caso.

Definitivamente, ahí el primero sale ganando en mis simpatías.

La conclusión, recurriendo a otro dicho del saber popular, es bastante simple: "Nada es verdad nada es mentira, todo es según la perspectiva con que se mira."

viernes, mayo 20, 2011

Escepticismo y orgullo

Comienzo a leer los primeros parciales que me tocará corregir este año. En el primero de ellos, una sentencia me llama la atención:

"El escéptico, como cultor de un modo filosófico de la apatía, siente un cierto orgullo de su desesperanza."

Por alguna razón la frase me atrae. En cierto modo me siento aludido, al mismo tiempo que no. Es que no me considero propiamente un escéptico, ni mucho menos un desesperanzado. Aunque reconozco que en cierto punto he llegado a hacer del escepticismo un arma defensiva, aplicado no a la vida en general, pero sí a casos puntuales. Cosas hay, en las que muchos creen, de las cuales mi escepticismo me salva. No creo en los nacionalismos, ni en las religiones organizadas, ni en la publicidad, ni en los políticos. Tampoco creo en las promesas vanas, ni en las falsas hermandades, ni en las guerras justas, ni en las banderías de ninguna clase. Y no confío en el derecho del poderoso, en la igualdad de lo diferente, en quienes imponen las modas, ni en la cuadratura del triángulo.

Y es verdad que estos escepticismos míos me producen cierto orgullo, aunque no desesperanza. Muy por el contrario.

Pienso en estas cosas justo antes de enterarme de que en España el pueblo se manifiesta en este mismo momento en 166 ciudades, reclamando reformas tales como el inicio de una democracia real y participativa. Uno de los carteles que muestran las fotos que ahora mismo están dando vuelta al mundo, dice: "No representamos ningún partido político ni sindicato. Somos ciudadanos indignados."

Este movimiento ciudadano, autogestionado a través de Internet, reclama al grito de "Democracia real ya y sin estafas" a sólo dos días de las elecciones y a pesar de la prohibición del gobierno. Un texto que circula entre los manifestantes promueve "una sociedad nueva que priorice a las personas por encima de los intereses económicos y políticos". ¿Será demasiado pedir? ¿No campea, en estos reclamos, también un escepticismo de base que descree de la política y las reglas económicas actuales? Hay también cierto orgullo en este escepticismo. Pero definitivamente la desesperanza está ausente. Acaso esto es lo importante.

jueves, mayo 19, 2011

Oxalá...

¿Puede una persona relacionarse de algún modo con alguien que todavía no ha comenzado a existir o que jamás haya existido?

Esta pregunta, que se me cruzó por la mente hace nada más un rato, tendría varios niveles de acercamiento, pero hoy me remito solamente a uno de ellos. Y tiene que ver con una frase que leí un par de horas atrás en La estrategia de la ilusión, que dice así:

"El hombre se siente, en cierto modo, infinito, esto es, capaz de desear de modo ilimitado, de quererlo todo. Pero advierte su incapacidad para realizar lo que desea, y entonces tiene que prefigurarse en Otro (que posea en óptima medida aquello que él desearía como mejor), en quien delega la tarea de llenar ese vacío que media entre lo que se quiere y lo que se puede."

Esto, al menos, es lo que según Umberto Eco ha dicho Feuerbach a la hora de intentar justificar la existencia de las religiones.












P.S.: En el mismo libro Eco habla, algunas páginas más adelante, de algunas deidades brasileñas entre las cuales se cuenta Oxalá. Personalmente me gustó que una deidad tenga un nombre que, proponiendo apenas un leve ejercicio imaginativo, pueda sonar por homofonía, pero también en su sentido del deseo, a la palabra ojalá.

¿Dios realmente existirá?, pregunta alguien.
Y otro le responde: Oxalá.

Realmente es una buena respuesta.

lunes, mayo 09, 2011

Lo que el tiempo se llevó


Alguien publica en Internet, en un perfil de Facebook, tres fotografías en las cuales aparezco. Son tres fotos tomadas en tres momentos distintos del siglo pasado, en 1973, 1974 y 1975 respectivamente. Vale decir que yo tenía por entonces seis, siete, ocho años. Me quedo con la fotografía que me muestra junto con mis compañeros de tercer grado, por ser la más nítida. Si hasta me parece recordar el montoncito de tierra, sacado a fuerza de aburrimiento de la unión de dos baldosas, con el que estaba jugando justo cuando el fotógrafo dijo "Sonrían". Miento. No me acuerdo del fotógrafo, ni de que haya dicho eso. Pero sí del montoncito de tierra. Memoria selectiva, que le dicen.

Observo otra vez, de nuevo, esos rostros que me miran desde la fotografía, el de ese niño que supuestamente fui y el de algunas de las niñas y niños que completan la escena. Reconozco de inmediato a mi amigo Juan José, a Alfonso Amato, quien años más tarde se convertirá en el hermano de mi primera novia; dudo un instante ante el rostro de aquella niña que por entonces me atraía.

De todos modos debo reconocer que todavía tengo más brumas que recuerdos certeros. Cuando algunas personas comienzan a comentar las fotos en cuestión, allí en Facebook, empiezan a aparecer algunos nombres familiares, que no escuchaba desde décadas atrás, pero que permanecen incrustados en la memoria de tanto haber sonado por aquellos días, cada vez que las maestras cumplían con su trabajo de tomar lista. Viviana Aubele... Presente. Laura Bednarz... Presente. Nuri Fernández... Presente. María Fernanda Ramírez... Presente. Germán Serain... ¿Germán Serain?... ¡Ah, sí, disculpe, señorita!... Presente. Es que estaba pensando en otra cosa.

¿De verdad esos niños que miran desde el otro lado del tiempo y de una fotografía somos nosotros?... No quisiera pasar por escéptico, ni mucho menos por necio, pero en cierto punto me cuesta creerlo. Es que ha pasado tanta agua debajo de muchos puentes... Y al mismo tiempo parece que todo hubiese sucedido ayer.

Más tarde, para mi sorpresa, la compañera que ha subido las fotos en cuestión recordará una escena, en la cual la niña que ella fue corría por el patio -el mismo patio de la foto- al niño que fui yo, con la intención de besarlo. Parece que la situación tuvo cierta importancia; la suficiente, al menos, como para que la maestra de primer grado, Amanda Bussio, llamara a los padres de la pequeña para ponerlos al tanto del impetuoso comportamiento de su hija. Escucho la anécdota y en el fondo me enojo con ese niño, por no haberse dejado atrapar. Acaso algunas cosas hubiesen sido diferentes después, con esa primera lección sobre las niñas que tan graciosamente alguien quiso darme, y que pese a todo no llegó a ser.

Por supuesto, después la vida continuó y trajo otras lecciones, algunas maravillosas y otras que no lo fueron tanto. De a poco el niño se hizo hombre, a fuerza de aciertos y equivocaciones, de alegrías y pesares. Se enamoró y se volvió a enamorar, y tuvo una hija hermosa que le cambió la vida. Mantuvo algunos sueños, unos cuantos ideales básicos, y también olvidó muchas cosas. Un día miró sus manos y se dio cuenta: había crecido. Corrió a asomarse al espejo y se encontró con un desconocido. Hizo lo que pudo, entonces, para conocerse, al menos lo suficiente como para poder convivir con ese otro que era él mismo. Y así continúa la vida hasta hoy.

Entonces de pronto sucede: la bruma parece dispuesta a disiparse y algunas de aquellas imágenes distantes, hasta ahora difusas, comienzan a tomar cuerpo. De la foto resurgen rostros, otros nombres olvidados, viejos aromas, sonidos remotos, sensaciones diversas, y puede que hasta la inquietante grácil curva de un cuello, enmarcado por dos colitas prolijamente peinadas. Pero si algo aprendí en todos estos años fue a desconfiar de mi mismo. Acaso por eso es que me pregunto dónde se ubicará la sutil e insospechada frontera que media entre el auténtico recuerdo y la probable fantasía que yo mismo no habré comenzado a inventarme.

Mucho me temo que no pueda responder a esta pregunta. Finalmente, no es posible regresar, como para cotejarlos, a los tiempos que ya han sido.

martes, mayo 03, 2011

La pregunta sin respuesta II


- ¿Quién eres tú?, preguntó entonces la oruga.
- Mi nombre es Alicia, respondió la niña.
- Yo no he preguntado tu nombre.
Lo que yo te he preguntado es: "¿Quién eres tú?"

lunes, mayo 02, 2011

Adiós, Don Ernesto


Cada hora del hombre es un lugar vivo de nuestra existencia que ocurre una sola vez, irremplazable para siempre. Aquí reside la tensión de la vida, su grandeza, la posibilidad de que la inasible fugacidad del tiempo se colme de instantes absolutos, de modo que, al mirar hacia atrás, el largo trayecto se nos aparece como el desgranarse de días sagrados, inscriptos en tiempos o en épocas diferentes.

Comienzo el día y me espanto al escuchar hablar por todas partes de Gran Hermano, en lugar de encontrar pesar por la muerte de Don Ernesto Sábato, este sábado, a la edad de 99 años. Se me ocurre que una cultura que se preciara de tener un mínimo de dignidad hubiese debido guardar un respetuoso luto, cancelando tanta frivolidad televisiva. Por supuesto, es una idea estúpida.

Se fue Saramago. Ahora le tocó el turno a Don Ernesto. Alguien dice que todos somos hoy un poco más huérfanos. Y tiene razón.

La vida, ese largo desgranarse de días sagrados, sigue, por supuesto. Pero la muerte de alguien como Sábato (la muerte de cualquier persona, en realidad) nos enseña esto: que tenemos que aprender mucho para comenzar a comprender cabalmente qué cosa sea realmente la vida.

Lo paradójico es que, mientras tanto, la vida se nos escurre como agua entre los dedos. Y nosotros la miramos pasar, impasibles, mientras se van los grandes maestros y sobreviven, siempre obtusos, siempre iguales, quienes se empeñan en anestesiar las ideas.

miércoles, abril 06, 2011

Coros virtuales

Eric Whitacre es un compositor norteamericano, nacido en Nevada en 1970. Podría haber sido una estrella de rock, pero se dedicó a otros géneros. Sin embargo, lo mismo que un artista de rock, se dejó seducir por las posibilidades de la tecnología.

Un día Eric tuvo una idea: crear un coro virtual, para interpretar una obra suya. Así nació su Virtual Choir. La idea fue la siguiente: Eric publicó en Internet las partes de una obra coral de su autoría, luego un par de videos con instrucciones acerca de cómo debía cantarse la obra, qué tempi aplicar, qué dinámicas. Después se sentó a esperar hasta que en su computadora hubo 2052 videos con gente que se había tomado el trabajo de cantar su parte, para luego subir el correspondiente video a YouTube.

Lo que siguió fue un laborioso trabajo de edición. Se trata de montar los 2052 videos en sincronía, ecualizar audios, corregir imperfecciones, para obtener luego el resultado final. En medio de este trabajo está Whitacre en estos momentos. Pero para que sus 2052 coreutas no se angustien tanto esperando, y para de paso hacerle un poco de merecida prensa a su alocado proyecto, publicó una breve pieza, titulada Lux Aurumque, realizada dentro del mismo formato. Es el video que dejo aquí abajo, para que veas.



Si pensás que el trabajo que se propuso hacer Whitacre es demasiado complejo, la verdad es que con cualquier computadora más o menos bien provista se pueden hacer cosas bastante parecidas de manera casera. A modo de ejemplo va este otro video, una versión de Embraceable You, de George Gershwin, en un arreglo de Kirby Shaw para cuatro voces. Cuatro voces que en este caso interpreta una sola cantante, Melody Myers, a quien evidentemente le gustó la idea de Whitacre, tanto como haber sido elegida solista.



Por lo general, estos dos videos causan muy buena impresión, incluso entre coreutas, que destacan las posibilidades de las nuevas tecnologías. Lo curioso es que muy pocos parecen reparar en que esta clase de productos artísticos son trabajos de laboratorio y netamente sintéticos. Esto es: ninguno de los 2052 coreutas que participaron de la obra de Witacre vivenciaron jamás la interpretación de su obra desde dentro del conjunto de la masa coral. Cada uno de ellos vivió nada más la experiencia de un canto en solitario, delante de una videocámara. No se me ocurre un modo más artificial de hacer música. Sin embargo, eso a nadie parece importarle demasiado. ¿Seré anticuado al fijarme en este tipo de detalles? ¿O será que el arte también está perdiendo su norte?

lunes, abril 04, 2011

Llegar, se llega siempre...

- Es extraño que tú, siendo hombre de mar, me digas eso, que ya no hay islas desconocidas, hombre de tierra soy yo, y no ignoro que todas las islas, incluso las conocidas, son desconocidas mientras no desembarcamos en ellas.
- Pero tú, si bien entiendo, vas a la búsqueda de una donde nadie haya desembarcado nunca.
- Lo sabré cuando llegue.
- Si llegas.
- Sí, a veces se naufraga en el camino, pero si tal me ocurre, deberás escribir en los anales del puerto que el punto adonde llegué fue ése.
- Quieres decir que llegar, se llega siempre.
- No serías quien eres si no lo supieses ya.

Fuerzo la puntuación del fragmento, tanto como para que quede el devenir del diálogo más claro. Que de todos modos es como estar oyéndolo, más que leyéndolo. Me asalta la idea de que llegar se llega siempre. Incluso cuando no lo sepamos. Y de algún modo es casi un consuelo: de algo valen todas nuestras penurias, tanto como nuestras alegrías, en el sentido de que a algún punto nos conducen. Aquí estamos. Ahora se trata de ver qué hacemos con lo que somos, porque el viaje prosigue. Se llega siempre a algún punto, pero en tanto haya vida será sólo para continuar, siempre hacia adelante.

domingo, abril 03, 2011

Mantenerse a flote


La imagen dice mucho, pero no lo dice todo. No dice, por ejemplo que este bote se llama Love love, ni que pertenece a un artista francés llamado Julien Berthier. Tampoco dice lo que la evidencia hará finalmente obvio: que no todo es lo que parece. Porque este bote, que alguna vez navegó como cualquier otro, no se está hundiendo. Parece que así fuera, pero no. Es un bote que se mantiene a flote, como todo bote que se precie.

Dice la historia que este barco, que en su momento navegó como otros barcos, y que alguna vez también estuvo a punto de irse irremediablemente a pique, iba a ser desguazado por su dueño, cuando Berthier lo vio y quiso comprarlo. Su idea fue rescatarlo, rescatando al mismo tiempo la imagen del incipiente naufragio.

En realidad Berthier recuperó solamente medio bote, la mitad correspondiente a la popa: selló todo hueco por donde pudiera entrar el agua, adaptó una nueva quilla, un nuevo motor, calculó, equilibró, recalculó, y finalmente puso en el agua este resto de barco que es, al mismo tiempo, un barco completo. Un barco eternamente a punto de hundirse que, sin embargo, se mantiene al mismo tiempo a flote.

Más allá de lo curioso de este un inusual trompe l'oeil acuático, me gustó la metáfora que de repente me pareció leer entre líneas en esta obra, reflotada de sus propios restos, que aunque parezca estar hundiéndose, en realidad todo el tiempo se reinventa y se salva.

Casi como el Ave Fenix, pero de agua en vez de fuego.


sábado, abril 02, 2011

Epílogo real para un libro inexistente

Leo en los Cuadernos de Lanzarote, y me digo que hubiese sido un excelente epílogo para el jamás escrito Libro de los Consejos (aunque no siendo propiamente un consejo acaso hubiese sido mejor epílogo para el no menos inexistente Libro de las evidencias, o para el Libro de los itinerarios):

"Durante la infancia y la adolescencia creemos que el mundo es nuestro y que existe para serlo. En la madurez comenzamos a sospechar que no es del todo así y luchamos para que lo parezca. Se comienza a ser viejo cuando comprendemos que nuestra existencia le es indiferente al mundo. Claro que siempre lo había sido, pero no lo sabíamos."
La enseñanza, en todo caso, es que no siempre hace falta un gran libro para poder disponer de un epílogo ejemplar.

jueves, marzo 31, 2011

Si Bertolt Brecht...

Releo a Eduardo Galeano, El siglo del viento, y un fragmento que puntualmente habla de Bertolt Brecht, refugiado en Hollywood durante la guerra, en el año 1942. Y dice así:

"Hollywood fabrica películas para convertir en dulce sueñera la espantosa vigilia de la humanidad en trance de aniquilación. Bertolt Brecht, desterrado de la Alemania de Hitler, está empleado en esta industria de sonmíferos. El fundador de un teatro que quiere abrir bien abiertos los ojos de la gente, se gana la vida en los estudios de la United Artist. El es uno más entre los muchos escritores que trabajan para Hollywood con horario de oficina, compitiendo por escribir la mayor cantidad de tonterías por jornada."

Detengo mi lectura de repente en este punto, porque un cosquilleo me cruza la espalda y alcanza mi nuca. Es que la escena me resulta familiar. Tristemente familiar, salvando las obvias distancias: ni yo soy Bertolt Brecht, ni estoy trabajando en Hollywood. Dicho lo cual sigo leyendo, y así termina el cuento:
"Un día de estos, Brecht compra un pequeño Dios de la Suerte, al precio de cuarenta centavos, en una tienda china. Lo ubica en su escritorio, bien a la vista. A Brecht le han dicho que el Dios de la Suerte se relame cada vez que lo obligan a tomar veneno."

Me digo entonces que tengo que conseguir con urgencia uno de esos dioses de la suerte, prodigiosa metáfora. También me animo con la idea de que, salvando de nuevo las distancias, bien podría Bertolt Brecht haber trabajado allí donde yo malvendo las horas de mi vida diariamente, haciendo algo parecido a lo que a mí me ha tocado en suerte hacer. Si Brecht, siendo quien era, lo pudo resistir, ¿por qué no habría de poder resistirlo también yo?

martes, marzo 29, 2011

Revelación

La gente por lo general no sabe que tarde o temprano se va a morir.

Por supuesto, alcanza con que uno haga una declaración como ésta para que de inmediato se desate la polémica: ¿cómo podría alguien dudar de su propia mortalidad? ¿Acaso no es el hombre la única especie en el mundo biológico con pleno conocimiento de su propia finitud? ¿Habrá alguien dispuesto a desmentir que fuera de un cierto marco que podemos convenir en llamar de-expectativa-razonable-de-vida la muerte es algo inevitable? Todo lo que se quiera; pero no es lo mismo poder decir ya sé que no soy inmortal, que más tarde o más temprano voy a morir, que tener plena conciencia de ello.

Conciencia de nuestra fragilidad, de nuestra caducidad, eso es algo que en definitiva nos falta. De lo contrario -y esta es la fuerza de la evidencia- no viviríamos del modo en que vivimos.

¿Qué harías si de repente supieras que no hay un mañana?...

Es verdad, podemos jurar que sí lo habrá, y seguramente estaremos en lo cierto. Hasta que un día nos equivocaremos.

domingo, marzo 27, 2011

El peso de un poema

Hemos perdido aun este crepúsculo.
Nadie nos vio esta tarde con las manos unidas
mientras la noche azul caía sobre el mundo.
Desde hace varios días tengo dando vueltas en mi cabeza esta primera estrofa del Poema 10 de Pablo Neruda. Desde hace varios días esta primera estrofa me espanta más de lo habitual.

Por supuesto, lo que me espanta no es el poema, sino la certeza de la pérdida. La pérdida de un crepúsculo, de una noche, un día, una semana, un mes, una vida, de repente tan breve, tan fugaz, y nuestro propio dejarnos estar ante lo inevitable.

Y además, claro está, el peso de esos otros dos versos...
¿Por qué se me vendrá todo el amor de golpe
cuando me siento triste, y te siento lejana?

viernes, marzo 25, 2011

Déjate llevar por el niño que fuiste

El Libro de los consejos en realidad no existe. Jamás ha sido escrito, y por lo tanto mucho menos ha sido jamás editado. Y si nos atrevemos a ponerlo así, en blanco sobre negro y de un modo tan tajante, es porque su propio autor de tal modo lo ha revelado.

Pero aquí nos enfrentamos al primer dilema: ¿puede hablarse de un autor en un caso como el que nos ocupa? ¿Puede ser alguien autor de algo que no se ha llegado a escribir?

El segundo dilema es que nos atrevamos nosotros a poner en duda la palabra del autor en cuestión, el de ese libro que según él nunca ha sido. Y aunque es verdad que lo hacemos un poco con la rebeldía de quien pretende divertirse contradiciendo la evidencia, no menos cierto es que la evidencia tantas veces ha sido refutada como falsa. Además, el propio José no ha sido ajeno a esta clase de actitudes.

Pero vamos a los hechos: tenemos un título, un autor, podemos dar cuenta de dos o tres citas textuales... ¿Qué más se necesita para que tengamos un libro de pleno derecho? El mismo autor de este libro, que según él no es, ha mencionado en las páginas de otra obra suya el concepto de quien temerariamente sugirió que un libro, para ser tal, debiera poder sostenerse apoyado de canto. ¿Habrá de ser realmente semejante detalle algo crucial? Pues en caso de que lo fuera, arreglemos la cuestión añadiendo la cantidad necesaria de páginas en blanco hasta lograr ese volumen. ¿Quién ha dicho que todas las hojas de un libro deban necesariamente estar llenas de palabras o de imágenes?

Luego, como perdidas o encontradas en medio de todas esas páginas en blanco, metáforas de la vida misma o invitaciones a que cada lector complete con sus propios pensamientos una obra claramente abierta, irían los consejos en cuestión, de los cuales podemos dejar constancia, según ya hemos dicho, de por lo menos tres.

"Mientras no alcances la verdad no podrás corregirla.
Pero si no la corriges no la alcanzarás.
Mientras tanto no te resignes."
"Si puedes mirar, ve. Si puedes ver, repara."
"Déjate llevar por el niño que fuiste."

Sinceramente, ¿se necesita algo más para tener un libro? ¿Serán necesarias más palabras, acaso sólo de relleno, para justificar el valor de lo que ya ha sido dicho en tan pocas?


lunes, marzo 21, 2011

Hace una década también soñaba cosas

Repasando algunos papeles viejos, me encuentro con una reflexión escrita hará unos diez años atrás. La vuelco aquí, porque todavía tiene vigencia, y sin cambiarle una coma, para que quede constancia del paso del tiempo:

La mente humana tiene varios lugares oscuros, por no
decir deficiencias. O al menos, de acuerdo a mi muy
modesta opinión, yo en el lugar del Creador hubiese
dispuesto algunas cosas de un modo un tanto diferente.

Por ejemplo: me parece algo horrible que una persona,
digamos A, pueda soñar una situación determinada de la
que también toma parte otra persona, digamos B, no
sólo sin que B sueñe simultáneamente ese mismo evento,
sino sin que pueda tomar conocimiento de haber
participado en el sueño en cuestión.

Porque por lo demás creo que resulta inevitable que
ese sueño modifique el modo en que A se relaciona con
B (sin que B lo sepa). Y no es que A no sepa que el
mundo onírico y el mundo real son cosas diferentes,
pero si se considera una visión fenomenológica del
asunto, es claro que no resulta sencillo abstraerse de
las sensaciones imbricadas en el sueño del caso.

Como diría el mismísimo René Descartes, para no
ponerme tampoco tan fenoménico: es verdad que en una
situación onírica las cosas soñadas no son reales (?),
pero el miedo que siente el soñador en una pesadilla,
la alegría que siente quien sueña que algo le sale
bien, la tranquilidad o la pasión o la incertidumbre
que producen determinados sueños, todas estas
sensaciones sí son reales, desde el momento en que
residen en el alma de quien ha soñado.

Y entonces el despertar, y el desvanecimiento de toda
fantasía, pero he aquí el dilema: lo onírico se
desvanece, pero estas sensaciones, que sí son reales,
no tienen entonces hacia dónde correr.



miércoles, marzo 09, 2011

Bolsa de trabajo

En un contexto mundial en el cual la falta de posibilidades para conseguir trabajo se ha convertido en un mal endémico incluso en las naciones más desarrolladas, resulta paradójicamente inquietante leer algunas noticias que dan cuenta, al fin y al cabo, de ciertas alternativas laborales.

En Libia, por ejemplo, el régimen de Muammar Khadafi sigue masacrando civiles, convencido de que tal es el precio a pagar por mantenerse en el poder algún tiempo más. Y para acallar a quienes reclaman mejores condiciones de vida, decidió abrir una nueva fuente de empleo: para no quedarse corto con la tropa, inició una campaña de alistamiento cuyo foco fue puesto en los inmigrantes africanos, tanto o más desfavorecidos que sus hermanos libios, pero más ajenos que ellos a eventuales pruritos patrióticos.

"Iban buscando inmigrantes negros, y muchos aceptaron porque la paga ofrecida era alta: 500 dólares al día", relató un hombre nacido en Ghana, que cuando había trabajo en Trípoli vivía como obrero de la construcción. "No sé cuántos se alistaron, pero fueron muchos. Les hacían una prueba para comprobar que sabían usar armas de fuego y los mandaban a combatir a los rebeldes de Bengasi."

Un somalí que hasta no hace mucho también trabajaba en la construcción en la capital libia, dijo que entre sus compatriotas el dinero ofrecido para combatir a los rebeldes había sido mayor, hasta 800 dólares diarios. "Es que nosotros tenemos experiencia, sabemos luchar mejor", explicó.

La acotación tiene su razón de ser, porque el ofrecimiento laboral suponía cumplir con alguna calificación básica: era necesario saber disparar, por ejemplo. Y estar dispuesto a hacerlo tomando a los rebeldes como blanco.

En el mismo diario electrónico, otra noticia: El narcotráfico seduce a las indígenas mexicanas, dice el título. La nota explica que las jornaleras ganan la mitad que los hombres, que ya de por sí reciben poco y nada, por lo cual el campo ya no es una alternativa laboral para ellas. En cambio, sí lo es trabajar para quienes se vinculan con el crimen organizado. No nos apuremos a condenarlas: después de todo, no es menos crimen la exclusión y la miseria que las empuja a buscar alternativas para sobrevivir.

Dice el artículo que en las zonas indígenas de México sobreviven seis millones de mujeres en medio del analfabetismo, la falta de salud, la desnutrición propia y la de sus hijos, la discriminación, la explotación y el abandono. Las que tienen suerte reciben 30 dólares semanales, que les pagan por realizar labores rurales en jornadas de hasta 12 horas. "Por eso aumenta el número de mujeres del sector rural que pasan a engrosar las filas del narcotráfico, porque la droga es mejor negocio que el maíz", denuncia la Central de Organizaciones Campesinas y Populares.

Indígenas mexicanas narcos. Inmigrantes africanos metidos a mercenarios. Por no hablar de las legiones de niños, niñas y mujeres que en tantos lugares del mundo venden sus cuerpos por monedas o un plato de comida. Alternativas de trabajo no faltan, evidentemente. El que no trabaja es porque no quiere.


lunes, marzo 07, 2011

La pregunta sin respuesta

"Si alguien quiere que lo reconozcan, basta que diga quién es", parece que dijo una vez Albert Camus.

"En la generalidad de los casos, lo más lejos que llega quien tal aventura osa proponerse es decir el nombre que le pusieron en el registro civil", parece que le respondió Saramago.

¿Qué podría yo añadir a este diálogo?

Acaso cada una de las palabras que han venido a parar a este sitio. Todas ellas, sin excepción, intentan decir un poco quién soy; incluso cuando todas ellas sean, invariablemente, más pregunta que aseveración.

¿Quién soy?... No lo sé.

De pronto se me ocurre que tal vez nunca llegue a saberlo.


viernes, marzo 04, 2011

Matemáticas

"Contar los días con los dedos y encontrar las manos llenas", leo una y otra vez en la contratapa del libro, y ni siquiera importa cuál libro, pues lo que vale aquí es la frase en sí misma.

En mi intento por encontrarle más coherencia al asunto, desde hace un rato largo vengo repitiendo el simple gesto descripto con mi propia mano, primero cerrada, y luego haciendo la cuenta con los dedos, uno, dos, tres, cuatro, cinco... Hasta que la mano queda abierta, y entonces miro, cierro, y recomienzo: uno, dos, tres...

¿Son días los que estoy contando? Realmente no lo sé. Simplemente cuento. ¿Y qué encuentro tras haber contado? La palma de mi mano. ¿Llena?... ¿Vacía?... Tampoco lo sé, porque desconozco qué es lo que estoy buscando. Podría ser que estuviese llena de incertidumbres, o vacía de certezas, o al revés, y esto sólo por poner un ejemplo, porque seguramente lo que estoy contando son en realidad otras cosas, es raro esto de que se pueda contar sin saber qué se cuenta, aquí, en esta mano ora abierta, ora cerrada, ora contando, parecen de repente unirse el álgebra y la poesía.

A menudo me parece que la mano está vacía. Cuento y no aparece nada en ella. La mano se me hace llena de vacío, llena de preguntas, vacía de respuestas. Sé que no es así, que en realidad hay allí muchas cosas. Pero el saber y el sentir a veces no se llevan todo lo bien que deberían. Entonces me pregunto si acaso se puede ser tan imbécil, tan inútil, tan estúpido. Y enseguida me corrijo, porque en realidad la pregunta es esta otra: ¿Cómo se puede ser tan estúpido?

En mi defensa diré que esta última pregunta tiene un doble sentido, porque puede entenderse como un "ser tan estúpido para haber estado viviendo todos estos días para contarlos luego y encontrar la mano vacía, por no haber quedado allí nada"; pero también podría significar "tan estúpido como para haber vivido todos estos días, contarlos, luego mirar la palma y no lograr ver nada; es decir no lograr ver todo lo mucho que en realidad hay allí".

Podría pensarse que la conclusión es penosa, pues tanto sea una u otra la opción que se elija seguiré siendo estúpido. Pero la diferencia es menos sutil de lo que parece, por aquello de que lo esencial no siempre puede ser aprehendido por los ojos. Y una cosa es no ver por no haber y otra no ver porque los ojos no han aprendido. De aquí que uno tenga la obligación de aprender a ver siempre un poco más. Especialmente allí donde a veces parece haber poco y nada.

Escribo esto último y de pronto vienen a mi mente las famosas sombras chinas, ese extraño arte milenario que al decir de Roman Gubern en realidad se originó en la isla de Java, en el cual las manos, que nada tienen, demuestran que sin embargo tienen tanto por decir.

Vuelvo a mirar mis manos. Veo que han cambiado, y han cambiado mucho a lo largo del tiempo. Pero siguen siendo mis manos, por extraño que parezca. Me pregunto entonces, una vez más, qué tan vacías están. O qué tan llenas. Me gustaría saberlo, sinceramente, para no sentirme tan triste en estos días en que me da por contar, sólo para terminar notando que las cuentas no me dan claras.


jueves, febrero 24, 2011

Revelación

He aquí una interesante revelación, que seguramente será útil para tener presente en su momento: Nunca es posible obtener una victoria sobre los demás; la única victoria verdaderamente posible será siempre sobre uno mismo.

El corolario, que no deja de ser interesante, es que tampoco los demás podrán tener jamás una victoria sobre nosotros. Para bien o para mal, cada uno es su propio y único adversario.

Habremos de ver qué hacemos ahora con esta verdad que así, de pronto, nos vino a la conciencia de un modo tan evidente.


martes, febrero 22, 2011

Coincidencias y diferencias

Precisamente ayer leía, en uno de los Cuadernos de mi maestro Saramago, una breve relación vinculada a una noticia que tenía origen en la ciudad de Badajoz. Allí se había bautizado una calle con el nombre, lamentablemente no referido en la crónica, de un piloto que había volado para el bando enemigo durante la guerra civil. Pero como no quisiera cometer el despropósito de intentar contar de mejor modo lo que ya bien contado está, me tomaré la libertad de transcribir parte del texto en cuestión, que dice así:

..."Hace cincuenta y tantos años, durante la guerra civil, un aviador republicano recibió la orden de bombardear Badajoz. Fue, sobrevoló la ciudad, miró hacia abajo. ¿Y qué vio cuando miró hacia abajo? Vio gente, vio personas. ¿Qué hizo entonces el guerrillero? Desvió el avión y fue a soltar las bombas al campo. Cuando volvió a la base y dio cuenta del resultado de la misión, comunicó que le parecía haber matado una vaca. "¿Y Badajoz?", le preguntó el capitán. "Nada, allí había personas", respondió el piloto. "Bueno", dijo el superior, y, por imposible que parezca, el aviador no fue llevado a consejo de guerra... Ahora hay en Badajoz una calle con el nombre de un hombre que un día tuvo gente en la mira de sus bombas y pensó que esa era justamente una buena razón para no soltarlas."

Cerré el libro en ese punto, porque sentí la necesidad de quedarme pensando un momento en la enseñanza que me dejaba aquella historia. Muchas veces me sucede eso con algunos libros, que me ponen en la situación de tener que detenerme hasta madurar un determinado sentimiento o idea.

Esta mañana, al levantarme, el noticiero en la televisión me impactó trayendo de nuevo al presente la cuestión de los pilotos, las gentes, los aviones y las bombas. Esta vez las cosas no pasaban en Badajoz, sino en Libia, donde una parte de la población había salido a las calles para protestar en contra del gobierno. Algunos iban, simbólicamente, armados con palos.

Libia tiene la novena reserva de petróleo del mundo y una tasa de desempleo y de pobreza alarmante, que alcanza al 30% de la población. También tiene un líder, enancado en el poder desde hace décadas, llamado Muammar Khadafi, que discrecionalmente maneja un fondo soberano calculado en setenta mil millones de dólares, provenientes de la explotación de los recursos petroleros que extrae de su tierra hambreada para invertir en el exterior. También maneja, por supuesto, unas poderosas fuerzas armadas, y aquí es donde aparecen los aviones en esta historia, para dejar caer sus bombas sobre la revoltosa ciudad de Trípoli, mientras helicópteros artillados disparan a mansalva sobre quienes protestan, con el loable objetivo de recuperar así la paz, la calma, el orden.

El noticiero habla de 400 muertos y 1500 desaparecidos. Hasta donde se sabe, ninguna vaca tuvo que sufrir esta vez las consecuencias. Aunque nunca se puede estar seguro.

Tanto Libia como Badajoz son, en lo que a mí respecta, lugares lejanos, improbables, insospechados. Sin embargo presumo que la sangre de los habitantes de cualquiera de estos dos lugares ha de ser igualmente roja, como similares también deben ser sus pasiones, sus deseos, sus temores, sus esperanzas. Por eso es que un crimen siempre vale lo que vale un crimen, así tenga lugar a la vuelta de nuestra esquina o a miles de kilómetros de distancia. Pero hasta aquí llegan las coincidencias entre estos dos casos, y se quedan en guerra civil, aviones, pilotos, gentes y bombas, que en Badajoz el piloto vio a las gentes y no hubo crimen, y en Libia, en cambio, una ceguera profunda impidió ver nada.

Yo no sé si los Cuadernos de Saramago habrán sido traducidos al libanés, ni mucho menos si, en tal caso, alguno de los pilotos involucrados en este penoso hecho que aquí se cuenta habrá de leer alguna vez la crónica de Badajoz. Lo que sí es seguro es que de aquí a cincuenta años ninguno de los hombres que tripularon esos aviones y helicópteros que sobrevolaron la ciudad de Trípoli por orden de Khadafi podrá aspirar a que su nombre sea recordado con respeto.


lunes, febrero 21, 2011

Epílogo

Revisando viejos escritos, me topo con esta poesía, firmada en diciembre de 1989 por alguien que decía llevar mi mismo nombre. Intento recordar en qué circunstancias fueron escritas estas palabras y realmente no lo logro. Pero todavía siento estas palabras como mías, actuales a pesar del tiempo transcurrido desde que fueron escritas (más de veinte años... ¿adónde han ido a parar todos esos días con las alegrías, tristezas y esperanzas que albergaron?), y entonces me decido a ceder al impuso de dejarlas aquí, acaso sin ningún objetivo.

A las puertas del delirio está
el silencio
de una noche extraña,
la soledad,
y todo aquello que no se comprende.

Los recodos del destino
(si es que acaso el destino existe)
son oscuros e insospechables,
y es allí en donde nacen
y se quiebran los sueños.

Señor, yo sólo te pido
que la próxima vez
Romeo se retrase unos minutos,
o bien que Julieta despierte
a tiempo;
porque el universo de los hombres
es muy frágil
y se desmorona demasiado fácilmente.



miércoles, febrero 16, 2011

Hombre sombrío

Aquí está otra vez este hombre sombrío. Me pregunto quién es, de dónde habrá salido. No lo veo, en realidad, pero siento su presencia. Imagino el rostro que tendrá. Para verlo, propiamente, debería asomarse a un espejo. Ya llegará ese momento.

Esta tarde los colores eran otros. La vida era como de un ocre suave. ¿Por qué razón ahora otra vez el mundo se ha vuelto gris cansino, plagado de matices sucios e indescifrables que ni siquiera llegan a merecer un nombre? No me gusta este cambio. Pero no sé qué hacer para evitarlo. No me conozco. No entiendo esto en lo que de pronto me he convertido.

Sin embargo, todavía recuerdo el ocre de esta tarde, como también me parece recordar a veces otros colores aun más vivos, de épocas lejanas, que ya no me pertenecen, a veces creo que ni siquiera en la memoria, cada día más débil, más fatigada, acaso más resignada a que el pasado no es algo que en definitiva exista, y por lo tanto acaso ni siquiera merezca seriamente ser tenido en cuenta. ¿Quién he de ser realmente yo? ¿Aquel que solía ser entonces, en ese tiempo que ya no existe, esto que pretendo ser ahora o lo que con algún esfuerzo e impulso llegaré a ser mañana? No es cierto: mañana llegará incluso sin esfuerzo ni impulso, hasta que un día ya no llegue; pero mientras tanto. No, definitivamente no me reconozco.

Nadie conoce en realidad a este hombre. Incluso quienes el día de mañana hablarán de él en pasado, cuando alguien les pregunte, y entonces dirán recordar tal o cual episodio, tal anécdota, tal historia. La realidad es que nada conocen ahora de él, y nada sabrán tampoco acerca de él mañana.

Hay días en que tomar conciencia de este hecho le produce al hombre sombrío un extraño sentimiento, parecido en cierto punto al rencor. Pero al mismo tiempo sabe que ese sentir es injusto. Finalmente, él tampoco sabe mucho de sí mismo. Muchas veces es un desconocido, como ahora. Mal haría entonces en condenar a quienes lo ignoran tanto como él mismo se ignora. Pero la falta de cariño le duele. Esto indica, al menos, que se trata todavía de un ser humano. Bendito dolor, entonces. Algo es algo.

¿Será cierta esa falta de reconocimiento? En todo caso, el rencor que siente el hombre sombrío también está relacionado a que él sabe, en algún punto, que algunas cosas buenas ha hecho en su vida. Curiosamente, si le preguntásemos cuáles, no sería capaz de enumerar siquiera unas pocas. Pero como todos los seres humanos que ha habido sobre esta tierra, valle de oportunidades y de lágrimas, o de oportunidades para verter o hacer verter lágrimas, pero también para reír o hacer reír, él también ha hecho cosas buenas y malas.

De las malas, de esas está seguro que los demás se acuerdan. Los malos recuerdos tienen la mala costumbre de pervivir en la memoria, tanto la ajena como la propia. De todos modos, digamos que los fiscales que tengan el gusto o la obligación de juzgar a este ser humano deberían al menos darle cierto crédito, pues pocas veces alguien estuvo tan poco dispuesto a ofrecer una defensa y a colaborar, en cambio, en el señalamiento de los propios delitos. Hasta se diría, si se investiga un poco, que este hombre es capaz de atribuirse delitos que en justicia no le corresponden. No importa, hala, venga, que aquí está el peor de todos. Si van a perdonarme algún día, que se me perdone por algo que realmente valga la pena, incluso cuando no sea cierto que lo hice.

De repente el hombre sombrío se pregunta cómo será su rostro, cuál será su expresión. Que una cosa es conocerse, o reconocerse, por la mala costumbre de estar todo el día con uno mismo, y otra muy diferente es verse desde fuera, ver ese rostro que uno, sin desearlo, ofrece todo el tiempo a los demás. Va entonces el hombre, finalmente, en busca de un espejo, y cuando lo encuentra se planta delante, esquivando todavía durante un rato la mirada, como dudando si enfrentar o no esa realidad paralela que seguramente le estará ofreciendo el cristal, paciente, o no tanto, que la imagen allí envejece, aunque nadie lo note, en el mismo momento de esperar la postergada decisión, que al fin llega, y el hombre sombrío comienza al fin a levantar su cabeza primero, luego la vista, para enfrentar ese rostro propio y a la vez desconocido, sólo para verificar lo que ya se sabía, que misteriosamente su imagen y la mía coinciden, que hay allí tantas cosas por ver y a la vez ninguna, al menos hoy.

martes, febrero 15, 2011

Una pequeña esperanza

Cuando cerraron Amadeus, la radio de música clásica en la cual yo me desempeñaba como productor de contenidos, jamás imaginé que algún día iba a mencionar el nombre de Justin Bieber en una entrada de este blog. Pero ya se ve: el suceso inesperado ha tenido finalmente lugar, y a la prueba me remito.

Para quien tenga la fortuna de no saber quién es Justin Bieber (hablo de fortuna porque hoy permanecer al margen de ciertas novedades puede ser un privilegio, como cuando Borges confesó no conocer a Maradona, pero en serio), digamos que se trata de un jovencito canadiense de 16 años, con algún probable talento musical, que tuvo la suerte de haber estado en el lugar justo en el momento indicado y la inteligencia suficiente como para seguir los consejos de un productor que se encargó del resto. El resto fue, por supuesto, convertirlo en objeto de deseo para millones de adolescentes en todo el mundo a través de una campaña de marketing viral que convirtió a este muchachito, ni mejor ni peor que tantos otros, en el fenómeno pop del momento.

Justin Bieber canta canciones livianas, intrascendentes, que no serán capaces de superar la prueba del tiempo, porque no tienen con qué lograrlo y porque además nadie pretende que tal cosa suceda. Pero mientras tanto vende millones de discos, y genera otros tantos millones con el monstruoso aparato de comercio que acompaña a los artistas pop de su talla, término que de ningún modo pretende medir aquí calidad ni talento, sino las cuentas bancarias que se engrosan gracias a lo que él bien o mal hace.

En cierto punto el chico me da pena: pienso que, aislado dentro de su burbuja de plástico, no debe tener la menor idea de qué cosa es el mundo. En cierto modo él le ha vendido el alma al diablo, como una especie de Fausto redivivo, carilindo por añadidura, pero no nos apresuremos a condenarlo, y sobre todo que se abstenga de hacerlo quien se jacte de jamás haberse vendido, cuando lo cierto es que nadie realizó nunca por él ninguna oferta sustanciosa.

Pero vamos de una vez a lo que nos ocupa, que es el motivo por el cual el nombre de Justin Bieber, que jamás debería haber quedado anotado en este blog, ha llegado finalmente hasta aquí. El punto es que se acaban de entregar los Premios Grammy, que otorga la industria discográfica estadounidense. Y Bieber estaba nominado para llevarse el premio al Artista Revelación del Año. Reconocimiento que resultaba merecido, si se trataba de evaluar la cantidad de discos vendidos, y que por otra parte era el resultado que público, empresarios y periodistas daban por descontado.

Y sin embargo no. El premio no fue para él, sino para una chica llamada Esperanza Spalding, desconocida hasta entonces para quien estas líneas escribe, pero también para otros millones de personas que se preguntaron, con justa razón, de dónde había salido este sorpresivo escollo para la consagración del principito del pop. Quien se pregunta a veces encuentra algunas respuestas, y así supe que Esperanza es una joven de 24 años nacida en Oregon, dedicada al jazz a través del canto y de un instrumento tan infrecuente para una jovencita como puede serlo el contrabajo. Busqué luego en Internet algunos videos y me sorprendió la calidad y la calidez de su voz. Interiormente le agradecí a Justin Bieber la derrota, que finalmente me conducía al descubrimiento de esta artista.

Más tarde, al llegar a mi casa, busqué en la red alguno de los tres discos que Esperanza tiene editados, para poder escucharla más y mejor. Allí pude notar que en las pocas horas que habían transcurrido desde la entrega de los premios hasta entonces, habían sido cientos y miles las personas que habían concurrido a Internet para preguntar, para averiguar, para descubrir, para subir videos, para verlos, para compartir archivos por vía peer to peer, como yo mismo lo estaba haciendo. Me dije entonces que no todo está perdido. Y que este desliz de quienes entregan los Premios Grammys abrió, en definitiva, una pequeña dosis de esperanza...


viernes, febrero 04, 2011

Any fool knows a dog needs a home...

Hace muchos años -yo era por entonces más joven- visité un día la casa de una persona conocida que acababa de comprar su primer reproductor de discos compactos, una novedad impresionante por aquellos tiempos en que los vinilos y los cassettes eran todo lo que se conocía en materia de audio doméstico.

Para probarme las bondades del sonido de aquel nuevo sistema esa persona, cuyo nombre sinceramente no recuerdo, colocó un disco de Pink Floyd. En aquel momento yo conocía The Wall y también Dark Side of the Moon, pero jamás había escuchado Animals, un álbum que más tarde me apresuré a comprar, en cuanto pude tener mi propio reproductor de discos compactos, inversión importante en su hora, que hoy todavía celebro.

En aquel disco había (allí sigue estando) una canción en particular, que habla de los encuentros y los desencuentros, que en un determinado pasaje dice:

And any fool knows a dog needs a home,
A shelter from pigs on the wing.

Que más o menos podría traducirse del siguiente modo:

Y cualquier idiota sabe que hasta un perro necesita un hogar,
un refugio contra los cerdos en las alas.

La metáfora que alude a los cerdos en las alas, esto es algo que supe años más tarde, hace referencia a los enemigos que acechan durante las batallas aéreas, ocultándose en puntos ciegos para el piloto adversario, en particular debajo de las alas del avión que ha sido escogido como presa. Pero en definitiva la idea me parece igualmente adecuada para hablar de los políticos, de las fuerzas de seguridad, de los delincuentes, de la gente malvada, de la mala gente, de la vida misma, tanta es la acechanza.

La metáfora del perro, en cambio, sólo podía hacer referencia entonces, y sigue siendo así hasta hoy mismo, a la persona que canta la estrofa. Al menos yo no logro interpretarlo de otra manera. Y acaso deba decir que cada vez que escuchaba esta canción no podía evitar cantarla. Tal como sigue sucediendo ahora.

Un perro, entonces. Uno de esos perros de ojos tristes, que ni siquiera tienen la posibilidad de hablar para explicarnos qué les pasa, qué es lo que les causa tan eterna e irremediable melancolía.

Yo al menos tengo mi blog, eso es cierto.

Pero también necesito un hogar, un refugio.


jueves, febrero 03, 2011

La condena de un buen título

Aunque la jornada no se prestaba para tales observaciones, por esas cosas que tiene la vida que cada tanto tiñe algunos tiempos de un tinte sombrío, al pasar frente al kiosco de revistas algo hizo que mi mirada se detuviera un segundo en la portada de aquel libro, despertando mi justa indignación.

Para quien no lo conozca, Oliver Wolf Sacks es un destacado neurólogo británico, nacido en 1933, autor de importantes libros sobre su especialidad, encauzados en una tradición estilística sobre la cual también abundó Sigmund Freud, por la cual el autor narra historias de casos clínicos puntuales a través de un estilo más cercano a una crónica de corte literario que a un estudio médico.

Sacks describe sus casos con un lenguaje llano, poniendo especial atención en las experiencias de sus pacientes y añadiendo comentarios relativos al modo en que estos han conseguido adaptarse a sus respectivos contextos.

En el que seguramente es su libro más conocido, Sacks describe males como el síndrome de Tourette, el Parkinson o una rara enfermedad conocida como agnosia visual, por la cual una persona logra distinguir ciertas formas geométricas, pero no fisonomías. El capítulo dedicado a esta curiosa dolencia lleva un título no menos curioso: El hombre que confundió a su mujer con un sombrero. Sin embargo, la cuestión no deja de ser descriptiva, pues se cuenta que la esposa del pobre hombre, consciente de que éste no era capaz de distinguirla entre otras personas por su rostro, resolvió la cuestión de un modo pragmático: comenzó a usar unos rarísimos sombreros, cuyas formas el marido sí era capaz de reconocer. Y dado que nadie más se atrevía a los esperpentos que ella se ponía sobre la cabeza, hubo cierta garantía en cuanto a que el hombre podría reconocerla donde fuera que estuviesen, incluso en medio de una multitud.

Que el relato tenía cierto interés literario parece cosa juzgada, desde el momento en que el compositor Michael Nyman hizo una ópera sobre el tema en 1987. Pero de allí a que alguien cometa el dislate de publicar este libro bajo el título de El hombre que confundió a su mujer con un sombrero y otros cuentos (sic), como si Sacks fuese un cuentista en vez de un profesional médico, realmente es otro cantar. ¿Quién fue el culpable de un desliz tan grosero? ¿Qué destino habrán tenido los correctores y el editor del material? ¿Habrá habido fe de erratas, pedidos de disculpa, alguna reprimenda ejemplar? ¿O será hoy todo tan mediocre que el error, pese a lo grueso, habrá terminado pasando sin mayor pena ni gloria?

Así y todo es justo reconocer que el título en cuestión resulta ideal para un cuento. Lo mismo que Un antropólogo en Marte, La isla de los ciegos al color, Veo una voz o Recuerdos de un químico precoz, que son otros títulos de libros y ensayos de Sacks. Pero si hasta Migraña podría ser, perfectamente, el título de una novela o de una película hollywoodense. ¿No son acaso estos magnificos títulos de Sacks una invitación al error?

A decir verdad, el episodio me dio vergüenza ajena. En parte por mi relación con el mundo editorial, en parte por haber citado más de una vez los casos de Sacks en mis clases en la facultad. Pero también me dará material para hablar, en mi próximo taller de escritura, acerca de la importancia de encontrar buenos títulos. Aunque el corolario sea que esos buenos títulos tanto podrán llegar a ser el punto de apoyo del texto, como su condena.


domingo, enero 30, 2011

Tristeza nao tem fim, felicidade sim.

viernes, enero 21, 2011

Las tres preguntas (Mea culpa)

Somos seres errantes. Cualquier lugar en el mundo puede llegar a ser el nuestro, pero al mismo tiempo ninguno parece serlo verdaderamente. Somos unos eternos desconocidos, no solamente para los demás sino también, lo cual seguramente es más relevante, para nosotros mismos. De allí que esas tres magníficas preguntas, dignas de ser planteadas en una encrucijada cualquiera por una aparición o por una esfinge, carezcan de una respuesta precisa: de dónde venimos, quiénes somos, hacia dónde nos dirigimos. Propuestas así, de un modo tan simple, parece mentira que no podamos resolver estas intrigas. Y sin embargo así es precisamente como son las cosas.

Por eso suelo decirme que la vida resulta, en cierto sentido, no necesariamente una herida absurda, como asegura el tango, pero sí un juego que carece de toda lógica. O mejor dicho, a fin de procurar ser lo más justos que se pueda: tal vez sí tenga una lógica, un determinado sentido; es más, nuestro sentido común y nuestra esperanza nos llevan a creer que seguramente debe tenerlo. Pero nosotros lo desconocemos. Somos arrojados a este juego, y obligados a jugarlo, sin que nadie se tome el trabajo de darnos a conocer sus objetivos, y ni siquiera cuáles son sus reglas. Y así es como finalmente jugamos, de un modo inevitable, sin terminar nunca de saber si lo hacemos bien o si lo hacemos mal.

Se diría que se trata de un absurdo. Realizar algo sin tener la menor idea de cómo ha de hacerse. Y sin embargo, convicciones aparte, es el único modo en que llegamos a vivir. Cierto es que hay quienes por propia voluntad dejan de preguntarse por estas cuestiones. Pues si finalmente se trata de preguntas sin respuesta, no deja de ser razonable dejar de lado el desafío de resolverlas. Pero ni siquiera podemos tener la certeza de que de este modo no estemos abandonando el desafío demasiado pronto, no por imposibilidad sino por falta de empeño. Tal vez por eso algunos no logramos dejar el problema de lado. Y así vamos viviendo, también, sin saber cómo hacerlo. Acusados, por supuesto, tanto por los demás como por nosotros mismos, de hacer las cosas del modo incorrecto.

jueves, enero 20, 2011

Viajar livianos...

Ser desapegados no significa que no podamos disfrutar de nada, o que no podamos disfrutar de estar con alguien. Más bien esta idea se refiere al hecho de que aferrarnos fuertemente a algo o alguien nos causará a la larga un malestar. Porque si nos volvemos dependientes de ese objeto o de esa persona pensaremos: "Si lo pierdo, o nunca lo obtengo, entonces seré miserable". El desapego, en cambio, significa: "Si obtengo aquello que deseo o que me gusta, será bueno; si no la obtengo, de todos modos estaré bien; no será el fin del mundo".

El pensamiento es atribuido al Dalai Lama. Y nos enseña el verdadero sentido de la idea de viajar por la vida livianos.

martes, enero 18, 2011

El desafío de ser uno mismo

Dice Erich Fromm en El arte de amar, hablando de la sociedad occidental contemporánea, que cuando una persona se integra a un grupo, confundiéndose a la larga con él, en general lo hace para superar cierta sensación de aislamiento y soledad en la cual se encuentra sumido.

Señala Fromm: "Se trata de una unión en la cual el ser individual en gran medida desaparece. Su finalidad es la pertenencia al rebaño. Si soy como todos los demás, si no tengo sentimientos o pensamientos que me hagan diferente, si me adapto a las costumbres, las ropas, las ideas, al patrón del grupo, estoy salvado. Salvado de la temible experiencia de la soledad."

Curiosamente, Pierre Bourdieu dice en definitiva lo mismo respecto de las élites, sólo que en este caso quien se identifica lo hace respecto de una diferencia. Para que se comprenda: me identifico con la diferencia que nos separa, a mí y a unos pocos más, de ese gran rebaño del cual recién nos hablaba Fromm.

En este punto no puedo menos que preguntarme por qué razón será que nos resulta tan difícil ser simplemente nosotros mismos...

lunes, enero 17, 2011

La Era de la (des)Información

Una empresa llamada Pingdom, dedicada a analizar el tráfico en Internet, acaba de dar a conocer algunas cifras que, aunque pronto serán obsoletas, apenas transcurra ese plazo cada vez más efímero que llamamos actualidad, aún pueden considerarse interesantes.

Esta empresa señala, por ejemplo, que en junio de 2010 había 600 millones de usuarios de Facebook, contados entre los 1.970 millones de personas que navegan por Internet.

También destaca que al día de hoy existen unos 255 millones de páginas web y 152 millones de blogs, en cierto modo similares a éste que usted está leyendo ahora mismo.

La pregunta es inevitable: ¿Para qué seguir escribiendo cualquier cosa en este lugar, entonces? ¿Qué fortuna o azar hará que alguien se tope con estas palabras, perdidas como la proverbial aguja en el cada vez más gigantesco pajar virtual que es Internet?

Así es la Era de la (des)Información en la cual vivimos.

Jamás antes hubo, en toda la historia de la humanidad, tanta información disponible, un tráfico mayor de mensajes, una conectividad tan eficiente. Pero tampoco tanta vacuidad. El exceso nos ha empujado al vacío. Creemos saber qué piensa alguien que está del otro lado del mundo por haber visto su Facebook, pero no conocemos a quien vive al lado de nuestra propia casa.

Estamos en la Era de la (in)Comunicación.

Y otro dato revelador, que sirve de metáfora para terminar de entender este tiempo que nos ha tocado en suerte: Existen 2.900 millones de cuentas de correo electrónico en el mundo. Cada día se envía un promedio de 294.000 millones de mensajes. Pero de esta tremenda cantidad de mensajes, un 89% es correo basura.

viernes, enero 14, 2011

Una cita sobre el absurdo

"Lo absurdo de algo, cualquier cosa que sea, no es prueba suficiente en contra de su existencia", escribió alguna vez, según parece, Friedrich Nietzche.

miércoles, enero 12, 2011

La naturaleza de la verdad (II)

Hace un par de meses, en noviembre del año pasado, encontré una historia oriental, sumamente instructiva, que volqué en este mismo blog, relativa a la evasiva naturaleza de la verdad. Poco después me topé con un libro de Jaime Barylko, El aprendizaje de la libertad, en el cual aparece otra fábula, en este caso de raigambre judía, que nos habla de lo mismo. Porque no tiene desperdicio, también quise dejarla reproducida aquí:

Erase una vez un rabino que atendía los pleitos de la gente de su comunidad. Un día fue visitado por Salomón:
- Tengo un pleito contra Moisés -le dijo.

El rabino escuchó todas las argumentaciones y dictaminó:
- Tienes razón.

Luego vino Moisés y pleiteó contra Salomón. Escuchó el rabino atentamente y por fin se expidió:
- Tienes razón.

La mujer del rabino, naturalmente curiosa, escuchaba detrás de la puerta. Apareció entonces y reclamó:
- ¿Cómo puede ser que el uno tenga razón y que el otro también tenga razón?

El rabino se hundió en una profunda cavilación. Luego alzó los ojos, miró a su mujer y le dijo:
- ¿Sabes una cosa? Tú también tienes razón.

El fragmento es tan brillante, que me exime -creo yo- de cualquier otro comentario.

martes, enero 11, 2011

Tormenta nocturna

El trueno fue tan brutal que hizo temblar los vidrios de la casa y varias alarmas quedaron sonando allá afuera. Arrancado del sueño, lo primero que atiné a pensar es que así deberían sentirse las bombas en aquellas zonas donde la guerra hace estragos. Seguramente algo habrá tenido que ver, en relación a esta idea, la lectura de La guerra del fin del mundo de Mario Vargas Llosa, pues justo unas horas antes había llegado al punto en que el ejército republicano del Brasil cañonea las aldeas de Canudos, plagadas de hambrientos revolucionarios.

Me levanté para verificar que todo estuviese en orden, la computadora apagada, las ventanas cerradas, cada cosa en su sitio. No hubiese sido la primera vez que una descarga estropeaba un electrodoméstico, o una tormenta repentina anegaba algún rincón de la casa. Cada tanto el cielo se iluminaba de repente, anticipando un nuevo trueno. Fui hasta la habitación de mi hija, que había encendido la luz. Al verme me pidió un poco de agua, y mientras la tomaba pareció sorprenderse cuando le comenté que aquel trueno, ese que me había despertado, me había causado un susto enorme y me había dejado inquieto. Más tarde comprendí que la sorpresa no tenía que ver con el susto, ni con la intranquilidad, tanto como con la confesión: he allí ese adulto temeroso de una tormenta, de un sueño intranquilo, inseguro ante las cosas del mundo, pero capaz al mismo tiempo de confesarlo. En cierto punto es valiente quien se atreve a declararse temeroso, curiosa paradoja.

Me dí cuenta entonces que no está mal tener miedo, pero sí reconocerlo, dejar que las gentes se enteren. Es que tener miedo es mostrar una debilidad. Quien tiene miedo es vulnerable. Y no es bueno, por no ser sabio ni prudente, que los demás conozcan nuestros puntos débiles. Esto es al menos lo que nos dice nuestro sentido común. Aunque lo dicho habla, en realidad, de una concepción determinada del mundo, dentro de la cual el otro es visto como un potencial enemigo, capaz de aprovecharse de nosotros, talones de Aquiles mediante.

Y sin embargo, reconocerse débil es también una de las formas más curiosas de la fortaleza. Es valiente quien se expone, incluso a sabiendas de que así se arriesga ante los demás. El secreto consiste, en todo caso, en saber en qué casos mostrarnos tal cual somos, y en qué casos ocultarlo, para seguir mostrándonos con los habituales disfraces con que solemos cubrirnos, para que los demás no nos descubran tal cual somos.

Pues bien, lo único que se me ocurre decirte, hija mía, es que allí donde hay amor, ni la vergüenza ni el miedo deberían tener sentido.

lunes, enero 10, 2011

María Elena











Nació un 1° de febrero de 1930 en Ramos Mejía. Se autodefinía como aspirante a nieta de Lewis Carroll. Creció en un caserón grande, con patios y gallinero, rodeada por un pomerania negro, rosales, gatos, limoneros, naranjos y una higuera cómoda sobre cuyas ramas leía durante la siesta libros como Los tres mosqueteros, Robinson Crusoe y La cabaña del Tío Tom. Más tarde escribirá poemas y compondrá canciones que trascenderán sus propios límites. Algunas de sus creaciones fueron dirigidas a los niños, otras a los adultos. Unas y otras marcaron profundamente a varias generaciones de argentinos. Hoy María Elena Walsh es esto: un sinúmero de recuerdos.

María Elena, ¿hoy el mundo se encuentra del derecho o del revés? Esta fue una de las preguntas que pude hacerle alguna vez, en medio de una entrevista que tuve la suerte de poder realizar con ella para Revista Clásica, en 1998.

Del revés ha estado siempre -me respondió. Y eso no ha variado para nada. Algunas pocas cosas han quedado del derecho, sin embargo. Y luego, para ejemplificarlo, me siguió hablando de la música, que era una de sus más grandes pasiones.

Será ley de la vida, esto de la inevitabilidad de la muerte. Pero hoy no puedo dejar de sentir que hay algo más del revés en el mundo, y tiene que ver con esta nueva ausencia, la de María Elena Walsh, que se suma a otras ausencias, todas esas que de a poco nos van acercando, en definitiva, a nuestro propio estar ausentes.

Será también por eso que nos duele.

domingo, enero 09, 2011

Fracasos y victorias

Es un disco extraño; no podría terminar de decir si musicalmente es bueno o malo, pero tiene algo que me atrae, que me gusta. También es extraño el modo en que llegó este disco a mis manos: lo encontré tirado en un cesto de basura. Estas cosas suceden cuando uno trabaja en una radio. Para ser sincero, es muy frecuente que lleguen cosas que en verdad no merecen otro destino que el ser arrojadas a la basura, tan escaso es el talento con el que están hechas. A veces se hace justicia; otras, discos que apenas merecerían formar parte de un relleno sanitario terminan siendo puestos en el aire. Pero también sucede que en ciertas ocasiones un disco llega a la basura por error. Valga entonces su rescate.

No diremos de quién es el disco en cuestión. No vale la pena hacerlo. Sí diremos en cambio su título, que es una sola palabra, casi una broma del destino, pues el disco se llama así: Fracaso.

¿No resulta interesante y hasta pintoresco que un disco titulado Fracaso termine en un tacho de basura cualquiera? ¿No es sin embargo una modesta victoria el que alguien lo rescate de allí para valorar algunos de sus méritos?

Rescatemos entonces también, para ser coherentes y justos, la frase de Sir William Sheppard Campell que ha sido consignada en la parte posterior del diseño gráfico de este álbum. Vale la pena hacerlo, sobre todo por aquello que pueda tener de docente por fuera de la anécdota. Dice así: "Victoria es, a veces, atreverse al fracaso en búsqueda de una voz propia."

Y como quien dice voz propia también dice vida propia, la frase será aplicable a cualquier persona que un día decida arriesgarse a fallar, por ser éste el único modo de llegar a aprender si acaso no estará allí la respuesta buscada, por más que luego se revele que no, que no estaba allí, acaso en otra parte.

jueves, enero 06, 2011

Literatura infantil

Los rótulos algunas veces pueden servir como guías. Sin embargo, casi siempre su papel principal parece ser el de generar confusiones. Esta regla tiene validez universal, y por ello el buen criterio debería aconsejarnos evitar los rótulos siempre que ello sea posible. Sobre todo cuando se trata de cosas tan inasibles como, por ejemplo, el arte. Pero ya se sabe: el sentido común es el menos común de los sentidos, y es así como nos convertimos, por hábito o por convicción, en pertinaces maestros de las clasificaciones.

Hablar de literatura infantil supone una torpeza: salvo que hablemos de relatos gestados y escritos por los propios infantes, lo correcto sería decir literatura para niños. Pero esto también es relativo. ¿Quién dice que tal o cual libro sea o deba ser necesariamente para chicos o para adultos? Ya están allí de nuevo presentes las categorías y los rótulos.

Alguien le regaló a mi hija, de trece años, un supuesto clásico de la literatura para niños titulado La historia interminable, obra escrita por Michael Ende en 1979. Lo de supuesto no alude, por supuesto, a la categorización de clásico, sino a la de literatura para niños.

Leo, por ejemplo, en las primeras páginas de este bellísimo libro:

Las pasiones humanas son un misterio, y a los niños les pasa lo mismo que a los mayores. Los que se dejan llevar por ellas no pueden explicárselas, y los que no las han vivido no pueden comprenderlas. Hay hombres que se juegan la vida para subir a una montaña. Nadie, ni siquiera ellos, puede explicar realmente para qué.

No creo que sea necesario realizar mayores comentarios sobre este párrafo. Pero sí quisiera dejar sentadas, tomadas más adelante del mismo libro, estas otras palabras:

Se puede estar realmente convencido de querer algo, quizás durante años, si se sabe que el deseo es irrealizable. Pero si de pronto se encuentra uno ante la posibilidad de que ese deseo ideal se convierta en realidad, sólo se desea una cosa: NO HABERLO DESEADO.

Seguramente la elección de estos dos breves párrafos no sea arbitraria. Aunque lo cierto es que reparé en ellos en otro momento, en otras circunstancias. Tal vez, si hoy volviera a leer este mismo libro, me detendría en otras páginas, en otras frases. Respeto no obstante aquella selección. Y si rescato estos pasajes precisamente hoy, que es Día de Reyes, es porque de pronto siento la necesidad de reivindicar esa fantasía que algunos insisten en relacionar con el mundo de lo infantil, como si los adultos necesariamente hubiésemos perdido la capacidad de gozar y crecer imaginando imposibles.

miércoles, enero 05, 2011

Historias como espejos

Hay gente que se dedica a contar historias. Del mismo modo en que hay quienes se dedican a volcar sus ideas, más o menos lúcidas, en blogs parecidos a éste. Pero quien más, quien menos, todas las personas ceden en algún momento a la recurrente tentación de contarle a otras, que oficiarán de testigos, diferentes relatos, en los cuales cada uno de estos narradores ocupará, muchas veces secretamente, el lugar de los protagonistas principales.

Cada tanto tenemos esta necesidad: la de contar una historia que nos describa. Compartimos así con el mundo nuestras angustias, nuestros temores más íntimos, nuestras frustraciones y nuestras esperanzas. Plasmando nuestros deseos en palabras, lo que pretendemos es convertirlos en algo tangible. Convirtiendo nuestros miedos en palabras, lo que pretendemos es exorcisarlos.

Sucede algo interesante: durante todo el tiempo en que estamos contando estas historias, la realidad y la ficción en cierto punto se confunden. Experimentamos una miseriosa satisfacción cuando el personaje del relato que narramos, o el de la historia que nos es narrada, que en definitiva es otra forma de lo mismo, consigue por ejemplo besar a la chica de sus sueños, como si el logro fuese nuestro. Del mismo modo, la angustia que nos carcomía antes de que la historia fuese puesta en juego parece desvanecerse, como por arte de magia. Y es que durante la vigencia del relato, quien está triste, angustiado, frustrado, no es el narrador, sino el personaje.

Para eso es que contamos historias, que en el fondo siempre son nuestras propias historias: para sentirnos mejor. En tanto dura el relato la angustia desaparece, o por lo menos se transfiere a ese personaje imaginario que somos nosotros mismos reflejados en el espejo del lenguaje. También nos regodeamos con los logros de ese ser ficticio, que sin embargo es al mismo tiempo una expresión de nosotros mismos. En ciertas ocasiones estas dos dimensiones se confunden de un modo tal que el narrador ya no sabe quién es él realmente, y quien el personaje de su relato. Narrador y personaje, personaje y narrador, ambos se confunden; los límites entre uno y otro se difuminan por completo. Algunos consideran esto como una patología. Otros ven en lo mismo una manifestación poética.

Alguna vez uno de los más grandes poetas y músicos argentinos, Gustavo Cuchi Leguizamón, compuso una zamba a la que tituló Me voy quedando ciego. Al Cuchi le habian diagnosticado cataratas. Y durante un tiempo llegó a perder la vista, hasta que una milagrosa operación logró revertir el proceso. Fue un tiempo antes de esta operación que el Cuchi compuso esta zamba. Y cuando más tarde la tocara en público, humildemente explicaría su cometido: "Una vez me tocó quedarme ciego, mientras esperaba la operación de cataratas que me hicieron después. Por supuesto, andaba yo más triste que perro que perdió el dueño. Y se me ocurrió componer esta zamba. Para que fuese la zamba la que anduviera triste, y no yo."

Por todas estas cosas es que uno cuenta y se cuenta historias. Todos lo hacemos. La diferencia es que algunos logran separar mejor la ficción de la realidad. Los otros son los locos. Y los poetas. A veces, como si de un narrador y sus personajes se tratara, resulta definitivamente muy difícil distinguir a unos de otros.

lunes, enero 03, 2011

La elusiva lucidez

Cada vez que comienza un nuevo año, plantearse proyectos y buenas intenciones resulta una costumbre casi inevitable. Por más que uno pretenda mantenerse al margen de semejante tentación ella aparece, tal vez como un reflejo del entusiasmo general. Más allá, ni hace falta decirlo, de que el referido entusiasmo suele ser tan general como inconstante, de que del dicho al hecho hay largo trecho, y de que solamente el tiempo podrá decidir más tarde si tantas buenas intenciones habrán de quedar o no en ser algo más que eso.

Lo cierto es que me he propuesto para este año dedicarle un poco más de tiempo a la actividad de escribir. ¿Escribir qué? Eso no lo tengo todavía del todo claro. Siempre hay cartas pendientes, reflexiones que es necesario materializar de algún modo (para el caso de que las palabras sean algo material), pensamientos de otras personas con los que uno se topa y de los cuales conviene llevar registro (que no se debe confiar nunca demasiado en la memoria). Pero es posible que esta cuestión ni siquiera interese tanto. El que las frases, los temas, los argumentos, vayan surgiendo por sí solos, parece ser parte del desafío. Hay otra pregunta cuya respuesta podría acaso tener mayor interés: ¿escribir para qué? Nótese que ni siquiera se plantea la tradicional cuestión del para quién se escribe, que dejamos pendiente para otra ocasión, sino la utilidad, la finalidad misma del acto de la escritura.

Escribir. ¿Para qué? Ciertamente no será con un fin meramente distractivo. Tampoco será para obtener fama, ni para impresionar a ninguna persona. Tal vez podría justificar este acto como una ingenua tentativa por dejar detrás de mí una huella, pero es probable que semejante pretensión no tenga demasiado sustento. En este punto la tentación de preguntarnos para qué escriben quienes han hecho de la escritura un modo de vida es grande, pero en este caso sí lograremos resistirnos. No se trata de los demás, sino de este caso en particular. Entonces termino por confesarme que en el fondo de esta práctica hay un intento por aferrarme a una lucidez que reconozco, de un tiempo a esta parte, cada vez más elusiva.

No obstante la verdad de esto que acabo de escribir, me siento en la obligación de aclarar que ello no implica necesariamente un deterioro progresivo de mis facultades. Tal vez se trate, de hecho, precisamente de lo contrario. La lucidez siempre ha sido algo elusivo. Y no puede ser sino un rasgo de lucidez el darnos debida cuenta de ello.