viernes, diciembre 31, 2010

2010 - 2011

Otro año que llega a su fin. Por supuesto, el conteo es siempre arbitrario, quién dice aquí termina un año y comienza el otro, o cómo es posible que en China ya sea 2011 y en cambio aquí, en este olvidado rincón del sur, la gente todavía se apure para llegar a sus casas, como si en eso se les fuera la vida, sólo para esperar luego a que el reloj marque las 00:00, un año se terminó, comienza el otro. ¿Todo cambia para que nada cambie? ¿O todo cambio depende de nosotros? Cambia, todo cambia. Al margen de los calendarios. Es crecer, por supuesto. Aunque también sea ir despidiéndose de a poco de estos cielos, de estos mares, de estas tierras, de este mundo.

Siempre me llamó la atención la ceremonia de espera de la medianoche, de esa frontera tan invisible como fugaz que separa la nochevieja del año nuevo. Las discusiones por ver si el reloj de tal o de cual pariente está debidamente puesto en hora, no sea que festejemos en falso, un minuto antes o uno después de que sea el momento adecuado, o fuera de la perfecta y esperada sincronía. Entonces, una vez más, es mi maestro Saramago quien me ilustra sobre la cuestión, en todas partes sucede más o menos lo mismo, y esto es lo que ocurre, por ejemplo, durante la noche de un fin de año de 1935, la impaciente espera por un nuevo 1936, en Portugal:

...Faltan cuatro minutos para la medianoche, ay la volubilidad de los hombres, tan cuidadosos del poco tiempo que tienen para vivir, siempre quejándose de que la vida es corta, que deja sólo en la memoria un blanco son de espuma, e impacientes aquí porque pasen los minutos, tan grande es el poder de la esperanza.

La esperanza. Siempre recuerdo con una incierta melancolía aquella ácida sentencia que comienza por reconocer, acorde al dicho popular, que es verdad que el tiempo es un excelente maestro... Pero sólo para añadir enseguida que, sin embargo, este maestro tiene una pésima costumbre, que es la de terminar matando indefectiblemente a sus alumnos. Así es como el tiempo viene a ser nuestro equivalente cotidiano del mitológico dios Saturno, aquel que se alimentaba con la carne de sus propios hijos.

Pero hemos escrito esperanza. Y esperanza tiene que ver con espera. Vale decir, con el paso del tiempo. La paradoja es así evidente: esperamos lo mejor y lo más temido en el mismo horizonte. El inicio de un nuevo y mejor tiempo en la misma dirección en que se halla el final de los tiempos. De los tiempos propios al menos. O de todos, tal vez, que tanto no sabemos.

Y aunque sea mentira que uno siempre espera lo mejor, por pura perversión a veces, y otras simplemente porque resulta difícil saber qué cosa será mejor que otra hasta tanto el propio tiempo nos demuestre lo que deba venir a demostrarnos al respecto, también es verdad que en medio de estas incongruencias, tan propiamente humanas, se abren a veces ciertos marcos de esperanza.

Que crea quien pueda. Que a mí por lo general me costaría trabajo. Después de todo, la esperanza también estaba en su momento allí, adentro de la caja de Pandora. Claro que entonces aparece el dicho, listo para explicar el aparente malentendido: no hay mal que por bien no venga. ¿Será así?... Ya se verá. En cualquier caso, esta vez me dispongo a recibir el futuro con esperanza. Razones no me faltan. Ya el tiempo se dedicará más tarde a hacer eso que tan bien sabe hacer. Mientras tanto, mi presente está revestido con esa tonta fe que, según dicen, puede a veces mover montañas.

martes, diciembre 21, 2010

La felicidad de los otros


El niño tiene entre sus manos un pequeño auto de juguete que le han obsequiado. No se trata de un juguete cualquiera: colorido, lustroso, flamante, por el modo en que el niño juega con él estaríamos tentados de decir que es el auto de juguete que cualquier chico desearía tener.

Cerca hay un segundo niño, que mira la escena con sumo interés. Aunque en realidad no mira la escena: sus ojos son solamente para el auto de juguete. Finalmente se decide, se acerca hasta el dueño del mágico objeto y le dice algo.

Hay un instante de indefinición. El tiempo parece detenerse. Ahora el primero de los niños ha dejado de jugar y mide con la mirada a su interlocutor. Tal vez sea su amigo, aunque también puede que se trate apenas de un compañero de juegos ocasional. En cualquier caso, una sombra de duda atraviesa su rostro. Pero finalmente confía y cede: con mucho cuidado, el dueño del juguete lo deposita, junto con su confianza, en las manos del segundo niño.

Antes de que llegue a transcurrir un minuto, si el reloj no nos engaña, el auto de juguete estará roto. Es curioso: en verdad lo importante para el segundo niño no fue tener lo que el otro tenía, sino que el otro no tuviese, siendo que tampoco tenía él. En otras palabras, no era el deleite propio el objetivo, sino la nivelación: si yo no tengo, tampoco tendrás tú, si yo no puedo ser feliz, tampoco serás feliz tú.

Incluso sin saberlo, el segundo niño acaba de cometer su primer crimen. Otros llegarán, inevitablemente, más temprano que tarde.

domingo, diciembre 12, 2010

Razones para descansar

El guerrero japonés fue apresado por sus enemigos y encerrado en un calabozo. Aquella noche no podía conciliar el sueño, pues estaba convencido de que a la mañana siguiente habrían de torturarlo cruelmente. Entonces recordó las palabras de su maestro zen:

- El mañana no es real. La única realidad es el presente.

De modo que volvió al presente... y se quedó dormido.

Bonita anécdota, que me regala una estudiante en su último parcial, y que me convence de que el momento que perdemos tontamente en el presente no logrará hacernos sentir mejor por la mañana.

miércoles, diciembre 08, 2010

Lucía

Ella se llama Lucía. Curiosa, hace algunos años le preguntó a su padre el porqué de tal nombre. Su progenitor, solícito a la vez que escueto, le explicó que ella había sido bautizada así gracias al influjo de cierta canción. Alcanzó esta explicación para que Lucía sintiera, durante un cierto tiempo, que su nombre remitía inevitablemente a un cielo salpicado de diamantes, tal como había sido plasmado por la imaginación y la pluma de John Lennon.

Grande fue la desilusión de esta muchacha cuando años más tarde y casi de casualidad vino a enterarse que nada tenían que ver Lennon, la Banda de los Corazones Solitarios del Sargento Pimienta ni el tema Lucy in the sky with diamonds con la elección de sus padres. Lo cierto es que ellos habían elegido su nombre fascinados por una canción titulada Lucía, de un tal Joan Manuel Serrat.

En ese momento supo Lucía, incluso sin saberlo en tales términos, que su nombre no era más que una representación falaz, como tantas otras. Y además supo que su derecho a tener su propia representación había estado siempre en manos de otras personas.

Uno jamás es quien realmente es, sino lo que logra hacer con eso que los demás hacen de sí mismo (Jean Paul Sartre dixit...)

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P.S.: Hablando de Sartre, alguien me hace llegar la siguiente sentencia, atribuida al pensador francés:

"Las palabras hacen estragos cuando encuentran un nombre para lo que hasta entonces ha vivido innominado."

Dejo la frase anotada aquí, porque creo que valdrá la pena detenerse a reflexionar en algún momento sobre el particular. Por de pronto, digamos que las personas son por naturaleza innominadas, hasta que alguien viene a decirnos que nos llamamos de tal o cual modo.