lunes, junio 22, 2020

Día del padre

Y mientras ahuyentabas sombras
de gentes que no estaban allí,
me decías que soñabas con
un águila de tres cabezas:
la primera te escudriñaba,
la segunda te hipnotizaba
y la tercera te golpeaba
con su pico de bronce,
hasta abrirte el cráneo.
De inmediato añadiste,
encogiendo tus hombros
como si fuese un misterio,
que así dicen que es la bestia
que recibe a quienes fueron
condenados al purgatorio.
Quise decirte entonces que
no no tenías que preocuparte,
pues tal sitio no te estaba destinado,
pero sólo me salió decirte un te quiero.
Y no pude sino pensar en la fragilidad de la vida,
y no pude sino llorar ante la despedida inminente,
que así son, en definitiva, las despedidas todas.

Papá, te extraño.



domingo, junio 21, 2020

Sueño 200621

Hoy soñé con Marcos Mundstock. Lo encontré pensativo, acomodado en un sillón. Cuando me senté, cerca suyo, me miró a los ojos y después de un segundo de silencio me dijo: "Estoy intentando desde hoy recordar un chiste de uno de nuestros espectáculos. Era un chiste muy bueno, de verdad, pero por más que intento no logro recordar. Lo único que recuerdo es que en una parte yo ponía una cara muy graciosa, así..." Y de inmediato puso una cara que, efectivamente, resultaba muy graciosa. Pero adiviné que en el fondo estaba triste.

-Creo que recuerdo ese número. Había una parte en que hacían un chiste con el nombre de Raúl...

Mi padre, que andaba por ahí cerca, miró sobre su hombro. Creo que por alguna razón aquel chiste, que también él conocía, no le había causado demasiada gracia.

-No es algo como para preocuparse. Me sucede todo el tiempo -le dije entonces a Marcos-. Nuestras memorias son así, limitadas, caprichosas. Un día recordamos algo, al día siguiente lo olvidamos.

Curiosamente no recuerdo mucho más de este momento. Sé que había algo importante, una reflexión acerca del paso del tiempo, de los recuerdos, de las memorias. Sí recuerdo que Marcos me regaló una entrada para ir a ver un espectáculo de Les Luthiers.

Cuando llegué al teatro y abrieron las puertas, la gente se apresuró para entrar y acomodarse en sus butacas. En ese momento supe que tenía la entrada en el bolsillo de mi saco. Pero recordé también que estaba en un sueño, y supe que no podría saber cuál era el asiento que me tocaba. Y desperté.

martes, junio 16, 2020

Despertar del sueño 200614

Estamos los dos durmiendo juntos, en tu cama, abrazados. Y por curioso que pueda parecer, lo que acabo de escribir es a un mismo tiempo verdad y mentira. Porque de hecho allí estamos, realmente, en tu casa, en tu cama, pero al mismo tiempo estamos en otro lado, porque yo lo estoy soñando. Pienso de repente en los llamados sueños lúcidos. Para dominar el arte de los sueños lúcidos es indispensable, por supuesto, que el soñante sepa que de hecho está soñando. Pero esto por sí solo no resulta suficiente. También es necesario poder controlar lo que sucede en el devenir de esos sueños. Y también hace falta -esto último tiene una particular importancia- que el soñante pueda despertar cuando desee hacerlo. En caso contrario, el sueño se transforma en pesadilla. Y aunque no quiero hablar aquí de ello, probablemente esa no sea la peor de las posibilidades.

Estamos los dos durmiendo juntos, en tu cama, abrazados. Y yo te digo algo. Algo que acabo de pensar, a partir de un sueño que tuve, del cual acabo de despertar. Pero me doy cuenta, mientras te hablo, que te estoy diciendo cosas sin demasiado sentido. Y de hecho te lo comento: te digo que no me salen las palabras que de verdad te quiero decir; o al menos creo decírtelo. Porque hay ocasiones en que las palabras parecen rebelarse, y se resisten a expresar lo que uno pretende que digan. Y esto es precisamente lo que me sucede ahora: te digo, pero las palabras que logro decir son como puro ruido, salen de mi boca desordenadas, anárquicas, pastosas, y vos me escuchás entredormida, y estoy seguro de que no entendés lo que te estoy diciendo; y no podría culparte, si yo mismo tampoco comprendo.

Entonces me doy cuenta de que hay algo extraño. Aunque no logro precisar qué sea. Hay como una indescriptible lentitud en el aire, algo así como un incierto estiramiento de todas las cosas. Intento contarte alguna cosa que ya no recuerdo. Algo que en el preciso momento de ser dicho se desvanece en el olvido. Acaso sea algo relacionado con lo que he soñado apenas un instante atrás. Pero vos no prestás demasiada atención a mis palabras. No te preocupes, que no pretendo que esto sea un reproche. Muchas veces te cuento mis sueños en voz alta, en medio de la noche, molestando tu descanso, no tanto para que vos me escuches, sino para escucharme yo mismo y fijar los sueños en mi memoria. Aunque en este caso en particular no se estaría dando nada de esto.

De pronto, en medio de esta incómoda desconexión con la realidad, me doy cuenta de que vas a levantarte. Todavía no te has movido, tu cuerpo desnudo y cálido sigue en contacto con el mío, cualquiera diría que estás plácidamente dormida, pero yo sé que te vas a levantar, y que vas a caminar en medio de la penumbra hacia el baño, y tengo miedo, porque también sé que en ese momento algo malo va a suceder. Por eso es que comienzo a hablar más rápido y más fuerte, e intento mover mi mano para agarrarte, para impedir que te levantes, y vos me decís algo, y ya vas a despegarte de mi lado, y yo ahora sé que estoy soñando, y también sé que para que no te pase nada malo es necesario que despierte; pero como no consigo hacerlo, porque de verdad lo intento, pero no lo logro, empiezo a pedirte a vos, casi con desesperación, que hagas algo, y levanto el tono de mi voz cada vez más, intentando convertir mi susurro en un grito: despertame, por favor, despertame, por favor... ¡Despertame!... ¡¡¡DESPERTAME!!!

Finamente lo consigo: unos sonidos guturales salen de mi garganta, bruscamente me muevo, y también vos te movés, sobresaltada, asustada. Ahora sí, estamos al fin los dos despiertos: qué te pasa, estás bien. Y yo: sí, perdoname, fue nada más un sueño, perdoname, perdoname... Y vos: no pasa nada, el abrazo reparador, amor tranquilizate. Pero es que no entendés: necesito que me perdones, porque me siento culpable. Si yo no lograba despertar, si no conseguía arrancarme del sueño a tiempo y a vos te sucedía algo malo por no poder alertarte, por no poder detenerte justo cuando ibas a levantarte para ir caminando hacia ese peligro que ojalá jamás sepamos qué era, yo iba a ser el único responsable por lo que fuese que ocurriera. Y vos sos tan importante para mí que no podría soportar que nada malo te pasara por mi culpa, ni siquiera tratándose de un sueño.