jueves, marzo 29, 2007

Si Dios fuera una mujer...











¿Y si Dios fuera mujer?
pregunta Juan sin inmutarse,
vaya, vaya si Dios fuera mujer
es posible que agnósticos y ateos
no dijéramos no con la cabeza
y dijéramos sí con las entrañas.

Tal vez nos acercáramos a su divina desnudez
para besar sus pies no de bronce,
su pubis no de piedra,
sus pechos no de mármol,
sus labios no de yeso.

Si Dios fuera mujer la abrazaríamos
para arrancarla de su lontananza
y no habría que jurar
hasta que la muerte nos separe
ya que sería inmortal por antonomasia
y en vez de transmitirnos SIDA o pánico
nos contagiaría su inmortalidad.

Si Dios fuera mujer no se instalaría
lejana en el reino de los cielos,
sino que nos aguardaría en el zaguán del infierno,
con sus brazos no cerrados,
su rosa no de plástico
y su amor no de ángeles.

Ay Dios mío, Dios mío
si hasta siempre y desde siempre
fueras una mujer
qué lindo escándalo sería,
qué venturosa, espléndida, imposible,
prodigiosa blasfemia.

Mario Benedetti

domingo, marzo 18, 2007

Sueños...

Esta mañana mi hija se despertó llorando. ¿Qué había sucedido? Pues que había soñado con un cachorrito, y al despertar se dio cuenta no sólo de que el cachorro en cuestión ya no estaba, sino que además, incluso cuando alguien (papá o mamá, claro) decidiera que ella podía tener un cachorro, jamás podría ser ESE cachorro, con el cual ella acababa de soñar y al cual, seguramente, ya había comenzado a querer tanto.

Por cierto, mi hija no es en absoluto una de esas criaturas caprichosas, que se ponen insoportables cuando desean algo. Pero sí es, en cambio, una persona sensible, capaz de asombrarse hasta las lágrimas frente a un abismal imposible.

¿Qué es lo que hay detrás de los sueños? ¿De dónde vienen y, sobre todo, a dónde se van las cosas que soñamos? Son en definitiva preguntas que tanto pueden caberle a un niño como a un adulto. Porque todos soñamos cosas. A veces dormidos, otras veces despiertos.

René Descartes, padre del racionalismo, señalaba algo curioso, casi paradójico, sobre lo que le sucede a una persona cualquiera que tiene una pesadilla. Esa persona sueña, por ejemplo, que es perseguida por un monstruo. Es claro y evidente, a la luz de nuestra perspectiva (la de quienes objetivamente analizamos aquello que le sucede a ese soñante), que en realidad no existe monstruo alguno, ni tampoco peligro que justifique su miedo. Todo es producto de una simple ilusión de su mente.

"¿Todo?", preguntaría entonces Descartes. Para tal vez señalar enseguida: "Puede que el monstruo en efecto no exista, y sea sólo el producto de la imaginación de quien sueña. Pero el miedo que siente esa persona en el momento de soñar ese monstruo, ese miedo es absolutamente real."

Nos sucede a menudo: soñamos y todos nuestros ánimos, ajenos al hecho de que se trata de una fantasía, se ajustan a esa ilusión onírica. Y a veces nos cuesta luego volver a adecuar nuestros sentimientos a la realidad, cuando por fin despertamos. Puede ser sencillo en el caso de una pesadilla, donde todo lo que resta, al descubrir el juego, es relajarnos. ¿Qué hacer, en cambio, con todo ese amor, esa esperanza, esa alegría que nos embargaba un instante atrás, cuando nos despertamos de repente de un sueño amable? Esta mañana no hubo ningún cachorrito, pero sí hubo en cambio una niña triste en casa, como consecuencia de algo que había soñado. ¿Cuál es la diferencia, a fin de cuentas, entre la fantasía y la realidad?

De un modo bastante similar nos sucede, muchas veces, que soñamos despiertos. Nos ilusionamos con cosas que más tarde se revelan como meras fantasías. Y sin embargo, hasta el preciso instante en que se impone la lucidez de un darse cuenta, todos nuestros sentimientos y nuestras percepciones del mundo se acomodan a eso. ¿Adónde va a parar todo lo que nos pasa por el alma mientras tanto? ¿Qué hacer con todo ese inútil equipaje una vez que la ilusión se quiebra?

De repente se me ocurre pensar que tal vez todo sea un enorme malentendido. Que tal vez todos nuestros sentimientos deriven de algo que sea independiente por completo de cualquier cosa que pueda llamarse con justicia el mundo real. Tal vez todas nuestras emociones sólo sean el reflejo de aquello que nos parece, más allá de que la realidad de las cosas eventualmente y de un modo misterioso termine o no adecuándose a lo que nosotros soñamos que es.

Amores, penas, esperanzas, miedos, lealtades, traiciones, pasiones varias... Quizás nada de eso tenga ningún asidero. Pero a falta de puntos de anclaje, actuamos como si se tratara de la única realidad que cabe vivir.

Tal vez exista en algún lugar del mundo una criatura inimaginable durmiento, y nosotros seamos apenas el producto de su vacilante sueño. ¿Qué será de nosotros el día en que esa criatura despierte?

jueves, marzo 15, 2007

Evolución



Esta tarde mi hija tuvo, a sus nueve años, su primera lección de piano.
Por la noche me enseñó, a mis cuarenta, todo lo aprendido.
No está nada mal. Aprendemos dos al precio de uno.
No hablo (solamente) de aprender a tocar el piano.
Sino de lo mucho que tenemos para aprender todavía juntos.

jueves, marzo 08, 2007

Dejà vu (Extraños al teléfono)

¿Puede convertirse la música en una amenaza? Pues todo depende de lo que entendamos por música, y de cómo la apreciemos desde nuestro lugar de oyentes. Admitamos, por ejemplo, que una banda de rock y 100.000 watts de potencia reunidos en un estadio podrán resultar una delicia para los sentidos de algunos, en tanto para otros representarán el más claro ejemplo de la irremediable decadencia del hombre contemporáneo. Pero dejemos por el momento estas consideraciones de lado. Ya veremos cómo se relaciona esta cuestión de la diversidad estilística en la música y el modo particular de apreciarla que tenga cada uno con lo que aquí se contará. Aclaremos, por lo pronto, que lo que sigue es una historia verídica. Y que las circunstancias que serán descriptas las vivió un periodista que solía desempeñar sus labores en un medio hoy desaparecido, dedicado a la música clásica.



Todo comenzó una noche de invierno, cuando el periodista (convengamos en llamar a nuestro personaje de este modo) llegó a su casa después del trabajo. Tras cerrar obedientemente la puerta de calle con dos llaves, tal como su mujer solía reclamarle, y luego de quitarse el saco, revisó el contestador telefónico. Tenía dos mensajes. El primero era de su madre: quería saber cómo estaba y le dejaba dicho que le había preparado algo de comida, por si quería pasar a buscarla, esa misma noche o al día siguiente. El segundo era... ¿un mensaje de Antonio Vivaldi? Detengámonos aquí. Resulta evidente que no podía tratarse de un mensaje enviado por el propio Vivaldi, excepto que de pronto estuviésemos dispuestos a creer en la posibilidad de que los difuntos se comuniquen desde el más allá, y encima por vía telefónica. Digamos mejor, en todo caso, que alguien había aprovechado los cuarenta segundos que otorgaba en gracia el contestador por cada llamado para dejar prolijamente registrado un fragmento del primer movimiento del Concierto Op. 8 Nº 1 del compositor italiano, que de los cuatro que componen el ciclo sobre las estaciones es el que se conoce como La Primavera. ¿La versión?... Bueno, son tantas las que han sido llevadas al disco que este detalle resulta poco menos que imposible de determinar. Aunque por alguna razón al periodista se le ocurrió pensar en Yehudi Menuhin. En todo caso, convengamos que este detalle carecía entonces, y sigue careciendo ahora, de demasiada importancia.

El periodista repasó con rapidez el listado de los amigos y familiares más cercanos, en busca de alguien sobre quien se pudiesen cargar las sospechas de haber llevado adelante aquella broma, todavía incompresible. Mentalmente se ocupó de buscar posibles sentidos para el inusual concierto telefónico. Verificó que todavía faltaban varios meses para el 21 de septiembre, con lo cual descartó cualquier relación del llamado con la llegada del solsticio de primavera. Luego intentó imaginar relaciones de palabras, aplicar claves alfanuméricas, buscó en su cabeza cualquier hecho extraordinario que hubiese ocurrido en los últimos días que pudiese vincularse de algún modo con Vivaldi o con su famosa obra. Finalmente, cansado de especular, decidió que lo más conveniente sería limitarse a esperar que el misterio se clarificase por sí solo. Lo cual, por supuesto, jamás sucedió.

La cuestión pronto quedó olvidada. Y así hubiese quedado, de no ser porque el curioso registro volvió a ser dejado en el mismo contestador automático en otras dos oportunidades, exactamente el mismo fragmento, y si la memoria no falló también la misma versión. Esto llevó al periodista a comentar el incidente con un par de colegas. Y entonces descubrirá que el suyo no ha sido un caso aislado. También Mahler, Stravinsky y algunos otros compositores no siempre tan identificables habían dejado sus respectivas huellas musicales en los contestadores habidos en los domicilios de otros periodistas, todos ellos más o menos allegados profesionalmente a la música clásica. Misterio absoluto en todos los casos. ¿Quién?... Pero sobre todo, ¿para qué?... Nadie pareció tener una respuesta para tan caprichosas preguntas.

Luego los llamados sencillamente no volvieron a repetirse. Sin embargo, dos noches antes de que el periodista, ocupado ya en otros medios, pero aún vinculado a la música, se siente delante de su computadora y escriba las líneas que en este mismo momento recorre la vista del lector, el contestador automático volvió a brindar su breve concierto de cuarenta segundos, con el mismo sempiterno fragmento del mismo concierto vivaldiano. La esposa, entonces, cansada ya de estas andanzas y con la lógica implacable que caracteriza a ciertas mujeres, pregunta si no habrá llegado la hora de instalar un identificador de llamadas, moderno adminículo tecnológico que permitiría rastrear la guarida del anónimo melómano. La idea es evaluada por el periodista, pero también es rápidamente descartada. ¿Para qué, al fin y al cabo? No se trata de un mensaje amenazante, ni obsceno; tampoco de un registro de inquietantes jadeos del otro lado del teléfono (y de las tres clases de llamados hemos debido soportar), sino en todo caso de un mensaje amable. Misterioso, sí; pero en definitiva amable.

La promesa a la esposa queda, sin embargo, establecida: el día en que la música de Vivaldi sea trocada por un cuarteto para cuerdas de Schnittke, o por una obra cualquiera de Stockhausen o por una ópera de Ligeti... entonces sí, habrá llegado la hora de tomar el toro por las astas. Simplemente porque, como en todo, también en esto de los anónimos la estética es importante.

martes, marzo 06, 2007

Una cita breve

Es difícil
enterarse de las noticias a través de la poesía.
Sin embargo los hombres mueren desdichadamente
todos los días,
por falta
de lo que allí se encuentra.


(William Carlos Williams, 1883-1963)