miércoles, noviembre 28, 2018

Insomnio 181128

Cuatro de la madrugada.
Angustias y poemas viejos.
Insomnio, algo como una náusea,
un mal contenido enojo,
y el secreto deseo de que la noche,
pese a todo, no se termine nunca.
Suena un laúd: es una sonata
de Silvius Leopold Weiss.
Me hace daño saber que
la mañana llegará pronto
y destruirá este bello silencio.
¿Por qué será que nada perdura
en las movedizas arenas
de esta vida fugaz e incierta?


domingo, noviembre 25, 2018

Sueño 181124

Estoy despierto. Me quedo dormido de nuevo. Sueño entonces que alguien pasa una misteriosa hoja de papel por debajo de la puerta de mi departamento. Al parecer es una hoja arrancada de un cuaderno, y tiene algo escrito con una caligrafía irregular y tinta negra. Intento leer lo que dice. Pero justo en ese momento me doy cuenta de que ese papel no existe, que lo estoy soñando.

Cuando uno se da cuenta de que está soñando, ¿está más cerca de estar dormido o de estar despierto? Tal vez no sea ninguna de estas dos cosas, sino un espacio intermedio, distinto.

Lo cierto es que en ese momento me doy cuenta, y sé que estoy soñando, pero de todos modos siento la fuerza de mi propia curiosidad. ¡Quiero saber qué es lo que dice ese pedazo de papel!... Me esfuerzo en mi intento por enfocar las palabras escritas y comprenderlas. Entonces me río, y me termina de despertar mi propia carcajada.

Es que, en medio de ese extraño estado en el cual no estamos ni dormidos ni despiertos, acabo de comprender que ese papel sólo puede tener escrito lo que yo quiera que diga. Soy el único que podría poner en él un contenido, porque nuestros sueños somos nosotros mismos. Ni más ni menos. Y a pesar de todo, sin embargo, no he logrado despegarme del todo de la duda. ¿Qué hubiese dicho ese papel si yo hubiese logrado leerlo en mi sueño?...

jueves, noviembre 22, 2018

Rain

Ryouu, reiu, kanu,
hisame, shun rin, nagame,
inrin, tenkyuu, yuudachi...
Dicen que los japoneses tienen
al menos cincuenta palabras
diferentes para designar la lluvia.
Que no es lo mismo la llovizna
en una tarde fresca que un diluvio,
ni la lluvia nocturna enmarcada
por fulgurantes relámpagos que
aquella que da lugar al arco iris.

Durante mucho tiempo la lluvia
significó para mí un desasosiego,
la incertidumbre de una herida abierta,
la marca de un abandono.
Con el tiempo las cosas cambiaron.
Una lluvia tenue ocupó el lugar
que antes solía tener el aguacero.
Otros sentidos llegaron al mundo,
otra vida, otras luces, colores nuevos,
y hubo inexplicables encuentros,
y también hubo despedidas.

Llueve, de hecho; ahora mismo llueve,
pero mientras escribo me doy cuenta
de que esta lluvia no es trágica
ni está anegada de olvidos.
Tal vez apenas una incierta melancolía.
Que vos no estés ahora aquí, por ejemplo,
o el rumor de una memoria que dice
que tanta lluvia fue necesaria para
lavar todas las heridas del alma.


Serían necesarias tantas palabras,
en todo caso, para describir la belleza
de este inasible instante,
de este momento eterno.
Entonces, diría acaso Wittgenstein,
ante aquello que no es posible decir
quizás lo mejor fuera callarse.
Callar y contemplar, en silencio,
la lluvia que cae, el cielo interminable,
el recuerdo de tus ojos,
más allá de cualquier nombre.

Y sin embargo, en silencio, digo tu nombre.


viernes, noviembre 16, 2018

Zapatillas y sillas de ruedas


A veces un día cualquiera puede convertirse en un día especial por motivos extraños. Por ejemplo, hoy podría ser un día especial por el sencillo hecho de que hoy vendí la silla de ruedas que fue de mi padre. Esa silla de ruedas que yo mismo me encargué de comprarle, cuando comprendimos que ya no volvería a caminar como antes. Alguien más, de quien jamás sabré ni quiero saber nada, se sentará a partir de mañana en ese mismo asiento de cuerina reforzada que mi padre ocupó, al menos  durante un tiempo, y después de ese tiempo ya no más, y después quién sabe. Y mientras tanto la vida sigue. Para quienes van quedando, claro está.

En un día cualquiera, como puede ser el de hoy, es posible sentir emociones mezcladas, como enojo, impotencia y nostalgia a la vez. Un enojo contenido, porque sé que esa silla fue en algún momento, para mi padre, el símbolo inequívoco de su decadencia física, tanto como sé que por eso mismo él en algún momento la detestó. Y tal vez a mí, por habérsela comprado. Impotencia por razones que son más que obvias. Es al fin y al cabo el sentimiento mas legítimo que un mortal puede tener ante la evidencia de su finitud, de la finitud de todo. Y nostalgia porque, más allá de cualquier consideración, esa silla no dejaba de ser uno de los últimos rastros que quedaban de él. Y sin embargo, qué otra cosa podría haber hecho. Qué sentido hubiese tenido conservar ese penoso rastro si la persona en cuestión ya se ha ido. Aferrarse a qué.

Rastro penoso. Pero rescato de esa silla de ruedas momentos y aprendizajes. La curiosa circularidad de la vida, por ejemplo, que comprendí al cruzarme una y otra vez con jóvenes padres y madres llevando sus propias sillas de ruedas, ya no con ancianos, sino con sus pequeños hijos. Imagino que quizás alguna vez mi padre me habrá llevado en una de esas. Tal vez el día de mañana le toque a mi hija hacer otro tanto conmigo.

Entonces, también me toca agradecerle a la vida que me haya dado la oportunidad de haber llevado a mi padre en esa silla, haber compartido a través de ella momentos (breves, siempre todo en la vida es demasiado breve), y haber sido el responsable de conducirlo en sus últimos días, con todas las contradicciones que ello supuso.

Ahora miro hacia abajo y veo mis zapatillas. Las zapatillas que llevo puestas, que hasta hace poco fueron suyas. Son las mismas zapatillas que él solía usar cuando yo lo llevaba en su silla de ruedas. A diferencia de la silla, voy a conservarlas. Y voy a usarlas hasta que ya no den más. Para que de alguna manera, símbolo vano pero símbolo al fin, mis pasos sean sus pasos, al menos durante un tiempo. Y después quién sabe.

martes, noviembre 13, 2018

Todo es un ensayo, nadie te está mirando

Hernán Casciari es, a mi modesto entender y por diversas razones, uno de los mejores escritores que haya dado la Argentina en los últimos tiempos. Conozco muchos de sus textos y suelo estar atento a sus novedades. Por eso me llamó la atención, hace algún tiempo, un video subido a YouTube que lo presentaba a través de un título que me resultó atrapante de entrada, además del hecho de que aparentemente me remitía a un texto que yo no conocía.

Error. Se trataba del registro de una charla que Casciari había dado no importa adónde ni cuándo. Charla que comenzaba con una confesión: cuando los organizadores lo llamaron por teléfono para pedirle un título para aquella presentación, él estaba medio dormido y tiró cualquier cosa. O mejor dicho: tiró un título genial, con la idea de escribir algo genial cuando llegase el momento. Cosa que no sucedió. En su charla, vaya uno a saber si por cansancio o falta de inspiración del momento, Casciari volvió sobre un texto suyo antiguo, interesante pero ya conocido. Para colmo, no siempre los buenos escritores son quienes mejor llevan adelante la lectura de sus propios textos en voz alta. Y para mi gusto Casciari se acomoda demasiado bien a esta regla.

Pero regresemos. Dejemos de lado la anécdota y volvamos al título en cuestión. Título que todavía no ha aparecido en este texto. Título que vuelvo a leer y me sigue impactando, como si en su sintética formulación ocultara una verdad de dimensiones colosales, por mucho mayores a lo que una mirada ingenua podría sospechar. Como la punta del iceberg que hundió al Titanic. O algo así.

"Todo es un ensayo, nadie te está mirando". 

Ese era y sigue siendo el título en cuestión. Es verdad, aparece recién ahora en este texto pero ya había sido consignado en el título del presente escrito, casi como en un juego de espejos. Así es la vida.

Todo es un ensayo. Y es verdad. Ensayo, prueba y error. Y de vez en cuando quizás algún acierto. Con un poco de suerte tendremos la lucidez para darnos cuenta de haber acertado, en tal caso. O de haber fallado; porque en ocasiones estas revelaciones llegan a destiempo. Todo es un borrador, que paradójicamente terminará convirtiéndose en la obra definitiva, pues no hay posibilidades de eliminar esas marcas, quitar lo que se ha escrito y cambiarlo por una frase más ajustada a nuestro gusto, como estoy haciendo yo ahora mismo con estas líneas, mejor esta palabra en lugar de aquella otra, aquí un punto, acullá una coma. En la vida, las marcas quedan. Más o menos visibles, pero sempiternas. Un día, en algún momento más o menos imprevisto, abandonaremos este mundo y un capítulo, un párrafo, una frase, quedarán allí, perfectamente imperfectas, a medio bocetar, y eso habrá sido todo. Un puto ensayo (del latín vulgar puttus, según la primera acepción de la RAE adjetivo malsonante, utilizable como calificación denigratoria). Así que mejor amiguémonos de una buena vez con este género, al ensayo me refiero, porque sencillamente no hay otra cosa.

Y además nadie te está mirando. Ni para bien ni para mal. Ni para premiarte por las cosas buenas que hagas, ni para condenarte por las malas. No te persigas, que no vale la pena. Lo cual no quiere decir que no debas cuidarte. Pero no para satisfacer la mirada de un Gran Otro que esté allí, vigilante, sino para vos mismo. Para que cuanto te mires en algún espejo, no importa de qué clase sea, puedas estar orgulloso, o por lo menos satisfecho, o por lo menos que no encuentres motivos de peso para condenarte. Más allá de que -esto también es importante saberlo y aceptarlo- la realidad es que no somos ángeles, sino seres humanos. Con todas nuestras miserias y contradicciones. Ninguno de nosotros está plenamente libre de culpas, por más que muchos no dudarán al momento de arrojar la primera piedra, y la segunda, y la tercera. Pero lo que quiero decir es que el juicio no proviene de un otro, sino de nosotros mismos.

Cómo es que he llegado hasta acá, no lo sé. Yo solamente quería reflexionar un poco, como en voz alta, acerca de un título huérfano. Después de todo, si quiero ser coherente con lo dicho, acaso no estoy escribiendo todo esto para nadie en particular, o acaso escriba para cualquiera. O para vos. O para mí mismo. De todos modos este detalle acaso no tenga la menor importancia.

lunes, noviembre 12, 2018

Grietas




















Siempre me he preguntado
por qué una grieta se abre allí,
precisamente donde el material se quiebra
y no en otro sitio cualquiera,
qué determina el caprichoso dibujo,
o si el mismo no habrá estado allí
mucho antes de ser visible,
antes del amarillo pero inclusive
antes del gris, y me digo
si no sucederá igual con las grietas
-las tuyas, las mías, las de todos-
que van marcando nuestras vidas.

(Foto: María Teresa Cibils)