viernes, febrero 23, 2024

Sueño 240213

 Algunos sueños cuentan historias. Otros traen recuerdos imprevistos del pasado. Los hay también caóticos, divertidos, angustiantes. Hay también sueños eróticos, por supuesto. Y aunque no sean los más habituales, hay sueños que dejan enseñanzas. Quizás de estos últimos haya sido el sueño caótico que tuve anoche, en el cual yo intentaba establecer una comunicación a través de mi celular, pero no acertaba a escribir la secuencia de números necesaria para lograr mi propósito. Recuerdo la sensación de urgencia, el sentimiento de frustración ante la repetición constante del error que me obligaba a recomenzar una y otra vez de nuevo. 

La comunicación era importante: yo debía hablar con mi padre, aunque no tengo en claro acerca de qué. Probablemente tampoco lo tuviese en claro durante el sueño. Y no lograba concentrar la atención en los números; al menos no lo suficiente como para no equivocarme, una y otra vez. Quizás por eso me molestó escuchar una voz a mis espaldas que me decía, mientras por el rabillo del ojo veía al hombre en cuestión (a los dos: al que me hablaba y al que era referido) parado cerca de mí: "Me parece que ese señor necesita ayuda para cruzar la calle". 

¿Tenemos alguna responsabilidad sobre las historias que soñamos? ¿Puede realmente uno decir, con total honestidad, "bueno, al fin y al cabo no interesa lo que haya hecho o dejado de hacer en esa situación, porque no era más que un sueño"? Porque, en definitiva, el que sueña es uno. Y las acciones que uno desarrolla durante el sueño son acciones nuestras, y de nadie más. Cierto es que también la persona que necesitaba cruzar era uno. Y asimismo la persona que me advirtió de su presencia. Lo cierto es que contesté, sin levantar la vista del celular y quizás no de buena manera: "Sí, pero en este momento tengo que lograr comunicarme con mi papá".

Recién en ese momento, justo en el instante previo a que una repentina lucidez me arrancase del sueño, comprendí que quien me había hablado no había sido otro que mi padre. La enseñanza, que llegó junto con una inevitable culpa, fue que a menudo buscamos lejos las cosas que más cerca nuestro están. No ya en los sueños, sino también en la vida real. Intenté consolarme, pensando que tanto peor me hubiese sentido de haber puesto a mi padre en el lugar de la persona que necesitaba ayuda para cruzar la calle. Pero es muy probable que también haya sido, después de todo. Lo confirma el hecho mismo de que se me ocurriera semejante idea.

Más tarde una frase aterrizó en mi cabeza. Creo que no tiene nada que ver con el sueño, aunque sí tiene que ver con el recuerdo de mi padre, y con no tener recuerdos del suyo, más que un segundo nombre en cierto sentido repudiado, por razones que no vienen hoy al caso. Probablemente también tenga que ver con mi hija, con el paso del tiempo y con el por qué uno escribe las cosas que escribe. La frase en cuestión es ésta que sigue: "No somos recuerdo ni memoria: a la larga, todos somos olvido".

jueves, febrero 01, 2024

Dondequiera que estaba ella...

Después de haber cenado juntos
al calor de la noche y la luz de una vela
-porque en medio se cortó la luz-
Después de haber compartido un helado
-capuchino y chocolate: hasta suena divertido-
Después de haber hecho un amor pacífico,
justo después del orgasmo de ella
y dos segundos más tarde el de él...
Los dos se rieron.
Se rieron como chicos que
se asoman con inocencia al mundo.
Se rieron como si se hubiesen descubierto
por primera vez
a pesar de llevar juntos tantos años.
Se rieron como si afuera de ese cuarto
ya no hubiese temores ni pesares.
Se miraron una vez más, largamente,
amparados en el abrazo,
los cuerpos desnudos y amantes.
Y aunque los dos se reían
fue ella quien preguntó:
 ¿Por qué te estás riendo?
El dijo algunas cosas
pero la respuesta era sencilla:
 Porque soy feliz.
Y es que, como alguna vez escribió Mark Twain:
Dondequiera que estaba ella,
allí estaba el Paraíso.