viernes, diciembre 21, 2018

Sin título

Hay una inercia extraña
que me empuja hacia el vacío
al tiempo que otra fuerza incierta
-aunque podría ser la misma-
me conduce a una quietud
parecida a la nada.
Quisiera irme
pero al mismo tiempo
desearía llegar de nuevo,
comenzar otra vez desde el cero.
Sabemos que no es posible.
Entonces la inmovilidad se manifiesta
como la única alternativa que
aunque más no sea,
puestos ante la vieja disyuntiva
entre disolvernos o estallar,
nos promete al menos
un poco más de tiempo
para pensarlo.


miércoles, diciembre 19, 2018

Tiempo

No existe el futuro:
el tiempo no es más que
una serie de momentos presentes.
El pasado, en cambio, sí existe:
todo lo que vemos a nuestro alrededor
deviene de lo que ha sido.
Pero quien sea que haya vivido ese pasado
ya no está más entre nosotros.
De ayer a hoy hemos cambiado.
Ya no somos quienes fuimos.
Siempre somos el ahora.


Hay una paradoja con el tema del tiempo. Uno puede decir que el futuro, a diferencia del pasado y el presente, no existe porque es meramente ideal, ya que por definición se trata de lo que todavía no es, por más que se apuntale sobre lo que viene siendo. El pasado, en cambio, definitivamente ha sido... por definición. Pero esto supone afirmar que en rigor ya no es más; vale decir, que ya no existe. Unicamente podemos experimentar el momento presente. El futuro es un ideal y el pasado no más que recuerdos, generalmente desdibujados. Y si bien ambos se anclan al presente, uno todavía no es y el otro ya no es más. Pero entonces surge el otro problema: determinar la densidad del momento presente. ¿Cuánto dura el presente? ¿Un día, acaso? ¿Una hora, un minuto, un segundo?... Ha quedado demostrado que nuestra propia percepción del presente es irreal. Que cuando sentimos algo, por ejemplo, el impulso que ha causado esa sensación se ha disparado -tiempo pasado- un poco antes. ¿Medio segundo?... ¿Una décima de segundo?... Es curioso, pero siempre siempre siempre (¿es "siempre" una medida de tiempo?) es posible dividir por dos esa exigua parte que es el tiempo presente, como en la paradoja de Xenón, de lo cual resultaría que en verdad tampoco el presente existe más que como una idea, como una percepción. En realidad es probable que nada de todo esto importe demasiado. Son nada más palabras e ideas, que ya mismo se disuelven en el pasado.

martes, diciembre 18, 2018

Nuages


Nubes negras, allá lejos,
aquí cerca, tan cerca como dentro.
Y entonces no hay distancia
entre el cielo y el alma.
Por qué será que las nubes,
cuanto más oscuras más fuerte la metáfora,
han sido elegidas para simbolizar la pena.
Será acaso porque presagian lluvia,
o porque no nos dejan ver
con claridad el cielo.
Y sin embargo
el cielo oscuro también es cielo.

Hay días que son esto.
Días en que el cielo se derrumba
o acaso uno cae hacia el firmamento.
Las nubes son como fantasmas.
Será mejor no tentarse,
jamás intentar semejante vuelo.
No valdría la pena.
Salgamos mejor a caminar,
o intentemos exorcisar la pena así,
con una fotografía
y un repentino rejunte de palabras.

domingo, diciembre 16, 2018

Sin título

No hay nada.
Absolutamente nada.
Excepto lo que uno imagine que hay.
Así y todo, entonces, lo que haya
será siempre apenas eso:
una mera ilusión.
Hoy de nuevo llueve.
Hoy de nuevo la vida
se disuelve en un mar de niebla.
Hoy de nuevo no hay nada,
excepto ilusiones pasajeras.
Mientras tanto, la vida se pasa.
Estoy cansado de que la vida
sencillamente transcurra sin sentido.
Sin sentido.
Sin sentido.

lunes, diciembre 10, 2018

Nocturno

La noche transcurre otra vez
enigmática, inconmovible,
y otra vez pone de manifiesto
el insondable misterio de la vida.
Suena un concierto de Vivaldi.
Pero aquí solo estoy yo para escucharlo.
Solo yo, en medio de la noche,
en medio de tantas vanas soledades
anónimas, imaginarias o reales.
Hoy no hay nadie más aquí.
Solamente Vivaldi,
el tiempo que transcurre
y estas palabras que escribo
mientras la noche se lleva
los sueños de los anónimos seres
a un sitio del que nada sabemos.

domingo, diciembre 09, 2018

Lluvia 181209

Llueve. Milagrosamente llueve.
Pero debería caer un diluvio,
llover torrencialmente durante
días, semanas, meses enteros,
para lavar todo el desencanto
que enchastra la faz del mundo,
y de seguro también sus entrañas,
repletas de humanidad y heces.
Solamente el arte o el amor
serían capaces de redimirnos.
O una lluvia interminable
que disipara el horror
de no saber cuál sea el fin,
ni el principio, ni el propósito
de todo cuanto nos rodea,
ni de nosotros mismos.

miércoles, noviembre 28, 2018

Insomnio 181128

Cuatro de la madrugada.
Angustias y poemas viejos.
Insomnio, algo como una náusea,
un mal contenido enojo,
y el secreto deseo de que la noche,
pese a todo, no se termine nunca.
Suena un laúd: es una sonata
de Silvius Leopold Weiss.
Me hace daño saber que
la mañana llegará pronto
y destruirá este bello silencio.
¿Por qué será que nada perdura
en las movedizas arenas
de esta vida fugaz e incierta?


domingo, noviembre 25, 2018

Sueño 181124

Estoy despierto. Me quedo dormido de nuevo. Sueño entonces que alguien pasa una misteriosa hoja de papel por debajo de la puerta de mi departamento. Al parecer es una hoja arrancada de un cuaderno, y tiene algo escrito con una caligrafía irregular y tinta negra. Intento leer lo que dice. Pero justo en ese momento me doy cuenta de que ese papel no existe, que lo estoy soñando.

Cuando uno se da cuenta de que está soñando, ¿está más cerca de estar dormido o de estar despierto? Tal vez no sea ninguna de estas dos cosas, sino un espacio intermedio, distinto.

Lo cierto es que en ese momento me doy cuenta, y sé que estoy soñando, pero de todos modos siento la fuerza de mi propia curiosidad. ¡Quiero saber qué es lo que dice ese pedazo de papel!... Me esfuerzo en mi intento por enfocar las palabras escritas y comprenderlas. Entonces me río, y me termina de despertar mi propia carcajada.

Es que, en medio de ese extraño estado en el cual no estamos ni dormidos ni despiertos, acabo de comprender que ese papel sólo puede tener escrito lo que yo quiera que diga. Soy el único que podría poner en él un contenido, porque nuestros sueños somos nosotros mismos. Ni más ni menos. Y a pesar de todo, sin embargo, no he logrado despegarme del todo de la duda. ¿Qué hubiese dicho ese papel si yo hubiese logrado leerlo en mi sueño?...

jueves, noviembre 22, 2018

Rain

Ryouu, reiu, kanu,
hisame, shun rin, nagame,
inrin, tenkyuu, yuudachi...
Dicen que los japoneses tienen
al menos cincuenta palabras
diferentes para designar la lluvia.
Que no es lo mismo la llovizna
en una tarde fresca que un diluvio,
ni la lluvia nocturna enmarcada
por fulgurantes relámpagos que
aquella que da lugar al arco iris.

Durante mucho tiempo la lluvia
significó para mí un desasosiego,
la incertidumbre de una herida abierta,
la marca de un abandono.
Con el tiempo las cosas cambiaron.
Una lluvia tenue ocupó el lugar
que antes solía tener el aguacero.
Otros sentidos llegaron al mundo,
otra vida, otras luces, colores nuevos,
y hubo inexplicables encuentros,
y también hubo despedidas.

Llueve, de hecho; ahora mismo llueve,
pero mientras escribo me doy cuenta
de que esta lluvia no es trágica
ni está anegada de olvidos.
Tal vez apenas una incierta melancolía.
Que vos no estés ahora aquí, por ejemplo,
o el rumor de una memoria que dice
que tanta lluvia fue necesaria para
lavar todas las heridas del alma.


Serían necesarias tantas palabras,
en todo caso, para describir la belleza
de este inasible instante,
de este momento eterno.
Entonces, diría acaso Wittgenstein,
ante aquello que no es posible decir
quizás lo mejor fuera callarse.
Callar y contemplar, en silencio,
la lluvia que cae, el cielo interminable,
el recuerdo de tus ojos,
más allá de cualquier nombre.

Y sin embargo, en silencio, digo tu nombre.


viernes, noviembre 16, 2018

Zapatillas y sillas de ruedas


A veces un día cualquiera puede convertirse en un día especial por motivos extraños. Por ejemplo, hoy podría ser un día especial por el sencillo hecho de que hoy vendí la silla de ruedas que fue de mi padre. Esa silla de ruedas que yo mismo me encargué de comprarle, cuando comprendimos que ya no volvería a caminar como antes. Alguien más, de quien jamás sabré ni quiero saber nada, se sentará a partir de mañana en ese mismo asiento de cuerina reforzada que mi padre ocupó, al menos  durante un tiempo, y después de ese tiempo ya no más, y después quién sabe. Y mientras tanto la vida sigue. Para quienes van quedando, claro está.

En un día cualquiera, como puede ser el de hoy, es posible sentir emociones mezcladas, como enojo, impotencia y nostalgia a la vez. Un enojo contenido, porque sé que esa silla fue en algún momento, para mi padre, el símbolo inequívoco de su decadencia física, tanto como sé que por eso mismo él en algún momento la detestó. Y tal vez a mí, por habérsela comprado. Impotencia por razones que son más que obvias. Es al fin y al cabo el sentimiento mas legítimo que un mortal puede tener ante la evidencia de su finitud, de la finitud de todo. Y nostalgia porque, más allá de cualquier consideración, esa silla no dejaba de ser uno de los últimos rastros que quedaban de él. Y sin embargo, qué otra cosa podría haber hecho. Qué sentido hubiese tenido conservar ese penoso rastro si la persona en cuestión ya se ha ido. Aferrarse a qué.

Rastro penoso. Pero rescato de esa silla de ruedas momentos y aprendizajes. La curiosa circularidad de la vida, por ejemplo, que comprendí al cruzarme una y otra vez con jóvenes padres y madres llevando sus propias sillas de ruedas, ya no con ancianos, sino con sus pequeños hijos. Imagino que quizás alguna vez mi padre me habrá llevado en una de esas. Tal vez el día de mañana le toque a mi hija hacer otro tanto conmigo.

Entonces, también me toca agradecerle a la vida que me haya dado la oportunidad de haber llevado a mi padre en esa silla, haber compartido a través de ella momentos (breves, siempre todo en la vida es demasiado breve), y haber sido el responsable de conducirlo en sus últimos días, con todas las contradicciones que ello supuso.

Ahora miro hacia abajo y veo mis zapatillas. Las zapatillas que llevo puestas, que hasta hace poco fueron suyas. Son las mismas zapatillas que él solía usar cuando yo lo llevaba en su silla de ruedas. A diferencia de la silla, voy a conservarlas. Y voy a usarlas hasta que ya no den más. Para que de alguna manera, símbolo vano pero símbolo al fin, mis pasos sean sus pasos, al menos durante un tiempo. Y después quién sabe.

martes, noviembre 13, 2018

Todo es un ensayo, nadie te está mirando

Hernán Casciari es, a mi modesto entender y por diversas razones, uno de los mejores escritores que haya dado la Argentina en los últimos tiempos. Conozco muchos de sus textos y suelo estar atento a sus novedades. Por eso me llamó la atención, hace algún tiempo, un video subido a YouTube que lo presentaba a través de un título que me resultó atrapante de entrada, además del hecho de que aparentemente me remitía a un texto que yo no conocía.

Error. Se trataba del registro de una charla que Casciari había dado no importa adónde ni cuándo. Charla que comenzaba con una confesión: cuando los organizadores lo llamaron por teléfono para pedirle un título para aquella presentación, él estaba medio dormido y tiró cualquier cosa. O mejor dicho: tiró un título genial, con la idea de escribir algo genial cuando llegase el momento. Cosa que no sucedió. En su charla, vaya uno a saber si por cansancio o falta de inspiración del momento, Casciari volvió sobre un texto suyo antiguo, interesante pero ya conocido. Para colmo, no siempre los buenos escritores son quienes mejor llevan adelante la lectura de sus propios textos en voz alta. Y para mi gusto Casciari se acomoda demasiado bien a esta regla.

Pero regresemos. Dejemos de lado la anécdota y volvamos al título en cuestión. Título que todavía no ha aparecido en este texto. Título que vuelvo a leer y me sigue impactando, como si en su sintética formulación ocultara una verdad de dimensiones colosales, por mucho mayores a lo que una mirada ingenua podría sospechar. Como la punta del iceberg que hundió al Titanic. O algo así.

"Todo es un ensayo, nadie te está mirando". 

Ese era y sigue siendo el título en cuestión. Es verdad, aparece recién ahora en este texto pero ya había sido consignado en el título del presente escrito, casi como en un juego de espejos. Así es la vida.

Todo es un ensayo. Y es verdad. Ensayo, prueba y error. Y de vez en cuando quizás algún acierto. Con un poco de suerte tendremos la lucidez para darnos cuenta de haber acertado, en tal caso. O de haber fallado; porque en ocasiones estas revelaciones llegan a destiempo. Todo es un borrador, que paradójicamente terminará convirtiéndose en la obra definitiva, pues no hay posibilidades de eliminar esas marcas, quitar lo que se ha escrito y cambiarlo por una frase más ajustada a nuestro gusto, como estoy haciendo yo ahora mismo con estas líneas, mejor esta palabra en lugar de aquella otra, aquí un punto, acullá una coma. En la vida, las marcas quedan. Más o menos visibles, pero sempiternas. Un día, en algún momento más o menos imprevisto, abandonaremos este mundo y un capítulo, un párrafo, una frase, quedarán allí, perfectamente imperfectas, a medio bocetar, y eso habrá sido todo. Un puto ensayo (del latín vulgar puttus, según la primera acepción de la RAE adjetivo malsonante, utilizable como calificación denigratoria). Así que mejor amiguémonos de una buena vez con este género, al ensayo me refiero, porque sencillamente no hay otra cosa.

Y además nadie te está mirando. Ni para bien ni para mal. Ni para premiarte por las cosas buenas que hagas, ni para condenarte por las malas. No te persigas, que no vale la pena. Lo cual no quiere decir que no debas cuidarte. Pero no para satisfacer la mirada de un Gran Otro que esté allí, vigilante, sino para vos mismo. Para que cuanto te mires en algún espejo, no importa de qué clase sea, puedas estar orgulloso, o por lo menos satisfecho, o por lo menos que no encuentres motivos de peso para condenarte. Más allá de que -esto también es importante saberlo y aceptarlo- la realidad es que no somos ángeles, sino seres humanos. Con todas nuestras miserias y contradicciones. Ninguno de nosotros está plenamente libre de culpas, por más que muchos no dudarán al momento de arrojar la primera piedra, y la segunda, y la tercera. Pero lo que quiero decir es que el juicio no proviene de un otro, sino de nosotros mismos.

Cómo es que he llegado hasta acá, no lo sé. Yo solamente quería reflexionar un poco, como en voz alta, acerca de un título huérfano. Después de todo, si quiero ser coherente con lo dicho, acaso no estoy escribiendo todo esto para nadie en particular, o acaso escriba para cualquiera. O para vos. O para mí mismo. De todos modos este detalle acaso no tenga la menor importancia.

lunes, noviembre 12, 2018

Grietas




















Siempre me he preguntado
por qué una grieta se abre allí,
precisamente donde el material se quiebra
y no en otro sitio cualquiera,
qué determina el caprichoso dibujo,
o si el mismo no habrá estado allí
mucho antes de ser visible,
antes del amarillo pero inclusive
antes del gris, y me digo
si no sucederá igual con las grietas
-las tuyas, las mías, las de todos-
que van marcando nuestras vidas.

(Foto: María Teresa Cibils)

lunes, octubre 22, 2018

Hacia la nada

Me voy perdiendo de a poco
Me voy extraviando
Muy lentamente
Tan lentamente que
Bien podría engañarme
Decirme a mí mismo que no
Que esto no está sucediendo
Que esto simplemente no
Mientras me sigo adentrando
En este bosque tan oscuro
Desconocido y gélido
Extrañamente silencioso
Aunque en él resuenen mil voces
Imprecisas, insistentes
Como ecos de algo que nunca fue
Y sin embargo
Estoy aquí
Todavía aquí
Aunque no sepa dónde
Ni por cuánto tiempo
Por cuánto tiempo yo
Por cuánto tiempo aquí
Y después, que quedará después
Cuando ya no sea
Cuando nada ocurra
De a poco me voy perdiendo
Creo que esto ya lo dije
Puede ser que lo haya dicho
Hasta que un día por fin será cierto
Y que sucederá ese día en el cual
Finalmente se ahoguen todos los gritos
Y todas las preguntas
Y todas las posibles respuestas
Pierdan todo sentido
Y ya no logren encontrarme
Seguramente no importará
Carecerá de cualquier importancia
Pero no deja de darme pena
Una pena tan enorme ahora mismo
Pensar en ese triste, horroroso
Solitario momento.

miércoles, octubre 10, 2018

Poeta maldito

El dolor, considerado en sí mismo,
es una forma particular de la poesía.
Una forma perversa, quizás.
Pero gracias al dolor
el hombre conoce que existe,
que todavía está vivo,
que aunque parezca imposible
siempre puede ser peor;
o lo que es más grave:
directamente no ser.
Bendito sea el dolor, entonces;
este dolor maldito
que nos aborrece o nos ama,
vaya uno a saber,
que esos asuntos en ocasiones
no resultan del todo claros.

El dolor es, entonces, una de
las oscuras formas de la poesía;
ya ha sido dicho más arriba.
Pero no termina allí el asunto,
pues una cosa es sentir el dolor
y otra muy diferente poder decirlo,
acomodarlo en palabras,
exorcizarlo a través del
ejercicio extraordinario
del verbo para luego
volver a hacerlo carne,
que allí es donde arraiga
todo dolor que de tal se precie.

Entonces resulta que
el dolor del poeta es mayor
al de cualquier otro infeliz mortal.
Pues por un lado sufre
como un hombre cualquiera,
pero además sabe
que por mucho que la palabra
le ofrezca convertir todo
su mal en belleza,
al mismo tiempo no existen
palabras que le permitan
expresar aquello que
verdaderamente siente
en el fondo oscuro del alma.

domingo, septiembre 23, 2018

Ese extraño cielo


Ese extraño sol
ese extraño cielo
que venimos viendo
desde hace ya cuánto
cincuenta años
medio siglo
veinte mil días
o acaso no lo hayamos visto
realmente nunca
sino hasta ayer
tan cercano
tan inalcanzable
tan sutilmente íntimo
tan abrumadoramente bello
tan indescriptible
como este fugaz instante.

jueves, septiembre 20, 2018

Dos fantasmas

Entonces ¿hoy sos solamente esto? ¿Apenas un añorado fantasma? Pero no, no te sientas mal por lo que te digo. No te aflijas, porque todos somos fantasmas, en alguna medida. En la medida de nuestras muertes, por supuesto, pero también en la de nuestras vidas. Fijate, por ejemplo, en esta vieja fotografía, desde la cual alguien que alguna vez fuimos, pero que definitivamente ya no somos, de pronto nos observa, y acaso hasta nos sonríe. Mirá y decime ¿quién es realmente ese extraño? Ese que se nos parece, ese que alguna vez fuimos, pero ya no más. Ese que ahí, en la fotografía, todavía está dispuesto a hacer cosas que a nosotros hoy nos avergüenzan. ¿En qué medida nos representa esa persona? ¿Acaso volveríamos a hacer lo mismo que él hizo una vez, lo que todavía está dispuesto a hacer, o intentaríamos hacer todo -o casi todo- de una manera diferente?

Te estoy hablando a vos, pero en realidad me hablo a mí mismo. Ya ves, entonces, hasta qué punto los dos somos fantasmas, en definitiva. Cierto es que de maneras distintas, al menos todavía. Pero mirá esta otra foto, desde la cual vos y yo me miran: ese vos que una vez fuiste, ese yo que una vez fui... En la foto los dos somos fantasmas de un mismo modo, ¿te das cuenta? Pero entonces me termino preguntando si al fin y al cabo no seré acaso yo mismo un espectro. Es posible que lo sea, en alguna medida. Te confieso algo: a veces dudo de que yo mismo sea todavía alguien real. Solamente es cuestión de tiempo. De tiempo, de recuerdos y de olvido. Mientras tanto te extraño y quisiera beberme todo lo que queda de la vida en un atardecer eterno, en un beso interminable, en una siesta de amores que no se acabe jamás, en un reloj que de repente se detiene, aunque nunca sea del todo cierto. El misterio, eso es lo único que permanece y nos trasciende.

martes, septiembre 18, 2018

Sueño 20180918

Hace justo tres años.
Hace justo dos meses.
Y justo anoche te soñé.
Recién anoche conseguí soñarte, de hecho. Como si de nuevo hubieses estado aquí, al menos por un rato. Estabas sentado a la mesa, con tu campera polar roja. Más joven que cuando te fuiste, pero visiblemente abatido. Te abracé, sabiendo que en verdad estabas muerto, pero como sin querer saberlo. Me sorprendió descubrir que podía tocarte. Te pregunté qué te pasaba, por qué estabas triste. Me contestaste que todo el tiempo esperabas estar un par de horas con nosotros. Que ese tiempo se te pasaba cada vez más rápido. Y después de vuelta la espera, una espera interminable. Después me desperté. Quise volver a dormirme, pero no pude.
Te extraño tanto. Y me faltan las palabras.

viernes, agosto 24, 2018

Fotografías y encuadres


Observo mi foto una vez más. Mi foto por partida doble, porque fui yo quien la tomó, y es mi rostro lo que la fotografía muestra. En realidad muestra a la persona que fui en el momento en que la foto fue tomada. Cosa curiosa lo de la temporalidad de la fotografía: siempre que hay una foto aparecen implicados el presente y un pasado. Ahí estoy yo, siendo mirado desde un presente tal como fui visto a través del lente de una cámara en ese tiempo pasado. Un yo dividido, o acaso multiplicado, como en un complejo juego de espejos y simultaneidades relativas. Allí está el yo que fui, siendo observado desde un hoy que para quien mira a cámara era una abstracción, como lo sigue siendo para nosotros cualquier futuro que, por definición, aún no haya llegado. Allí está el yo que fui, mirando a cámara, acaso sin sospechar que esa foto se convertiría con el tiempo en algo tan especial. Quizás algo sospeché; pero si de verdad hubiese sabido, me hubiese ocupado de darle a mi cara una expresión diferente, más interesante, más digna de quedar fijada en el tiempo. Pero no lo supe. Por lo general ese es el problema: no solemos saber las cosas en el momento en que deberíamos ser plenamente concientes de ellas.

Es curioso: las fotografías son importantes por lo que muestran, como resulta razonable, pero también pueden serlo por lo que ocultan, por lo que queda afuera del encuadre. En este caso, el protagonista de la foto aparento ser yo. Pero se trata solamente de eso: de una apariencia. Porque en realidad estamos hablando de un fragmento de una fotografía más extensa. Vuelvo a mirarme. Noto que no sonrío. Aunque tampoco aparento estar triste. No alcanzo a descifrar cuál es la expresión que podría transmitirme el rostro que veo si no supiese que es el mío. Tal vez porque no logro despegarme de las sensaciones, todavía presentes, que tuve al momento de tomar la imagen. Detrás de mí se alcanzan a ver las ramas desnudas de un árbol de Plaza Irlanda. También parte de algunas otras copas, por el contrario, frondosas, de un par de ejemplares perennifolios. Me causa gracia el término, de pretensiones académicas; pero es así como se dice. Puede verse además una columna de alumbrado, y un poco más atrás, si uno presta suficiente atención, la esquina de un edificio, donde seguramente otras gentes, con otras preocupaciones, otros pensamientos, otras historias, estarían viviendo sus vidas, tan ajenos ellos a mí como yo a ellos. Recuerdo que era una tarde particularmente gris, de bastante frío, y amenazaba llover de un momento a otro. El cielo que alcanza a verse lo testimonia.

Se trata de una foto ciertamente especial para mí. Pero entonces, de nuevo: su importancia no radica tanto en lo que se ve, como en lo que no alcanza a verse. Porque en realidad, vuelvo a decirlo, si esta foto se hubiese dejado completa no me mostraría solamente a mí. Y entonces la metáfora, porque lo cierto es que la otra persona aparece ausente. Ausente en este recorte de mi fotografía, pero también ya definitivamente en el mundo. Y sin embargo está a mi lado. En la fotografía, quiero decir, si uno la viese completa. ¿Cabría tal vez pensar que de igual manera podría estarlo en el mundo, invisible pero presente? Es imposible verificarlo. ¿Será verdad eso que dicen, que existe un cielo místico al cual van a parar las almas de quienes mueren? Definitivamente es una idea que suena demasiado extraña para mí. Pero no más extraña que la hipótesis que asegura que la muerte supone sencillamente el desvanecimiento de quienes somos en la más absoluta nada.

Así las cosas, la foto, editada de esta manera, cumple el objetivo de recordarme a mí mismo estas posibilidades. La idea es que me diga que tal vez (nótese que he escrito "tal vez"; no más que eso, aunque tampoco menos), así como no se ve a simple vista que en la fotografía en realidad no estoy solo (...que la persona fotografiada no estaba sola en el momento de haberse hecho la toma), acaso algo similar podría suceder asimismo en la realidad el mundo.

Finalmente, esta foto del que fui aparece montada arriba de otra fotografía. En esta segunda imagen no se ve a nadie. Es tan solo un sector de campo, con algunas hojas y un par de troncos en primer plano, fotografiado el conjunto durante una tarde de copiosa lluvia. En la fotografía no aparece nadie, pero también en este caso la verdadera importancia de la foto no tiene que ver con lo que se ve, sino con lo que está presente del otro lado del lente. Es la fotografía de un momento, de una situación, de una compañía, de un nacimiento, de una esperanza, de algunas promesas. Solamente quienes estuvieron allí pueden comprender lo que no aparece en la foto. Y para quien estuvo, tal vez sea cierto que una imagen vale más que mil palabras. Y es por eso que ambas fotografías aparecen juntas en un preciso momento, en un presente que ya es pasado, y sin embargo persiste.

miércoles, agosto 22, 2018

Alienaciones

I.
Me mirás con extrañeza
como si estuvieses detrás de un espejo,
como si razonablemente aguardaras
que de mi boca saliesen palabras
que viniesen a explicar algo,
que echasen un poco de claridad
sobre una situación imprevista.
Pero no. Se terminó mi verborragia.
Este soy yo detrás de mi silencio.
Soy yo, intentando decir cosas
que simplemente no pueden ser dichas
pues solo puede decirse lo que se conoce
y el mundo entero se ha convertido de pronto
en una dimensión hostil e incomprensible.

II.
Inmóvil como un gato
como un gato inmóvil
que pacientemente acecha
como si fuese un ratón
a la ineludible muerte
acechador acechado
así estoy yo
atento
vacío
pendiente de una ventana
mientras sospecho que
la muerte llegará
a través de la puerta
a mis espaldas
y sin embargo
no consigo voltearme
permanezco inmóvil
y sencillamente aguardo
lo inevitable.

III.
Qué sucede que se me han
escapado las palabras y las horas.
Dónde se ha ido el niño que fui,
el padre que iba a ser, el hijo,
los primeros besos, los amores,
las esperanzas de un futuro elusivo
que no llegó a ser y sin embargo
ya no es futuro, pero tampoco
pasado, presente, ni nada.

IV.
Henos aquí.
En este momento somos.
Menudo descubrimiento:
es evidente que somos.
De lo contario ni siquiera
podríamos estar diciendo esto.
Y sin embargo el dilema es otro:
no se trata de ser o no ser
sino de intuir qué cosa somos,
de dónde es que venimos,
y hacia dónde vamos
o con qué propósito.
Todos esos interrogantes
tantas veces vanamente repetidos
para los cuales no existe respuesta.
Es posible que no seamos más
que algo que viene de la nada
y se dirige hacia otra nada.
Apenas ese mientras tanto.

V.
Que la noche dure,
que dure la noche,
que extienda su manto
de quietud y silencio
sobre el alma dormida del mundo
al menos para que yo pueda
seguir escribiendo palabras.

martes, agosto 07, 2018

Reflexiones

Leo: "Cada quien es el último testigo de cosas, hombres, vivencias, que desaparecerán ineludiblemente con él, pues después ya no habrá nadie más que los retenga en lo real. Un pasado que ya no sea recordado no existe. De este modo la realidad se desliza fuera de la realidad. Y sin embargo no se puede decir que el desierto crezca, pues surge nueva realidad allí donde la antigua se escurre y desaparece sin remedio."

Pienso que esto último no me sirve de consuelo. Y también que sólo necesita consuelo quien espera algo diferente de que le es posible alcanzar. De modo que simplemente soy tonto. Además de ignorante. Hombres fáusticos, eso somos. Me pregunto si serlo -o si hacerme tantas preguntas- estará inscripto en nuestra naturaleza. O si será posible hallar otros rumbos.

Hay una nube en el cielo.
Una hermosa nube
que se recorta con nitidez
en el fondo de un cielo límpido.
A los pocos minutos se desvanece.
La nube persiste en mi recuerdo un tiempo,
algunas horas, algunos años.
Finalmente también el recuerdo se desvanece.

¿Cuál habrá sido el sentido de la existencia de aquella nube, que curiosamente no llegó a plantearse nunca el sentido de su propia existencia? Y si yo no hubiese levantado la vista al cielo aquella tarde, y nadie más la hubiese visto... ¿la nube así y todo hubiese existido? ¿Hay manera de saberlo? Acaso hubiese habido de todos modos nube. Pero no sentido, ni tampoco preguntas, ni recuerdos, ni palabras.


jueves, agosto 02, 2018

Fugacidades

No existe Dios.
Quizás haya muerto,
o tal vez nunca existió,
o acaso decidió dejarnos
librados a nuestra suerte.
El asunto es que no hay Dios,
y por ende tampoco un sentido,
excepto aquel que logremos
proporcionarnos nosotros mismos.
Nosotros, inventores de los dioses,
los sentidos, la moral y las leyes,
todo ello tan falaz y fugaz
como nosotros mismos,
y sin embargo.
El amor y la poesía nos desmienten,
por más que también efímera sea
la frágil naturaleza de estas cosas.
Una melodía suena en alguna parte.
Es la Meditación de Thaïs, de Massenet.
Pero ya es apenas su recuerdo.
Fugacidades. Instantes inasibles.
Y sin embargo somos tan reales.
Eso somos: apenas un mientras tanto.

jueves, julio 19, 2018

Despedida

Llueve.
No podría haber sido de otra manera.
Llueve y vos ya no estás para ver esta lluvia.
Para decirme 'andá con cuidado'.
Para apretar mi mano y sonreirme.
Y tu ausencia es tan absurda
que me resulta inaceptable.
Cómo es esta mierda de que ya no estás.
Adónde se supone que te has ido.
Y sin embargo, yo vi tu cuerpo,
tu cuerpo sin vida y sin aliento,
sin ánima, porque ahí vos ya no estabas.
Ahí ya no estabas, pero entonces adónde.
Te fuiste despidiendo de a poco,
día tras día, durante largos meses,
pero no pudiste decirnos adónde irías.
La última vez que estuve con vos
aún respirabas, pero ya no podías hablar.
Hablé yo. Te dije mil cosas.
No sabré jamas cuáles habrán sido
tus últimas palabras lúcidas.
Pero sé cuáles fueron las últimas
que te pude decir yo:
"Regreso mañana".
Eso te dije, acariciando tu cabeza blanca.
"Pero si tenés que irte antes -añadí-,
llevate con vos todo mi amor".
Eso te dije. Y cuando volví por la mañana
ya habías partido.
¡Ay, si comprendiéramos las cosas a tiempo!...
Estés adonde estés quiero que sepas
que mi amor está con vos.
Ojalá volvamos a encontrarnos.


lunes, julio 16, 2018

Sueño 180716 - Los mortales

Ibamos caminando por un paraje extraño, nocturno, como al costado de un bosque, que permanecía iluminado por cientos de velas encendidas. Esto sucedía en un tiempo posterior al tiempo de los hombres, aunque todavía quedaban restos de la antigua civilización. Yo iba acompañando a un ciego, un sujeto entrado en años, pero de gran porte y aspecto importante. Yo venía a ser algo así como su lazarillo, pero era él quien conducía el rumbo. Sospeché que su ceguera no era total; que acaso era un ciego con cierto don de videncia, como el legendario Tiresias.

En cierto momento nos cruzamos con dos varones que nos preguntaron con tono severo adónde nos dirigíamos. Yo les mostraba un mapa, creyendo que tal vez ellos podrían revelarme cuál lugar era aquél. Uno de esos hombres me dijo entonces que los mapas ya no servían, pues no había ningún sitio al cual todavía se pudiese ir. Me pareció que aquellos personajes nos miraban con cierto recelo, y algo debió haber notado también el ciego, pues retomando decididamente el paso comenzó a avanzar, diciendo que debíamos irnos de aquel lugar. Cuando lo alcancé, ya estaba hablando con un tercer hombre, que le daba indicaciones para llegar a alguna parte:

- Si siguen derecho van a encontrar un río, y poco después dos estatuas enormes que flanquean el camino...

Los dos hombres a los que les había mostrado mi mapa nos habían seguido a cierta distancia y también ellos escuchaban la conversación. De repente una mujer se acercó y dijo que lo mejor sería que nos quedáramos en aquel lugar, pero lo hizo con una intención que me pareció dudosa. Y debió de parecerme bien, porque lo siguiente fue que los hombres agarraron con fuerza al ciego, y luego alguien que parecía ser el que mandaba en aquel lugar, a quien desde aquí llamaré "el monarca", ordenó que se lo llevaran, no sin añadir que más tarde iban a decidir si lo ejecutaban a él o a otra persona que también tenían prisionera.

Al escuchar esto protesté. Al parecer en aquel sitio había tenido lugar un crimen, y por ende debían castigar a alguien. Pregunté entonces qué pruebas tenían en contra de aquel ciego.

- Todos los hombres son culpables de alguna cosa o bien están destinados a serlo -fue la ambigua respuesta del monarca.

- Pero ustedes estarían convirtiéndose en culpables si mandan matar a un hombre que todavía no ha hecho nada -atiné a responder yo.

- Eso es muy cierto -concedió el monarca, tras un segundo de vacilación. Pero en todo caso ese será un asunto del que vamos a ocuparnos en otro momento.

Al comprender que mis intentos por hacer entrar en razones a aquellas personas serían vanos, me puse a vociferar:

- Al fin y al cabo esta vida es pura mierda. Y todos estamos en lo mismo, no importa si somos monarcas o pobres vasallos. Comemos y cagamos, nos vamos a dormir, nos despertamos, y así siempre, hasta que un buen día nos encontramos con la muerte. De vez en cuando copulamos, tenemos hijos, nos reproducimos y después nos morimos. O nos matan. Y nada de todo eso importa.

Yo sabía que estar gritando todo eso allí, en presencia del monarca, podía redirigir su enojo fulminante hacia mi persona. Y sin embargo me sentía al mismo tiempo impune, con la impunidad que a uno le da el saber que de todos modos ya no se tiene nada por perder. Pero igual me terminé retirando de la escena para llorar, no sé si por la suerte que iba a correr el hombre ciego, o por la que nos toca correr a todos nosotros, los mortales.

miércoles, mayo 30, 2018

Solados II

Una vereda salpicada de hojas secas
Cuántos pasos habrán gastado estas baldosas
Y cada paso es parte de una vida y de una historia
Una pequeña parte que tal vez haya
transcurrido ajena para su propio protagonista
Cosa curiosa: en ocasiones somos
desconocidos y extraños
incluso para nosotros mismos.
Pero volvamos a este suelo,
a esta vereda y a estas hojas,
a este pedacito de historia y de presente.
Quién es éste que recorre ahora mismo
otra vez, de nuevo
o acaso por primera vez
este rincón del mundo
salpicado de hojas secas,
rumiando palabras en su mente
-improbable poeta-
pensando en un pasado irremontable,
como todo tiempo pasado,
mientras transcurre el presente.

martes, mayo 29, 2018

Solados I - Pisar en firme

Un piso. Pisar en firme, pues.
O suponerlo, al menos, ingenuamente.
Y decidir entonces si pisar las líneas
que separan una baldosa de otra,
o si mejor no hacerlo.
Y comprender de pronto que
en verdad no hay ningún piso firme,
y que podemos quedarnos parados
tanto como caminar, correr, saltar, volar, caer.
Que somos hojas arrastradas por el viento.


miércoles, mayo 16, 2018

Carta a mi padre

Podrías haber sonreído,
para luego dar media vuelta
y entonces caminar
lenta pero decididamente
hacia algún lugar sin nombre.
O bien podrías haber corrido
para arrojarte hacia el vano
de aquella puerta que acaso
se hubiese cerrado brutal
y estrepitosamente detrás tuyo
como una piadosa trompada.
Y es que hay muchas maneras de irse.
Hay muchas maneras de decir adiós.
También está este modo,
de irse sin irse definitivamente,
de estarse yendo, pero
permaneciendo al mismo tiempo
con una actitud pertinaz, empecinada,
como quien decidiera
dejar de ser y seguir siendo,
aunque en los hechos ya no seas vos
sino otro, alguien parecido quizás
a la sombra de quien solías ser,
y sin embargo, y sin embargo...
Y acaso esta sea la manera más cruel de irte
porque uno en definitiva desconoce
si el adiós ya ha sido, o si aún está pendiente,
o cuál habrá sido tu último gesto lúcido,
cuál la última mirada en la que
realmente me hayas reconocido
y hayas sabido que tu hijo estaba allí,
a tu lado, acompañándote.
Hay un extraño momento en el cual
dejamos de ser aunque sigamos siendo.
Y yo no sé, no sé, no sé
si todavía seguís siendo realmente vos
o si ya te has ido y hoy sos otra persona;
no sé si tu adiós acaso tuvo ya lugar
sin que siquiera nos hayamos dado cuenta,
y entonces cuál habrá sido tu última mirada clara,
cuál la última vez que me hayas visto verdaderamente.
Tal vez aquella tarde en Plaza Irlanda,
cuando observamos aquel jacarandá todavía florecido
y un pájaro carpintero bajó, y anduvo cerca nuestro
picoteando el suelo a un metro de donde estábamos.
- Mirá vos qué atrevido, comentaste.
Y después me dijiste otra vez de tu amor
y me pediste que te llevara de regreso
a ese lugar en el cual no querías estar,
que de algún modo se había convertido en tu casa.
Has dejado detrás tuyo los recuerdos,
las enseñanzas, la compañia,
tu mano todavía grande y fuerte
tomando mi mano todavía pequeña,
y yo sé que nunca nunca nunca
vas a poder leer estas palabras
que forman parte de un exorcismo
misterioso pero necesario,
aunque acaso de algún modo logres saber
lo que yo necesito que sepas.
Y todavía no sé si ya ha tenido lugar o no
el último adiós a quien solías ser otrora;
quiero creer que todavía no te has ido;
quiero creer que de un modo u otro
no vas a irte jamás.


viernes, abril 27, 2018

Nosotros

Compartamos, amada mía.
Compartamos la piel, el amor, los sueños,
compartamos los goces, los amaneceres, los ocasos,
Compartamos las horas simples, también las otras,
compartamos la mesa, el sillón, la almohada,
aquella emoción, esta risa, esas lágrimas,
compartamos las comidas, un café, un helado,
los viajes, las lluvias, el sol y el aliento.
Pero compartamos, sobre todo, las ganas
de continuar construyendo juntos
y de seguir compartiendo.

jueves, abril 05, 2018

Poema para Laura


Cuántos atardeceres, cuántos ocasos,
cuánto estío que llega a su fin,
cuántos días concluyen de esta manera,
como si nunca hubiesen pasado.
Y vos que estás lejos,
o al menos no estás aquí conmigo,
tal vez estés mirando ahora mismo
a través de otras ventanas
otros paisajes, otros horizontes,
otros árboles, otros pájaros,
el mismo sol, si es que acaso
realmente es el mismo ese sol,
cayendo en este mismo cielo
que compite por ser más
profundo y bello que tus ojos,
por supuesto, sin lograrlo.
Pienso en vos, ya lo ves.
Te pienso para hacerte presente.
Quiero que el alba vuelva a encontrarte
una vez más aquí a mi lado,
tu cabeza descansando sobre mi hombro,
mi mano apoyada en tu muslo desnudo.

sábado, marzo 31, 2018

Como un niño tengo miedo

Hoy me atrevo a confesarlo
tengo miedo
como un niño tengo miedo
de tantas cosas que no entiendo
tengo miedo de fracasar
de salir a la calle solo
miedo de que no me quieran
miedo de que dejes de quererme
miedo de no poder
hacerle frente a la muerte
en esa hora fatal que
el poeta describe como la tragedia
de la vida que concluye
sin que uno haya vivido
tengo miedo y lo confieso
y eso es lo único que me salva
de ser un completo cobarde.


sábado, marzo 24, 2018

Poema sin título

Llueve, torrencialmente llueve.
Y por alguna razón me regocijo con la lluvia,
con este diluvio que cae desde el cielo oscuro,
atravesado cada tanto por refucilos
que desgarran la noche por un instante.
Y todo sucede como si no hubiese un mañana,
o como si de repente no importara,
y tal vez en verdad no importe.
Abro la ventana y salgo al balcón;
la lluvia me empapa.
Entonces abro mi boca y bebo,
dejo que la lluvia entre en mi cuerpo
y tal vez sueño con que ella tenga el poder
de lavar algo de todo lo que está mal en el mundo.
Aunque no creo que sea posible,
es solamente lluvia, al fin y al cabo.
Y sin embargo
qué es este torpe remedo de bautismo,
de qué indecible crimen intento redimirme,
o se tratará acaso de un vano intento
por limpiar toda la imperfección
que me hace humano,
como si hubiese tenido
la posibilidad de elegir ser
alguna otra cosa distinta de esto que soy,
inútil sacerdote de una religión que no existe.

jueves, marzo 08, 2018

Poema sin título

Hoy estuve dando vueltas todo el día.
No sé bien qué andaba buscando,
si es que acaso buscaba algo.
Pero en todo caso no lo encontré,
y regresé a mi casa, a mi pequeño
monoambiente alquilado,
con las manos vacías.
Ahora es de noche y salgo al balcón
acompañado por un pote de helado
y de repente las cosas parecen
tener un incierto sentido.
Un sentido que no comprendo,
por supuesto,
pero un sentido al fin.
Observo las luces de la ciudad,
un par de siluetas que se mueven
detrás de ventanas lejanas.
Allí está la gente,
cada persona una historia,
algunas esperanzas,
un montón de miedos,
de secretos, de soledades.
Y aquí estoy yo en mi balcón,
con mi pote de helado.
Una silueta más,
para quien esté observando.
Si es que acaso alguien más,
en toda esta ciudad adormecida,
repentinamente calma,
ocupa su tiempo en observar el mundo,
o en intentar comprenderlo.
Quién sabe si entre tanta soledad
alguien no será capaz
de encontrar alguna razón de ser,
alguna respuesta, algún motivo.

martes, enero 16, 2018

Tiempos y olvidos

Aunque no lo recordemos, y puede que hoy hasta nos parezca improbable, hubo un tiempo en el cual no teníamos nada por recordar. Hubo una época de nuestras vidas en la cual éramos libres, porque no teníamos la necesidad de mirar hacia atrás, y tampoco hacia adelante. Solamente existía el aquí y el ahora. Vale decir... el allí y el entonces. Ya ves, precisamente de esto es de lo que hablo. Un día nos dimos cuenta de que existía el tiempo, y fue entonces cuando perdimos nuestra inocencia. Nos empezamos a preocupar por el futuro, por nuestros ocasionales olvidos y por los rastros que dejamos detrás nuestro a la manera de una historia. Sin darnos cuenta de que en realidad lo preocupante fue habernos olvidado de estar atentos a nuestro presente.


lunes, enero 01, 2018

Vastedades y cegueras

Nos encontramos aquí, a la sombra de un olvido.
Y nosotros mismos no sabemos qué,
pues también hemos olvidado.
Y no se trata de buenas voluntades.
Por más que estuvieses ahora mismo aquí,
acodada en la misma baranda de este balcón
y pudieses contemplar este cielo eterno,
majestuoso, inalcanzable, sembrado de estrellas,
no podrías hacer tuyo el abismo que siento
ni comprender la razón del manantial
que de pronto derrama en mis ojos.
No es angustia, ni siquiera pena,
sino esta indecible sensación
de vastedad infinita y la conciencia
de nuestra frágil naturaleza.
Miro de nuevo al cielo y me pregunto
cómo imaginarán la luna en su cuarto menguante
aquellos ciegos que nunca han tenido el don de ver.
Acaso todos seamos un poco como ellos,
incapaces de percibir algunas cosas.