sábado, septiembre 12, 2020

Diario de cuarentena: Día del Maestro

En el día de ayer, alguien de quien no tenía noticias desde hacía mucho tiempo me envió un mensaje a mi celular para saludarme por el Día del Maestro. Primera sorpresa. Ya sé que el término maestro muchas veces se utiliza en un sentido general, que coincide en una pretendida sinonimia con otras palabras tales como profesor, docente o pedagogo. No soy maestro, pero me reconozco en alguno de los otros vocablos referidos. Sé que me dedico a la enseñanza, pero una cosa es decir "yo enseño" y otra muy distinta que alguien venga y me diga" vos me enseñaste". 

Después de haber leído el saludo y de haber enviado mi consecuente agradecimiento en respuesta, vino la segunda sorpresa, que se disparó a través de una sencilla pregunta que apareció escrita en la pantalla de mi teléfono: "Cómo estás?" Confieso que me quedé mirando esas dos palabras, seguidas por el signo de interrogación, durante un buen rato, en silencio, sin contestar nada. Luego intuí la respuesta más sincera, aunque acaso no la más adecuada para ser dicha, por ajena al contexto, en apenas una palabra. La respuesta debió haber sido: "Azorado"

La prudencia me llevó a encontrar una respuesta más de rigor. Definitivamente, "azorado" era una declaración que no guardaba relación con lo que sucedía en aquel momento. No tenía que ver ni con el Día del Maestro, ni con mi interlocutora, ni con aquella conversación, sino más bien con un reconocimiento general de las cosas, que vengo teniendo de un tiempo a esta parte. Algo así como si me hubiesen preguntado "Cómo estás?" y yo hubiese respondido "Aquí me ves, vivo", por ejemplo. 

Azorado. Desconcertado. Sorprendido. Conturbado. Asombrado de un asombro general ante las cosas de la vida y el mundo, y también ciertas preguntas que a pesar de no poder ser formuladas con palabras, reclaman pese a todo respuestas que ídem. Y entonces me acordé de mi viejo, cuando ya se había puesto grande pero todavía estaba lejos del final, aunque vaya uno a saber qué significará aquí la palabra lejos. Mi viejo diciéndome que con los años había aprendido a ver algunas cosas que antes no veía; y lo decía con asombro, pues se asombraba también, él lo mismo que yo ahora, ante ciertas sensaciones, o ciertas emociones inesperadas, que él mismo no alcanzaba a comprender, y para las cuales no había términos que pudiesen venir a servir para explicarlas. Mi viejo decía no entender de dónde le venía todo eso, pero intuía que tenía que ver con cierta sabiduría, aportada por el paso del tiempo. Y así me siento también un poco yo ahora, un poco más sabio, aunque siga ignorándolo casi todo, y al mismo tiempo azorado.

Anoche soñé. Soñé que nevaba copiosamente, bajo un cielo azul y despejado. Yo miraba hacia arriba, reía, intentaba agarrar con las manos, con la boca, los grandes copos que caían con suavidad y en silencio, y recuerdo que en mi sueño volví a sentir ese mismo azoramiento. Me dije a mí mismo: esto es como el mundo, esto es como esos atardeceres que suelo admirar desde la ventana de mi departamento, esto es como lo que siento cuando acaricio la espalda desnuda de la mujer a la que amo mientras duerme. Esto es el misterio de la vida.

Esto es el mundo. Recuerdo otros detalles, que probablemente muy pronto olvidaré, del sueño inquieto de esa noche, ligeramente intranquila. Pero elijo quedarme solamente con esa nevada, y con aquella sensación inefable. Y con tu espalda desnuda, claro. Aquella nevada, el silencio, la calma, el inefable asombro.